Buscar Poemas con Quietud


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Se han encontrado 55 poemas con la palabra quietud

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Tomás de Iriarte

El que de su quietud tanto se olvida

-- de Tomás de Iriarte --

El que de su quietud tanto se olvida,
que entrega a bravo mar frágil navío;
el que en la guerra, por mostrar su brío,
pone contra mil balas una vida;

quien todo su caudal de un lance envida;
quien no esgrime, y se arriesga a un desafío;
quien se opone al capricho, o al desvío
de una mujer hermosa y presumida;

el que sube a una cátedra sin ciencia,
y el que al púlpito saca sus sermones,
fundando en su memoria su elocuencia,

todos ellos de ti tomen lecciones
en materia de arrojo y de imprudencia;
pues al Teatro das composiciones.

Poema El que de su quietud tanto se olvida de Tomás de Iriarte con fondo de libro

Abraham Valdelomar

Tristitia

-- de Abraham Valdelomar --

Mi infancia que fue dulce, serena, triste y sola
se deslizó en la paz de una aldea lejana,
entre el manso rumor con que muere una ola
y el tañer doloroso de una vieja campana.

Dábame el mar la nota de su melancolía,
el cielo la serena quietud de su belleza,
los besos de mi madre una dulce alegría
y la muerte del sol una vaga tristeza.

En la mañana azul, al despertar, sentía
el canto de las olas como una melodía
y luego el soplo denso, perfumado del mar,

y lo que él me dijera aún en mi alma persiste;
mi padre era callado y mi madre era triste
y la alegría nadie me la supo enseñar...

Poema Tristitia de Abraham Valdelomar con fondo de libro

Adelardo López de Ayala

Plegaria (López de Ayala)

-- de Adelardo López de Ayala --

¡Dame, Señor, la firme voluntad,
compañera y sostén de la virtud;
la que sabe en el golfo hallar quietud
y en medio de las sombras claridad:

la que trueca en tesón la veleidad
y el ocio en perenal solicitud,
y las ásperas fiebres en salud,
y los torpes engaños en verdad!

Y así conseguirá mi corazón
que los favores que a tu amor debí,
te ofrezcan algún fruto en galardón...

Y aun tú, Señor, conseguirás así
que no llegue a romper mi confusión
la imagen tuya que pusiste en mí.

Poema Plegaria (López de Ayala) de Adelardo López de Ayala con fondo de libro

Adelardo López de Ayala

Plegaria.

-- de Adelardo López de Ayala --

AME, Señor, la firme voluntad,
Compañera y sostén de la virtud;
La que sabe en el golfo hallar quietud
Y en medio de las sombras claridad:

La que trueca en tesón la veleidad
Y el ocio en perennal solicitud,
Y las ásperas fiebres en salud,
Y los torpes engaños en verdad!

Y así conseguirá mi corazón
Oue los favores que a tu amor debí
Te ofrezcan algún fruto en galardón...

Y aun tú, Señor, conseguirás así
Que no llegue a romper mi confusión
La imagen tuya que pusiste en mí.



Adelardo López de Ayala

A la esposa de mi amigo

-- de Adelardo López de Ayala --

Con Placer hablo contigo,
yo que en mi vida te he hablado;
pues eres centro, y abrigo,
Y depósito sagrado
de la dicha de un amigo.

Dueña de su fe segura
y árbitra a un tiempo te ves
de su gozo o su amargura;
que él no tendrá más ventura
que aquella que tú le des.

Aunque Marte galardone
su esfuerzo nunca domado
y cien veces le corone,
y en los negocios de Estado
consiga más que ambicione;

y aunque atenta a su interés,
siempre constante y segura
fortuna bese sus pies,
él no tendrá más ventura
que aquella que tú le des.

La mujer nuestra existencia
condena a dolor profundo
o a perpetua complacencia;
Y no hay poder en el mundo
que revoque la sentencia.

Él adora tu hermosura,
e insoluble el lazo es
que formó vuestra ternura:
¡Ya no tendrá más ventura
que aquella que tú le des!

Como al sol por sus reflejos
logramos adivinar,
y por su aroma al azahar,
y el grave son desde lejos
anuncia cercano el mar,

yo adivino tu alma pura
en la apacible quietud
del hombre que amor te jura,
y contemplo en su ventura
resplandecer tu virtud.



Alfonso Reyes

¡a cuernavaca!

-- de Alfonso Reyes --

A cuernavaca voy, dulce retiro,
cuando, por veleidad o desaliento,
cedo al afán de interrumpir el cuento
y dar a mi relato algún respiro.
A cuernavaca voy, que sólo aspiro
a disfrutar sus auras un momento:
pausa de libertad y esparcimiento
a la breve distancia de un suspiro.
Ni campo ni ciudad, cima ni hondura;
beata soledad, quietud que aplaca
o mansa compañía sin hartura.
Tibieza vegetal donde se hamaca
el ser en filosófica mesura...
¡A cuernavaca voy, a cuernavaca!

ii
no sé si con mi ánimo lo inspiro
o si el reposo se me da de intento.
Sea realidad o fingimiento,
¿a qué me lo pregunto, a qué deliro?
básteme ya saber, dulce retiro
que solazas mis sienes con tu aliento:
pausa de libertad y esparcimiento
a la breve distancia de un suspiro.
El sosiego y la luz el alma apura
como vino cordial; trina la urraca
y el laurel. De los pájaros murmura;
vuela una nube; un astro se destaca,
y el tiempo mismo se suspende y dura...
¡A cuernavaca voy, a cuernavaca!



Amado Nervo

la santidad de la muerte

-- de Amado Nervo --

La santidad de la muerte
llenó de paz tu semblante,
y yo no puedo ya verte
de mi memoria delante,
sino en el sosiego inerte
y glacial de aquel instante.
En el ataúd exiguo,
de ceras a la luz fatua,
tenía tu rostro ambiguo
qiuetud augusta de estatua
en un sarcófago antiguo.
Quietud con yo no sé qué
de dulce y meditativo;
majestad de lo que fue;
reposo definitivo
de quién ya sabe el porqué.
Placidez, honda, sumisa
a la ley; y en la gentil
boca breve, una sonrisa
enigmática, sutil,
iluminando indecisa
la tez color de marfil.
A pesar de tanta pena
como desde entonces siento,
aquella visión me llena
de blando recogimiento
y unción..., Como cuando suena
la esquila de algún convento
en una tarde serena...



Lope de Vega

Cuando lo que he de ser me considero

-- de Lope de Vega --

Cuando lo que he de ser me considero,
¿cómo de mi bajeza me levanto?
Y si de imaginarme tal me espanto,
¿por qué me desvanezco y me prefiero?
¿Qué solicito, qué pretendo y quiero,
siendo guerra el vivir y el nacer llanto?
¿Por qué este polvo vil estimo en tanto,
si dél tan presto dividirme espero?
Si en casa que se deja, nadie gasta,
pues pierde lo que en ella se reparte,
¿qué loco engaño mi quietud contrasta?
Vida breve y mortal, dejad el arte:
que a quien se ha de partir tan presto, basta
lo necesario, en tanto que se parte.



Lope de Vega

Dulce Señor, mis vanos pensamientos

-- de Lope de Vega --

Dulce Señor, mis vanos pensamientos
fundados en el viento me acometen,
pero por más que mi quietud inquieten
no podrán derribar tus fundamentos.
No porque de mi parte mis intentos
seguridad alguna me prometen
para que mi flaqueza no sujeten,
ligera más que los mudables vientos.
Mas porque si a mi voz, Señor, se inclina
tu defensa y piedad, ¿qué humana guerra
contra lo que Tú amparas será fuerte?
Ponme a la sombra de tu cruz divina,
y vengan contra mí fuego, aire, tierra,
mar, yerro, engaño, envidia, infierno y muerte.



Manuel del Palacio

Una noche en el Colosseo

-- de Manuel del Palacio --

Solo en la arena estoy; ¡á mí, líctores!
Augusto Emperador, le desafío:
El Dios de los cristianos es el mio,
Y tu poder desprecio y tus furores.

Cérquenme ya los tigres bramadores,
Que quiero en ellos ensayar mi brío,
Y una vez más el holocausto impío
Ofrece en el altar de tus errores...

Aun en la arena estoy; reposo mudo,
Fatídico silencio, quietud santa,
Indecible terror hallo do quiera;

Nadie responde á mi lenguaje rudo:
¡Sólo una cruz al cielo se levanta
Donde la luna inmóvil reverbera!



Jorge Riechmann

3

-- de Jorge Riechmann --

Para teresa, que escribía cuentos en esta calle
desde hace días han desaparecido
las africanas que vendían maíz cocido
en el mercado de la rue dejean.
Extrema quietud la de los niños negros
fajados a la espalda de ellas
con la ventrera, un arco iris pobre.
Y ya que estamos hablando de colores:
el interior de este silencio es rojo
como un corazón arado.



Cristóbal Suárez de Figueroa

Felicidad de la vida

-- de Cristóbal Suárez de Figueroa --

¡O bien feliz el que la vida pasa
Sin ver del que gobierna el aposento,
Y mas quien deja el cortesano asiento
Por la humildad de la pajiza casa!

Que nunca teme una fortuna escasa,
De agena envidia el ponzoñoso aliento;
A la planta mayor persigue el viento,
A la torre mas alta el rayo abrasa.

Contento estoy de mi mediana suerte;
El poderoso en su deidad resida;
Mayor felicidad yo no procuro,

Pues la quietud sagrada al hombre advierte
Ser para el corto espacio de la vida
El mas humilde estado mas seguro.



Octavio Paz

sonetos v

-- de Octavio Paz --

Sonetos - v
cielo que gira y nube no asentada
sino en la danza de la luz huidiza,
cuerpos que brotan como la sonrisa
de la luz en la playa no pisada.
¡Qué fértil sed bajo tu luz gozada!,
¡qué tierna voluntad de nube y brisa
en torbellino puro nos realiza
y mueve en danza nuestra sangre atada!
vértigo inmóvil, avidez primera,
aire de amor que nos exalta y libra:
danzan los cuerpos su quietud ociosa,
danzan su propia muerte venidera,
arco de un solo son en el que vibra
nuestra anudada desnudez gozosa.



Octavio Paz

concorde

-- de Octavio Paz --

A carlos fuentes
arriba el agua
abajo el bosque
el viento por los caminos
quietud del pozo
el cubo es negro el agua firme
el agua baja hasta los árboles
el cielo sube hasta los labios



Octavio Paz

sonetos i

-- de Octavio Paz --

Sonetos - i
inmóvil en la luz, pero danzante,
tu movimiento a la quietud que cría
en la cima del vértigo se alía
deteniendo, no al vuelo, sí al instante.
Luz que no se derrama, ya diamante,
fija en la rotación del mediodía,
sol que no se consume ni se enfría
de cenizas y llama equidistante.
Tu salto es un segundo congelado
que ni apresura el tiempo ni lo mata:
preso en su movimiento ensimismado
tu cuerpo de sí mismo se desata
y cae y se dispersa tu blancura
y vuelves a ser agua y tierra oscura.



Octavio Paz

el pájaro

-- de Octavio Paz --

En el silencio transparente
el día reposaba:
la transparencia del espacio
era la transparencia del silencio.
La inmóvil luz del cielo sosegaba
el crecimiento de las yerbas.
Los bichos de la tierra, entre las piedras,
bajo la luz idéntica, eran piedras.
El tiempo en el minuto se saciaba.
En la quietud absorta
se consumaba el mediodía.
Y un pájaro cantó, delgada flecha.
Pecho de plata herido vibró el cielo,
se movieron las hojas,
las yerbas despertaron...
Y sentí que la muerte era una flecha
que no se sabe quién dispara
y en un abrir los ojos nos morimos.



José Tomás de Cuellar

En la caverna de Cacahuamilpa

-- de José Tomás de Cuellar --

¡ESPLÉNDIDA mansión, recinto umbroso
De silencio y de paz augusto templo:
De tu imponente majestad ansioso,
Extático y absorto te contemplo!

Asiento ya mi planta en tus umbrales,
Ávido de gozar, negra caverna;
Y huyendo las visiones mundanales,
Medito solo en tu tíniebla eterna....

La mente se consagra enajenada
De tu esencia al misterio sorprendente;
Tu sublime quietud, tu calma helada
Imprimen el terror sobre mi frente.



Gabriela Mistral

la noche

-- de Gabriela Mistral --

Por que duermas, hijo mío,
el ocaso no arde más:
no hay más brillo que el rocío,
más blancura que mi faz.
Por que duermas, hijo mío,
el camino enmudeció:
nadie gime sino el río;
nada existe sino yo.
Se anegó de niebla el llano.
Se encongió el suspiro azul.
Se ha posado como mano
sobre el mundo la quietud.
Yo no sólo fui meciendo
a mi niño en mi cantar:
a la tierra iba durmiendo
el vaivén del acunar...



Salvador Novo

1961

-- de Salvador Novo --

Gracias, señor, porque me diste un año
en que abrí a tu luz mis ojos ciegos;
gracias porque la fragua de tus fuegos
templó en acero el corazón de estaño.

Gracias por la ventura y por el daño
por la espina y la flor; porque tus ruegos
redujeron mis pasos andariegos
a la dulce quietud de tu rebaño.

Porque en mí floreció tu primavera;
porque tu otoño maduró mi espiga
que el invierno guarece y atempera.

Y porque, entre tus dones, me bendiga
-compendio de tu amor- la duradera
felicidad de una sonrisa amiga.



Salvador Novo

gracias, señor

-- de Salvador Novo --

Gracias, señor, porque me diste un año
en que abrir a tu luz mis ojos ciegos;
gracias porque la fragua de tus fuegos
templó en acero el corazón de estaño.

Gracias por la ventura y por el daño
por la espina y la flor; porque tus ruegos
redujeron mis pasos andariegos
a la dulce quietud de tu rebaño.

Porque en mí floreció tu primavera;
porque tu otoño maduró mi espiga
que el invierno guarece y atempera.

Y porque, entre tus dones, me bendiga
-compendio de tu amor- la duradera
felicidad de una sonrisa amiga.



Salvador Rueda

sonetos VI

-- de Salvador Rueda --

Quietud, pereza, languidez, sosiego...;
Un sol desencajado el suelo dora,
y a su valiente luz deslumbradora
queda el que a fascinado y ciego.

El mar latino, y andaluz, y griego,
suspira dejos de cadencia mora,
y la jarra gentil que perlas llora
se columpia en la siesta de oro y fuego.

Al rojo blanco la ciudad llamea;
ni una brisa los árboles cimbrea,
arrancándoles lentas melodías.

Y sobre el tono de ascuas del ambiente,
frescas cubren su carmín rïente
en sus rasgadas bocas las sandías.

6



Sor Juana Inés de la Cruz

de amor y de discreción

-- de Sor Juana Inés de la Cruz --

En que satisface un recelo con la retórica del llanto.
Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba,
como en tu rostro y tus acciones vía
que con palabras no te persuadía,
que el corazón me vieses deseaba;
y amor, que mis intentos ayudaba,
venció lo que imposible parecía:
pues entre el llanto, que el dolor vertía,
el corazón deshecho destilaba.
Baste ya de rigores, mi bien, baste;
no te atormenten más celos tiranos,
ni el vil recelo tu quietud contraste
con sombras necias, con indicios vanos,
pues ya en líquido humor viste y tocaste
mi corazón deshecho entre tus manos.



Teófilo V. Méndez Ramos

Añoranzas (Méndez Ramos)

-- de Teófilo V. Méndez Ramos --

(Ofrenda) (Octubre 15 1920)

¿Recuerda amada mía?
Era al caer de la tarde...
Y al oído te decía
mientras la tarde moría:
;Mi corazón de amor arde;
Y en tu faz vi retratada
duda... Asombro... Alegrías...
Y una fugitiva mirada,
me hizo ver Aída, adorada,
que tú también me querías.

Mientras la fuente ritmaba
su canción en la pradera,
con cuanto amor te miraba,
con ternura te hablaba
de mi ideal, de mi quimera...

Por las montañas plateadas
surgió pálida la luna;
y en las sendas perfumadas
las manos entrelazadas
corrimos tras la fortuna.

En la quietud del ambiente
só1o la fronda cantaba
su canción triste y doliente.
Mientras tanto, dulcemente
con tu aliento me embriagaba.



Vicente Aleixandre

forma

-- de Vicente Aleixandre --

Se iba quedando callada
hasta que la sombra espesa
se hizo cuerpo tuyo.
¡Ya te tengo! ¡ya te tengo!
aquí la sombra del cuarto,
piel fina, piel en mis dedos.
Siente, tiembla. Fina seda
que palpita humanamente
entre mis dedos de nieve.
Mis dedos de hielo rizan
tu delicada quietud,
totalidad de este cuarto,
corporal y muda, extensa
sobre la estancia dormida.
Para mis ojos azules
tu negra forma se entrega,
cuajada y pura, inocente,
oh soledad de mi cuarto.
Pero no quiero mirarte.
A oscuras, paredes justas,
cámara, entraña, me aprietas;
te siento exacta y te amo,
cerrazón de vida y muerte,
negra posesión del aire,
sombra que habito y que siento
contra mi piel semejante.
Blancas paredes fronteras,
densa presencia estrechada,
cuerpo que ciego adivino
en mis sentidos dorados.



Vicente Gallego

septiembre, 30

-- de Vicente Gallego --

No ha sido fácil comprender el mar,
las rocas, su volumen,
la concreción del tiempo en la materia
más real, la verdad del mundo en el vaivén
del viento y la marea, en la quietud
que el arrecife opone al oleaje,
en el fragor eterno del silencio,
que es una voz antigua e innumerable.
El mar que se resiste al adjetivo,
que en su enigma desprecia
definición o imagen más allá
de ese asombro que afirma en cualquier muerte
la vida que no acaba, esa vida del agua
que ha sido tantas vidas y que ahora
es también esta nuestra.
El mar,
y una noche sin luna ni tormenta,
el mar únicamente y yo, aquí,
este íntimo acuerdo con mis pasos:
tan sólo quien se busca en el camino
y al encontrarse al fin está desnudo.



Andrés Héctor Lerena Acevedo

El monje

-- de Andrés Héctor Lerena Acevedo --

Vive alegre su vida, humilde el corazón,
bajo la albura intacta de un santo escapulario,
sintiendo el goce místico de la maceración,
en el convento en ruinas, viejo y estacionario.

En la quietud beatífica duerme la hora impávida
cantada por el bronce de un campanil sonante.
El cielo es lapiz-lázuli. Y una atmósfera grávida
de sol y de sahumerio baña el claustro fragante.

Salmodia el enclaustrado su fervor en el huerto,
plegando las dos manos, rígido como un muerto.
La esquila conventual apaga su bullicio.

Es la hora de sexta. Y tramonta la tarde;
y, mientras reza el monje, divinamente, arde
una lámpara de oro bajo el tosco cilicio.



José Alcalá Galiano

Aparición

-- de José Alcalá Galiano --

Miré tu rostro, y de la inmensa altura
Bajé á mi corazón,
Y al verle encadenado á tu hermosura
Bendije mi prision.

La noche en su silencio y con su calma
Adormeció mi sér,
Y al mecerse tranquila, olvidó el alma
Su eterno padecer;

Una sola mirada de tus ojos
Del sueño me sacó,
Y una sonrisa de tus labios rojos
De amor me estremeció.

La quietud con su mágico misterio
Me hacia meditar;
Oí tu voz de irresistible imperio
Y prorumpí á llorar.

Léjos de las miserias de la vida,
De los astros en pos,
Mi mente, con delirio, iba perdida
Allí buscando un Dios.

Y cuando más ansioso le buscaba
Aparecer te ví,
Y la faz de aquel Dios que no encontraba
Ví reflejarse en tí.



Antonio Ros de Olano

A un soldado

-- de Antonio Ros de Olano --

Deja suelto el bridón; rompe la espada;
plázcante la quietud y los sencillos
festejos que tus hijos pobrecillos
te ofrezcan al volver a tu morada.

La voz de la tribuna hoy deshonrada;
en manos de la plebe los cuchillos;
la libertad forjándose los grillos...;
Esta es la Roma de la edad pasada.

El acto de Catón a otros asombre;
de César muerto nace el cesarismo;
bruto exclama: «¡Virtud, eres un nombre!»

Y así van las naciones a su abismo,
sin que a salvarlas baste un solo hombre,
sea Catón, o Bruto, o César mismo.



Antonio Ros de Olano

El simoún

-- de Antonio Ros de Olano --

La soledad lo aborta sin destino
sobre el páramo inmenso del desierto;
a su presencia duélese el mar muerto
y gime triste el campo palestino.

Con polvorosa crin borra el camino,
y a su bochorno el caminante incierto,
el cuerpo tiende, el hábito cubierto
del raudo y abrasante remolino.

¡Pasó!... Y el tigre bota en la candente
arena, en que el león ruge erizado
y silba y se retuerce la serpiente...

¡Pasó!... Y en la quietud del despoblado
la ciudad solitaria del Oriente
llora con el Profeta su pecado.



Mariano Melgar

¡Ay, amor! Dulce veneno

-- de Mariano Melgar --

¡Ay, amor!, dulce veneno,
ay, tema de mi delirio,
solicitado martirio
y de todos males lleno.

¡Ay, amor! lleno de insultos,
centro de angustias mortales,
donde los bienes son males
y los placeres tumultos.

¡Ay, amor! ladrón casero
de la quietud más estable.
¡Ay, amor, falso y mudable!
¡Ay, que por causa muero!

¡Ay, amor! glorioso infierno
y de infernales injurias,
león de celosas furias,
disfrazado de cordero.

¡Ay, amor!, pero ¿qué digo,
que conociendo quién eres,
abandonando placeres.
Soy yo quien a ti te sigo?



Medardo Ángel Silva

Al Angelus

-- de Medardo Ángel Silva --

Atravesó la obscura galería...
Al Angelus... Llamaban al rosario...
La religiosa voz del campanario
vibraba en la quietud de la Abadía.

En sus manos de nácar oprimía
el viejo Kempis o el Devocionario...
La luz de un aceitoso lampadario
delató su presencia en la crujía...

Se vio palidecer su faz de nardo
hablaba de Eloísa y Abelardo
el llanto que la fuente diluía.

Y la Sor que en el mundo fue princesa,
inclinando la pálida cabeza,
atravesó la obscura galería.



Medardo Ángel Silva

Las florestas de oro

-- de Medardo Ángel Silva --

Contemplaron los silfos su escultura
tras el sedoso vuelo del ramaje,
en la quietud solemne del paisaje
de rara, mitológica hermosura.

En su concha de plata, en la espesura
escanció el dulce néctar del salvaje
manantial, y dormida en el boscaje
Selene la encontró radiante y pura...

A las luces miríficas del astro
un erótico ensueño parecía
en su blancura tersa de alabastro;

y ceñida la frente con los lauros
de Diana, huyó por la floresta umbría
en la grupa de helénicos centauros!



Medardo Ángel Silva

Ofrenda a la Muerte

-- de Medardo Ángel Silva --

Muda nodriza, llave de nuestros cautiverios,
¿oh, Tú, que a nuestro lado vas con paso de sombra,
Emperatriz maldita de los negros imperios,
cuál es la talismánica palabra que te nombra?

Punta sellada, muro donde expiran sin eco
de la humillada tribu las interrogaciones,
así como no turba la tos de pecho hueco
la perenne armonía de las constelaciones.

Yo cantaré en mis odas tu rostro de mentira,
tu cuerpo melodioso como un brazo de lira,
tus plantas que han hollado Erebos y Letheos;

y la serena gracia de tu mirar florido
que ahoga nuestras almas exentas de deseos,
en un mar de silencio, de quietud y de olvido.



Julio Flórez

A Bogotá

-- de Julio Flórez --

Poem

I

Oh mi ciudad querida, hoy tan lejana y tan inaccesible a mi deseo, que al evocarte en mi memoria creo que fuiste un sueño de mi edad temprana!

Te evoco así, como a quimera vana, y al evocarte, sin cesar te veo resplandecer bajo el ardor febeo sobre la gran quietud de la sabana.

Y al pensar que en ti van, hora tras hora, sucumbiendo los seres que amé tanto y que la tierra sin cesar devora,

surges bajo la nube de mi llanto, no como ayer: alegre y tentadora, sino como un inmenso camposanto.

II

¡Oh mi bella ciudad! Cómo en tu seno vibró mi ser y aleteó mi rima cuando en tu corazón hallé la cima que asalta el rayo y que apostrofa el trueno.

Te poseí bajo tu azul sereno, entre el halago dulce de tu clima, y te ofrendé mi juventud opima con tanto ahínco y con amor tan pleno,

que en las tinieblas de tus noches frías y hasta en tus más recónditos rincones deben sonar, cual ecos de otros días:

los sollozos de todas mis canciones, los estruendos de todas mis orgías y los gritos de todas mis pasiones!



Julio Flórez

Deshielo

-- de Julio Flórez --

Nunca mayor quietud se vió en la muerte;
ni frío más glacial que el de esa mano
que tú alargaste al expirar, en vano!
y que cayó en las sábanas, inerte!

¡Ah.... Yo no estaba allí! Mi aciaga suerte,
no quiso que en el trance soberano,
cuando tú entrabas en el hondo arcano,
yo pudiera estrecharte.... Y retenerte!

Al llegar, me atrajeron tus despojos;
cogí esa mano espiritual y breve
y la junté á mis labios y á mis ojos!....

Y en ella, al ver mi llanto que corría,
pensé que aquella mano, hecha de nieve,
de mi boca al calor se derretía!



Julio Herrera Reissig

el suspiro

-- de Julio Herrera Reissig --

Quimérico a mi vera concertaba
tu busto albar su delgadez de ondina,
con mística quietud de ave marina
en una acuñación escandinava...

Era mi pena de tu dicha esclava;
y en una loca nervazón divina,
el tropel de una justa bizantina
en nuestro corazón tamborilaba...

Strauss soñó desde el atril del piano
con la sabia epilepsia de tu mano...
¡Mendigo del azul que me avasalla

-en el hosco trasluz de aquel retiro-
de la noche oriental de tu pantalla
bajó en silencio mi primer suspiro!...



Julio Herrera Reissig

la última carta

-- de Julio Herrera Reissig --

Con la quietud de un sincope furtivo,
desangróse la tarde en la vertiente,
cual si la hiriera repentinamente
un aneurisma determinativo...

Hurló en el bosque un pájaro cautivo
de la fascinación de una serpiente;
y una cabra enigmática, en la fuente,
describió como un signo negativo.

En su vuelo espectral de alas hurañas,
la noche se acordó de tus pestañas...
¡Y en tanto que atiplaban mi vahído

las gracias de un billete perfumado,
ofició la veleta del tejado
el áspero responso de tu olvido!



Evaristo Carriego

Una sorpresa

-- de Evaristo Carriego --

Hoy recibí tu carta. La he leído
con asombro, pues dices que regresas,
y aún de la sorpresa no he salido...
¡Hace tanto que vivo sin sorpresas!

«Que por fin vas a verme .... Que tan larga
fué la separación ... Te lo aconsejo,
no vengas, sufrirías una amarga
desilusión: me encontrarías viejo.

Y como un viejo, ahora, me he llamado
a quietud, y a excepción —¡siempre el pasado! —
de uno que otro recuerdo que en la frente

me pone alguna arruga de tristeza
no me puedo quejar: tranquilamente
fumo mi pipa y bebo mi cerveza.



Francisco de Aldana

Cuál nunca osó mortal tan alto el vuelo

-- de Francisco de Aldana --

¿Cuál nunca osó mortal tan alto el vuelo
subir, o quién venció más su destino,
mi clara y nueva luz, mi sol divino,
que das y aumentas nuevo rayo al cielo,

cuanto el que pudo en este bajo suelo,
(¡oh estrella amiga, oh hado peregrino!)
los ojos contemplar que de contino
engendran paz, quietud, guerra y recelo?

Bien lo sé yo, que Amor, viéndome puesto
do no sube a mirar con mucha parte
olmo, pino, ciprés, ni helado monte,

de sus ligeras alas diome presto
dos plumas y me dijo. «Amigo, ¡guarte
del mal suceso de Ícaro o Fetonte!»



Francisco de Aldana

El ímpetu cruel de mi destino

-- de Francisco de Aldana --

El ímpetu cruel de mi destino,
¡cómo me arroja miserablemente
de tierra en tierra, de una en otra gente,
cerrando a mi quietud siempre el camino!

¡Oh, si tras tanto mal grave y contino,
roto su velo mísero y doliente,
el alma, con un vuelo diligente,
volviese a la región de donde vino!

Iríame por el cielo en compañía
del alma de algún caro y dulce amigo,
con quien hice común acá mi suerte;

¡oh, qué montón de cosas le diría!
¡Cuáles y cuántas, sin temer castigo
de fortuna, de amor, de tiempo y muerte!



Francisco de Quevedo

las tres musas últimas castellanas 35

-- de Francisco de Quevedo --

Más solitario pájaro ¿en cuál techo
se vio jamás, ni fiera en monte o prado?
desierto estoy de mí que me has dejado
mi alma propia en lágrimas deshecho.
Lloraré siempre mi mayor provecho;
penas serán y hiel cualquier bocado;
la noche afán, y la quietud cuidado,
y duro campo de batalla el lecho.
El sueño, que es imagen de la muerte,
en mí a la muerte vence en aspereza,
pues que me estorba el sumo bien de verte.
Que es tanto tu donaire y tu belleza,
que, pues naturaleza pudo hacerte,
milagro puede hacer naturaleza.



Francisco Sosa Escalante

A la soledad (Sosa Escalante)

-- de Francisco Sosa Escalante --

Tregua buscando al anhelar que siento
A tí un refugio, soledad, te pido;
Rueden mis horas en quietud y olvido,
Halle descanso en tí mi pensamiento.

Los que gozan de dicha y de contento
Disfrutando el amor de un sér querido,
Los que felices son, entre el rüido
Del mundo, vivirán sin mi tormento.

Mas yo que miro conjurarse airadas
Las penas todas contra el alma mía,
Busco tus horas tristes y calladas.

Amable soledad, oculta pía
Mis lágrimas que corren desbordadas;
Que de ellas nadie por mi mal se ría.



Francisco Sosa Escalante

A un río

-- de Francisco Sosa Escalante --

Aquí, en el bosque donde el alma siente
Rodar las horas en quietud serena,
Por entre guijas y menuda arena
Se deslizan tus ondas blandamente.

El cielo azul, la luna refulgente,
En tí copian su faz de encanto llena,
Y es grato en esta soledad amena
El plácido rumor de tu corriente.

¡Quién al mirarte, cristalino río,
Encanto de las aves y las flores,
Cinta de plata que en el bosque umbrío

Reproduce del sol los resplandores,
Quién puede sospechar que el mar bravío
Con tus aguas aumenta sus furores!



Francisco Sosa Escalante

La tarde (Sosa Escalante)

-- de Francisco Sosa Escalante --

La esmeralda del mar fulgente brilla
Al recibir del sol la luz postrera,
El nido busca el ave placentera,
Cantando el pescador deja la orilla.

En la humilde cabaña la sencilla
Y cristiana oración sube á la esfera
Como el sagrado incienso, porque espera
En el Señor y á su poder se humilla.

La vespertina estrella misteriosa
Diamante finge que sujeta el velo
Allí en la frente de la casta esposa;

La noche se aproxima en tardo vuelo,
Mece la flor la brisa rumorosa,
Todo es quietud en la extensión del suelo.



Francisco Sosa Escalante

Solo!

-- de Francisco Sosa Escalante --

En medio de la noche, cuando gime
El viento entre las hojas, y murmura
La mansa fuente cristalina y pura
Y duerme el orbe con quietud sublime,

¡Cómo la triste soledad imprime
En mi sér el dolor y su amargura!
El alma el cáliz del pesar apura
Y nadie del tormento la redime.

Si tú que dulce, cariñosa y buena
Halagas al que sufre y al que llora,
Me vieras en mis horas de agonía,

Dolida de mi mal, de fuego llena
Vendrias á mis brazos seductora,
Y fueras, Lélia, para siempre mía.



José Asunción Silva

crepúsculo II

-- de José Asunción Silva --

En la tarde, en las horas del divino
crepúsculosereno,
se pueblan de tinieblas los espacios
y las almas de sueños.
Sobre un fondo de tonos nacarados
la silueta del templo
las altas tapias del jardín antiguo
y los árbolesnegros,
cuyas ramas semejan un encaje
movidas por el viento
se destacan oscuras, melancólicas
como un extrañoespectro!
en estas horas de solemne calma
vagan los pensamientos
y buscan a la sombra de lo ignoto
la quietud y el silencio.
Se recuerdan las caras adoradas
de los queridos muertos
que duermen para siempre en el sepulcro
y hace tanto no vemos.
Bajan sobre las cosas de la vida
las sombras de loeterno
y las almas emprenden su viaje
al país delrecuerdo.
También vamos cruzando lentamente
de la vida el desierto
también en el sepulcro helada sima
más tarde dormiremos.
Que en la tarde, en las horas del divino
crepúsculosereno
se pueblan de tinieblas los espacios
y las almas de sueños!



José Asunción Silva

Crepúsculo1

-- de José Asunción Silva --

En la tarde, en las horas del divino
crepúsculo sereno,
se pueblan de tinieblas los espacios
y las almas de sueños.

Sobre un fondo de tonos nacarados
la silueta del templo
las altas tapias del jardín antiguo
y los árboles negros,
cuyas ramas semejan un encaje
movidas por el viento
se destacan oscuras, melancólicas
como un extraño espectro!

En estas horas de solemne calma
vagan los pensamientos
y buscan a la sombra de lo ignoto
la quietud y el silencio.
Se recuerdan las caras adoradas
de los queridos muertos
que duermen para siempre en el sepulcro
y hace tanto no vemos.

Bajan sobre las cosas de la vida
las sombras de lo eterno
y las almas emprenden su viaje
al país del recuerdo.
También vamos cruzando lentamente
de la vida el desierto
también en el sepulcro helada sima
más tarde dormiremos.

Que en la tarde, en las horas del divino
crepúsculo sereno
se pueblan de tinieblas los espacios
y las almas de sueños!



José Asunción Silva

Humo

-- de José Asunción Silva --

Bajo los árboles viejos
cuya sombra el suelo baña
miro perdida a lo lejos
una pequeña cabaña.
Todo en quietud allí vese,
la ventana no está abierta
y el musgo grisoso crece
sobre el umbral de la puerta.
Cual tibio aliento aromado
que el frío condensa en nube
humo tenue y azulado
en espiral de ella sube.
Del alma que allí reposa
noticias a Dios le lleva
el humo que de la choza
en espirales se eleva.

20 De Abril de 1883.



Carlos Pellicer

recinto VIII

-- de Carlos Pellicer --

xii
en el silencio de la casa, tú,
y en mi voz la presencia de tu nombre
besado entre la nube de la ausencia
manzana aérea de las soledades.
Todo a puertas cerradas, la quietud
de esperarte es vanguardia de heroísmo,
vigilando el ejército de abrazos
y el gran plan de la dicha.
Ya no sé caminar sino hacia ti,
por el camino suave de mirarte
poner los labios junto a mis preguntas
sencilla, eterna flor de preguntarte
y escucharte así en mí ¡y a sangre y fuego
rechazar, luminoso, las penumbras...!
Manzana aérea de las soledades,
bocado silencioso de la ausencia,
palabra en viaje, ropa del invierno
que hará la desnudez de las praderas.
Tú en el silencio de la casa. Yo
en tus labios de ausencia, aquí tan cerca
que entre los dos la ronda de palabras
se funde en la mejor que da el poema.



Claudio Rodríguez

nuevo día

-- de Claudio Rodríguez --

Después de tantos días sin camino y sin casa
y sin dolor siquiera y las campanas solas
y el viento oscuro como el del recuerdo
llega el de hoy.
Cuando ayer el aliento era misterio
y la mirada seca, sin resina,
buscaba un resplandor definitivo,
llega tan delicada y tan sencilla,
tan serena de nueva levadura
esta mañana...
Es la sorpresa de la claridad,
la inocencia de la contemplación,
el secreto que abre con moldura y asombro
la primera nevada y la primera lluvia
lavando el avellano y el olivo
ya muy cerca del mar.
Invisible quietud. Brisa oreando
la melodía que ya no esperaba.
Es la iluminación de la alegría
con el silencio que no tiene tiempo.
Grave placer el de la soledad.
Y no mires el mar porque todo lo sabe
cuando llega la hora
adonde nunca llega el pensamiento
pero sí el mar del alma,
pero sí este momento del aire entre mis manos,
de esta paz que me espera
cuando llega la hora
dos horas antes de la media noche
del tercer oleaje, que es el mío.



Clemente Althaus

A mi madre (2 Althaus)

-- de Clemente Althaus --

Cuando empieza el mundo
a gozar quietud:
en aquellas horas
en que incierta luz
viste mar y tierra
aire y cielo azul,
y no es ya de día
ni de noche aún:
yo, triste viajero
que de Norte a Sur
y de Oriente a Ocaso
lleva su inquietud,
como el que a andar siempre
condenó Jesús,
que sólo me veo,
solo con mi cruz,
sin ningún consuelo
ni amigo ningún:
entonces recuerdo
mi patrio Perú,
hermanos, parientes,
leda juventud
amiga, y aquellos
que ya la segur
hirió de la fiera
contraria común.
Ero mi más tierna
memoria eres tú,
madre idolatrada,
de mis ojos luz;
y soy de tu vida
venturoso augur,
y cantos te envía
mi amante laúd:
¡llevarte éste quiera
afable querub
al limeño suelo
desde el andaluz!



Al azar

-- de Clementina Isabel Azlor --

¿Para qué echar la sonda?
¡Saber lo que el Destino te reserva!
¡Interrogar la Esfinge!
¡No! No hay poder humano que sorprenda
sus obscuros designios.
Perseguir en la noche una luciérnaga
para indagar la causa de su fosforescencia,
cuando puedes llenarte las pupilas
con el suave fulgor de las estrellas
y vivir horas de quietud y gozo...
Hasta cuando amanezca!
Es mejor no inquirir. Hoy que la Vida
ha querido mostrarte su faz buena,
y en acto de humildad, contrita, viene
a verter en tu copa de su néctar,
apúrala sin preguntarle cómo
ni cuándo has de beberla.
¡No sea que en un sueño
la Realidad se pierda!
¿Para qué echar la sonda?
El más puro Ideal llama a tu puerta.
Anda. Abre. Contémplalo.
Extasíate en él, y luego cierra
los ojos. ¡Que su imagen
llegue a tu alma como hostia de belleza!
¿Interrogar la Esfinge?
¿Qué te diría su mirar de piedra?
Confíate a la Vida
que ha querido mostrarte su faz buena
y síguela sin preguntarle adónde.
¡Es mejor ignorar y andar a tientas!
¡Oh, poder despertarse de mañana
y bendecir el día que comienza!



Roberto Juarroz

hemos amado juntos tantas cosas

-- de Roberto Juarroz --

Hemos amado juntos tantas cosas
que es difícil amarlas separados.
Parece que se hubieran alejado de pronto
o que el amor fuera una hormiga
escalando los declives del cielo.
Hemos vivido juntos tanto abismo
que sin ti todo parece superficie,
órbita de simulacros que resbalan,
tensión sin extensiones,
vigilancia de cuerpos sin presencia.
Hemos andado tanto sin movernos
que los viajes ahora se descuelgan
como abrigos inútiles.
Movimiento y quietud se han desunido
como grados de dos temperaturas.
Hemos perdido juntos tanta nada
que el hábito persiste y se da vuelta
y ahora todo es ganancia de la nada.
El tiempo se convierte en antitiempo
porque ya no lo piensas.
Hemos callado y hablado tanto juntos
que hasta callar y hablar son dos traiciones,
dos sustancias sin justificación,
dos substitutos.
Lo hemos buscado todo,
lo hemos hallado todo,
lo hemos dejado todo.
Únicamente no nos dieron tiempo
para encontrar el ojo de tu muerte,
aunque fuera también para dejarlo.



Rubén Darío

venus

-- de Rubén Darío --

En la tranquila noche, mis nostalgias amargas sufría.
En busca de quietud bajé al fresco y callado jardín.
En el obscuro cielo venus bella temblando lucía,
como incrustado en ébano un dorado y divino jazmín.
A mi alma enamorada, una reina oriental parecía,
que esperaba a su amante bajo el techo de su camarín,
o que, llevada en hombros, la profunda extensión recorría,
triunfante y luminosa, recostada sobre un palanquín.
¡Oh, reina rubia! -díjele, mi alma quiere dejar su crisálida
y volar hacia a ti, y tus labios de fuego besar;
y flotar en el nimbo que derrama en tu frente luz pálida,
y en siderales éxtasis no dejarte un momento de amar .
El aire de la noche refrescaba la atmósfera cálida.
Venus, desde el abismo, me miraba con triste mirar.



Rubén Darío

Venus (Darío)

-- de Rubén Darío --

En la tranquila noche, mis nostalgias amargas sufría.

En busca de quietud bajé al fresco y callado jardín.

En el obscuro cielo Venus bella temblando lucía,

como incrustado en ébano un dorado y divino jazmín.

A mi alma enamorada, una reina oriental parecía,

que esperaba a su amante bajo el techo de su camarín,

o que, llevada en hombros, la profunda extensión recorría,

triunfante y luminosa, recostada sobre un palanquín.

"¡Oh, reina rubia! -díjele, mi alma quiere dejar su crisálida

y volar hacia a ti, y tus labios de fuego besar;

y flotar en el nimbo que derrama en tu frente luz pálida,

y en siderales éxtasis no dejarte un momento de amar".

El aire de la noche refrescaba la atmósfera cálida.

Venus, desde el abismo, me miraba con triste mirar.



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