Ejemplos con esplendores

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

En sus sucesivas apariciones en otras novelas: Las ilusiones perdidas, Esplendores y miserias de las cortesanas, La casa Nucingen, Los secretos de la princesa Cadignan, etc, le vemos rico e influyente, ministro por dos veces, conde y par de Francia.
Los esplendores y las miserias de la capital parecen fascinarle, y vive sus primeros meses parisienses en la modestísima pensión de la viuda Vauquer, luchando entre su afán de penetrar en la alta sociedad y su propósito de abrirse camino con una vida paciente de trabajo y sacrificio.
En su rescate de la historia, en su profunda creencia de que los Juegos son patrimonio común que ha de permanecer dentro de su autenticidad como muestra de un pasado glorioso, la apuesta del pueblo de Purchena, ha convertido en realidad la conmemoración de los Juegos, fiesta anual que recobra los esplendores de los mejores días del Valle del Almanzora, cuando aquí se forjó el eslabón perdido y encontrado de la cadena del Olimpismo.
Era la Muerte, la gran señora, la emperatriz del mundo, que se mostraba a él con su blanca y mate majestad, en pleno día, desafiando los esplendores del sol, el azul del cielo, el verde luminoso del mar.
Con los escasos productos de ella, pues no era entonces lo que ahora es, y con un cortísimo caudal que habían salvado, vivió aquel matrimonio algunos años en la soledad bastante más feliz que lo había sido entre los negocios y los esplendores de la corte.
Fué en adelante la señora generala y quiso rivalizar con Martínez en esplendores de lujo.
Arriba del crucero de la iglesia, colgaba el barco de vela y se balanceaba suavemente, como si fuera navegando hacia los esplendores de oro que brillaban en el altar mayor.
Y siguió vistiendo imaginariamente al primogénito de Desnoyers con todos los esplendores de un monarca oriental.
Había empezado a odiar los esplendores ostentosos de su casa de la avenida Víctor Hugo.
De pronto la realidad asaltó su cerebro, paralizado dulcemente por los primeros esplendores del día.
Ferragut sentía placer con estos relatos de esplendores imperiales, palacios de oro, épicos encuentros y furiosos saqueos, mientras su buque navegaba cortando la noche y saltando sobre el mar obscuro, acompañado por el pistoneo de las máquinas y el batir ruidoso de la hélice, que a veces permanecía fuera del agua durante los furiosos balanceos de proa a popa.
Los esplendores de mariposa con que los viste la Naturaleza no podían apreciarlos.
Para compensar la humildad de su papel con nuevos esplendores, habían acabado por meter sus tijeras pecadoras en tapices enteros, cortándose varias dalmáticas de modo que les cayese sobre el pecho una cabeza de héroe o de diosa.
Y el poeta veía su ahijado revestido de los esplendores de una bélica elegancia: levita azul con botón de oro todos los días, y en las fiestas casaca de galones y vueltas rojas, sombrero de picos, sable.
En esta pendiente asomaban las villas sus fachadas blancas o rosadas entre los esplendores de una vegetación siempre verde y lustrosa.
Algunas veces permanecían los dos hasta una hora avanzada en el rústico atrio, contemplando el mar luminoso bajo los esplendores de la luna o con un tenue regleteo de luz sideral en las noches lóbregas.
Los pasajeros del castillo central admiraban los esplendores de la bahía.
Son como salsas picantes que renuevan el gusto de un plato conocido ¡Ah, pobre Teri engañada, que tal vez no se enteraría nunca de estas infidelidades! Él iba a expiar sus delitos adorándola con mayor vehemencia, iba a vivir en su imaginación una luna de miel ideal, rodeándola de todos los esplendores de un culto, como el pecador que se prosterna agradecido ante la imagen que perdona y le mira con ojos de misericordia.
Vio algo que había sido, y al no ser, guardaba en su ruina los muertos esplendores del pasado.
Enardecíase doña Zobeida al relatar los esplendores pasados, y Conchita aprobaba moviendo la cabeza, como si diese fe.
Los esplendores de la civilización moderna les conmovían más sinceramente que las bellezas del cielo descritas en los sermones.
Las escalas enrevesadas del cornetín, sus cabriolas diabólicas, parecían una carcajada metálica de la muerte, que con el niño en sus brazos se alejaba a través de los esplendores de la vega.
Además, la vista de su familia parecía traerle algo de los esplendores de la fiesta, el perfume de las mujeres, los ecos de la orquesta, el voluptuoso desmayo de las amarteladas parejas, el ambiente del salón, caldeado por mil luces, y el apasionamiento de los diálogos.
¿Qué interés podía guiarme? Te amé y te di mi corazón, me amaste, y al oír de tus labios que me amabas se disiparon las tinieblas de mi vida, se iluminó mi alma con los esplendores de la tuya, y anhelé ser bueno porque tú eras buena, quiso tener resignación como tú, y la tuve, y el que poco antes deseaba morir, amó la vida, y soñó con dichas y felicidades, no esas que tú supones, sino otras verdaderas, humildes un hogar modesto y tranquilo, ni envidiado ni envidioso, del cual tú fueras alegría.
Medio valle gozaba aún de los últimos esplendores del día, y allá detrás de la iglesia de San Juan, a espaldas de un molino, medio escondido entre los platanares y los izotes , en la curva más ancha y despejada del Pedregoso, los últimos rayos del sol trazaban una estela de plata, que partía de un foco esplendoroso, cuyas poderosas irradiaciones lastimaron mis pupilas.
¡Qué pobre y qué triste! De una ojeada, a la luz de la vela que traía la joven que nos abrió la puerta, aprecié lo que encerraba: algunos muebles vetustos, sillas seculares de alto respaldar y garras de león, resto de antiguos esplendores domésticos, dos rinconeras con sus nichos de hoja de lata, un sofá tapizado de cerda.
Era una hermosísima y apacible tarde, en que la Primavera, vestida de andaluza, llenaba el cielo de esplendores y sonrisas, de cálidos besos el sosegado ambiente y de fragantes rosas los huertos y balcones de la Ciudad, el lustroso peinado de las doncellas y las manos de sus felices o desgraciados amadores.
Movíanse en el aire los abanicos, reflejando en mil rápidos matices la luz del sol, y los millones de lentejuelas irradiaban sus esplendores sobre el negro terciopelo.
¿Estaría allí Inés? ¿Estaría allí, ya olvidada de que existiera antes en el mundo un chico llamado Gabriel, arcabuceado por los franceses? Y si estaba y de improviso me veía, ¿no era posible que se me presentara deslumbrada por los esplendores de su nueva posición, y que a la palidez de la primera sorpresa sucediera en su rostro el rubor de haberme amado? ¿Se acercaba el momento de que yo cayese de la inconmensurable altura de mi fatuidad amorosa, encontrando una sonrisa de desdén y la mano de un criado que me pusiera en la calle? ¿Por ventura el trance que me esperaba era hermano gemelo de aquella otra gran caída ocurrida en el Escorial, cuando por el favor de Amaranta soñaba con los primeros puestos de la Nación? ¿Bajaría mi alma desde príncipe a lacayo, como poco antes bajó mi ambición?.
El carácter era el mismo, pero, ¡ay!, cuán distinto aparecía con la ruda corteza de un hombre del pueblo, enemigo a muerte de la gente noble, aspirando a destruir los esplendores viciosos de la antigua sociedad.

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