Ejemplos con piedras

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Las piedras angulares sobre que se asentaba la Iglesia eran otros tantos fraudes.
Este orden de superioridad irrefragable consisteél mismo acaba de decirlo alardosamenteen padecer una enfermedad del estómago, aunque es lo cierto que disfruta un buche de avestruz y que digeriría piedras volcánicas.
El calzado de estos grandes dignatarios de la Iglesia y de las repúblicas era de telas tejidas con metales preciosos y recamados de las más ricas piedras: esmeraldas, rubíes, zafiros, diamantes del tamaño de nueces casi siempre.
Ya no morirá la calle Alta, aunque acaben de caer las pocas casas viejas que le restan en pie, porque consagrada queda en el arte hasta la menor de sus piedras.
Y viendo que el perro no aparecía, siguieron a la fugitiva arrojándole piedras, con una de las cuales la descalabraron al fin.
JÚPITER sentado en el trono de oro y piedras preciosas y llevando en la mano el cetro de ciprés, tiene a sus piés al águila, cuyo plumaje de acero refleja mil diversos colores: los rayos, sus terribles armas yacen en el suelo.
Lo dicen los rapaces por poder tirarme piedras.
¡Se me parte el corazón al separarme de estas piedras! ¡Pierdo a mis amos, piérdolos para siempre, yo que los vi nacer!.
He caminado medio siglo apartando las piedras, dejando la piel y hasta la carne en las zarzas de la cuesta.
No puede haber para ustedes otro suceso extraordinario que un motín contra el impuesto de Consumos, una huelga, un cierre de tiendas protestando de los impuestos, y hacer fuego entonces sobre una muchedumbre armada de piedras y palos.
Si hoy, al educar a un príncipe, dijeran sus maestros: Queremos hacer de él un Carlos III , se escandalizarían hasta las piedras de palacio.
¿Qué iba a conseguir cambiando el pensamiento de aquella pobre gente? ¿En qué podía pesar, para la emancipación de la humanidad, la conversión de aquellos hombres agarrados como moluscos a las piedras del pasado?.
Únicamente por la noche, en el silencio del claustro alto, aquellos matrimonios que se reproducían y morían entre las piedras de la catedral osaban repetirse las murmuraciones del templo, la interminable maraña de chismes que crecía sobre la monótona existencia eclesiástica, lo que los canónigos murmuraban contra Su Eminencia y lo que el cardenal decía del cabildo, guerra sorda que se reproducía a cada elevación arzobispal, intrigas y despechos de célibes amargados por la ambición y el favoritismo, odios atávicos que recordaban la época en que los clérigos elegían a sus prelados, mandando sobre ellos, en vez de gemir, como ahora, bajo la férrea presión de la voluntad arzobispal.
Los siete siglos adheridos a aquellas piedras parecían envolverle como otros tantos velos que le aislaban del resto del mundo.
El señor canónigo Obrero más de una vez le hubiese puesto de patitas en la calle si no fuese por consideración a la memoria de su padre y de su abuelo y al apellido que lleva, pues todos saben que los Luna son antiguos en la catedral como las piedras de sus muros.
Los dos mayores, abandonando a Pascualet, que se refugiaba lloriqueante detrás de un árbol, agarraban piedras y entablábase una batalla en medio del camino.
Junto a estas piedras se había aglomerado y confundido todo un pueblo, allí se había agitado en otros siglos, vociferante y rojo de rabia, el valencianismo levantisco, y los santos de la portada, mutilados y lisos como momias egipcias, al mirar al cielo con sus rotas cabezas, parecían estar oyendo aún la revolucionaria campana de la Unión o los arcabuzazos de la Germanías.
El pozo, después de una semana de descensos y penosos acarreos, quedó limpio de todas las piedras y la basura con que la pillería huertana lo había atiborrado durante diez años, y otra vez su agua limpia y fresca volvió a subir en musgoso pozal, con alegres chirridos de la garrucha, que parecía reirse de las gentes del contorno con una estridente carcajada de vieja maliciosa.
Entonces, apoyado en nudoso tallo, cortado a la subida, bajaba yo lentamente, cargado de flores: irídeas de subido escarlata, que a millares crecen entre las piedras de la vertiente, patas de león , simpáticas moradoras de las umbrías, buvardias que se me antojan talladas en coral, helechos que parecen tiras de raso, musgos raros, frutos desconocidos, guías enflorecidas de cierta campánula blanquecina que huele a miel virgen.
Cerca de la fuente, en las piedras, y en los troncos viejos, se daban algunos que parecían plumas, cintas de seda, tiras de raso.
Ascendían, trazando en los espacios gigantescas curvas, tronaban en lo alto, y de la explosión brotaban raudales de polvo de oro, centenares de luces que al descender semejaban una lluvia de piedras preciosas.
Aprendiz siempre hambriento, dependiente después en una época en que los mayores sueldos eran de cincuenta pesos anuales, a fuerza de economías miserables consiguió emanciparse, y con ayuda de sus antiguos amos, que veían en él un legítimo aragonés capaz de convertir las piedras en dinero, fundó , tiendecilla exigua que en diez años se agrandó hasta ser el establecimiento de ropas más popular de la plaza del Mercado.
Teresa, con vestido negro de seda, grueso y crujiente, sólido aderezo con más oro que piedras, mantilla de blonda y los dedos cargados, como siempre, de sortijería barata.
¿Quién podía saber todo lo que contenía? De allí salían largos pendientes en forma de uva, cuajados de diamantes antiguos, sortijones con brillantes como lentejas, piedras sin montar, de valor considerable, cincelados de gran mérito artístico, todo adquirido a fuerza de calma y de regateos en el naufragio de las grandes fortunas.
Intentaban negarse, pero el pensamiento de que quedaban piedras en el callejón desvaneció sus propósitos de resistencia.
Recordaban aquellas enormes fábricas de madera pintada, con su lanza semejante a un mástil de buque y sus ruedas cual piedras de molino, las carrozas sagradas de los ídolos indios o los carromatos simbólicos que güelfos y gibelinos llevaban a sus combates.
Presentía yo hermoso día, uno de esos inolvidables días que dan a las almas de los niños festivo buen humor, uno de esos días que convidan, a sacudir el yugo escolar para irse por los campos a tenderse bajo los álamos del río, cabe las ondas murmurantes, cerca de las piedras cubiertas de musgo, lejos del dómino cetrino e irrascible, lejos de las coplas del Iriarte, de las discusiones del Foro y de las catilinarias terríficas, día de los más bellos para.
En el ancho camino el rechinar lejano de una carreta vacía, y orilladas a un vallado de piedras, paso a paso, vuelto el arado doblegadas al yugo y seguidas de los gañanes, media docena de yuntas que volvían de los barbechos.
Francamente, Pinzón, no sé cómo no se levantan hasta las piedras.
¿Eso que tenemos delante es el ? ¿Pero dónde están esos lirios, hombre de Dios? Yo no veo más que piedras y yerba descolorida.

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