Ejemplos con groseras

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Con forma de tríptico, cuando el retablo se hallaba cerrado podían admirarse los retratos del Velasquillo y de su esposa que los prelados no dudaron en mandar tapar con barniz para no confundirlos con falsos santos que invitaran a devoción y que, por otra parte, era necesario que desapareciesen por ser groseras y ridículas.
Groseras exageraciones en historias de los medios, acerca de la rabia ha sido lo que motivó la destrucción deliberada de grandes colonias.
Allí pululan, inquietas y groseras, unas criaturas mezquinas, de pasiones bajas, que hozan en la banalidad de una existencia sórdida, vacía, inauténtica.
Cierto es que la santidad del bien purifica y ensalza todas las groseras apariencias.
Mientras el marino volvía a atacar su desayuno, con la familiaridad de un amante que ha llegado a la posesión y no necesita ocultar y poetizar sus necesidades groseras, ella se sentó en una vieja , encendiendo un cigarrillo.
Encontró en los Palace mujeres de ademanes soldadescos y manos groseras, fumando a todas horas, con los pies en el respaldo de una silla, mostrando la superficie posterior de sus muslos en alto y el triángulo blanco de sus enaguas tendidas sobre el asiento.
¡Oh, bellísima JUNO, tan celosa como vengativa! Á pesar de tu buena memoria, que siempre se acuerda de la manzana de oro que injustamente fué negada a tu renombrada y nunca bien ponderada hermosura, miro con disgusto que te olvides de lo groseras que nos ha hecho tu favorito HOMERO.
Qué tal, ¿te ha tosido?Ya lo creo, ¡parecía que reventaba! Y en el Camarote corrían las bromas y se celebraban las burlas más groseras contra nuestro gran patricio.
¡A Juan que, suponiéndola apenada, no bien acabó con cuanta prisa pudo su empeño en el pueblo de los indios volvió a la ciudad, y de allí, aprovechando la noche por sorprender a Lucía con la luz de la mañana, emprendió sin descansar el camino de la finca a caballo y de prisa! ¡A Juan, que con amores muy altos en el alma, consentía, por aquella piedad suya que era la mayor parte de su amor, en atar sus águilas al cabello de aquella criatura, no tanto por lo que la amaba él, sin que por eso dejase de amarla, sino por lo que lo amaba ella! ¡A Juan que, puestos en las nubes del cielo y en los sacrificios de la tierra sus mejores cariños, no dejaba, sin embargo, por aquella excelente condición suya, de hacer, pensar u omitir cosa con que él pudiera creer que sería agradable a su prima Lucía, aunque no tuviese él placer en ella! ¡A Juan que, joven como era, sentía, por cierto anuncio del dolor que más parece recuerdo de él, como si fuera ya persona muy trabajada y vivida, quienes a las mujeres, sobre todo en la juventud, parecían encantadores enfermos! ¡A Juan, que se sentía crecer bajo del pecho, a pesar de lo mozo de sus años, unas como barbas blancas muy crecidas, y aquellos cariños pacíficos y paternales que son los únicos que a las barbas blancas convienen! ¡A Juan, que tenía de su virtud idea tan exaltada como la mujer más pudorosa, y entendía que eran tan graves como las culpas groseras los adulterios del pensamiento!.
Quedarían en los museos entre las divinidades del pasado, sin lograr siquiera, en su fealdad, la admiración que inspira la armoniosa desnudez: se confundirían con los fetiches grotescos de los pueblos primitivos, y la humanidad, incapaz ya de envolver en formas groseras sus aspiraciones y anhelos, adoraría en el infinito de su idealismo las dos únicas divinidades de la nueva religión: la Ciencia y la Justicia Social.
¿Pero tú crees en todas esas cosas del infierno y la gloria, tan vulgares, tan groseras como las pinta ese libro?.
Las había de todas las épocas: unas groseras y herrumbrosas, con las huellas del martillo, ostentando escudos cerca del agarradero, otras más modernas, pulidas y brillantes como si fuesen de plata, pero todas enormes y pesadas, de robustos dientes, cual convenía a la grandeza del edificio.
Gabriel reconocía sus esculturas groseras como contemporáneas de la puerta del Reloj y de las primeras obras de la catedral.
Las pinas de los botareles parecían avergonzadas asomando sobre la cubierta vulgar, los arbotantes se hundían y desaparecían entre las áridas construcciones de las dependencias adosadas a la catedral, las torrecillas de las escaleras se ocultaban tras aquel lomo de tejas groseras.
Las bases de las pilastras eran groseras, sin adorno alguno.
Las bromas groseras del valentón hacían rugir de risa a la concurrencia.
Llególe entonces el turno al último paquete, que era el más voluminoso: abriólo con mucho tiento, por haberse pegado una esquinita del sobre, y al punto salieron de él otros dos en blanco, y un tercero en que venía escrito un nombre que hizo a Jacobo pegar un salto, murmurando una de esas palabrotas groseras, familiares en momentos de cólera o sorpresa aun a personas que presumen de cultas.
A la luz de un candelabro de color que ardía en uno de los extremos de la chimenea, devoraba Jacobo los periódicos españoles que relataban el nuevo cambio político acaecido en España y los franceses que lo comentaban haciendo pronósticos y formulando juicios, Frecuentes exclamaciones y aun palabras groseras que se escapaban de sus labios revelaban en él esa sorda cólera que despiertan en el ánimo violento las grandes contrariedades.
Al principio, las figuras groseras y mal pergeñadas representaron escenas de la vida privada, murmuraraciones de vecinos, pero después la sátira se remontó, metiéndose de rondón en la política, y las se convirtieron en burlas al gobierno y caricaturas de la autoridad.
Rafaelito habíase disfrazado de , y con otros de su calaña ocupaba un carro de mudanzas, sobre cuya cubierta hacían diabluras y saludaban con palabras groseras a todas las muchachas que estaban a tiro de sus voces aflautadas.
La prosa española, a cuya formación contribuyeron afluentes tan ricos, fué poco a poco mostrándose con un carácter peculiar y propio, pero, detenida en mitad de su progreso por causas extrañas, tuvo que dedicarse a asuntos esencialmente casuísticos o ascéticos, o a la representación exacta de lo material y de costumbres rebajadas y groseras.
Lo que hacía el excelente muchacho era reír con la mayor buena fe todas las gracias que allí se decían, hasta las más zafias y groseras, aunque sin participar mucho de la estrepitosa alegría de aquella gente.
Media hora estuvo la tarasca como dormida, pronunciando en sueños retazos de palabras y fragmentos de cláusulas groseras, como retumban en lontananza los dejos de la tempestad que ha pasado.
Óyense en tales sitios vulgaridades groseras, y también conceptos ingeniosos, discretos y oportunos.
En las tertulias de los cafés hay siempre dos categorías de individuos, una es la de los que ponen la broza en la conversación, llevando noticias absurdas o diciendo bromas groseras sobre personas y cosas, otra es la de los que dan la última palabra sobre lo que se debate, soltando un juicio doctoral y reduciendo a su verdadero valor las bromas y los dicharachos.
Cuando no son muy groseras, estas fórmulas de hablar hacen gracia, como caricaturas que son del lenguaje.
Daba a la el tono arrastrado que la gente baja da a la consonante, y se le habían pegado modismos pintorescos y expresiones groseras que a la mamá no le hacían maldita gracia.
Por un ochavo le daba la rosquillera, en ferias y romerías, caramelos de alfeñique o rosquillas bastantes, por un ochavo le vendían bramante suficiente para el trompo, y le surtía el cohetero de pólvora en cantidad con que hacer regueritos, por un ochavo se procuraba tiras de mistos de cartón, groseras aleluyas impresas en papel amarillo, gallos de barro con un pito en parte no muy decorosa.
Trinidad Muley! ¿Qué dirian los riojanos, si el héroe de la Ciudad huyese de uno de ellos? ¡Dirian que los andaluces no tenemos sangre en las venas!—Y todo ¿por qué? ¡Porque los curas han sorbido los sesos a una especie de salvaje cargado de millones, a fin de sacarle el dinero!—¡Digo a ustedes que me abochorno de tan groseras supercherías!.
Sentáronse a la redonda de las pieles seis dellos, que eran los que en la majada había, habiendo primero con groseras ceremonias rogado a don Quijote que se sentase sobre un dornajo que vuelto del revés le pusieron.

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