Ejemplos con hiciesen

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

¡Les forcé para que se hiciesen a la mar, y con ellos estuve embarcado toda la noche! La muerte estaba en acecho, y la sentí pasar por mi lado.
Y le amenazaba con una mano, entre severo y risueño, como si en el fondo de su pensamiento le hiciesen cierta gracia las faltas del sobrino.
¿Y su barraca? ¿Y las tierras? Seguían abandonadas, ¿verdad? Esto le gustaba: ¡que reventasen, que se hiciesen la santísima los hijos del pillo don Salvador! Era lo único que podía consolarla.
Miguel el rapé más selecto, y, procurando que no le hiciesen mal, le enviaba confites, bizcochos y otras golosinas, a que el cura era muy aficionado.
Rendida del trabajo, dedicaba las horas de la noche y los domingos enteros a la lectura de novelas, devorándolas, sin predilección, pues bastaba para su gusto que la hiciesen llorar mucho, pero mucho.
Los guantes, despellejados ya por la tosca brida, eran asimismo negros y nuevecitos, igual que el hongo, que llevaba calado hasta las cejas, por temor a que los zarandeos de la trotada se lo hiciesen saltar al suelo, que sería el mayor compromiso del mundo.
¿No parece mentira que se hiciesen semejantes crueldades? ¡Qué tiempos tan malos, Julián!.
Habíanse despedido ántes que el salto hiciesen, de los que hasta allí los habian sustentado, y otro dia vendieron las camisas en el malbaratillo que se hace fuera de la puerta del Arenal, y dellas hicieron veinte reales.
Francisco de Cárcamo estaba proveido por corregidor de aquella ciudad, y que seria bien esperalle para que con su beneplácito y consentimiento se hiciesen las bodas.
Hecho esto, el arraez principal, que era un renegado griego llamado Yzuf, pidió por Leonisa seis mil escudos, y por mí cuatro mil, añadiendo que no daria el uno sin el otro: pidió esta gran suma, segun despues supe, porque estaba enamorado de Leonisa, y no quisiera él rescatarla sino darla al arraez de la otra galeota, con quien habia de partir las presas que se hiciesen por mitad, a mí en precio de cuatro mil escudos, y mil en dinero que hacian cinco mil, y quedarse con Leonisa por otros cinco mil: y esta fué la causa porque nos apreció a los dos en diez mil escudos.
Trece años o poco mas tendria Carriazo, cuando llevado de una inclinacion picaresca, sin forzarle a ello algun mal tratamiento que sus padres le hiciesen, solo por su gusto y antojo se desgarró, como dicen los muchachos, de casa de sus padres, y se fué por ese mundo adelante, tan contento de la vida libre, que en la mitad de las incomodidades y miserias que trae consigo, no echaba ménos la abundancia de la casa de su padre, ni el andar a pié le cansaba, ni el frio le ofendia, ni el calor le enfadaba: para él todos los tiempos del año le eran dulce y templada primavera: tan bien dormia en parvas, como en colchones: con tanto gusto se soterraba en un pajar de un meson, como si se acostara entre dos sábanas de Holanda: finalmente, él salió tan bien con el asunto de pícaro, que pudiera leer cátedra en la facultad al famoso de Alfarache.
Una y muchas veces les aseguró Isabela estuviesen seguros que por su causa no sucederia lo que temian y sospechaban, porque aunque ella entónces no sabia lo que habia de responder a las preguntas que en tal caso le hiciesen, tenia viva y cierta esperanza que habia de responder de modo que, como otra vez habia dicho, sus respuestas les sirviesen de abono.
En fin, se quedó, y de allí a dos dias Ricaredo se hizo a la vela, combatido entre otros muchos de dos pensamientos que le tenian fuera de sí: era el uno considerar que le convenia hacer hazañas que le hiciesen merecedor de Isabela, y el otro que no podia hacer ninguna, si habia de responder a su católico intento, que le impedia no desenvainar la espada contra católicos, y si no la desenvainaba, habia de ser notado de cristiano, o de cobarde, y todo esto redundaba en perjuicio de su vida y en obstáculo de su pretension.
Respondióle la reina que tenia razon, sirviéndole de intérprete, para que lo entendiese, Isabela, la cual de la manera que se ha contado conoció a sus padres, y sus padres a ella, a los cuales mandó la reina quedar en palacio, para que despacio pudiesen ver y hablar a su hija, y regocijarse con ella, de lo cual Ricaredo se holgó mucho, y de nuevo pidió a la reina le cumpliese la palabra que le habia dado de dársela, si es que acaso la merecia, y de no merecerla, le suplicaba desde luego le mandase ocupar en cosas que le hiciesen digno de alcanzar lo que deseaba.
—Ricaredo, estáme atento a lo que decirte quiero: la reina mi señora te mandó fueses a servirla, y a hacer hazañas que te hiciesen merecedor de la sin par Isabela: tú fuiste, y volviste cargadas las naves de oro, con el cual piensas haber comprado y merecido a Isabela, y aunque la reina mi señora te la ha prometido, ha sido creyendo que no hay ninguno en su corte que mejor que tú la sirva, ni quien con mejor título merezca a Isabela, y en esto bien podrá ser se haya engañado: y así llegándome a esta opinion que yo tengo por verdad averiguada, digo que ni tú has hecho cosas tales que te hagan merecer a Isabela, ni ninguna podrás hacer que a tanto bien te levante, y en razon de que no la mereces, si quisieres contradecirme, te desafío a todo trance de muerte.
El mercader, descontados sus intereses y ganancias, dijo a la reina que las daria ciertas y seguras para Sevilla sobre otro mercader frances, su correspondiente, en esta forma: que él escribiria a Paris, para que allí se hiciesen las cédulas por otro correspondiente suyo, a causa que rezasen las fechas de Francia, y no de Ingalaterra, por el contrabando de la comunicacion de los dos reinos, y que bastaba llevar una letra de aviso suya sin fecha con sus contraseñas, para que luego diese el dinero el mercader de Sevilla, que ya estaria avisado del de Paris.
El caballero gustó de su locura, y dejóle salir por la ciudad debajo del amparo y guarda de un hombre que tuviese cuenta que los muchachos no le hiciesen mal, de los cuales y de toda la corte fué conocido en seis dias, y a cada paso, en cada calle y en cualquiera esquina, respondia a todas las preguntas que le hacian, entre las cuales le preguntó un estudiante si era poeta, porque le parecia que tenia ingenio para todo.
Vio que sus escuderos, que así llaman a los que andan en aquel ejercicio, iban a despojar a Sancho Panza, mandóles que no lo hiciesen, y fue luego obedecido, y así se escapó la ventrera.
En fin, fue acordado que don Fernando dijese a los criados de don Luis quién él era y cómo era su gusto que don Luis se fuese con él al Andalucía, donde de su hermano el marqués sería estimado como el valor de don Luis merecía, porque desta manera se sabía de la intención de don Luis que no volvería por aquella vez a los ojos de su padre, si le hiciesen pedazos.
Y, aunque Anselmo veía que Lotario no se alegraba, creía ser la causa por haber dejado a Camila herida y haber él sido la causa, y así, entre otras razones, le dijo que no tuviese pena del suceso de Camila, porque, sin duda, la herida era ligera, pues quedaban de concierto de encubrírsela a él, y que, según esto, no había de qué temer, sino que de allí adelante se gozase y alegrase con él, pues por su industria y medio él se veía levantado a la más alta felicidad que acertara desearse, y quería que no fuesen otros sus entretenimientos que en hacer versos en alabanza de Camila, que la hiciesen eterna en la memoria de los siglos venideros.
Así que, aprieta un poco las cinchas a Rocinante y quédate a Dios, y espérame aquí hasta tres días no más, en los cuales, si no volviere, puedes tú volverte a nuestra aldea, y desde allí, por hacerme merced y buena obra, irás al Toboso, donde dirás a la incomparable señora mía Dulcinea que su cautivo caballero murió por acometer cosas que le hiciesen digno de poder llamarse suyo.

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