Buscar Poemas con Sentí


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Se han encontrado 64 poemas con la palabra sentí

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Luis Gonzaga Urbina

así fue

-- de Luis Gonzaga Urbina --

Lo sentí; no fue una
separación, sino un desgarramiento;
quedó atónita el alma, y sin ninguna
luz, se durmió en la sombra el pensamiento.

Así fue; como un gran golpe de viento
en la serenidad del aire. Ufano,
en la noche tremenda,
llevaba yo en la mano
una antorcha con que alumbraba la senda,
y que de pronto se apagó: la oscura
acechanza del mal y el destino
extinguió así la llama y mi locura.

Ví un árbol a la orilla del camino,
y me senté a llorar mi desventura.
Así fue, caminante
que me contemplas con mirada absorta
y curioso semblante.

Yo estoy cansado, sigue tú adelante;
mi pena es muy vulgar y no te importa.
Amé, sufrí, gocé, sentí el divino
soplo de la ilusión y la locura;
tuve la antorcha, la apagó el destino,
y me senté a llorar mi desventura
a la sombra de un árbol del camino.

Poema así fue de Luis Gonzaga Urbina con fondo de libro

José Ángel Buesa

símil del viento

-- de José Ángel Buesa --

Te sentí, como el viento, cuando pasabas ya;
como el viento, que ignora si llega o si se va...
Fuiste como una fuente que brotó junto a mí.
Y yo, naturalmente, sentí sed y bebí.
Llegaste como el viento, náufraga del azar,
con tus ojos alegres entristeciendo el mar.
Y, para que la tarde pudiera anochecer,
te fuiste como el viento, que no sabe volver.

Poema símil del viento de José Ángel Buesa con fondo de libro

Clemente Althaus

Platonismo

-- de Clemente Althaus --

Tus hechizos, mujer, la eterna Suerte
para blanco creó de mis sentidos:
los ojos me los hizo para verte,
y para oír tu acento mis oídos;
me dio alma para amarte hasta la muerte;
y aún después que estuvieren desunidos
mi alma y mi cuerpo para siempre, espero
que te tengo de amar como primero.
Pienso que te he querido en otro mundo,
y sentí, al encontrarte en esta esfera,
que ese placer tan vivo y tan profundo
yo no sentía por la vez primera:
sentí que en este mi vivir segundo
un recordarte el conocerte era,
y que, tras siglos de una ausencia impía,
a reunir el cielo nos volvía.
Y cuantas veces por vivir yo muera
y para morir luego cobre vida,
volando de una esfera en otra esfera,
tantas habrás de ser por mi querida;
yo pasaré la eternidad entera
en adorarte, sin que Dios divida,
en su viaje infinito por los cielos,
tan amantes espíritus gemelos.

Poema Platonismo de Clemente Althaus con fondo de libro

Alfonsina Storni

Sabéis algo

-- de Alfonsina Storni --

Subí, subí, subí. Ya estaba bien arriba
Cuando sentí un murmullo. ¿Era reto, diatriba?
Escuché: carcajadas, ironías, insultos.
¿Que os parezco una simia? Oh mis buenos estultos:
¿Sabéis de cosas bellas?
Yo hace siglos que vivo trenza que trenza estrellas.



Alfonso Reyes

la señal funesta

-- de Alfonso Reyes --

i
si te dicen que voy envejeciendo
porque me da fatiga la lectura
o me cansa la pluma, o tengo hartura
de las filosofías que no entiendo;
si otro juzga que cobro el dividendo
del tesoro invertido, y asegura
que vivo de mi propia sinecura
y sólo de mis hábitos dependo,
cítalos a la nueva primavera
que ha de traer retoños, de manera
que a los frutos de ayer pongan olvido;
pero si sabes que cerré los ojos
al desafío de unos labios rojos,
entonces puedes darme por perdido.

Ii
sin olvidar un punto la paciencia
y la resignación del hortelano,
a cada hora doy la diligencia
que pide mi comercio cotidiano.
Como nunca sentí la diferencia
de lo que pierdo ni de lo que gano,
siembro sin flojedad ni vehemencia
en el surco trazado por mi mano.
Mientras llega la hora señalada,
el brote guardo, cuido del injerto,
el tallo alzo de la flor amada,
arranco la cizaña de mi huerto,
y cuando suelte el puño del azada
sin preguntarlo me daréis por muerto.



Luis Gonzaga Urbina

hechicera

-- de Luis Gonzaga Urbina --

No sentí cuando entraste; estaba oscuro,
en la penumbra de un ocaso lento,
el parque antiguo de mi pensamiento
que ciñe la tristeza, cual un muro.

Te vi llegar a mí como un conjuro,
como el prodigio de un encantamiento,
como la dulce aparición de un cuento:
blanca de nieve y blonda de oro puro.

Un hálito de abril sopló en mi otoño;
en cada fronda reventó un retoño;
en cada viejo nido, hubo canciones;

y, entre las sombras de jardín errantes
luciérnagas brillaron, como antes
de mi postrer dolor, las ilusiones.



Luis Gonzaga Urbina

¡ave césat!

-- de Luis Gonzaga Urbina --

Herido voy, herido; no me alienta
la muchedumbre que en el circo clama,
y entona canto a la verde rama
que allí en la sien del vencedor se ostenta.

La misma multitud es la que afrenta
al que en la lucha desigual, se inflama,
y al fin sucumbe, sin honor ni fama,
la espada rota y la cerviz sangrienta.

Yo entré a la lid intrépido y gozoso.
Los muertos te saludan, dije al mundo.
Miré a las fieras; me sentí coloso:

luché; me hirió la duda en lo profundo,
y entre el polvo del carro victorioso,
ya ruedo por la arena, moribundo.



Luis Lloréns Torres

el negro

-- de Luis Lloréns Torres --

Niño, de noche lanzábame a la selva,
acompañado del negro viejo de la hacienda,
y cruzábamos juntos la manigua espesa.
Yo sentía el silencioso pisar de las fieras

y el aliento tibio de sus bocas abiertas.
Pero el negro a mi lado era una fuerza
que con sus brazos desgajaba las ceibas
y con sus ojos se tragaba las tinieblas.

Ya hombre, también a la selva del mundo fui
y entre hombres y mujeres de todas las razas viví.
Y también su pisar silencioso sentí.

Y tuve miedo, como de niño... Pero no huí...
Porque en mi propia sombra siempre vi
al negro viejo siempre cerca de mí.



Luis Rosales

la feria de los pájaros

-- de Luis Rosales --

Sentí que se desgajaba
tu corazón lentamente
como la rama que al peso
de la nevada se vence,
y vi un instante en tus ojos
aquella locura alegre
de los pájaros que viven
su feria sobre la nieve.



Jaime Torres Bodet

amor

-- de Jaime Torres Bodet --

Para escapar de ti
no bastan ya peldaños,
túneles, aviones,
teléfonos o barcos.
Todo lo que se va
con el hombre que escapa:
el silencio, la voz,
los trenes y los años,
no sirve para huir
de este recinto exacto
sin horas ni reloj,
sin ventanas ni cuadros
que a todas partes va
conmigo cuando viajo.
Para escapar de ti
necesito un cansancio
nacido de ti misma:
una duda, un rencor,
la vergüenza de un llanto;
el miedo que me dio
por ejemplo poner
sobre tu frágil nombre
la forma impropia y dura
y brusca de mis labios...
El odio que sentí
nacer al mismo tiempo
en ti que nuestro amor,
me hará salir de tu alma
más pronto que la luz,
más deprisa que el sueño,
con mayor precisión
que el ascensor más raudo:
el odio que el amor
esconde entre las manos.



Jaime Torres Bodet

verano

-- de Jaime Torres Bodet --

Corrí
las persianas azules de la siesta
sobre el oasis del jardín.
En la colmena del reloj
se adormeció el enjambre de las horas.
Olía a trigo de setiembre el sol.
El verano adhería a los espejos
las burbujas del aire y el azul
de la sombra regaba de uvas sueltas
el mantel engomado de la luz.
Afuera, el ruido fresco
de la fuente mojaba
la arena del silencio
y el canto sin color de la cigarras.
Como una copa demasiado llena
el corazón se derramó del cuerpo.
Sentí
en el pecho un gran hueco feliz.
El musgo caminaba entre las losas.
Una paloma del jardín
se puso a picotear el tiempo
en el oro granado del maíz.



Jorge Isaacs

Después de la victoria

-- de Jorge Isaacs --

I

Con albas ropas, lívida, impalpable,
en alta noche se acercó a mi lecho:
estremecido, la esperé en los brazos;
inmóvil, sorda, me miró en silencio.

Hiriome su mirada negra y fría...
Sentí en la frente como helado aliento;
y las manos de mármol en mis sienes,
a los míos juntó sus labios yertos.

II

La hoguera del vivac agonizante:
Infla las lonas de la tienda el viento:
Olor de sangre... Fatigados duermen:
De centinelas, voces a los lejos...

¡Largo vivir!... ¡La gloria!... ¿Quién laureles
Y caricias tendrá para mí en premio?
¿Gloria sin ti?... ¡Dichosos los que yacen
En la llanura ensangrentada, muertos!



Duque de Ribas

Cual suele en la floresta deliciosa

-- de Duque de Ribas --

Cual suele en la floresta deliciosa
tras la cándida rosa y azucena,
y entre la verde grana y la verbena
esconderse la sierpe ponzoñosa;

así en los labios de mi ninfa hermosa,
y en los encantos de mi faz serena
amor se esconde con la aljaba llena,
más que de fechas, de crueldad penosa.

Contemplando del prado la frescura
párase el caminante, y siente luego
de la sierpe la negra mordedura:

yo contemplé a mi ninfa, y loco y ciego
quedé al ver de su rostro la hermosura,
y sentí del amor el vivo fuego.



Ernesto Cardenal

en la hamaca sentí que me decías

-- de Ernesto Cardenal --

No te escogí porque fueras santo
o con madera de futuro santo
santos he tenido demasiados
te escogípara variar.



Octavio Paz

el pájaro

-- de Octavio Paz --

En el silencio transparente
el día reposaba:
la transparencia del espacio
era la transparencia del silencio.
La inmóvil luz del cielo sosegaba
el crecimiento de las yerbas.
Los bichos de la tierra, entre las piedras,
bajo la luz idéntica, eran piedras.
El tiempo en el minuto se saciaba.
En la quietud absorta
se consumaba el mediodía.
Y un pájaro cantó, delgada flecha.
Pecho de plata herido vibró el cielo,
se movieron las hojas,
las yerbas despertaron...
Y sentí que la muerte era una flecha
que no se sabe quién dispara
y en un abrir los ojos nos morimos.



Rafael Obligado

sombra

-- de Rafael Obligado --

¿has podido dudar del alma mía?
¿de mí que nunca de tu amor dudé?
¡dudar! ¡cuando eres mi naciente día,
mi solo orgullo, mi soñado bien!

¡dudar! ¡sabiendo que en tu ser reposa
cuanta esperanza palpitó en mi ser,
y que mis sueños de color de rosa
el ala inclinan a besar tu sien!

por eso, lleno de profundo anhelo,
me oyó la tarde, divagando ayer,
decir al valle, preguntar al cielo:
¿por qué ha dudado de mi amor, por qué?

la luz rosada de la tarde bella,
huyó a mis pasos para no volver;
y la naciente, luminosa estrella,
veló sus rayos para huir también.

Y mudo, triste, solitario, errante,
el alma enferma, por primera vez,
hundí en la sombra, y se apagó un instante
la luz celeste de mi antigua fe.

Perdido en medio de la noche en calma,
brumoso el río que nos vio nacer,
de alzar el vuelo a la región del alma
sentí la viva, la profunda sed.

¡Fugaz deseo! tu inmortal cariño
ardió en la noche, y en su llama cruel
la mariposa de mi amor de niño
quemó sus alas y cayó a tus pies.



Pablo Neruda

soneto xc cien sonetos de amor (1959) noche

-- de Pablo Neruda --

Soneto xc
pensé morir, sentí de cerca el frío,
y de cuanto viví sólo a ti te dejaba:
tu boca eran mi día y mi noche terrestres
y tu piel la república fundada por mis besos.
En ese instante se terminaron los libros,
la amistad, los tesoros sin tregua acumulados,
la casa transparente que tú y yo construimos:
todo dejó de ser, menos tus ojos.
Porque el amor, mientras la vida nos acosa,
es simplemente una ola alta sobre las olas,
pero ay cuando la muerte viene a tocar a la puerta
hay sólo tu mirada para tanto vacío,
sólo tu claridad para no seguir siendo,
sólo tu amor para cerrar la sombra.



Pablo Neruda

soneto xxx cien sonetos de amor (1959) mañana

-- de Pablo Neruda --

Tienes del archipiélago las hebras del alerce,
la carne trabajada por los siglos del tiempo,
venas que conocieron el mar de las maderas,
sangre verde caída de cielo a la memoria.
Nadie recogerá mi corazón perdido
entre tantas raíces, en la amarga frescura
del sol multiplicado por la furia del agua,
allí vive la sombra que no viaja conmigo.
Por eso tú saliste del sur como una isla
poblada y coronada por plumas y maderas
y yo sentí el aroma de los bosques errantes,
hallé la miel oscura que conocí en la selva,
y toqué en tus caderas los pétalos sombríos
que nacieron conmigo y construyeron mi alma.



Pablo Neruda

soneto vii cien sonetos de amor (1959) mañana

-- de Pablo Neruda --

Soneto vii
«vendrás conmigo» dije sin que nadie supiera
dónde y cómo latía mi estado doloroso,
y para mí no había clavel ni barcarola,
nada sino una herida por el amor abierta.
Repetí: ven conmigo, como si me muriera,
y nadie vio en mi boca la luna que sangraba,
nadie vio aquella sangre que subía al silencio.
Oh amor ahora olvidemos la estrella con espinas!
por eso cuando oí que tu voz repetía
«vendrás conmigo» fue como si desataras
dolor, amor, la furia del vino encarcelado
que desde su bodega sumergida subiera
y otra vez en mi boca sentí un sabor de llama,
de sangre y de claveles, de piedra y quemadura.



José María Gabriel y Galán

Almas

-- de José María Gabriel y Galán --

Yo de un alma de luz estuve asido,
luz de su luz para mi fe tomando;
pero el Dios que la estaba iluminando,
veló la luz bajo crespón tupido.

Tanto sentí, que sollocé dormido,
y dentro de mi sueño despertando,
vi que el alma del justo iba bogando
por el espacio ante el Señor tendido.

Y, faro bienhechor, polar estrella ,
la mística doctora del Carmelo,
desde una celosía de la Gloria,

—¡Ven! ¡Ven!— le dijo, ¡y la elevó hasta ella!
Entraron las dos almas en el cielo
y un nuevo sol brilló en el de la Historia.



José Pedroni

confidencia

-- de José Pedroni --

En fragante mudanza el limonero
destaca tu rubor.
Tú no sabes, amiga, pero hueles
a limonero en flor.
En un tronco caído una avecilla
le hizo casa al amor.
Tú no sabes, amiga, pero anidas
lo mismo en mi dolor.
Del arroyo una fría pedrezuela
me trajo el pescador.
Guardé la piedra en mi cerrada mano,
y sentí su frescor.
La harina del molino me empolva el alma
la harina de tu amor.
En el monte encontramos uva crespa
y una flor y otra flor;
cada flor con tu aroma y cada uva
con tu mismo sabor.
Con su fresco algodón venda la piedra
el musgo trepador.
También es como el musgo tu ternura
en mi piedra interior.
Por el camino baja suavemente
un lugareño son.
Así también, amiga, tu palabra
baja a mi corazón.



José Tomás de Cuellar

Te acuerdas...?

-- de José Tomás de Cuellar --

Te acuerdas...? Asomada á tu ventana
Que daba hacia el jardín....
Aquella noche.... ¡Cual pasó! ¡tan breve...!
— Ay en mi vida me sentí más grande
Y en mi vida mujer ó sombra leve
Me ha conmovido así.

La blanca luna en tus pupilas negras
Brillaba: para mí
Tenía tu mirada de los cielos
Toda la luz; y me bañaba el alma
Aniquilando penas y desvelos....
¡Era yo tan feliz!

Tus blancas ropas — blancas cual la nieve -
A tu cuerpo gentil
Como espuma en el mar á la onda rauda
Ceñían, cayendo cual cascada luego



José Ángel Buesa

poema vulgar

-- de José Ángel Buesa --

La vi pasar con otro... Su semblante
resplandecía de felicidad.
Y me subió a los labios mi sonrisa galante,
con algo de impotencia y algo de vanidad.
En las manos del otro palpitaban sus manos;
en el brazo del otro se apoyaba feliz...
Y me envolvió una niebla de recuerdos lejanos,
y sentí que sangraba mi vieja cicatriz.
La vi pasar con otro, risueña y arrogante.
Me pareció más bella, más gallarda... No sé.
Sólo sé que de nuevo la amé en aquel instante,
más que cuando fue mía, si es que entonces laamé...
Y, de esa llamarada que aún me quema,
de ese dolor amargo como un golpe de mar,
ya lo veis: ha nacido este poema
deplorablemente vulgar...



José Ángel Buesa

soneto en la alcoba

-- de José Ángel Buesa --

Te miraba acostada con mis ojos de bueno,
tus ojos aprendían lentamente a soñar,
y tu sueño iba a otro, a tu amor en estreno,
embriagado de fuga, de capricho y de azar.
Me tomaste una mano para palpar tu seno,
tu corazón latía con el mío a la par:
el tuyo acelerado por un amor ajeno,
mi corazón tan cerca, sin poderlo alcanzar.
Así dejé de amarte y empecé a comprenderte.
Sentí que me tocaba como un roce de muerte,
un dolor voluptuoso, pasajero y vulgar.
Y mientras me veías mansamente a tu lado,
yo escapaba en silencio, para siempre alejado.
¡Aunque esta misma noche te vuelva a desnudar!



José Ángel Buesa

la dama del espejo

-- de José Ángel Buesa --

De aquella extraña noche que no fue tuya y mía,
pero que en mí fue tuya, como fue mía en ti,
me queda lo que queda de un sueno al otro día,
o el regreso de un viaje que jamás emprendí.
Pero fue más que un sueno. Pero fue más que un viaje.
Fue una penumbra rosa y una ventana al mar.
Y el viento removía las cortinas de encaje
como si se estuviera desvistiendo al entrar.
No fuiste mía, es cierto, ni te besé siquiera,
pero te sentí mía, mía de otra manera,
mujer de un solo instante maravilloso y cruel;
porque te vi desnuda, de pie, frente a un espejo,
y así hermosa dos veces, en ti y en tu reflejo,
te sigo recordando frente al espejo aquel.



José Ángel Buesa

yo la vi anoche ardiendo

-- de José Ángel Buesa --

Yo la vi anoche ardiendo en su tamaño,
y yo crecía hacia la noche pura
en un afán secreto de estatura,
uniendo mi alegría con mi daño.
Y aquella realidad era un engaño,
en un sabor de ensueño y de aventura;
y abrí los ojos en la noche oscura,
y yo era yo, creciendo en un extraño.
Y yo era yo, pequeño en mi amargura,
muriendo en sombra bajo el cielo huraño
y cada vez más lejos de la altura.
Y odié mi realidad y amé mi engaño,
y entonces descendió la noche pura,
y sentí en mi estatura su tamaño.



José Ángel Buesa

poema del desencanto

-- de José Ángel Buesa --

Y comenzamos juntos un viaje hacia la aurora
como dos fugitivos de la misma condena.
Lo que ignoraba entonces no he de callarlo ahora:
no valías la pena.
Ya llegaba el otoño y ardía el mediodía.
Sentí sed. Vi tu copa. Pensé que estaba llena,
pero acerqué mis labios y la encontré vacía.
No valías la pena.
Te di a guardar un sueño, pero tú lo perdiste,
o acaso abrí mis surcos en la llanura ajena.
Es triste, pero es cierto. Por ser tan cierto, es triste:
no valías la pena.
Fuiste el amor furtivo que va de lecho en lecho,
y el eslabón amable que es más que una condena.
Pero hoy puedo decirlo, sin rencor ni despecho:
no valías la pena.
Me alegré con tu risa; me apené por tu llanto,
sin pensar que eras mala ni creer que eras buena.
Te canté en mis canciones, y, a pesar de mi canto,
no valías la pena.
Me queda el desencanto del que enturbió una fuente,
o acaso el desaliento del que sembró en la arena.
Pero yo no te culpo. Te digo, simplemente:
no valías la pena.



Garcilaso de la Vega

SONETO XXV

-- de Garcilaso de la Vega --

¡Oh hado ejecutivo en mis dolores,
cómo sentí tus leyes rigurosas!
Cortaste el árbol con manos dañosas,
y esparciste por tierra fruta y flores.

En poco espacio yacen los amores,
y toda la esperanza de mis cosas
tornados en cenizas desdeñosas,
y sordas a mis quejas y clamores.

Las lágrimas que en esta sepultura
se vierten hoy en día y se vertieron,
recibe, aunque sin fruto allá te sean,

hasta que aquella eterna noche oscura
me cierre aquestos ojos que te vieron,
dejándome con otros que te vean.



Garcilaso de la Vega

¡Oh hado esecutivo en mis dolores

-- de Garcilaso de la Vega --

¡Oh hado ejecutivo en mis dolores,
cómo sentí tus leyes rigurosas!
Cortaste el árbol con manos dañosas,
y esparciste por tierra fruta y flores.

En poco espacio yacen mis amores
y toda la esperanza de mis cosas,
tornadas en cenizas desdeñosas,
y sordas a mis quejas y clamores.

Las lágrimas que en esta sepultura
se vierten hoy en día y se vertieron
recibe, aunque sin fruto allá te sean,

hasta que aquella eterna noche escura
me cierre aquestos ojos que te vieron,
dejándome con otros que te vean.



Gerardo Diego

el ciprés de silos

-- de Gerardo Diego --

El ciprés de silos
a ángel del río
enhiesto surtidor de sombra y sueño
que acongojas el cielo con tu lanza.
Chorro que a las estrellas casi alcanza
devanado a sí mismo en loco empeño.
Mástil de soledad, prodigio isleño,
flecha de fe, saeta de esperanza.
Hoy llegó a ti, riberas del arlanza,
peregrina al azar, mi alma sin dueño.
Cuando te vi señero, dulce, firme,
qué ansiedades sentí de diluirme
y ascender como tú, vuelto en cristales,
como tú, negra torre de arduos filos,
ejemplo de delirios verticales,
mudo ciprés en el fervor de silos.



Gustavo Adolfo Bécquer

rima xlii

-- de Gustavo Adolfo Bécquer --

Cuando me lo contaron sentí el frío
de una hoja de acero en las entrañas,
me apoyé contra el muro, y un instante
la conciencia perdí de donde estaba.
Cayó sobre mi espíritu la noche,
en ira y en piedad se anegó el alma,
¡y entonces comprendi por qué se llora,
y entonces comprendi por qué se mata!
pasó la nube de dolor..., Con pena
logré balbucear breves palabras...
¿Quién me dio la noticia?... Un fiel amigo
¡me hacia un gran favor!... Le di las gracias.



Gustavo Adolfo Bécquer

rima xlviii

-- de Gustavo Adolfo Bécquer --

Como se arranca el hierro de una herida
su amor de las entrañas me arranqué,
aunque sentí al hacerlo que la vida
me arrancaba con él.
Del altar que le alcé en el alma mía
la voluntad su imagen arrojó,
y la luz de la fe que en ella ardía
ante el ara desierta se apagó.
Aún turbando en la noche el firme empeño
viene en la idea su visión tenaz...
¡Cuándo podré dormir con ese sueño
en que acaba el soñar!



Gustavo Adolfo Bécquer

rima lxviii

-- de Gustavo Adolfo Bécquer --

No sé lo que he soñado
en la noche pasada;
triste muy triste debió ser el sueño,
pues despierto la angustia me duraba.
Noté al incorporarme
húmeda la almohada,
y por primera vez sentí al notarlo
de un amargo placer henchirse el alma.
Triste cosa es el sueño
que llanto nos arranca,
mas tengo en mi tristeza una alegría...
Sé que aún me quedan lágrimas.



Gustavo Adolfo Bécquer

rima lxxiv

-- de Gustavo Adolfo Bécquer --

Las ropas desceñidas,
desnudas las espadas,
en el dintel de oro de la puerta
dos ángeles velaban.
Me aproximé a los hierros
que defienden la entrada,
y de las dobles rejas en el fondo
la vi confusa y blanca.
La vi como la imagen
que en un ensueño pasa,
como un rayo de luz tenue y difuso
que entre tinieblas nada.
Me sentí de un ardiente
deseo llena el alma;
¡como atrae un abismo, aquel misterio
hacía si me arrastraba!
mas, ¡ay!, que de los ángeles
parecían decirme las miradas:
¡el umbral de esta puerta
sólo dios lo traspasa!



Gustavo Adolfo Bécquer

rima lxxxv

-- de Gustavo Adolfo Bécquer --

¿no has sentido en la noche,
cuando reina la sombra
una voz apagada que canta
y una inmensa tristeza que llora?
¿no sentiste en tu oído de virgen
las silentes y trágicas notas
que mis dedos de muerto arrancaban
a la lira rota?
¿no sentiste una lágrima mía
deslizarse en tu boca,
ni sentiste mi mano de nieve
estrechar a la tuya de rosa?
¿no viste entre sueños
por el aire vagar una sombra,
ni sintieron tus labios un beso
que estalló misterioso en la alcoba?
pues yo juro por ti, vida mía,
que te vi entre mis brazos, miedosa;
que sentí tu aliento de jazmín y nardo
y tu boca pegada a mi boca.



Gustavo Adolfo Bécquer

rima lxxi

-- de Gustavo Adolfo Bécquer --

No dormía; vagaba en ese limbo
en que cambian de forma los objetos,
misteriosos espacios que separan
la vigilia del sueño.
Las ideas que en ronda silenciosa
daban vueltas en torno a mi cerebro,
poco a poco en su danza se movían
con un compás más lento.
De la luz que entra al alma por los ojos
los párpados velaban el reflejo;
pero otra luz el mundo de visiones
alumbraba por dentro.
En este punto resonó en mi oído
un rumor semejante al que en el templo
vaga confuso al terminar los fieles
con un amén sus rezos.
Y oí como una voz delgada y triste
que por mi nombre me llamo a lo lejos,
y sentí olor de cirios apagados,
de humedad y de incienso.
.......................................
Entró la noche, y del olvido en brazos
caí, cual piedra, en su profundo seno.
No obstante al despertar exclamé:
¡alguno que yo quería ha muerto!



Gutierre de Cetina

como garza real alta en el cielo

-- de Gutierre de Cetina --

Entre halcones puesta y rodeada,
que siendo de los unos remontada,
de los otros seguirse deja a vuelo,
viendo su muerte acá bajo en el suelo,
por oculta virtud manifestada,
no tan presto será del aquejada
que a voces mostrará su desconsuelo.
Las pasadas locuras, los ardores
que por otras sentí, fueron, señora,
para me levantar, remontadores;
pero viéndoos a vos, mi matadora,
el alma dio señal en sus temores
de la muerte que paso cada hora.



Salvador Novo

junto a tu cuerpo

-- de Salvador Novo --

Junto a tu cuerpo totalmente entregado al mío
junto a tus hombros tersos
de que nacen las rutas de tu abrazo,
de que nacen tu voz y tus miradas, claras y remotas,
sentí de pronto el infinito vacío de su ausencia.

Si todos estos años que me falta
como una planta trepadora que se coge del viento
he sentido que llega o que regresa en cada contacto
y ávidamente rasgo todos los días un mensaje
que nada contiene sino una fecha
y su nombre se agranda
y vibra cada vez más profundamente
porque su voz no era más que para mí oído,
porque cegó mis ojos cuando apartó los suyos
y mi alma es como un gran templo deshabitado.

Pero este cuerpo tuyo es un dios extraño
forjado en mis recuerdos, reflejo de mí mismo,
suave de mi tersura, grande por mis deseos,
máscara, estatua que he erigido a su memoria.



Santiago Montobbio

urbe

-- de Santiago Montobbio --

Urbe
me han dicho que por aquí vive un poeta
que a fuer de humano ha llegado a celestial, dije.
Y añadí: si cree que es broma, ahora viene lo bueno:
lo digo totalmente en serio. En antiguas hojas
crepitaba el silencio. Completé rompiéndolo:
nombre no tiene, porque vive
precisamente en su busca. ¡Ah, ese!,
contestó el mesonero. Dicen que se hizo unos andamios
con sonetos celestes, pero la verdad es que nadie
sabe bien dónde para. Probaré si hay suerte, dije.
Y así vi sujetos, telarañas trenzadas por ellos
con sus misterios y cómo entre todos reunían
la leña de los verbos para irse juntos
al fuego del gran verbo. Pero no. No
he podido verlo: está ya muy lejos,
y ha llegado a ciudad extraña, una ciudad
fundada por él o sus sueños y donde
yo me pierdo porque en ella las calles
trazan su cara. Algunos sí que tienen
buenas artes poéticas, pensé al saberlo,
y al pensarlo sentí al momento
que a mí me quedaban derrotadas
las noches, sus imbéciles desiertos.



Ventura de la Vega

La cita (Ventura de la Vega)

-- de Ventura de la Vega --

Nunca más bello color
dio al horizonte tu llama,
astro de eterno fulgor,
al esconder tu esplendor
la cumbre de Guadarrama.

Nunca tu aroma sentí
más delicioso que ahora,
linda rosa carmesí;
nunca más bella te vi
con las perlas de la aurora.

Arroyo, que turbio y feo
ayer te vi deslizar,
¿cómo tan limpio te veo,
que ya de tu fondo creo
las arenillas contar?

Galanos campos que hacéis
de toda esta pompa alarde,
¿a quién celebrar queréis?
¿O es por dicha que sabéis
que viene Laura esta tarde?



¡Oh, si fuera en el mes de las lilas!...

-- de Vicenta Castro Cambón --

EN setiembre florecen las lilas;
se puebla el jardín
de jacintos, narcisos y lirios
y el rosal empieza las rosas a abrir.

En setiembre las flores del pero
llueven mil a mil;
el naranjo se viste de azahares
y tiernos retoños ostenta e1 jazmín.

En setiembre las aves viajeras
vuelven al país,
y se llena de trinos el aire
y todo en setiembre convida a vivir.

Yo también soy un ave viajera;
al mundo nací
en el mes en que se abren las lilas
y exhalan los lirios perfume sutil;

pero a poco que anduve en la vida
mis alas sentí
destrozadas por flecha traidora
y fué un cautiverio mi triste existir.

Pero un día... De nuevo tendré alas.
Un día feliz
volaré como las golondrinas
y volaré lejos... Muy lejos de aquí!



Antonio Machado

Horizonte

-- de Antonio Machado --

En una tarde clara y amplia como el hastío
cuando su lanza blande el tórrido verano,
copiaban el fantasma de un grave sueño mío
mil sombras en teoría, enhiestas sobre el llano.
La gloria del ocaso era un purpúreo espejo,
era un cristal de llamas, que al infinito viejo
iba arrojando el grave soñar en la llanura. ..
Y yo sentí la espuela sonora de mi paso
repercutir lejana en el sangriento ocaso,
y más allá, la alegre canción de un alba pura.



Antonio Machado

Sonaba el reloj la una

-- de Antonio Machado --

Sonaba el reloj la una
dentro de mi cuarto. Era
triste la noche. La luna,
reluciente calavera,
ya del cenit declinando,
iba del ciprés del huerto
fríamente iluminando
el alto ramaje yerto.
Por la entreabierta ventana
llegaban a mis oídos
metálicos alaridos
de una música lejana.
Una música tristona,
una mazurca olvidada,
entre inocente y burlona,
mal tañida y mal soplada.
Y yo sentí el estupor
del alma cuando bosteza
el corazón, la cabeza,
y... Morirse es lo mejor.



Antonio Machado

Soñé que tu me llevabas

-- de Antonio Machado --

Soñé que tú me llevabas
por una blanca vereda,
en medio del campo verde,
hacia el azul de las sierras,
hacia los montes azules,
una mañana serena.
Sentí tu mano en la mía,
tu mano de compañera,
tu voz de niña en mi oído
como una campana nueva,
como una campana virgen
de un alba de primavera.
¡Eran tu voz y tu mano,
en sueños, tan verdaderas!...
Vive, esperanza, ¡quién sabe
lo que se traga la tierra!



Antonio Machado

Y era el demonio de mi sueño, el ángel

-- de Antonio Machado --

Y era el demonio de mi sueño, el ángel
más hermoso. Brillaban
como aceros los ojos victoriosos,
y las sangrientas llamas
de su antorcha alumbraron
la honda cripta del alma.
-¿Vendrás conmigo? -No, jamás; las tumbas
y los muertos me espantan.
Pero la férrea mano
mi diestra atenazaba.
-Vendrás conmigo... Y avancé en mi sueño,
cegado por la roja luminaria.
Y en la cripta sentí sonar cadenas,
y rebullir de fieras enjauladas.



Manuel Reina

La lira rota

-- de Manuel Reina --

En el verde jardín, al pie de un árbol,
hallé una lira rota y destemplada:
y en tal estado al verla
sentí rota mi alma.
Las cristalinas gotas de rocío
que en sus hilos metálicos brillaban,
no sé por qué misterio
me parecieron lágrimas.
Al ver a un ruiseñor triste y callado
que en ella se posaba,
dije: el ave es el alma de su dueño
que viene a visitarla.
¡Ay! en aquellas cuerdas yo veía
de un corazón las fibras delicadas
heridas mortalmente
por sin igual desgracia.
Cuando el viento al pasar, aquellas cuerdas
con invisibles dedos agitaba,
gemidos y lamentos
de la lira brotaban.



Rosalía de Castro

Ay!, cuando los hijos mueren

-- de Rosalía de Castro --

I

¡Ay!, cuando los hijos mueren,
rosas tempranas de abril,
de la madre el tierno llanto
vela su eterno dormir.

Ni van solos a la tumba,
¡ay!, que el eterno sufrir
de la madre, sigue al hijo
a las regiones sin fin.

Mas cuando muere una madre,
único amor que hay aquí;
¡ay!, cuando una madre muere,
debiera un hijo morir.

II

Yo tuve una dulce madre,
concediéramela el cielo,
más tierna que la ternura,
más ángel que mi ángel bueno.

En su regazo amoroso,
soñaba... ¡Sueño quimérico!
dejar esta ingrata vida
al blando son de sus rezos.

Mas la dulce madre mía,
sintió el corazón enfermo,
que de ternura y dolores,
¡ay!, derritióse en su pecho.

Pronto las tristes campanas
dieron al viento sus ecos;
murióse la madre mía;
sentí rasgarse mi seno.

La virgen de las Mercedes,
estaba junto a mi lecho...
Tengo otra madre en lo alto...
¡Por eso yo no me he muerto!



Medardo Ángel Silva

La muerte perfumada

-- de Medardo Ángel Silva --

Convaleciente de aquel mal extraño,
para el que sólo tú sabes la cura,
como un fugado de la sepultura
me vio la tarde, fantasmal huraño.

Segó mis dichas la Malaventura
como inocente y cándido rebaño
y bajo la hoz de antiguo desengaño
agonizaba mi fugaz ventura...

Cual destrenzada cabellera cana
la llovizna ondeó tras la ventana...
Y aquella tarde pálida y caduca

sentí en mi dulce postración inerte
la bella tentación de darme muerte
tejiéndome un cordel con tu peluca.



Medardo Ángel Silva

Revelación (Silva)

-- de Medardo Ángel Silva --

Erraba por la orilla del malecón desierto,
interpretando el ritmo de la onda bulliciosa.
Las brisas matinales aromaban el puerto,
el alba despeinaba su cabellera rosa.

Y, al rumor apagado de la ronca sonata,
sentí una sangre nueva circular por mis venas,
sangre bermeja digna de un corazón pirata,
o de un moderno Ulises, pescador de sirenas.

Y ansié el himno que rugen los piélagos amargos,
los sueños que impulsaron a los marinos Argos,
la luz que el albo encaje de las espumas dora...

Un Yo nuevo del fondo de mi pecho surgía,
¡y algo de mi alma loca de aventuras partía
en un esquife de oro con rumbo hacia la Aurora!



Julio Flórez

Al Tequendama

-- de Julio Flórez --

Poem

Ah, yo soy como tú también fui río, me deslicé por sobre blanda arena, bajo un cielo de bóveda serena, y recorrí la vega y el plantío!

Más tarde la fatiga y el hastío y más que todo la desdicha ajena, al repletar mi corazón de pena, me sentí desplomado en el vacío!

Y estoy cayendo en el abismo oscuro de mi dolor, letal, sordo, infinito como tú, del peñón inmoble y duro.

Voy, como tú, tras negra lontananza, lanzando siempre, como tú, mi grito; ay!... Pero sin un iris de esperanza!



Julio Herrera Reissig

Idilio espectral

-- de Julio Herrera Reissig --

Pasó en un mundo saturnal; yacía
bajo cien noches pavorosas, y era
mi féretro el Olvido... Ya la cera
de tus ojos sin lágrimas no ardía.

Se adelantó el enterrador con fría
desolación. Bramaba en la ribera
de la morosa eternidad, la austera
Muerte hacia la infeliz Melancolía.

Sentí en los labios el dolor de un beso.
No pude hablar. En mi ataúd de yeso
se deslizó tu forma transparente...

Y en la sorda ebriedad de nuestros mimos,
anocheció la tapa y nos dormimos
espiritualizadísimamente.



Esteban Echeverría

la diamela

-- de Esteban Echeverría --

Dióme un día una bella porteña,
que en mi senda pusiera el destino,
una flor cuyo aroma divino
llena el alma de dulce embriaguez;
me la dio con sonrisa halagüeña,
matizada de puros sonrojos,
y bajando hechicera los ojos,
incapaces de engaño y doblez.

En silencio y absorto toméla
como don misterioso del cielo,
que algún ángel de amor y consuelo
me viniese, durmiendo, a ofrecer;
en mi seno inflamado guardéla,
con el suyo mezclando mi aliento,
y un hechizo amoroso al momento
yo sentí por mis venas correr.

Desde entonces, do quiera que miro
allí está la diamela olorosa,
y a su lado una imagen hermosa
cuya frente respira candor;
desde entonces por ella suspiro,
rindo el pecho inconstante a su halago,
con su aroma inefable me embriago,
a ella sola consagro mi amor.

Iii



Francisco de Quevedo

arrepentimiento y lágrimas debidas al engaño

-- de Francisco de Quevedo --

Huye sin percibirse, lento, el día,
y la hora secreta y recatada
con silencio se acerca, y, despreciada,
lleva tras sí la edad lozana mía.
La vida nueva, que en niñez ardía,
la juventud robusta y engañada,
en el postrer invierno sepultada,
yace entre negra sombra y nieve fría.
No sentí resbalar, mudos, los años;
hoy los lloro pasados, y los veo
riendo de mis lágrimas y daños.
Mi penitencia deba a mi deseo,
pues me deben la vida mis engaños,
y espero el mal que paso, y no le creo.



Francisco de Quevedo

miré los muros de la patria mía

-- de Francisco de Quevedo --

Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes, ya desmoronados,
de la carrera de la edad cansados,
por quien caduca ya su valentía.
Salime al campo, ví que el sol bebía
los arroyos del hielo desatados,
y del monte quejosos los ganados,
que con sombras hurtó su luz al día
entré en mi casa, ví que amancillada
de anciana habitación era despojos;
mi báculo más corvo y menos fuerte.
Vencida de la edad sentí mi espada
y no hallé cosa en que poner los ojos
que no fuese recuerdo de la muerte.



Francisco de Quevedo

Salmo X Quevedo

-- de Francisco de Quevedo --

Trabajos dulces, dulces penas mías,
pasadas alegrías
que atormentáis ahora mi memoria,
dulce en un tiempo, sí, mas breve gloria
gozada en años y perdida en días;
tarde y sin fruto derramados llantos,
si sois castigo de los cielos santos,
con vosotros me alegro y me enriquezco,
porque sé de mí mismo que os merezco,
y me consuelo más que me lastimo;
mas, si regalos sois, más os estimo,
mirando que en el suelo,
sin merecerlo, me regala el cielo.
Perdí mi libertad, mi bien con ella:
no dejó en todo el cielo alguna Estrella
que no solicitase,
entre llantos, la voz de mi querella,
¡tanto sentí mirar que me dejase!
Mas ya, ver mi dolor, me he consolado
de haber mi bien perdido,
y en parte de perderle me he holgado,
por interés de haberle conocido.



Francisco Villaespesa

la sabia mano a cuyo tacto ardiente

-- de Francisco Villaespesa --

La sabia mano a cuyo tacto ardiente
vibra la carne como un instrumento,
prolongó la agonía del momento
en una languidez intermitente...
¡Oh, el cálido contacto de tu frente!
¡oh, tu dorso desnudo y opulento
echado sobre mí, como un sediento
sobre la superficie de una fuente!
mis besos perfumaron el vacío
de un húmedo y mortal escalofrío...
¡Y bajo tu melena estremecida
en un áureo manojo de serpientes,
sentí sangrar y sucumbir mi vida,
entre el canibalismo de tus dientes!



Francisco Villaespesa

canción del recuerdo VII

-- de Francisco Villaespesa --

Al cortar sus cabellos, agitados
por el rudo estertor de la agonía,
por el amor mis ojos engañados,
aún creyeron notar que sonreía.
Sorbre su corazón puse el oído,
y juro que sentí cual si quisiera,
de mi inmenso corazón compadecido,
palpitar otra vez, y no pudiera.
Cuando pasó aquel vértigo de espanto,
en el lecho me hallé... Surcaba el llanto
en copioso raudal mi rostro inerte...
Contra el pecho apretaba sus cabellos,
temiendo que la mano de la muerte
también quisiera apoderarse de ellos.



Francisco Villaespesa

canción del recuerdo VI

-- de Francisco Villaespesa --

¿eres tú el justo que a los justos premia?
clamó mi labio, y de dolor maldijo,
y ante la sorda voz de mi blasfemia
palideció la faz del crucifijo.
Cegó mis ojos un raudal de llanto...
Quise luchar aún contra la suerte,
¡y sentí entre mis brazos, con espanto,
crujir el esqueleto de la muerte!
¡nadie la toque!dije. Y abrazado
como loco a su cuerpo inanimado,
intenté con mis besos darle vida.
¡Despiertale grité, mi amor despierta!
¡y era mi voz tan honda y dolorida,
que vi llorar los ojos de la muerta!



José Martí

copa con alas

-- de José Martí --

Una copa con alas: quién la ha visto
antes que yo? yo ayer la vi. Subía
con lenta majestad, como quien vierte
óleo sagrado: y a sus bordes dulces
mis regalados labios apretaba:
ni una gota siquiera, ni una gota
del bálsamo perdí que hubo en tu beso!
tu cabeza de negra cabellera
te acuerdas? con mi mano requería,
porque de mí tus labios generosos
no se apartaran. Blanda como el beso
que a ti me transfundía, era la suave
atmósfera en redor: la vida entera
sentí que a mí abrazándote, abrazaba!
perdí el mundo de vista, y sus ruidos
y su envidiosa y bárbara batalla!
una copa en los aires ascendía
y yo, en brazos no vistos reclinado
tras ella, asido de sus dulces bordes:
por el espacio azul me remontaba!
oh amor, oh inmenso, oh acabado artista:
en rueda o riel funde el herrero el hierro:
una flor o mujer o águila o ángel
en oro o plata el joyador cincela:
tú sólo, sólo tú, sabes el modo
de reducir el universo a un beso!



Clemente Althaus

Adiós (Althaus)

-- de Clemente Althaus --

¿Por qué, por qué te conocí tan tarde?
¿Por qué, si ya no puedes ser tú mía,
sentí, al verte, tan honda simpatía,
y la lengua, al hablar, tembló cobarde?

Adiós, adiós: no será bien que aguarde
que crezca junto a ti de día en día
el crudo fuego que, si ayer nacía,
hoy ya con llamas tan intensas arde.

Adiós, que amarte yo fuera delito
y de tú gran belleza seductora
el fiero riesgo con la ausencia evito:

que un recuerdo le des tan sólo implora
el que de ti purísimo y bendito
eternamente lo tendrá, Señora.



Clemente Zenea

En un álbum 2 (JCZ)

-- de Clemente Zenea --

Desde que yo salí de Cuba
dejé de ser trovador,
cerré mis libros de estudio,
sentí enmudecer mi voz
y reventarse las cuerdas
del arpa y del corazón.
Pero al hallarme contigo
en mi senda de dolor,
vienen al labio los versos
en suave improvisación,
porque causa tal prodigio
la cubana en Nueva-York.

¡Ay! llegaron una a una
las penas de la pasión,
los desengaños acerbos
de la amistad y el amor;
aparecieron más tarde
la calumnia y la traición
y envenenaron mis días
el uno del otro en pos!
Pero entre tantos afanes
mi alma triste suspiró,
y este suspiro lo obtuvo
la cubana en Nueva-York.

¿Qué viniste a hacer, hermosa,
bajo este pálido sol?
¿Podrás, exótica planta,
vivir en el septentrión,
sin el beso de las brisas
del trópico abrasador?
¡Oh! vuelve, vuelve a tus playas,
torna a tu bella región,
aquí a nosotros nos falta
claridad, vida y calor,
y perece entre las nieves
la cubana en Nueva-York.



Ramón López Velarde

en el piélago veleidoso

-- de Ramón López Velarde --

En el piélago veleidoso
entré a la vasta veleidad del piélago
con humos de pirata...
Y me sentía ya un poco delfín
y veía la plata
de los flancos de la última sirena,
cuando mi devaneo
anacrónico viose reducido
a un amago humillante de mareo.
Mas no guardo rencor
a la inestable eternidad de espuma
y efímeros espejos.
Porque sobre ella fui como una suma
de nostalgias y arraigos, y sobre ella
me sentí, en alta mar,
más de viaje que nunca y más fincado
en la palma de aquella mano impar.



Rubén Darío

rima vii

-- de Rubén Darío --

Llegué a la pobre cabaña
en días de primavera.
La niña triste cantaba,
la abuela hilaba en la rueca.
-¡Buena anciana, buena anciana,
bien haya la niña bella,
a quien desde hoy amar juro
con mis ansias de poeta!-
la abuela miró a la niña.
La niña sonrió a la abuela.
Fuera, volaban gorriones
sobre las rosas abiertas.
Llegué a la pobre cabaña
cuando el gris otoño empieza.
Oí un ruido de sollozos
y sola estaba la abuela.
-¡Buena anciana, buena anciana!-
me mira y no me contesta.
Yo sentí frío en el alma
cuando vi sus manos trémulas,
su arrugada y blanca cofia,
sus fúnebres tocas negras.
Fuera, las brisas errantes
llevaban las hojas secas.



Rubén Darío

Rima VII (Rubén Darío)

-- de Rubén Darío --

Llegué a la pobre cabaña
en días de primavera.
La niña triste cantaba,
la abuela hilaba en la rueca.
-¡Buena anciana, buena anciana,
bien haya la niña bella,
a quien desde hoy amar juro
con mis ansias de poeta!-
La abuela miró a la niña.
La niña sonrió a la abuela.
Fuera, volaban gorriones
sobre las rosas abiertas.
Llegué a la pobre cabaña
cuando el gris otoño empieza.
Oí un ruido de sollozos
y sola estaba la abuela.
-¡Buena anciana, buena anciana!-
Me mira y no me contesta.
Yo sentí frío en el alma
cuando vi sus manos trémulas,
su arrugada y blanca cofia,
sus fúnebres tocas negras.
Fuera, las brisas errantes
llevaban las hojas secas.



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