Ejemplos con ardorosas

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

De la obra de Rizal, el grupo independentista Katipunan extrajo las consignas más ardorosas para combatir la dominación española.
Centurión que la discusión suscitada como consecuencia de la acusación contra el canciller Decoud, constituye una de las páginas más bellas y ardorosas de la antigua vida parlamentaria en el Paraguay.
Fernando buscó un taburete para sentarse a los pies de la niña, y como si cediera a un impulso contenido y frenético, con una embriaguez de palabras ardorosas, la habló de amarla mucho y amarla siempre.
Cuando terminaban las fiestas y Sóller recobraba su plácida calma, el pequeño Jaime pasaba los días correteando por los naranjales con Antonia, la vieja Antonia de ahora, que era entonces una mujerona fresca, de blancos dientes, curvo pecho y pisada fuerte, viuda a los pocos meses de matrimonio y perseguida por las miradas ardorosas de toda la payesía.
Por la puerta entreabierta llegaba hasta Jaime una densa bocanada de respiraciones ardorosas, de sudor y ropas burdas.
Los heridos soñolientos sacaban sus cabezas sobre los embozos, pugnando por moverse, las bocas negruzcas se animaban con una sonrisa pálida, las miradas ardorosas seguían con avidez el cuerpo de la danzarina, que iba trazando en los muros una procesión de siluetas.
Luego, al saltar a otro país de cocoteros y bosques enmarañados, con ríos como mares, llanuras de infernal ardor, volcanes de cima humeante y lagos suspendidos entre cordilleras vecinas a las nubes, volvía a encontrar vestido de blanco, con el sombrero de paja en la mano, el mismo hidalgo cortés y ceremonioso, la dama de breve pie y ojos andaluces, discreta, juguetona y devota como una tapada de Lope, el antiguo convento colonial con sus torres encaperuzadas de azulejos que desgranan el campaneo de las horas en las tardes ardorosas o las noches lunares sobre calles de rejas ventrudas impregnadas de perfume de naranjo y de jazmín.
Él sentía cierta indecisión, miedo al buenas noches glacial y despectivo con que ella había cortado otras veces sus palabras ardorosas.
De los demás curas recibí enhorabuenas, no todas ardorosas, algunas bastante frías como de quien no ve con buenos ojos al que descuella demasiado pronto, y gana con un solo acto la voluntad colectiva.
Al fin, desengañados, viendo por tierra sus justicieras y trágicas ilusiones, siguieron con Ansúrez y conmigo hacia el centro de la ciudad, por si faltaba algún acontecimiento que diera efusión a sus almas inquietas, ardorosas.
Y ante la mirada acariciadora de su tía, que admiraba sus ardorosas palabras, continuó el fuerte discípulo de Deusto:.
No hay que decir que volvieron a verse al siguiente día, y a ratificar su juramento con expresiones ardorosas, y con todos los gestos y mímica que tan dulce intimidad requería, sin que la presencia de viniese a turbarles.
En el zumbar de sus oídos, en el latir de sus sienes ardorosas por la fiebre, creyó percibir el susurro amenazante de aquel avispero.
Creyóle dormido el padre Bonnet y separóle las manos del rostro: vio entonces su frente arrebatada, sus ojos brillantes extraviados, y palpó sus manos ardorosas.
Un sol africano lanzaba torrentes de oro sobre la tierra, resquebrajándola con sus ardorosas caricias.
A la misma puerta del templo parábase de cuando en cuando una berlina blasonada, y lentamente se apeaba de ella una dama, cuanto más poderosa menos engalanada, mostrando en los ojos la soñolencia que deja el trasnochar, y en el rostro marchito las huellas ardorosas de la atmósfera de las fiestas.
Valentín estuvo a punto de alzar bandera de rebelión, armar en la calle la de Dios es Cristo y contestar a su mujer lo que merecía, pero el olor de mil flores regalaba el olfato, la gente pasaba con alegre aspecto, el día estaba hermosísimo, la paz reinaba en el cielo, un fresco vientecillo primaveral oreaba y calmaba las sienes más ardorosas, la familia de Solís iba al incruento sacrificio de la misa, Clara marchaba delante tan linda y tan serena: ¿cómo turbar todo aquello con una disputa horrible? D.
Ideas ardorosas cruzaron por su mente, su corazón palpitaba con violencia, su pequeña nariz perdió el color, resbaláronsele por la nariz abajo los espejuelos de oro, apretó el sable en el puño, apretó los dientes, y alzándose sobre las puntas de los piececillos, hizo movimientos convulsivos, semejantes a los de un pollo que va a cantar, tendiéronsele las cuerdas del pescuezo, púsose como un pimiento, y gritó:.
Gritaban los jefes hasta perder la voz, y todos se ponían a la cabeza de las columnas, conteniendo a los que flaqueaban y excitando con ardorosas palabras a los más valientes.
Lino Paniagua, diligente vehículo que llevaba al través de las prosaicas calles de la capital las palpitaciones ardorosas, las delicadas ternuras, los suspiros, las languideces, las esperanzas, los sueños y desesperaciones del amor.
Y vio asimismo que a la cabeza de los soldados, y aun de los oficiales y jefes, se distinguía por su enérgica y denodada actitud y por las ardorosas frases con que los arengaba a todos, un hombre como de cuarenta años, de porte fino y elegante, y delicada y bella, aunque dura, fisonomía, delgado y fuerte como un manojo de nervios, más bien alto que bajo, y vestido medio de paisano, medio de militar.
Pelegrín, aturdido por el dolor del bofetón bárbaro, que le había cruzado las orejas ensabañonadas, ardorosas, rompía por último a llorar y gritar con estrépito.
, es decir, le quería a juzgar por sus miradas ardorosas, por su hablar anheloso, por las atenciones de que le hacía objeto, mientras él estaba en la taberna no había que pensar en que ella tuviese una mirada para otro hombre, pero.
Durante una hora no la dejaron sosegar, y la instaron al baile en todos los estilos concebibles, desde el meloso y el laberíntico más osados hasta el encogido y tartamudo más ruborosos, devoráronla con su mirar fogoso aquellos rostros mofletudos de encrespados bigotes y engomado pelambre, y la aburrieron excusas impertinentes y finezas cursis, églogas cerriles y metáforas empalagosas, ya aludiendo a la blanca ovejuela del valle, ya llamándola pintoresca amapola de Coteruco, tapáronse con remiendos del tiempo faltas de más adecuado asunto y hasta de sentido común, y ya no sabía, mientras bailaba o respondía a un saludo, cómo librar sus manos nacaradas y finas, a la sazón cubiertas con transparentes guantes de los restregones de tantas otras ardorosas y velludas.
El joven se inclinó sobre la condesa, cuyo hermoso semblante resplandecía con una belleza nueva, inmortal, divina, y de aquellos ojos, donde el fuego de la vida se quebraba en lánguidas y melancólicas luces, de aquella boca anhelante y entreabierta que la fiebre coloreaba, de aquellas manos suaves y ardorosas, de aquel blanco cuello que se extendía hacia él con infinita angustia, recibió tan elocuente expresión de arrepentimiento y ternura, tan íntima caricia y frenético ruego, tan infinita y solemne promesa, que, sin vacilar un instante, apartóse del lecho, llamó al duque de Monteclaro, al arzobispo y a otros tres nobles de los muchos que había en la cámara, y les dijo:.
Hicieron ellas ardorosas demostraciones de acatamiento al buen sacerdote, y llorando y poniéndose de hinojos le suplicaron que viese a la niña y la curara.
Al fin, desengañados, viendo por tierra sus justicieras y trágicas ilusiones, siguieron con Ansúrez y conmigo hacia el centro de la ciudad, por si faltaba algún acontecimiento que diera efusión a sus almas inquietas, ardorosas.
Las bromas picantes y las felicitaciones ardorosas de los Teresianos a su regio compañero quedaron en la mente del hijo de Isabel II como sensación dulcísima que jamás había de borrarse.
A borbotones salieron de la boca del cojito estas ardorosas palabras: «Me ha dicho el tío Leoncio que tú has estado con Prim, que tú has hablado con Prim, como yo hablo ahora contigo, que quisiste ir con él a Méjico y no te dejaron.
Ardorosas ilusiones transformaban su cara, chispeando en sus ojos castaños, llenos de luz, y dilatando sus labios todavía sinuosos y turgentes.

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