Ejemplos con verdugo

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

¿Quién la mete a ella a predicadora? Y no afligirse: Dios aprieta, pero no va a ahogar, que no es ningún verdugo, y puede que cuando menos pienses, te mande consuelos, así, de regalo, y no por tus méritos.
En casándoos solicitas bajo cuerda que te lleven a otro sitio el viejo se queda por allá cuidando de las rentas, y tú y la niña os estáis donde nadie sepa si la engendró un archiduque o el verdugo.
En el cielo la pobre abogará por mí ¡Por mí, que fui su verdugo! Sin embargo, la quería y si vuelvo los ojos al pasado no encuentro en mi vida otro pecado que haber hecho una mártir de mi pobre mujer Debí haberla ocultado que tenía otras mujeres.
No tengo más que un pecado ¡Uno sólo que llena toda mi vida! He sido el verdugo de aquella santa con la impiedad, con la crueldad de un centurión romano en los tiempos del emperador Nerón Un pecado de todos los días, de todas las horas, de todos los momentos No tengo otro pecado que confesar La afición a las mujeres y al vino, y al juego, eso nace con el hombre Pecado grande es haber sido verdugo de un alma y haber puesto en ella garfios encendidos en las hogueras del Infierno.
Primeramente los santos, los propagandistas de la edad heroica del cristianismo, los obispos pobres como sus diocesanos, descalzos, fugitivos de la persecución romana y entregando al fin su cabeza al verdugo con el afán de dar nuevo prestigio a la doctrina por el sacrificio de la existencia: San Eugenio, Melando, Pelagio, Patruno y otros nombres que brillaban en el pasado, rompiendo apenas las nieblas de lo legendario.
El presidente de Castilla recorría los lugares de la provincia, acompañado del verdugo, para despojar a los labradores de sus escasas cosechas.
Verdugo diligente e implacable, dispuesto a vengar en las manos infantiles el menor desmán, cualquiera osadía contra los poetas del siglo de Augusto, don Román no se andaba con chicas, ni tenía piedad, quien la hacía la pagaba, así fuera el hijo del alcalde.
El tiempo es el verdugo del que duda y el amigo del que espera.
Ambos oficios, el de picota y el de verdugo, eran muy codiciados, y sólo se concedían al mérito notorio.
Recordad el que vela la faz del agarrotado, no bien llenó el verdugo su cometido:.
Tu víctima y tu verdugo serán felices y tendrán muchos hijos.
Porque usted me la ha matado, so verdugo, caribe, usted, usted.
La tal taberna tiene para ella recuerdos que le sacan tiras del corazón Entra por la Concepción Jerónima, sube después por el callejón del Verdugo a la plaza de Provincia, ve los puestos de flores, y allí duda si tirar hacia Pontejos, a donde la empuja su pícara idea, o correrse hacia la calle de Toledo.
Sus ojos reventones se clavaban en su verdugo con un centelleo eléctrico de ojos de gato rabioso y moribundo.
Pero, tontín, si no es por él, no hubiéramos tenido con qué enterrarle dijo Fortunata saliendo a la defensa de su propio verdugo.
¡Qué sería de los pobrecitos reos si no tuvieran quien les diera un poco de jarabe de pico antes de entregar su cuello al verdugo!.
Tu verdugo no se acuerda ya de ti para nada, y ahora tiene amores con otra mujer.
Me resigno a ser mártir y a inclinar mi cuello ante el verdugo, si esa miserable tropa continúa aquí.
—Advierte, niño, que los azotes que los padres dan a los hijos honran, y los del verdugo afrentan.
—Quítenmelo de delante a ese gesto de por demas, a ese verdugo de inocentes, asombrador de palomas duendas.
—Pues de aquí adelante, respondió Monipodio, quiero y es mi voluntad que vos, Rincon, os llameis Rinconete, y vos, Cortado, Cortadillo, que son nombres que asientan como de molde a vuestra edad y a nuestras ordenanzas, debajo de las cuales cae tener necesidad de saber el nombre de los padres de nuestros cofrades, porque tenemos de costumbre de hacer decir cada año ciertas misas por las ánimas de nuestros difuntos y bienhechores, sacando el estupendo para la limosna de quien las dice, de alguna parte de lo que se garbea, y estas tales misas, así dichas como pagadas, dicen que aprovechan a las tales ánimas por via de naufragio: y caen debajo de nuestros bienhechores el procurador que nos defiende, el guro que nos avisa, el verdugo que nos tiene lástima, el que cuando alguno de nosotros va huyendo por la calle, y detras le van dando voces: al ladron, al ladron, deténganle, deténganle, uno se pone en medio, y se opone al raudal de los que le siguen, diciendo: déjenle al cuitado, que harta mala ventura lleva, allá se lo haya, castíguele su pecado, son tambien bienhechoras nuestras las socorridas, que de su sudor nos socorren así en la trena como en las guras, y tambien lo son nuestros padres y madres que nos echan al mundo, y el escribano que si anda de buena, no hay delito que sea culpa, ni culpa a quien se dé mucha pena, y por todos estos que he dicho, hace nuestra hermandad cada año su adversario con la mayor popa y soledad que podemos.
Él tiene ordenado que de lo que hurtáremos demos alguna cosa o limosna para el aceite de la lámpara de una imágen muy devota que está en esta ciudad, y en verdad que hemos visto grandes cosas por esta buena obra, porque los dias pasados dieron tres ansias a un cuatrero que habia murciado dos roznos, y con estar flaco y cuartanario, así los sufrió sin cantar, como si fueran nada, y esto atribuimos los del arte a su buena devocion, porque sus fuerzas no eran bastantes para sufrir el primer desconcierto del verdugo: y porque sé que me han de preguntar algunos vocablos de los que he dicho, quiero curarme en salud y decírselo ántes que me lo pregunten: sepan voacedes que cuatrero es ladron de bestias: ansia es el tormento: roznos los asnos, hablando con perdon: primer desconcierto es las primeras vueltas de cordel que da el verdugo: tenemos mas, que rezamos nuestro rosario repartido en toda la semana, y algunos de nosotros no hurtamos el dia del viérnes, ni tenemos conversacion con mujer que se llame María, el dia del sábado.
El mismo soy respondió el caballero, y el tal don Quijote, sujeto principal de la tal historia, fue grandísimo amigo mío, y yo fui el que le sacó de su tierra, o, a lo menos, le moví a que viniese a unas justas que se hacían en Zaragoza, adonde yo iba, y, en verdad en verdad que le hice muchas amistades, y que le quité de que no le palmease las espaldas el verdugo, por ser demasiadamente atrevido.
Lo que se ha de hacer es esto respondió Sancho: vos, ganancioso, bueno, o malo, o indiferente, dad luego a este vuestro acuchillador cien reales, y más, habéis de desembolsar treinta para los pobres de la cárcel, y vos, que no tenéis oficio ni beneficio y andáis de nones en esta ínsula, tomad luego esos cien reales, y mañana en todo el día salid desta ínsula desterrado por diez años, so pena, si lo quebrantáredes, los cumpláis en la otra vida, colgándoos yo de una picota, o, a lo menos, el verdugo por mi mandado, y ninguno me replique, que le asentaré la mano.
Y vuelvo a decir que se me vaya, Pedro Recio, de aquí, si no, tomaré esta silla donde estoy sentado y se la estrellaré en la cabeza, y pídanmelo en residencia, que yo me descargaré con decir que hice servicio a Dios en matar a un mal médico, verdugo de la república.
Tomad, señora, esa mano, o, por mejor decir, ese verdugo de los malhechores del mundo, tomad esa mano, digo, a quien no ha tocado otra de mujer alguna, ni aun la de aquella que tiene entera posesión de todo mi cuerpo.
Torno a decir que la sospecha que tengo que algún descuido mío engendró en ti tan desvariados pensamientos es la que más me fatiga, y la que yo más deseo castigar con mis propias manos, porque, castigándome otro verdugo, quizá sería más pública mi culpa, pero, antes que esto haga, quiero matar muriendo, y llevar conmigo quien me acabe de satisfacer el deseo de la venganza que espero y tengo, viendo allá, dondequiera que fuere, la pena que da la justicia desinteresada y que no se dobla al que en términos tan desesperados me ha puesto.
Finge que te ausentas por dos o tres días, como otras veces sueles, y haz de manera que te quedes escondido en tu recámara, pues los tapices que allí hay y otras cosas con que te puedas encubrir te ofrecen mucha comodidad, y entonces verás por tus mismos ojos, y yo por los míos, lo que Camila quiere, y si fuere la maldad que se puede temer antes que esperar, con silencio, sagacidad y discreción podrás ser el verdugo de tu agravio.

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