Ejemplos con cadáver

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Antes pasarán sobre mi cadáver.
Parecióle que la descomposición y descuartizamiento de que era víctima el mundo se verificaban con mayor saña y absurdidad, como obedeciendo a un designio diabólico, en el cadáver de Anselmo Novillo.
Como el duque de Gandía ante el cadáver de la emperatriz, Felicita decidió allí mismo no volver a enamorarse de imágenes mudables, perecederas, y consagrar a Dios su doncellez.
Mi padre no se apartó del cadáver hasta que los enterradores terminaron con la poco noble y decorosa inhumación terrena.
Pero nada veía, si no era la espantosa representación de su cadáver, magullado por las peñas del río y dando tumbos con la corriente.
¿No había convenido al ocultarse allí en que había muerto? Viviría como el cadáver animado, que era para ciertas órdenes religiosas la suprema perfección humana.
La fe ha muerto, pero queda el cadáver, con apariencias vitales, ocupando el mismo sitio, obstruyendo el paso con su dureza de momia.
Su cadáver había sido conducido desde Italia a España, entre rezos y cánticos, llevado en hombros por poblaciones enteras que salían al camino para ganar las indulgencias concedidas por el Papa.
Anticipar la muerte, ser cadáver que respira y come, pero que no piensa, ni sufre, ni se entusiasma: ésa sería para mí la dicha, hermano.
Los viejos árboles, que germinaban con una savia de resurrección, parecían saludar al pequeño cadáver agitando bajo la brisa sus ramas cargadas de flores.
Era un rosario de comadres llorosas que iban llegando de todos los lados de la huerta, y rodeaban la cama, besaban el pequeño cadáver y parecían apoderarse de él como si fuera cosa suya, dejando a un lado a Teresa y su hija.
Y prorrumpiendo en lamentos más fuertes, se abalanzó sobre el frío cadáver, queriendo abrazarle.
Lentamente, con mimo maternal, fué amortajando el cadáver.
El padre, siempre sentado en una silleta de esparto bajo el emparrado de la puerta, fumaba cigarro tras cigarro, impasible como un oriental, volviendo la espalda a su vivienda, cual si temiera ver el blanco catafalco que servía de altar al cadáver de su hijo.
Bien se adivinaba viendo la turba de muchachos atrevidos y pegajosos que se iban colando en la barraca, y cansados de contemplar, hurgándose las narices, el cadáver de su compañero, salían a perseguirse por el camino inmediato o a saltar las acequias.
La barraca y la fortuna del odiado intruso alumbrarán tu cadáver mejor que los cirios comprados por la desolada Pepeta, amarillentas lágrimas de luz.
Pero en vano buscó al contrario, con el deseo de contemplar su cadáver.
Era Pepeta queriendo separar a Teresa del cadáver de su hijo.
Su cadáver fué arrastrado y paseado como trofeo de gloria, al son de músicas victoriosas, por una soldadesca ebria que celebraba un triunfo inesperado.
Pero cuando me pongo triste y con ganas de llorar, entonces cierro los ojos y ¡no te veo! He dado en pensar, cuando esto me pasa, que en esos momentos no me quieres, que no piensas en mí, que me has olvidado, que soy un cadáver en tu memoria.
Era corcovado y tenía color de cadáver.
¡Hermosa noche! ¡Qué dulcemente que susurraban los vientos! Pero, ¡ay, qué solitaria y triste me pareció la sala! Estaba fría como una tumba, desolada como una alcoba de la cual han sacado un cadáver.
Cuando me levanté y me incliné para darle un beso en la frente, vi que por las pálidas mejillas de la enferma rodaban dos lágrimas, dos lágrimas de esas que en el rostro de un cadáver parecen gotas de rocío en el seno de una rosa blanca.
Los árboles me parecían espectros, las luces de las chozas cirios que ardían delante de un cadáver.
Al apearme del caballo ví, sin quererlo, el cadáver de mi madrina.
Qué gordito, ¿eh?decía palpando la pechuga del cadáver.
Soy un verdadero cadáver, pero me resisto a meterme en la fosa, a pesar de que ésta me reclama, y tengo que sufrir las consecuencias.
Parecía que el cadáver tendido abajo, en la suciedad de la cuadra, estaba allí, sobre la mesa, mirando con los ojos vidriosos e inmóviles a sus antiguos amos.
Pero ¿cuándo se cansaría Dios de enviar desgracias sobre ella? Primero la ruina del protector que sostenía el prestigio de la casa y la de su hijo, con cuya fortuna contaba para casos extraordinarios, e inmediatamente aquella enfermedad extraña, rápida como el rayo, que mataba por anticipado al pobre joven, pues le tenía inmóvil e insensible como un cadáver, sin otra vida que aquella respiración angustiosa que parecía asfixiar a los demás.
La más joven contemplaba fijamente, con estupor doloroso, la alborotada barba del cadáver.

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