Ejemplos con cadí

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Así será, dijo Halima, porque el viérnes, cuando esté el cadí haciendo la zala en la mezquita, le haré entrar acá dentro, donde le podrás hablar a solas, y si te pareciere darle indicios de mi deseo, haráslo por el mejor modo que pudieres.
Ofreciósele al cadí otra dificultad a su parecer mayor de las que en aquel caso se le podian ofrecer, y era pensar que su mujer Halima no le habia de dejar ir a Constantinopla, si no la llevaba consigo, pero presto la facilitó, diciendo que en cambio de la cristiana que habian de comprar para que muriese por Leonisa, serviria Halima, de quien deseaba librarse mas que de la muerte.
Estaba tan ciego el mísero y anciano cadí, que si otros mil disparates le dijeran, como fueran encaminados a cumplir sus esperanzas, todos los creyera, cuanto mas que le pareció que todo lo que decian llevaba buen camino y prometia próspero suceso: y así era la verdad, si la intencion de los dos consejeros no fuera levantarse con el bajel y darle a él la muerte en pago de sus locos pensamientos.
Contentóse Halima de la disculpa y de la relacion de su querido Mario, a quien ella diera libertad ántes del término del voto, como él condescendiera con su deseo: y así rogó a Leonisa le rogase dispensase con el tiempo, y acortase la dilacion, que ella le ofrecia cuanto el cadí pidiese por su rescate.
Estaba Halima cerrada en su aposento, rogando a Mahoma trujese Leonisa buen despacho de lo que le habia encomendado: el cadí estaba en la mezquita recompensando con los suyos los deseos de su mujer, teniéndolos solícitos y colgados de la respuesta que esperaba oir de su esclavo, a quien habia dejado encargado hablase a Leonisa, pues para poderlo hacer le daria comodidad Mahamut, aunque Halima estuviese en casa.
—Dices muy bien, señora, respondió Ricardo, y agradézcote infinito el desengaño que me has dado, que le estimo en tanto como la merced que me haces en dejarme verte, y como tú dices, quizá la esperiencia te dará a entender cuán llana es mi condicion y cuán humilde, especialmente para adorarte, y sin que tú pusieras término ni raya a mi trato, fuera él tan honesto para contigo, que no acertaras a desearle mejor: en lo que toca a entretener al cadí, vive descuidada, haz tú lo mismo con Halima, y entiende, señora, que despues que te he visto ha nacido en mí una esperanza tal, que me asegura que presto hemos de alcanzar la libertad deseada: y con esto quédate a Dios, que otra vez te contaré los rodeos por donde la fortuna me trujo a este estado despues que de tí me aparté, o por mejor decir, me apartaron.
—No sé qué te diga, Ricardo, replicó Leonisa, ni qué salida se tome al laberinto donde, como dices, nuestra corta ventura nos tiene puestos: solo sé decir que es menester usar en esto lo que de nuestra condicion no se puede esperar, que es el fingimiento y engaño, y así digo que de tí daré a Halima algunas razones que ántes la entretengan que desesperen: tú de mí podrás decir al cadí lo que para seguridad de mi honor y de su engaño vieres que mas convenga, y pues yo pongo mi honor en tus manos, bien puedes creer dél que le tengo con la entereza y verdad que podia poner en duda tantos caminos como he andado y tantos combates como he sufrido: el hablarnos será fácil, y a mí será de grandísimo gusto el hacello, con presupuesto que jamas me has de tratar cosa que a tu declarada pretension pertenezca, que en la hora que tal hicieres, en la misma me despediré de verte, porque no quiero que pienses que es de tan pocos quilates mi valor, que ha de hacer con él la cautividad lo que la libertad no pudo: como el oro tengo de ser con el favor del cielo, que miéntras mas se acrisola, queda con mas pureza y mas limpio: conténtate con que he dicho que no me dará como solia fastidio tu vista, porque te hago saber, Ricardo, que siempre te tuve por desabrido y arrogante, y que presumias de tí algo mas de lo que debias: confieso tambien que me engañaba, y que podria ser que hacer ahora la esperiencia me pusiese la verdad delante de los ojos el desengaño, y estando desengañada, fuese con ser honesta mas humana: véte con Dios, que temo no nos haya escuchado Halima, la cual entiende algo de la lengua cristiana, o a lo ménos de aquella mezcla de lenguas que se usa, con que todos nos entendemos.
—No dices mal, señora, respondió Ricardo, si la muerte no me hubiera estorbado el bien de volver a verte, que ahora en mas estimo este instante de gloria que gozo en mirarte, que otra ventura, como no fuera la eterna, que en la vida o en la muerte pudiera asegurarme mi deseo: el que tiene mi amo el cadí, a cuyo poder he venido por no ménos varios accidentes que los tuyos, es el mismo para contigo que para conmigo lo es el de Halima: hame puesto a mí por intérprete de sus pensamientos, acepté la empresa no por darle gusto, sino por el que granjeaba en la comodidad de hablarte, porque veas, Leonisa, el término a que nuestras desgracias nos han traido, a tí a ser medianera de un imposible que en lo que me pides conoces: a mí a serlo tambien de la cosa que ménos pensé, y de la que daré por no alcanzarla la vida, que ahora estimo en lo que vale la alta ventura de verte.
Dejando pues los turcos en Tripol, tornó el bajel a hacer su viaje, y el judío dió en solicitarme descaradamente: yo le hice la cara que merecian sus torpes deseos: viéndose pues desesperado de alcanzarlos, determinó de deshacerse de mí en la primera ocasion que se le ofreciese, y sabiendo que los dos bajáes Alí y Hazan, estaban en aquella isla, donde podia vender su mercaduría tan bien como en Xio, en quien pensaba venderla, se vino aquí con intencion de venderme a alguno de los bajáes, y por eso me vistió de la manera que ahora me ves, por aficionarles la voluntad a que me comprasen: he sabido que me ha comprado este cadí para llevarme a presentar al Gran Turco, de que estoy no poco temerosa: aquí he sabido de tu fingida muerte, y séte decir, si lo quieres creer, que me pesó en el alma, y que te tuve mas envidia que lástima, y no por quererte mal, que ya que soy desamorada, no soy ingrata ni desconocida, sino porque habias acabado con la tragedia de tu vida.
No la quiso replicar el cadí por no darle ocasion de engendrar alguna sospecha de su intencion.
—Eso no, replicó el cadí, que no es bien que la prenda del Gran Señor sea vista de nadie, y mas que se le ha de quitar que converse con cristianos, pues sabeis que en llegando a poder del Gran Señor la han de encerrar en el serrallo y volverla turca, quiera o no quiera.
Aquel mismo dia dijo el cadí a Halima que cuando quisiese podria irse a casa de sus padres a holgarse con ellos los dias que gustase, pero como ella estaba alborozada con las esperanzas que Leonisa le habia dado, no solo no se fuera a casa de sus padres, sino al fingido paraíso de Mahoma no quisiera irse, y así le respondió que por entónces no tenia tal voluntad, y que cuando ella la tuviese lo diria, mas que habia de llevar consigo a la cautiva cristiana.
—Esa daré yo a Mario cuanta él quisiere, respondió el cadí, porque haré que Halima se vaya en casa de sus padres, que son griegos cristianos, por algunos dias, y estando fuera, mandaré al portero que deje entrar a Mario dentro de casa todas las veces que él quisiere, y diré a Leonisa que bien podrá hablar con su paisano cuando le diere gusto.
Contentísimo quedó el cadí con el parecer de sus esclavos, y con la imaginada alegría ofreció desde luego libertad a Mahamut, mandándole la mitad de su hacienda despues de sus dias: asimismo prometió a Mario, si alcanzaba lo que queria, libertad y dineros con que volviese a su tierras rico, honrado y contento: si él fué liberal en prometer, sus cautivos fueron pródigos, ofreciéndole de alcanzar la luna del cielo, cuanto mas a Leonisa, como él diese comodidad de hablarla.
Esto dijo Halima a Leonisa, y no habian pasado dos horas cuando el cadí llamó a Mahamut y a Mario, y con no ménos eficacia que Halima habia descubierto su pecho a Leonisa, descubrió el enamorado viejo el suyo a sus dos esclavos, pidiéndoles consejos en lo que haria para gozar de la cristiana, y cumplir con el Gran Señor, cuya ella era, diciéndoles que ántes pensaba morir mil veces que entregarla al Gran Turco.
Repitieron esto muchas veces, reforzando las voces y los alaridos, y luego le volvieron a la tienda, donde habia quedado Alí bajá, el cual con el cadí y Hazan se encerraron en ella por espacio de una hora solos.
Avino pues que un dia la señora Halima vió a su esclavo Mario, y tan visto y tan mirado fué, que se le quedó grabado en el corazon y fijo en la memoria: y quizá poco contenta de los abrazos flojos de su anciano marido, con facilidad dió lugar a un mal deseo, y con la misma dió cuenta dél a Leonisa, a quien ya queria mucho por su agradable condicion y proceder discreto, y tratábala con mucho respeto, por ser prenda del Gran Señor: díjole cómo el cadí habia traido a casa un cautivo cristiano de tan gentil donaire y parecer, que a sus ojos no habia visto mas lindo hombre en toda su vida, y que decian que era chilibí, que quiere decir caballero, y de la misma tierra de Mahamut su renegado, y que no sabia cómo darle a entender su voluntad, sin que el cristiano la tuviese en poco por habérsela declarado: preguntóle Leonisa cómo se llamaba el cautivo, y díjole Halima que se llamaba Mario, a lo cual replicó Leonisa:.
Prometióselo el cadí con traidoras entrañas, porque las tenia hechas ceniza por la cautiva: ido Alí lleno de falsas esperanzas, y quedando Hazan no vacío dellas, Mahamut hizo de modo que Ricardo vino a poder de su amo: íbanse los dias, y el deseo de ver a Leonisa apretaba tanto a Ricardo, que no alcanzaba un punto de sosiego, mudóse Ricardo el nombre en el de Mario, porque no llegase el suyo a oidos de Leonisa ántes que él la viese, y el verla era muy dificultoso a causa que los moros son en estremo celosos, y encubren de todos los hombres los rostros de sus mujeres, puesto que en mostrarse ellas a los cristianos no se les hace de mal, quizá debe de ser que por ser cautivos no los tienen por hombres cabales.
En esto vino el guardian de los cautivos cristianos de Hazan, y llevó consigo a Ricardo: el cadí volvió a la ciudad con Hazan, que en breves dias hizo la residencia de Alí, y se la dió cerrada y sellada, para que se fuese a Constantinopla: él se fué luego, dejando muy encargado al cadí, que con brevedad enviase la cautiva, escribiendo al Gran Señor de modo que le aprovechase para sus pretensiones.
Á lo cual respondió Mahamut que él haria lo que pudiese en servirla, aconsejando y ayudándola con su ingenio y con sus fuerzas, advirtiéndola de la diferencia que por su causa habian tenido los dos bajáes, y cómo quedaba en poder del cadí su amo para llevarla presentada al gran turco Selin, a Constantinopla, pero que ántes que esto tuviese efeto, tenia esperanza en el verdadero Dios, en quien él creia, aunque mal cristiano, que lo habia de disponer de otra manera, y que la aconsejaba se hubiese bien con Halima, la mujer del cadí su amo, en cuyo poder habia de estar hasta que la enviasen a Constantinopla, advirtiéndola de la condicion de Halima, y con estas le dijo otras cosas de su provecho, hasta que la dejó en su casa y en poder de Halima, a quien dijo el recado de su amo.
Llegóse el cadí a ella, y asiéndola de la mano, se la entregó a Mahamut, mandóle que la llevase a la ciudad y se la entregase a su señora Halima, y le dijese la tratase como esclava del Gran Señor: hízolo así Mahamut, y dejó solo a Ricardo, que con los ojos fué siguiendo a su estrella hasta que se le encubrió con la nube de los muros de Nicosia.
Alí imaginó de hacer un hecho que le aseguró salir con lo que deseaba, y teniendo por cierto cada cual su designio, vinieron con facilidad en lo que el cadí quiso, y de consentimiento y voluntad de los dos, se la entregaron luego, y pagaron al judío cada uno dos mil doblas.
Hazan, que se quedaba por virey de Chipre, pensaba dar tantas dádivas al cadí, que vencido y obligado, le diese la cautiva.
No supieron, ni pudieron, ni quisieron contradecirle los dos enamorados turcos, y aunque vieron que por aquel camino no conseguian su deseo, hubieron de pasar por el parecer del cadí, formando y criando cada uno allá en su ánimo una esperanza que, aunque dudosa, les prometia poder llegar al fin de sus encendidos deseos.
El cadí, que a todo estaba atento, y que no ménos que los dos ardia, temeroso de quedar sin la cristiana, imaginó cómo poder atajar el gran fuego que se habia encendido, y juntamente quedarse con la cautiva sin dar alguna sospecha de su dañosa intencion y traidoras entrañas, y así, levantándose en pié, se puso entre los dos, que tambien lo estaban, y dijo:.
Quedó a la improvisa vista de la singular belleza de la cristiana, traspasado el corazon de Alí, y en el mismo grado y con la misma herida se halló el de Hazan, sin quedarse exento de la amorosa llaga el del cadí, que mas suspenso que todos, no sabia quitar los ojos de los hermosos de Leonisa.
Admirados desta primera vista el cadí y los demas bajáes, ántes que otra cosa dijesen ni preguntasen, mandaron al judío que hiciese que se quitase el antifaz la cristiana: hízolo así, y descubrió un rostro que así deslumbró los ojos y alegró los corazones de los circunstantes, como el sol que por entre cerradas nubes despues de mucha escuridad se ofrece a los ojos de los que le desean: tal era la belleza de la cautiva cristiana, y tal su brio y su gallardía, pero en quien con mas efecto hizo impresion la maravillosa luz que habia descubierto, fué en el lastimado Ricardo, como en aquel que mejor que otro la conocia, pues era su cruel y amada Leonisa, que tantas veces y con tantas lágrimas por él habia sido tenida y llorada por muerta.
De allí a poco tiempo salió el cadí a la puerta de la tienda, y dijo a voces en lengua turquesca, arábiga y griega, que todos los que quisiesen entrar a pedir justicia, o otra cosa contra Alí bajá, podrian entrar libremente, que allí estaba Hazan bajá, a quien el Gran Señor enviaba por virey de Chipre, que les guardaria toda razon y justicia.

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