Ejemplos con halagase

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Lo primero que hizo fue cambiar la formación y armamento de los Aqueos, que no eran como le parecía convenir, porque usaban de unas rodelas fáciles de manejar por su delgadez, pero demasiado angostas para resguardar el cuerpo, y de unas azconas mucho más cortas que las lanzas, por lo que, si bien de lejos eran ágiles y diestros en herir por la misma ligereza de las armas, en el encuentro con los enemigos eran inferiores a éstos. No estaba entre ellos recibida la formación y disposición de las tropas en espiral, sino que, formando una batalla que no tenía defensa ni protección con los escudos, como la de los Macedonios, fácilmente se desordenaban y dispersaban. Para poner, pues, orden en estas cosas, les persuadió que en lugar de la rodela y la azcona tomaran el escudo y la lanza, y que, defendidos con yelmos, con corazas y con canilleras, se ejercitaran en un modo de pelear seguro y firme, dejando el de algarada y correría. Habiendo convencido, para que así se armasen, a los que eran de edad proporcionada, primero los alentó e hizo confiar, pareciéndoles que se habían hecho invencibles, y después sacó de su lujo y ostentación un ventajoso partido, ya que no era posible extirpar enteramente la necia vanidad en los hombres viciados de antiguo, que gustaban de vestidos costosos, de colgaduras de diversos colores y de los festejos de las mesas y banquetes. Empezó, pues, por apartar su inclinación al lujo de las cosas vanas y superfluas, convirtiéndolas a las útiles y laudables, con lo que alcanzó de ellos que, cortando los gastos que diariamente hacían en otras galas y preseas, se complaciesen en presentarse adornados y elegantes con los arreos militares. Veíanse, pues, los talleres llenos de cálices y copas rotas, de corazones dorados y de escudos y frenos plateados, así como los estadios de potros que se estaban domando y de jóvenes que se adiestraban en las armas, y en las manos de las mujeres yelmos y penachos dados de colores, mantillas de caballos y sobrerropas bellamente guarnecidas: espectáculo que acrecentaba el valor e inspirando nuevo aliento los hacía intrépidos y osados para arrojarse a los peligros. Porque el lujo en otros objetos infunde vanidad y en los que le usan engendra delicadeza, como si aquella sensación halagase y recrease el ánimo, pero el lujo de estas otras cosas más bien lo fortalece y eleva. Por eso Homero nos pintó a Aquiles inflamado y enardecido con sólo habérsele puesto ante los ojos unas armas nuevas para querer hacer prueba de ellas. Al propio tiempo que adornaba así a los jóvenes los ejercitaba y adiestraba, haciéndoles ejecutar las evoluciones con gusto y con emulación, porque les había agradado sobremanera aquella formación, pareciéndoles haber tomado con ella un apiñamiento al abrigo de las heridas. Las armas, además, con el ejercicio, se les hablan hecho manejables y ligeras, poniéndoselas y llevándolas con placer por su brillantez y hermosura, y ansiando por verse en los combates para probarlas con los enemigos.
¿Ignoraría aquel hombre realmente su vergüenza? ¿Estaría enamorado de su mujer? Aquello la pareció tan absurdo, dado su modo de sentir y de pensar, que estuvo a punto de rechazarlo, pero ¿no era ella un alma complicada que se preciaba de comprender las cosas más extrañas? Y como aquella adivinación la halagase, la aceptó.
Esta verdad se encuentra plenamente comprobada en a hecho mismo de que habéis formado tres ejércitos de hombres puramente voluntarios para sostener los derechos de los pueblos, sin haber tenido enganche que os halagase, ni la más remota esperanza del miserable cebo del saqueo, la moral fue vuestra guía, y la seguisteis hasta la conclusión de los dos últimos ejércitos, que fueron tan desgraciados, como feliz d primero.
Contemplemos la humildad y la obediencia de ese Divino Niño, que aunque de raza judía y habiendo amado durante siglos a su pueblo con una predilección inexplicable obedece así a un príncipe extranjero que forma el censo de población de su provincia, como si hubiese para él en esa circunstancia algo que le halagase y quisiera apresurarse a aprovechar la ocasión de hacerse empadronar oficial y auténticamente como súbdito en el momento en que venía al mundo.

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