Ejemplos con liberticidas

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Liberticidas y libertadores se peleaban, sin darse ni quitarse posiciones, ni extremar sus ataques.
Pensó Ibero, como síntesis de sus cavilaciones de aquella noche y del siguiente día, que no cuadraban al decoro de su posición militar las correrías y acechos de polizonte, desfigurando su persona, y creyendo haber descubierto un rastro de criminales liberticidas, se propuso seguirlo, mas no con tapujo, sino a cara descubierta, de uniforme y a plena luz. Comenzó por la tarde sus indagaciones en la calle que fue principio de su aventura, y tan propicia le fue la suerte, que a primera hora de la noche ya conocía el escondrijo de Rafaela, el cual resultó ser la vivienda de una planchadora llamada Encarnación, nodriza que fue del chiquillo mayor de Milagro. Comió el Coronel a la francesa, con unos amigos, en el próximo cuartel de Guardias, y a punto de las ocho se personó en la casa, presumiendo, como en efecto sucedió, que al preguntar por la extraviada la negarían. «¿Cómo se entiende? Sé que vive aquí, sé también que está en casa -dijo en tono que no admitía réplica-, y si se obstinan en negarla, ya veré yo la manera de despabilar a los que ocultan la verdad». Diciéndolo, empujaba suavemente a la mujer que abrió la puerta, y sin reparo alguno se colaba por un pasillo, a cuyo extremo compareció un hombre corpulento, en mangas de camisa, al modo de tapón para cerrar el paso. Antes que el tal formulase una protesta, le echó mano al cuello D. Santiago, diciéndole: «Que salga pronto Rafaela, ¡ajo!, y renuncien a ocultarla si no quieren ir a la cárcel todos los inquilinos, empezando por usted y concluyendo por el gato».
Liberticidas y libertadores se peleaban, sin darse ni quitarse posiciones, ni extremar sus ataques.
Dijeron que las tropas liberticidas no se atrevían a salir de sus posiciones.
La famosa sonrisa de O'Donnell iba acentuándose por momentos-, tomábanla ya las gentes liberales como disfraz de sazonados planes liberticidas, y todo el mundo se preguntaba en qué pararía, y cuándo, su no menos famoso abrazo al general Espartero, en el balcón de la calle de la Victoria, recién llegados a Madrid ambos personajes.
Péres de León, el Juez de las consignas liberticidas, que tanto se ha distinguido como vil perseguidor de los que marca el rojo índice del Díazpotismo, es quien cierra, con el lujo bárbaro de la incomunicación, el calabozo de la mujer de Paulino Martínez y clausura y decomisa la imprenta de La Voz de Juárez, cuyo propietario es uno de los más ardientes defensores de la paz y el orden actuales, pero que en algún modo se ha visto mezclado en la agitación sufragista que nació de la entrevista Creelman, y que ha llegado a molestar al que quiso dejarla hacer su epifanía.
Pasé por las cabañas de los peones y vi cómo nacen y crecen esos esclavos, con mis dedos sutiles toqué las carnes sin abrigo de los pequeños, los senos lacios y enjutos de las madres feas y bestializadas por las miserias y los maltratos, toqué las facciones del hambre y de la ignorancia, pasé por los palacios y recogí el gruñido de las envidias, el regüeldo de las harturas, el sonido de las monedas contadas febrilmente por los avaros, el eco de las órdenes liberticidas, palpé en mi mano invisibles tapices, mármoles dorados, joyas con que se adornan para valer algo los que nada valen.

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