Ejemplos con verdores

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Se interesó también por el género teatral del entremés, cuya antología Verdores del Parnaso en veintiséis entremeses, bailes y sainetes publicó en facsímil.
Mancebo, en los verdores de la edad, fuerte como un toro y laborioso como manso buey, salió de su patria el señor Joaquín, a quien entonces nombraban Joaquín a secas.
Para ella no hay más que dos estaciones: la que engalana los campos con los dones de Abril, y la pluviosa que renueva los no empalidecidos verdores de las selvas y de las llanuras.
El templo ocupaba un vericueto, como una atalaya, oculto entre grandes castaños, el campanario vetusto, de tres huecos -para sendas campanas obscuras, venerables con la pátina del óxido místico de su vejez de munís o estilitas, siempre al aire libre, sujetas a su destino- se vislumbraba entre los penachos blancos del fruto venidero y los verdores de las hojas lustrosas y gárrulas, movidas por la brisa, bayaderas encantadas en incesante baile de ritmo santo, solemne.
El de Écija lo contemplaba todo con una inusitada alegría, veíalo todo como al través de un encantado cristal, parecíale que aquel día tenía el paisaje algo no advertido hasta entonces por él, antojábasele que todo cuanto le rodeaba se complacía en vivir, el sol en iluminarlo todo, el cielo en ser azul, el ambiente en ser cristalino, el campo en estar cubierto de verdores, todos los ruidos se fundían, para él, en una a modo de vaga y dulcísima melopea.
Los mecedores estaban suspendidos de las ramas más robustas de dos álamos que proyectaban su movible sombra sobre un espacio libre entre un campo de maíz y un grupo de naranjos, entre cuyos florecientes verdores amarilleaba el dorado fruto, espacio libre desde el cual divisábase la casa de la huerta sombreada por un vicio parral, y casi todos los terrenos de la finca en que las acequias y los bien labrados cuadros de hortaliza fingían un a modo de alfombra de geométricos dibujos y brillante colorido.
Era la más riente de la calle, en su ventana tendía una dama de noche sus perfumados verdores.
Se había fumado, murmurado, debatido problemas administrativos, científicos y literarios, contado verdores, aquilatado puntos difíciles de ciencia erotológica, roído algo los zancajos a la docena de señoritas que estaban siempre sobre la mesa de disección, picado en la política local y analizado por centésima vez la compañía de zarzuela, pero no se había enzarzado verdadera gresca, de esas que arrebatan la sangre a los rostros y degeneran en desagradables disputas, voces y manotadas.
Un río entre verdores se pierde a mis espaldas,.
Para ella no había esposo al lado, un desconocido de buen ver enfrente, una inmensa llanura en que apuntaban los verdores del trigo hasta tocar el horizonte, por derecha e izquierda, no había más que lo negro de las páginas que bebía.
Después noticias del cielo, de los celajes, de los verdores de la primavera.
Le encantaba también el pérfido engaño del cemento, que parece piedra, y oportune ataque inportune, el cacique interrumpía la vida lozana de aquellos verdores con obras de cal hidráulica.
Susacasa, que le había hecho cantar, al descubrir sus espesuras y verdores, acordándose de Gayarre:.
Una tarde de Agosto, cuando ya el sol no quemaba y de soslayo sacaba brillo a la ropa blanca tendida en la huerta en declive, y encendía un diamante en la punta de cada hierba, que, cortada al rape por la guadaña, parecía punta de acero, doña Berta, después de contemplar desde la casa de arriba las blancuras y verdores de su dominio, con una brisa de alegría inmotivada en el alma, se puso a canturriar una de aquellas baladas románticas que había aprendido en su inocente juventud, y que se complacía en recordar cuando no estaba demasiado triste, ni Sabel delante, ni cerca.
Cual esos elegantes del año sesenta y tantos, que, como quien erige un monumento al recuerdo de sus conquistas, siguen vistiéndose, en lo posible, por el corte que usaban entonces, González Bribón se ha quedado a la zaga, muy a la zaga en gusto literario, no por incapaz de comprender y sentir lo nuevo, sino por nostalgia de sus verdores, por cariño a su tiempo.
de hoja perenne, es decir, siempre en sus verdores, vio el mundo, y a don Mamerto particularmente, desde otro punto de vista, bajo el punto de vista de las flores, y perdonó a Anchoriz.
Pensaba Emma, al verse renacer en aquellos pálidos verdores, que era ella una delicada planta de invernadero, y que el bestia de su marido y todos los demás bestias de la casa, querrían sacarla de su estufa y transplantarla al aire libre, en cuanto tuvieran noticia de tal renacimiento.
Las montañas, como olas de la tierra que van al encuentro de las olas del agua, son, en el alta mar de los puertos, gigantes que meten la cabeza cana, como de rizada espuma, por las nubes plomizas, pero según se van acercando a la costa, se van achicando, achicando, hasta ser colinas, cubiertas de verdores, hasta la cima, y luego suaves lomas que llegan a confundirse con las dunas, donde las montañas del Océano también se desvanecen.
Era, sin duda, el momentáneo influjo de la exaltación matrimoñesca en sus verdores iniciales, y debía yo temer de la severa realidad la pronta remisión de las cosas a su verdadero punto.
desnudas las plantas de sus primeras locuras y verdores, y desabrigadas de su vistoso.
La mañana era espléndida: una brisa fresca y saturada de olores montesinos agitaba mansamente los chopos y algarrobos copudísimos, que brindan acá y acullá en la carretera sombra bienhechora al caminante en los ardientes meses del estío, el sol empezaba a dorarlo todo con sus raudales de luz, brillaba el cielo con su azul más radiante, lucía el ambiente su más pura transparencia, las lluvias recientes habían llenado de húmedos verdores las vertientes de las montañas y los pintorescos arroyos por los que las aguas destrenzábanse cristalinas por entre rocas limpísimas, verdes juncales y macizos de adelfas coronados de flores carmesíes.
La luna inundábalo todo con su luz serena y pálida, apenas algún que otro lucero brillaba en el tranquilo horizonte en que resbalaban lentamente algunas nubes, dormía todo inmóvil y silencioso en el monte, el lagar de los «Mimbrales» fulgía como de marfil y como engarzado entre las flotantes ramas de dos copudísimos algarrobos, los olivos y los almendros manchaban las empinadas laderas con sus tonos oscuros, y con sus claros verdores las apiñadas chumberas, que circuían el bien encalado edificio, la solemne quietud no era turbada más que de tarde en tarde por el ladrido de los perros, leales y avisados guardadores de los cercanos caseríos.
El Zorzales había querido acompañar los restos de la mujer amada hasta el lugar de su eterno descanso, y vestido con el traje corto de luto y rodeado de sus más íntimos camaradas, siguió tras los que conducían la caja al cementerio, casi colgado en la florida falda de una colina donde las cruces de madera aparecían engalanadas de flores y trepadoras, fulgiendo como faldellines de ricos verdores bajo el intensísimo azul del cielo.
El campo presentábase a su vista como acicalado con nunca por ella vistos verdores.
Un espléndido sol otoñal ponía sus áureas pinceladas en la riente perspectiva, en las doradas cúspides de los montes, en las floridas laderas, en las que acá y acullá blanqueaban los nevados caseríos, en los grandes macizos de verdores que festoneaban las márgenes del río, salpicados de rojas adelfas y de blanquísimos rosales.
Llegado que hubo Currito el Mimbre al borde del tajo, sentóse en él, y triste y meditabundo pareció abismarse en la contemplación de la brillante perspectiva que extendíase a sus pies, en los risueños valles cubiertos, acá y acullá, de pomposos majuelos y de oscuros olivares, en el río que serpeaba, gris y resplandeciente, por entre las empinadas laderas, y en los alegres caseríos que blanqueaban por doquier como arropados entre florecientes verdores.
-Ya está viejo -solía decir-, no digo que allá en sus verdores, cuando las costumbres estaban perdidas, gracias a la gloriosa.
Y recordaba unas Aventuras de una cortesana, que había ella proyectado allá en sus verdores, ricos de experiencia.
Con lo cual daba a entender, y era verdad, que él tenía los verdores en la lengua, y otros, no menos canónigos que él, en otra parte.
Tras las rejas se adivinaban extensos jardines, grandes verdores salpicados de rosas y ramas que se balanceaban acompasada y blandamente como bajo la ley de un ritmo.

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