Ejemplos con combates

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Aquella explosión de trueno le hizo recordar los combates del diabólico héroe, del religioso caballero de la Cruz, burlón con Dios y con el diablo, que hizo siempre su soberana voluntad y tan pronto peleó al lado de los suyos como vivió entre los enemigos de la Fe, según sus caprichos y aficiones.
Os hablo ahora figurándome que sois los destinados a guiar a los demás en los combates por la causa del espíritu.
Y comentaba con alegría infantil los relatos maravillosos de los periódicos: combates de un pelotón de franceses o de belgas con regimientos enteros de enemigos, poniéndolos en desordenada fuga, el miedo de los alemanes a la bayoneta, que les hacía correr como liebres apenas sonaba la carga, la ineficacia de la artillería germánica, cuyos proyectiles estallaban mal.
La coca era el navío de línea para los grandes combates y los cargamentos importantes.
Hasta fué soldadoél, que había huído de su patria por no tomar un fusil, y recibió una herida en uno de los muchos combates entre blancos y colorados de la Ribera Oriental.
Y enardecido por su entusiasmo, se escapaba de las manos de dos marineros que habían empezado a vendarle la cabeza con una pulcritud aprendida en los combates terrestres.
Para ella no había ya alemanes, ni ingleses, ni franceses, sólo existían hombres: hombres con madres, con esposas, con hijas, y su alma de mujer se horrorizaba al pensar en los combates y las matanzas.
De modo que, como con el cultivo de la inteligencia vienen los gustos costosos, tan naturales en los hispanoamericanos como el color sonrosado en las mejillas de una niña quinceña, como en las tierras calientes y floridas, se despierta temprano el amor, que quiere casa, y lo mejor que haya en la ebanistería para amueblarla, y la seda más joyante y la pedrería más rica para que a todos maraville y encele su dueña, como la ciudad, infecunda en nuestros países nuevos, retiene en sus redes suntuosas a los que fuera de ella no saben ganar el pan, ni en ella tienen cómo ganarlo, a pesar de sus talentos, bien así como un pasmoso cincelador de espadas de taza, que sabría poblar éstas de castellanas de larga amazona desmayadas en brazos de guerreros fuertes, y otras sutiles lindezas en plata y en oro, no halla empleo en un villorrio de gente labriega, que vive en paz, o al puñal o a los puños remite el término de sus contiendas, como con nuestras cabezas hispanoamericanas, cargadas de ideas de Europa y Norteamérica, somos en nuestros propios países a manera de frutos sin mercado, cual las excrecencias de la tierra, que le pesan y estorban, y no como su natural florecimiento, sucede que los poseedores de la inteligencia, estéril entre nosotros por su mala dirección, y necesitados para subsistir de hacerla fecunda, la dedican con exceso exclusivo a los combates políticos, cuando más nobles, produciendo así un desequilibrio entre el país escaso y su política sobrada, o, apremiados por las urgencias de la vida, sirven al gobernante fuerte que les paga y corrompe, o trabajan por volcarle cuando, molestado aquel por nuevos menesterosos, les retira la paga abundante de sus funestos servicios.
La noticia de su muerte en los primeros combates librados entre cubanos y españoles me produjo hondo pesar.
Él no había presenciado los combates, pero como si los hubiera visto, después de escuchar su relato tantas veces a los viejos del país y a muchos de los contratistas que eran entonces aldeanos hambrientos y, por inconsciencia juvenil, por no enfadar al cura de su anteiglesia, habían tomado las armas en defensa del Señor y los Fueros.
Créese, con razón, que nada hay tan horrible como sondear la conciencia de un pecador endurecido en el trance de la muerte, supónense tras aquel rostro lívido y desencajado luchas aterradoras que sostienen el imperio del mal y la moción del bien, fantasmas pavorosos que se levantan en la conciencia, combates encarnizados que traban en torno de aquella alma empedernida el ángel del arrepentimiento y el demonio de la impenitencia.
Experimentado, conocedor de la maldad humana y de las flaquezas del prójimo, poseía una cualidad rarísima en los que como él salieron victoriosos de los combates de la vida: no juzgaba de las gentes por las apariencias, a cada cual daba lo suyo, no creía en patentes virtudes, ni andaba a caza de vicios escondidos, y con pasmoso acierto descubría en los individuos defectos encubiertos y ocultas virtudes.
Esto de los combates le recordaba a Sabel.
Gloriosos campos, sí, pero los combates de antaño les habían dejado horribles.

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