Ejemplos con ardorosos

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Dentro del proyecto de conjugar el islam con la modernidad, de numerosos autores y activistas musulmanes lanzan ardorosos llamados para que retorne la aplicación del ijtih d.
Él la encontró ahí, y pasaron juntos dos meses ardorosos.
Entre ellos, se encontraban los desnudos, los besos demasiado ardorosos, el aborto, la prostitución o las perversiones sexuales, entre las que se incluyó como tal a la homosexualidad.
Bajé de la Tribuna con mis amigos periodistas, y en los pasillos y Salón de Conferencias oímos ardorosos comentarios de la votación.
Leed, amigos y parroquianos, lo que a continuación os refiere un observador sincero de los hilos con que se atan y desatan las revoluciones en los tiempos ardorosos y pasionales de nuestra Historia.
Una noche vi a mis buenos ojalateros tan movidos al optimismo, que hube de prestar más atención a sus ardorosos comentarios.
Y su boca se abrió paso entre las barbas patriarcales, con besos ardorosos.
La música seguía rugiendo la , y en la multitud, alguno de los ardorosos, trastornado por la ilusión y por el himno, creyendo que la cosa ya estaba en casa, gritaba a todo pulmón: ¡Viva la República! , lo que azoraba a los pobres municipales y les hacía mirar en derredor, buscando un hueco en el gentío por donde escapar.
Mucho me dieron que reír los articulitos de Porras, quien, bajo el seudónimo de Canta Claro , hizo gala de sus saberes y dió cada felpa a los ardorosos discípulos de Allán-Kardec, que Dios tocaba a juicio.
Y sin acertar a reprimirse, estrechó a la joven entre sus brazos brutalmente, aplicó los labios ardorosos a su mejilla y con voz trémula le dijo:.
Gratos eran sus besos, ya frescos como agua de peña viva, ya ardorosos como latidos de fiebre, pero ¡cuán más deleitosas eran las cosas que decía! ¡Qué mezcla tan extraña de impuro desenfreno y exquisita ternura!.
Isabel Cordero, que se anticipaba a su época, presintió la traída de aguas del Lozoya, en aquellos veranos ardorosos en que el Ayuntamiento refrescaba y alimentaba las fuentes del Berro y de la Teja con cubas de agua sacada de los pozos, en aquellos tiempos en que los portales eran sentinas y en que los vecinos iban de un cuarto a otro con el pucherito en la mano, pidiendo por favor un poco de agua para afeitarse.
De tal modo perseguían aquellos ardorosos paisanos a los franceses y con tanta rapidez se dispersaban para evitar ser atacados, que a los invasores les era de todo punto imposible estar tranquilos un solo momento.
Cada vez se elevaba más a los ojos de Susana, que, amante de lo que saliera de los límites de la vulgaridad, no podía menos de presenciar con asombro y hasta con entusiasmo los ardorosos arranques de aquel carácter, en perpetua propensión a buscar altos fines.
Sus ojos eran medio cerrados y pequeños, pero muy vivos, formando armoniosa simetría con sus labios delgados, largos y elásticos, que en los momentos más ardorosos de la conversación avanzaban formando un tubo acústico que daba a su voz intensidad extraordinaria.
Ella contestó: ¡Por el Nombre Más Grande! es absolutamente preciso que seas hoy mi huésped, porque nunca me he sentido tan predispuesta como hoy a los escarceos múltiples y a los juegos ardorosos.
Mariano Rosas y su gente estaban acampados en una colina escarpada, trepábamos dificultosamente a la cima, los caballos se hundían hasta los ijares en la esponjosa arena, cada paso les costaba un triunfo, caían y se enderezaban, temblaban, se esforzaban ardorosos y volvían a caer, la espuela y el rebenque los empujaban, por decirlo así, endurecían los miembros, recogían las patas delanteras, y sacándolas al mismo tiempo, se arrastraban y desencajaban poco a poco las traseras, sudaban, jadeaban, se paraban, resollaban y subían, a veces teníamos que apearnos, que tirarlos de la rienda y animarlos, accionando con los brazos, gritando:.
Se conocía por lo irregular de la letra, de ordinario limpia y correcta, como la mejor bastarda de su tiempo, que le había temblado la mano al escribirme cuatro caras en folio, de ardorosos plácemes y de fervientes aleluyas, con maliciosas insinuaciones enderezadas a la probable quemazón de los Garcías.
¿De qué otro modo pudieran haber comenzado sus relaciones esos seres puros, sencillos y ardorosos que se encontraban por casualidad en el desierto?.
Sus ojos eran medio cerrados y pequeños, pero muy vivos, formando armoniosa simetría con sus labios delgados, largos y elásticos, que en los momentos más ardorosos de la conversación avanzaban formando un tubo acústico que daba a su voz intensidad extraordinaria.
Fuéronse tras él los testigos, y en cuanto quedaron solos Orazio se arrojó en los brazos de su legítima esposa, de cuya virtud hizo el más cumplido elogio, marcando los superlativos con ardorosos y muy sonoros besos que le repartía por el cuerpo.
Como estas cosas sucedían tan cerca de la hoguera como lo consentía su calor, brillaban los rostros ardorosos de las danzantes, y se podían contar las pintas, los remiendos y las pegas de las alegres sayas de las mozas, y distinguir la que llevaba medias de la que iba en pernetas o de la que estaba descalza, pues de todo había, y tanta era la luz que a la sazón derramaba la hoguera, que transformaba, ante los fascinados ojos, en transparentes jirones de verde gasa el espeso follaje de los árboles, y aun llegaba a la carral de vino con fuerza bastante para que desde la braña se conociera, con sus pelos y señales, a todos y a cada uno de los agazapados bebedores, en la pared de la iglesia se leían cuantos letreros habían escrito allí los muchachos con carbón, relucía el entonces mudo metal de las campanas, como si ardiendo estuviera también, y hasta en el cielo parecía haberse extinguido el fulgor de los astros.
El río nace en la Libia, atraviesa el país de los etíopes, y va a difundirse por el Egipto, ¿cómo cabo, pues, que desde climas ardorosos, pasando a otros más templados, pueda nacer jamás de la nieve deshecha y liquidada? Un hombre hábil y capaz de observación profunda hallará motivos en abundancia que lo presenten como improbable el origen que se supone al río en la nieve derretida.
Sin haberse alejado el Pitorra del embarcadero medio cable todavía, no volvió a subir otro cohete por los aires, y se calló la banda del Hospicio, y volvieron todos los pañuelos a sus bolsillos y todos los sombreros a sus cabezas correspondientes, cesó la gritería de los más locuaces y ardorosos, y hasta el mismo Alhelí puso coto a sus payasadas, y arrimó a un lado el trompetón para desenfundar los gemelos que llevaba en bandolera, los escasos asientos que iban desocupados fueron ocupándose, entró en caja todo el mundo, y sólo quedaron de pie, en el centro del castillo de proa, el duque del Cañaveral, Froilán, Gorgonio y Perico, hablando como los simples mortales, y don Roque, el periodista y Sancho Vargas, que saboreaban en silencio el jugo de sus ocurrencias.
Y a París la llevaron en esta situación de ánimo, sin alegría y sin penas, no contando las lágrimas que la arrancó del fondo del corazón el desconsolado llorar de la niñera, en cuyos besos de despedida, ardorosos, resonantes y mezclados con el llanto de sus ojos, sentía palpitar el alma entera de la noble guipuzcoana.
Y cuando el sueño, ese déspota implacable a pesar de todo lo embargaba, cerraba sus párpados hinchados y ardorosos con la inflexible dureza de una tenaza de hierro, sacudiéndose de pronto en un esfuerzo de todo él, corría a abrir la puerta de calle, llamaba al sereno de la cuadra, y después de obtener de éste el favor de que golpeara momentos más tarde a su ventana, sin acertar siquiera a desnudarse, caía, se desplomaba atravesado, como un muerto, sobre el colchón de su cama.
Bermúdez ya no daba vueltas por el gabinete: se había detenido delante del boticario, y a pie firme y con la cabeza algo gacha y la mirada de su único ojo clavada en los humedecidos de él, escuchaba sus ardorosos razonamientos.
Porque es lo cierto que no subíamos a una altura ni bajábamos a una hondonada sin que el médico hiciera ardorosos panegíricos de lo que se veía desde arriba o desde abajo.
También en aquella lobreguez la veia, creyendo sentir en su cuello el roce de los turgentes brazos y en sus labios ardorosos aquel fresco beso que le habia despertado de su desvanecimiento el dia de la primera misa.

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