Ejemplos con arduas

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Después de arduas y largas negociaciones, el Partido Popular llegó a un acuerdo de gobierno con el Partido de la Libertad.
En esta asamblea se aprobaron, después de arduas discusiones, unas que se alejaban del anterior anteproyecto y se aproximaban a los estatutos catalán o gallego.
Luego de haber asumido el Mariscal Santa Cruz la Presidencia de Bolivia puso al servicio de la Nación todo su talento de gobernante, pues al llamado de la opinión pública del país, se consagró por entero a las arduas labores de solucionar los problemas de su administración.
Zarparon de este puerto, con rumbo al Sur, cruzaron por primera vez la línea del Ecuador y prosiguieron su rumbo, que al igual que la vez anterior, los vientos parecían ir en contra de la urca, y cuando no, éstos dejaban de soplar, por lo que se encontraban con calmas arduas de soportar en tan pequeño cascarón.
El comandante del acorazado, capitán de fragata Víctor Carminati tras arduas negociaciones logró recuperar el control de la situación al día siguiente el Giulio Cesare fue reconducido con el apoyo del Giuseppe Miraglia.
Las palabras de Imbert al tomar posición fueron Todo el pueblo dominicano sabe que yo no me encuentro dirigiendo el Gobierno de Reconstrucción Nacional por satisfacer las arduas ambiciones de poder, circunstancias ajenas a mi personal situación y a mi personales deseos pero revestidas de enormes trascendencias para el país, me colocaron en la obligación moral de aceptar el cargo que ahora ostento y desempeño, apenas estamos reorganizando las fuerzas armadas para comenzar una campaña ofensiva en contra los comunistas.
El Censor manifiesta otras miras más arduas y más arriesgadas.
Logra, después de arduas gestiones, autorización para viajar a Buenos Aires.
Y continúa diciendo que no se considera apto para el desempeño de tan arduas funciones, y es un deber en mi el manifestarlo con mi genial franqueza, ya para no burlar la expectación del público, ya para no implicarme voluntariamente en los males gravísimos que causa el Estado su permanencia sin una carta Constitucional, ya para imponer silencio a los enemigos que gratuitamente han querido imputarme deseos ambiciosos.
Tras arduas negociaciones se acabó respaldando la posición de Wallot, pero para entonces ya se habían levantado las paredes de la sala de plenos y estas eran ahora demasiado débiles para sostener la cúpula.
Todavía habrían de pasar años de arduas negociaciones hasta que el hijo de este aceptara la expropiación a cambio de una cuantiosa indemnización.
En el terreno que ocupa actualmente la Escuela Patricias Argentinas se construyó la primera cancha, tras arduas jornadas se procedió a la limpieza del mismo, luego a su nivelación, pues existían verdaderas lomas de cascotes, al parecer de antiguas construcciones, los chicos incentivados por el chocolate y los grandes con el churrazco y el vino, culminaron sus ímprobas tareas, solucionando en los extremos norte y sur se levantaron los arcos.
A la luz clarísima de este Documento el Instituto Opus Dei y sus Constituciones fueron atentamente examinados por la Sagrada Congregación, especialmente todo aquello que se refería a su constitución interna, al régimen, a los apostolados, a la vida común tomada en sentido amplio, cosas que se consideraban arduas y presentaban aspecto de gran novedad y apareció claramente que el Opus Dei encarnaba el tipo perfecto de Instituto secular.
Tras arduas sesiones de grabación, tanto por la dificultad de algunas canciones como por la ausencia de George, el último álbum de estudio de Harrison era completado.
A veces, no obstante, sin buscar tema, sin el propósito preconcebido de enredar alguna discusión sobre las más arduas materias, la discusión venía a enredarse, y entonces don Acisclo, el cura, Pepe Güeto y hasta doña Manolita, callaban y oían, y hablaban sólo el P.
Era uno de esos chiquillos precoces a quienes la indulgente Universidad lanza antes de tiempo a las arduas luchas del mundo, haciéndoles creer que son hombres porque son doctores.
Entonces, como ahora y como siempre, los profanos en el arte de la guerra arreglaban fácilmente las cuestiones más arduas, charlando en cafés y en tertulias, y para ellos era muy fácil, como lo es hoy, organizar ejércitos, ganar batallas, sitiar plazas y coger prisionero a medio mundo.
Leopoldo del Campo tiene verdadera pasión por la carrera que ha elegido, pasión que lo lleva a comprender las defensas más arduas, sin el menor interés, pues sus predilectas con aquellas de infelices procesados, que para pagar su trabajo no cuentan más que con su verdadero agradecimiento.
Esa fuerza de voluntad, que da valor en el combate y fortaleza en el sufrimiento, que triunfa de todas las resistencias, que no retrocede por ningún obstáculo, que no se desalienta con el mal éxito ni se quebranta con los choques más rudos, esa voluntad, que, según la oportunidad del momento, es fuego abrasador o frialdad aterradora, que, según conviene, pinta en el rostro formidable tempestad o una serenidad todavía más formidable, esa gran fuerza de voluntad, que es hoy lo que era ayer, que será mañana lo que es hoy, esa gran fuerza de voluntad, sin la que no es posible llevar a cabo arduas empresas que exijan dilatado tiempo, que es uno de los caracteres distintivos de los hombres que más se han señalado en los fastos de la humanidad, de los hombres que viven en los monumentos que han levantado o en las instituciones que han establecido, en las revoluciones que han hecho o en los diques con que las han contenido, esa gran fuerza de voluntad que poseían los grandes conquistadores, los jefes de sectas, los descubridores de nuevos mundos, los inventores que consumieron su vida en busca de su invento, los políticos que con mano de hierro amoldaron la sociedad a una nueva forma, imprimiéndole un sello que después de largos siglos no se ha cerrado aún, esa fuerza de voluntad que hace de un humilde fraile un gran papa en Sixto V, un gran regente en Cisneros, esa fuerza de voluntad que, cual muro de bronce, detiene el protestantismo en la cumbre del Pirineo, que arroja sobre la Inglaterra una armada gigantesca y escucha impasible la nueva de su pérdida, que somete el Portugal, vence en San Quintín, levanta El Escorial y que en el sombrío ángulo del monasterio contempla con ojos serenos la muerte cercana mientras.
Ésta nos hace incapaces de llevar a cabo las empresas arduas y esteriliza nuestras facultades, dejándolas ociosas o aplicándolas sin cesar a objetos diferentes y no permitiendo que llegue a sazón el fruto de las tareas, ella nos pone a la merced de todas nuestras pasiones, de todos los sucesos, de todas las personas que nos rodean, ella nos hace también tercos en el prurito de mudanza y nos hace desoír los consejos de la justicia, de la prudencia y hasta de nuestros más caros intereses.
La firmeza de voluntad es el secreto de llevar a cabo las empresas arduas, con esta firmeza comenzamos por dominarnos a nosotros mismos, primera condición para dominar los negocios.
Si bien es cierto que la prudencia aconseja ser más bien desconfiado que presuntuoso, y que por lo mismo no conviene entregarse con facilidad a empresas arduas, también importa no olvidar que la resistencia a las sugestiones del orgullo o de la vanidad puede muy bien explotarla la pereza.
¡Cuán pocos son los profesores dotados de esta preciosa habilidad! Y ¿cómo es posible que los haya en el lastimoso abandono en que yace este ramo? ¿Quién cuida de aficionar a la enseñanza a los hombres de capacidad elevada? ¿Quién procura fijarlos en esta ocupación, si se deciden alguna vez a emprenderla? Las cátedras son miradas a lo más como un hincapié para subir más arriba, con las arduas tareas que ellas imponen se unen mil y mil de un orden diferente, y se desempeña corriendo y a manera de distracción lo que debería absorber al hombre entero.
arduas cuestiones teológicas, y la fama de sus virtudes a todas.
¿para que se haya hecho esa verdadera conquista? ¿Sabe usted que ha sido preciso que la reputación haya venido formada y dando la vuelta a medio mundo para que en Madrid se la haya concedido el pase? Y así y todo, si vamos a desentrañar lo más encomiástico que de las obras de esos forasteros se dice entre ustedes en el rinconcillo que les dejan desocupado en sus papelones las revistas de teatros, las de toros, las del gran mundo, la crónica escandalosa, la de los crímenes del día y las arduas cuestiones políticas, si se exprimen un poco y se depuran después en el crisol del buen sentido, ¿a qué queda reducido todo ello? a la migaja mísera arrojada de limosna al pobre postulante desde el festín aparatoso del enfatuado gacetillero.
Mientras abajo se trataban a gritos y con idas y venidas tan arduas materias, Edelmira, Obdulia, Visita, Paco y Joaquín corrían como locos por el corredor del primer piso.
Advierto que como el género escaseaba y los muchachos no pensaban en cosas más arduas, los compradores llovían en derredor del afortunado.
Un pueblo ocupado en las rudas faenas del campo, o de la industria, o del comercio, atento sólo a procurarse el sustento que necesita, y dejando, por arduas y complicadas, ciertas cuestiones al criterio de los doctores, no es un pueblo digno de la época que alcanzamos.
Pero ¿qué diremos de sus palacios y de lo que en sus palacios se encerraba, cuya magnificencia excede a toda ponderación? Allí muebles riquísimos, tronos de oro y de plata y vajillas de porcelana, que era entonces menos común que ahora, allí enanos, gigantes, bufones y otros monstruos para solaz y entretenimiento de Su Majestad, allí cocineros y reposteros profundos y eminentes, que cuidaban de su alimento corporal, y allí no menos profundos y eminentes filósofos, poetas y jurisconsultos, que cuidaban de dar pasto a su espíritu, que concurrían a su consejo privado, que decidían las cuestiones más arduas de derecho, que aguzaban y ejercitaban el ingenio con charadas y logogrifos, y que cantaban las glorias de la dinastía en colosales epopeyas.
El duque, aunque frisaba en los cincuenta y seis, era derecho, elegante, distinguidísimo hasta en su lucia y limpia calva, usaba no sé qué cintajo en el ojal, y podría usar, amén de las hidalgas veneras de Alcántara y Santiago, que ya de casta le venían, como dos docenas de insignias de órdenes nacionales y extranjeras, de las más ilustres, concedidas por diferentes gobiernos en justa recompensa del tino y acierto con que durante su ya larga carrera diplomática había desempeñado arduas y peliagudas misiones, y enredado los cabos de más de veinte madejas políticas, que el demonio que las devanase.

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