Ejemplos con serenidad

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

El poeta, que aún es joven, al llegar a la vîrilidad, con un hogar amoroso y tranquilo, rodeado de la amistad fervorosa de tantos admiradores selectos próximos y lejanos, parece haber entrado en una época de plenitud y serenidad.
Después de este giro en transposición, que es, naturalmente, grave y solemne, el dominico cobró bastante serenidad y aplomo.
Entonces fué cuando Peñascales perdió la serenidad y se echó de bruces en el agitado mar de la política.
Pero había perdido en el tanteo la poca serenidad que le quedaba.
Arturo, de pronto, se puso pálido, pero recobrando en seguida su serenidad, calóse el sombrero, y respondió con descaro y cierta altivez:.
Se pagaba muy poco de que no se acordasen de él para invitarle a un baile particular, o a una tertulia de más o menos tono, pero que nunca hubiera para su nombre un hueco en las candidaturas de concejales, que no se le agregase jamás a una comisión de respeto que había de representar ciertos intereses del pueblo en el Gobierno de la provincia, o en Madrid, o ante el Municipio mismo de la villa, que no se buscase, ni aun se tolerase de buena gana, su opinión en tal cual corrillo formado en la plaza por personas de importancia, en que no entraba él sino a fuerza de brazo, como quien dice, o poco menos, que se le tuviera, en fin, por un tabernerillo de tres al cuarto, cosa era que le hacía perder su serenidad habitual, y le ponía a pique de echarlo todo a trece, aunque no lo vendiera, y largarse a otro terreno menos ocasionado a esas miserias de aldea.
Y lo mejor de , lo verdaderamente incomparable, está en aquellos capítulos donde el Lebrato y su hijo intervienen, con su locuacidad el uno, con su timidez el otro, los dos con el mismo natural resignado y austero, sacudido por bruscas impaciencias en el joven, acrisolado por divina serenidad en el viejo.
El filósofo, por su parte, busca en la apatía, en la serenidad, en la sapiencia, correctivo a la abrumadora pasión recóndita.
Desde luego no supe qué decir, pero, a poco, Dios me concedió bastante serenidad y reflexión para responderle: Señora: le agradezco, con emoción no traducible en palabras, su generosidad, generosidad que no acepto, ni aceptaré, no tanto por mí, cuanto por usted y su buena memoria.
Angustias, ésa sí que existía, como que la había concebido y creado él, era la hija de su alma y de sus entrañas: ¿no había de existir? Existía y estaba, por libérrima y unánime voluntad, suya y de su padre, recoleta en las Carmelitas, adonde la habían conducido el desprecio del mundo exterior y aparente, en el cual ella tampoco creía, y el ansia de una absoluta y perfecta serenidad.
La duquesa llevaba la de perder, habiendo perdido ya la serenidad.
Entró en la habitación sin inmutarse, sin mecer una mirada de curiosidad alrededor, se sentó donde le dijeron, inclinó la cabeza y habló tenuemente, sin accionar ni mudar de tono, concluyó y volvió con la misma serenidad y distracción imperturbables a su cuchitril.
Los inmortales se aburren tanto en su serenidad inacabable y de tal suerte envidian los conflictos y combates del mundo, que, a veces, no pudiendo resistir la tentación, descienden convertidos en nubecillas leves y flúidas a pelear entre los hombres, según cuenta Homero.
¡Ay de ti si entonces no sabes ser filósofo! Contribuía en medida considerable a la serenidad presente de Belarmino haberse libertado, en el transbordo, de no floja impedimenta.
Por de fuera, serenidad, impasibilidad, en lo más secreto, ardor inextinguible.
Batiste sonreía irónicamente mientras hablaba , y éste, al fin, pareció confundido por la serenidad del intruso, anonadado al encontrar un hombre que no sentía miedo en su presencia.
, acostumbrado a que le temblase toda la huerta, se mostraba cada vez más desconcertado por la serenidad de Batiste.
Ahora lo importante era tener buen ojo para escoger, serenidad para no dejarse engañar por la astuta gitanería que pasaba ante él con sus bestias, descendiendo luego por una rampa al cauce del río.
Había perdido su serenidad de ebrio inquebrantable, y al levantarse, tambaleando, tuvo que hacer un esfuerzo para sostenerse sobre sus piernas.
El estertor fatigoso, la inmovilidad del enfermo, las sombras cadavéricas que se extendían sobre el rostro, marcando sus huecos con triste negrura y haciendo destacar fúnebremente el perfil de la nariz, acabaron con la serenidad del pobre viejo, arrancándole un grito que parecía salirle del alma:.
Y la joven se expresaba con serenidad, con frescura, como si se tratase de la honra de otra y aquel Roberto fuese un infeliz a quien calumniaban.
Aquella mirada desmayada y vidriosa, fija con expresión agradecida en el grupo de mujeres, acabó con la falsa serenidad de éstas, y estallaron los sollozos y las exclamaciones de desconsuelo.
Y la pobre mujer, no pudiendo resistir más, cubríase con el abanico los lacrimosos ojos, mientras doña Manuela le recomendaba la serenidad.
La mirada del viejo era fija, inquisitorial, escudriñadora, pero Juanito tuvo serenidad para mentir.
Y hablaba de la muerte con la serenidad de una vejez tranquila y honrada, bromeando, riéndose y dejando escapar agudos chillidos por entre sus encías desdentadas.
La pobre anciana tenía los ojos arrasados en lágrimas, y hacía grandes esfuerzos para aparentar calma y serenidad.
No hay en tu rostro la serenidad de siempre.
Discutimos largamente el punto, ella, viva, nerviosa, desatando todas las dificultades, yo, aparentando una serenidad que no tenía.
El cielo límpido de aquella noche casi invernal perdía poco a poco su inmensa serenidad.
Sentí anhelo infinito de que aquel amor que llenaba mi alma fuese el último de mi vida, deseo firmísimo de vivir sólo para Angelina, sólo para ella, deseo vehemente de ser bueno para merecer el amor de la modesta niña, para gozar, como de cosa propia, de la hermosura de aquel cielo tachonado de luceros, de las mil y mil bellezas que la noche tenía cubiertas con sus velos, y que dentro de breves horas, al clarear el alba, aparecerían en toda su magnificencia, que sólo a condición de ser bueno me sería dable gozar del supremo espectáculo de la naturaleza, de modo que se me revelaran todos sus encantos, y no fueran arcanos para mí la dulce melancolía de una tarde de otoño, ni la risueña alegría de una alborada de Mayo, ni la serenidad abrasadora de un día canicular, ni la terrífica majestad de la tormenta, cuando, desatada en las alturas, incendia con cárdenos fulgores las cumbres de la sierra.

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