Ejemplos con pebeteros

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Otros como piñas, jarrones, pebeteros, antefijas o piezas ornamentadas que cierran las bocatejas del alero.
Destacan por su calidad y relevancia las piezas de ajuar de mesa de barniz negro importadas de ámbitos áticos o itálicos y los pebeteros votivos representando a la diosa Demeter / Tanit.
Arte estilo gótico florido, pues termina en tres torres piramidales, dos ubicadas al frente del templo en la cara principal que da al parque y una en la parte posterior bajo la cual está el altar mayor, cada una termina en punta con una cruz metálica, florido por las diferentes adornos en forma de ramos y los capiteles que se incrustan sobre las aristas de las torres y sobre su planos laterales, donde empieza la piramidazión tetraedral de las torres se ven unas pequeñas columnas en forma de ramas al estilo arabesco que terminan unas en pebeteros y otras en puntas.
Buena prueba de este carácter apuntado es que durante las primeras décadas del siglo XIX la iglesia de las Escuelas Pías fue el marco escenográfico preferido por las instituciones valencianas para celebrar -exequias con motivo de la muerte de personajes regios e ilustres, en donde catafalcos, pebeteros dorados, jeroglíficos con atributos mortuorios, doseles y terciopelos negros, cobraban una especial solemnidad sepulcral dentro del espacio circular del templo.
, tan cerca, que ya sonaban las argentinas campanillas de sus andas, ya fulguraban sus cien luces, ya se respiraba el aroma de los pebeteros.
Y aquel día hizo Abu-Sir que calentaran el hammam y el agua de las piscinas, y quemaran incienso y perfumes en los pebeteros, y dejaran correr el agua de las fuentes con un ruido tan admirable, que cualquier música parecería junto a aquel rumor un desconcierto.
Durante la comida se quemaban en pebeteros de oro los más exquisitos aromas.
bordados de oro, pebeteros que exhalaban los más preciados aromas del Oriente, muros adornados.
Seguían doce monaguillos con pebeteros de filigrana, que despedían nubes de aromado incienso, y el palio parroquial, de brocatel de seda, con varillas de plata sostenidas por seis regidores del Cabildo.
Allí también, en rededor de aquella beldad que parecía, sin embargo, traslucir en su fisonomía cierta expresión de amargura recóndita, ardían lámparas de cristal de roca, y un humo leve, fragrante y aromático, evaporábase de los pebeteros de oro cincelado que ardían igualmente en aquella estancia tan provocadora al placer, y separada del dormitorio de la joven por una verja de laureles de hierro dorados.
Muelles, cojines de, terciopelo, divanes de seda, y brocado, bajo profusas cortinas amarillas cogidas a pabellones, rodeaban el ámbito de aquel saturado retrete, en cuyos ángulos, sobre consolas de mármol blanco pulimentado, veíanse búcaros de flores y pebeteros magníficos en forma de braserillos, en los cuales ardían perfumes de Arabia, que se disipaban luego en grupos de humo plateado como la nieve en aquel ambiente nebuloso y embriagador como el deleite.
En su celda veíanse todos los refinamientos del lujo mundano, y el oro y la plata se ostentaban en cincelados pebeteros y artística vajilla.
La iglesia de las monjas mónicas, en Chuquisaca, resplandecía de luces, y nubes de incienso, quemado en pebeteros de plata, entoldaban la anchurosa nave.
Además, debía ser cosa que quemara, que ardiera, como, por ejemplo, braseros, y mejor pebeteros, cosa de fuego y de buen olor al mismo tiempo.
¡Y entre las hojas, los pebeteros de oro de las cidras exhalan perfumes que levantan el corazón, y emanaciones que devuelven el alma a los agonizantes!.
Y he aquí que la deseé la paz, y correspondió ella a mi deseo, lanzándome miradas de una languidez acerada, y me dijo: ¡Amistad, comodidad y generosidad al huésped! Y me cogió de la mano, ¡oh mis señores! y me hizo sentarme junto a ella, y entraron unas jóvenes de senos hermosos y nos sirvieron en bandejas los refrescos de bienvenida y frutas exquisitas, conservas selectas y un vino delicioso como no se bebe más que en los palacios de los reyes, y nos ofrecieron rosas y jazmines, mientras a nuestro alrededor exhalaban sus suaves perfumes los arbustos odoríferos y los áloes que ardían en los pebeteros.
Entonces trajeron las copas de bebidas y los pebeteros llenos de perfumes, y cuando nos perfumaron con vapores de incienso y benjuí, la dama me sirvió de beber con sus propias manos, y bebió conmigo en la misma copa, hasta que nos pusimos ebrios ambos.
Estando yo aún en aquella perplejidad, se alzó un cortinaje de seda que ocultaba una parte de la sala, y vi a diez jóvenes arrebatadoras, y de talle frágil y andares exquisitos, llevando antorchas unas y las otras pebeteros de oro, donde ardían nardo y áloe de la mejor calidad.
Y gusta, si el mar abre sus fuertes pebeteros.
Y ella derramaba luz y hálito de amores y era la mirra de los pebeteros celestiales, traía para mi ser, la revelación de un éxtasis eterno.
Abre, después, el salón, quema los pebeteros, arregla el piano y prepara el refresco de la noche.
Se quedó muy sorprendido delante de Leticia: parecía una sultana, y esta idea se la sugirió al gallardo visitante, no tan sólo el tipo de la visitada, que adquiría mayor acento oriental con la caprichosa y rica bata que vestía y el estilo de todos sus restantes ornamentos, sino también el lugar en que se hallaba: un salón con anchos divanes, grandes cojines, maderas olorosas, alfombras turcas, cueros marroquíes, espejos venecianos, bronces desnudos, tibores japoneses y ¡qué sé yo! Aquello era un harén preparado al gusto europeo: sólo faltaban los pebeteros y las pipas de largos tubos de seda, y así y todo, trascendía el aposento, a molicie africana.
Poco a poco, las lámparas palidecieron en las manos de las estatuas de mármol que las sostenían, y el perfume de los pebeteros pareció menos penetrante a Morrel.
Y se comió y bebió, y se cantó, y hubo la mayor diversión posible, y la alegría y el júbilo brillaron en todas las caras, y se quemaron en los pebeteros incienso y perfumes.
Y formaron en dos hileras a lo largo del camino, y los soldados cubrieron la carrera, formados a derecha e izquierda, y en todo el trayecto resplandecieron en el aire límpido las iluminaciones, los tambores hicieron sonar sus redobles más profundos, las trompetas cantaron en voz alta, las banderas ondearon por encima de las cabezas, los perfumes ardieron en los pebeteros por calles y plazas, y los jinetes justaron con lanzas y azagayas.
Así es que apenas empezó a anochecer, mandó que se encendiesen todas las luces de su tienda, y que trajesen grandes bandejas cargadas de cosas de comer y beber, y pebeteros cargados de incienso, ámbar y aromas.
manos, le alargaron con kohl las cejas y las pestañas, y quemaron junto a ella pebeteros de incienso macho y ámbar gris, perfumándole de este modo toda la piel.
Y el visir le regaló uno de sus mejores trajes entre sus trajes, y después le envió toallas, palanganas de cobre, pebeteros y todas las demás cosas necesarias para el baño.
Reclinada sobre tapices persas, pálida y triste, entre humaredas de pebeteros que la envuelven en nubes de exóticos inciensos y violentos sahumerios orientales, la zarina tiembla, pues va a regresar su esposo, su terrible esposo, de la guerra o de la caza.
Las esbeltas palmeras, empinándose como fantasmas en la noche umbría, la vegetación pujante renovándose siempre por la humedad, los naranjeros, que por doquier brindan su dorada fruta, las enmarañadas enredaderas, vistiendo los árboles más encumbrados hasta la cima y sus flores inmortales todo el año, fresco musgo tapizando los robustos troncos, el liquen pegajoso, que con el rocío matinal brilla, como esmaltado de piedras preciosas, las espadañas, que se columpian graciosas, agitando al viento sus blancos y sedosos penachos, las flores del aire, que viven de las auras purísimas, embalsamando la atmósfera, cual pebeteros de la riente natura, las aves pintadas de mil colores, cantando alegres a todas horas, los abigarrados reptiles serpenteando en todas direcciones, los millones de insectos que murmuran en incesante coro diurno y nocturno, el agua siempre abundante para consuelo del sediento viajero, y tantas, y tantas otras cosas que revelan la eternal grandeza de Dios, ¿dónde están aquí?, me preguntaba yo, soliloqueando por entre los carbonizados y carcomidos algarrobos.

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