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Se han encontrado 92 poemas con la palabra ocaso

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Antonio Machado

Sobre la clara estrella del ocaso

-- de Antonio Machado --

Sobre la clara estrella del ocaso,
como un alfanje, plateada, brilla
la luna en el crepúsculo de rosa
y en el fondo del agua ensombrecida.
El río lleva un numeroso acento
de sombra cristalina
bajo el puente de piedra, ¡Lento río
que me cantas su nombre, el alma mía
quiere arrojar a tu corriente pura
la ramita más lenta y más florida,
que encienda la primavera
en los verdes almendros de tu orilla!
Quiero verla caer, seguir, perderse
sobre tus ondas limpias.
Y he de llorar... Mi corazón contigo
flotará en tus rizadas lejanías.
¡Oh tarde como aquella y río lento
de sombra cristalina!...
Sobre la clara estrella del ocaso
la argéntea luna brilla.

Poema Sobre la clara estrella del ocaso de Antonio Machado con fondo de libro

Jorge Luis Borges

arte poética

-- de Jorge Luis Borges --

Mirar el río hecho de tiempo y agua
y recordar que el tiempo es otro río,
saber que nos perdemos como el río
y que los rostros pasan como el agua.
Sentir que la vigilia es otro sueño
que sueña no soñar y que la muerte
que teme nuestra carne es esa muerte
de cada noche, que se llama sueño.
Ver en el día o en el año un símbolo
de los días del hombre y de sus años,
convertir el ultraje de los años
en una música, un rumor y un símbolo,
ver en la muerte el sueño, en el ocaso
un triste oro, tal es la poesía
que es inmortal y pobre. La poesía
vuelve como la aurora y el ocaso.
A veces en las tardes una cara
nos mira desde el fondo de un espejo;
el arte debe ser como ese espejo
que nos revela nuestra propia cara.
Cuentan que ulises, harto de prodigios,
lloró de amor al divisar su itaca
verde y humilde. El arte es esa itaca
de verde eternidad, no de prodigios.
También es como el río interminable
que pasa y queda y es cristal de un mismo
heráclito inconstante, que es el mismo
y es otro, como el río interminable.

Poema arte poética de Jorge Luis Borges con fondo de libro

Antonio Machado

Desnuda está la tierra

-- de Antonio Machado --

Desnuda está la tierra,
y el alma aúlla al horizonte pálido
como loba famélica. ¿Qué buscas,
poeta, en el ocaso?
¡Amargo caminar, porque el camino
pesa en el corazón! ¡El viento helado,
y la noche que llega, y la amargura
de la distancia!... En el camino blanco
algunos yertos árboles negrean;
en los montes lejanos
hay oro y sangre... El sol murió... ¿Qué buscas,
poeta, en el ocaso?

Poema Desnuda está la tierra de Antonio Machado con fondo de libro

Antonio Machado

Horizonte

-- de Antonio Machado --

En una tarde clara y amplia como el hastío
cuando su lanza blande el tórrido verano,
copiaban el fantasma de un grave sueño mío
mil sombras en teoría, enhiestas sobre el llano.
La gloria del ocaso era un purpúreo espejo,
era un cristal de llamas, que al infinito viejo
iba arrojando el grave soñar en la llanura. ..
Y yo sentí la espuela sonora de mi paso
repercutir lejana en el sangriento ocaso,
y más allá, la alegre canción de un alba pura.



Miguel Unamuno

Horas serenas del ocaso breve

-- de Miguel Unamuno --

Horas serenas del ocaso breve,
cuando la mar se abraza con el cielo
y se despierta el inmortal anhelo
que al fundirse la lumbre, la lumbre bebe.

Copos perdidos de encendida nieve,
las estrellas se posan en el suelo
de la noche celeste, y su consuelo
nos dan piadosas con su brillo leve.

Como en concha sutil perla perdida,
lágrima de las olas gemebundas,
entre el cielo y la mar sobrecogida

el alma cuaja luces moribundas
y recoge en el lecho de su vida
el poso de sus penas más profundas.



Julio Flórez

viii

-- de Julio Flórez --

¿has contemplado, a lo lejos,
al sol que, paso a paso,
va descendiendo al ocaso
con su manto de reflejos,
cómo por lúgubres huellas
deja, en su triunfal descenso,
cubierto el espacio inmenso
de crespones y de estrellas?
así, niña, es el amor:
como el sol, paso entre paso,
cuando desciende a su ocaso
y no da luz ni calor,
en el corazón herido,
nos deja, en triste quebranto,
¡por astros, gotas de llanto,
y por tinieblas, olvido!
julio flórez



Evaristo Carriego

Visiones del crepúsculo

-- de Evaristo Carriego --

Ya la tarde libra el combate postrero,
en las flechas de oro que lanza el ocaso,
y se va — como un príncipe, caballero
en el rojo corcel del Ocaso. —

Se ahonda el misterio de las lejanías,
misterio sombreado de tinte mortuorio,
y el barrio se puebla de las letanías
que llegan del negro, cercano velorio.

Empieza a caer la nieve... Dulcemente,
un rumor de canciones resuena
en el patio del conventillo de enfrente,
que, en ritmos alegres, oculta una pena...

Las mozas, dicen sus ansias juveniles...
— La salud se hizo canto en sus bocas,
como en una lira de cuerdas viriles
que guarda un deseo de imágenes locas:



Ramón María del Valle Inclán

rosa de llamas

-- de Ramón María del Valle Inclán --

Ráfagas de ocaso, dunas escampadas.
La luz y la sombra gladiando en el monte:
tragedia de rojas espadas
y alados mancebos, sobre el horizonte.

La culebra de un sendero tenebroso,
la sombra lejana de uno que camina,
en medio del yermo el perro rabioso,
terrible el gañido de su sed canina.

¡Venteaban los canes de la duna ascética
la sombra sombría del que va sin bienes,
alma en combate, la expresión frenética,
un ramo de venas saltante en las sienes!

lóbrega su estrella le alumbra el sendero
con un torbellino de acciones y ciencias:
las torvas blasfemias por pan justiciero,
y las utopías de nuevas conciencias.

Ráfagas de ocaso, dunas escampadas,
la luz y la sombra gladiando en el monte:
mítica tragedia de rojas espadas
y alados mancebos, sobre el horizonte.



Alberti

alba de noche oscura

-- de Alberti --

Sobre la luna inmóvil de un espejo,
celebra una redonda cofradía
de verdes pinos, tintos de oro viejo,
la transfiguración del rey del día.

La plata blanda, ayuna del reflejo,
muere ya. Del cristal -lámina fría-
dice la voz del vaho en agonía:
-doró mi lengua el sol, ¿de qué me quejo?

la puertas del ocaso, ya cerradas,
tapina de luto el campo. Negros perros,
a lo que nadie sabe, ocultos, gritan.

Decapitando sueños, fatigadas,
sobre el túmulo alto de los cerros
las estrellas del valle se marchitan.



Alfonsina Storni

Sugestión de una cuna vacía

-- de Alfonsina Storni --

Un pájaro de luna hasta la tierra
la trajo. Inhabitada. Pero un nimbo...
Y se veía alzar desde su fondo
una ranilla humana al rosal abriendo.

Con los párpados bajos del ocaso
los barrotes doblaban sus rigores
y se agitaba la ranilla rosa
en cárcel presa ya y aún no nacida.

A la luz de noche, franjas estelares
le dibujaban triángulos y cruces
de sombras y fulgor en nudo triste.

Y se acunaba sola, dulcemente,
como si arriba una celeste mano
le diera viento mecedor de flores.



Amado Nervo

unidad

-- de Amado Nervo --

No, madre, no te olvido;
mas apenas ayer ella se ha ido,
y es natural que mi dolor presente
cubra tu dulce imagen en mi mente
con la imagen del otro bien perdido.
Ya juntas viviréis en mi memoria
como oriente y ocaso de mi historia,
como principio y fin de mi sendero,
como nido y sepulcro de mi gloria;
¡pues contigo nací, con ella muero!
ya viviréis las dos en mis amores
sin jamás separaros;
pues, como en un matiz hay dos colores
y en un tallo dos flores,
¡en una misma pena he de juntaros!



Amado Nervo

Azrael

-- de Amado Nervo --

Azrael, abre tu ala negra, y honda,
cobíjeme su palio sin medida,
y que a su abrigo bienhechor se esconda
la incurable tristeza de mi vida.

Azrael, ángel bíblico, ángel fuerte,
ángel de redención, ángel sombrío,
ya es tiempo que consagres a la muerte
mi cerebro sin luz: altar vacío...

Azrael, mi esperanza es una enferma;
ya tramonta mi fe; llegó el ocaso,
ven, ahora es preciso que yo duerma...
¿Morir..., Dormir..., Dormir...? ¡Soñar acaso!



Amado Nervo

En paz

-- de Amado Nervo --

Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida,
porque nunca me diste ni esperanza fallida,
ni trabajos injustos, ni pena inmerecida;

porque veo al final de mi rudo camino
que yo fui el arquitecto de mi propio destino;

que si extraje la miel o la hiel de las cosas,
fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas:
cuando planté rosales, coseché siempre rosas.

Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno:
¡mas tú no me dijiste que mayo fuese eterno!

Hallé sin duda largas noches de mis penas;
mas no me prometiste tú sólo noches buenas;
y en cambio tuve algunas santamente serenas.

Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.
¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!



Julián Romea

A una nube

-- de Julián Romea --

¡Qué hermosa vas del huracan violento,
Nube ligera, en las tendidas alas!
¡Qué rauda cruzas las etéreas salas
Cambiando formas á merced del viento!

Del sol poniente al rayo macilento
Cándida brillas y á la nieve igualas,
Y embebecido en tus lucientes galas
Te sigue con afan mi pensamiento.

Así tambien del fuego en que aun me abraso
Al empuje febril, mi fantasía
Ciega y brillante se entregó al acaso:

Y también vió caer su hermoso dia;
Y el sol de la esperanza en el ocaso
Tambien su última luz al alma envia.



Lope de Vega

Al sol que os mira, por miraros, miro

-- de Lope de Vega --

Al sol que os mira, por miraros miro,
que pienso que la luz de vos tomando,
en sus rayos la vuestra estoy mirando,
y luego de dos soles me retiro.

Águila soy, a salamandra aspiro;
este Dédalo Amor me está animando;
pero anochece y, como estoy llorando,
en el mar de mis lágrimas expiro.

Y como donde estoy sin vos, no es día,
pienso cuando anochece, que vos fuistes
por quien perdió los rayos que tenía.

Por quien si amaneció cuando le vistes,
dejándole de ver, noche sería
en el ocaso de mis ojos tristes.



Lope de Vega

Boscán, tarde llegamos

-- de Lope de Vega --

-Boscán, tarde llegamos. ¿Hay posada?
-Llamad desde la posta, Garcilaso.
-¿Quién es? -Dos caballeros del Parnaso.
-No hay donde nocturnar palestra armada.

-No entiendo lo que dice la criada.
Madona, ¿qué decís? -Que afecten paso,
que obstenta limbos el mentido ocaso
y el sol depingen la porción rosada.

-¿Estás en ti, mujer? -Negóse al tino
el ambulante huésped. -¡Que en tan poco
tiempo tal lengua entre cristianos haya!

Boscán, perdido habemos el camino;
preguntad por Castilla, que estoy loco
o no habemos salido de Vizcaya.



Lope de Vega

Estando ausente de tus ojos bellos

-- de Lope de Vega --

Estando ausente de tus ojos bellos,
sus rayos me abrasaron; caso extraño.
Y no fue sueño, ni parezca engaño,
que me abrasaron, aunque lejos dellos.

Al sol los levantaste, y él, con ellos,
venció la luz de la mitad del año.
Yo quise ver lo que era por mi daño,
y por mirar al sol, vi al sol en ellos.

Fue espejo el sol, el cual reverberando
en mí tus ojos, con ardor tan nuevo,
pudieron abrasar el alma mía.

Fue infierno el mundo, y fuego el aire blando,
el sol Faetón, yo etíope, tú Eolo,
el norte incendio, y el ocaso día.



Lope de Vega

Fugitivo cristal, el curso enfrena

-- de Lope de Vega --

Fugitivo cristal, el curso enfrena
en tanto que te cuento mis pesares;
pero ¿cómo te digo que te pares,
si lloro y creces por la blanda arena?

Ya de la sierra que de nieves llena
te da principio humilde Manzanares,
por dar luz al que tiene tantos mares,
mi sol hizo su ocaso en la Morena.

Ya del Betis la orilla verde adorna
en otro bosque de árboles desnudos,
que en aire dan por fruto plata en barras.

Yo, triste, en tanto que a tu margen torna,
de aquestos olmos, a mis quejas mudos,
nidos deshago y desenlazo parras.



Lope de Vega

Parca, ¿tan de improviso, airada y fuerte

-- de Lope de Vega --

Parca, ¿tan de improviso airada y fuerte
siegas la vega donde fui nacido
con la guadaña de tu fiero olvido,
que en seco polvo nuestra flor convierte?

¿Ni vale el nombre ni el valor se advierte?
Cárcel de enfermedad no ha precedido,
ni información de haberla merecido,
y, ¿sin proceso le condenas, Muerte?

Oh tribunal, a donde no hay reparo,
¿en un hora del mundo se destierra
a quién Félix nació, sin que lo fuese?

Mas justo fue, que siendo sol tan claro,
se pusiese al ocaso de la tierra,
y al oriente del cielo amaneciese.



Al taparse y destaparse de una dama

-- de Luis Carrillo y Sotomayor --

Mirásteme, vi el Sol, y en bellos lazos
ciñó —-dulce ceñir—- mi rostro y frente;
hízose ocaso su divino Oriente,
tomó la noche el hemisferio en brazos.
Temí —-bien pude—-, ¡oh Lisi!, sus abrazos:
dirálo bien quien de mis males siente;
lloré —-y amargo fue—-, como ausente,
robos del alma en sus escuros brazos.
Rompí el silencio de su tez oscura,
con desiguales quejas, y a mi llanto
mostró, ¡oh Lisi!, tu Sol su frente pura.
Dio nuevas de ella al alma alegre canto:
tal puede en mí tu Sol, tal tu hermosura;
tal el no verte, Lisi, el verte tanto.



Luis Gonzaga Urbina

hechicera

-- de Luis Gonzaga Urbina --

No sentí cuando entraste; estaba oscuro,
en la penumbra de un ocaso lento,
el parque antiguo de mi pensamiento
que ciñe la tristeza, cual un muro.

Te vi llegar a mí como un conjuro,
como el prodigio de un encantamiento,
como la dulce aparición de un cuento:
blanca de nieve y blonda de oro puro.

Un hálito de abril sopló en mi otoño;
en cada fronda reventó un retoño;
en cada viejo nido, hubo canciones;

y, entre las sombras de jardín errantes
luciérnagas brillaron, como antes
de mi postrer dolor, las ilusiones.



Luis Palés Matos

fiebre autumnal

-- de Luis Palés Matos --

El crepúsculo finge un hervidero
cruento y ardiente... Sobre el mar sonoro
resbala el melancólico y postrero
lampo de sol, como una flecha de oro.

El monstruo llora un rictus de armonías
y al beso de la luz se congestiona,
cual si sangraran en sus ondas frías
las cuatro heridas de rabí jeschona.

La ojera del ocaso cobra un vago
violeta-oscuro, dándole al estrago
un capricho romántico de rosas;

la noche muestra toda su fortuna,
y brota, como un pétalo, la luna
envuelta en santidades vaporosas.



Manuel Acuña

la brisa

-- de Manuel Acuña --

A mi querido amigo j.C. Fernandez.
Aliento de la mañana
que vas robando en tu vuelo
la esencia pura y temprana
que la violeta lozana
despide en vapor al cielo:
dime, soplo de la aurora,
brisa inconstante y ligera,
¿vas por ventura a esta hora
al valle que te enamora
y que gimiendo te espera?
¿o vas acaso a los nidos
de los jilgueros cantores
que en la espesura escondidos
te aguardan medio adormidos
sobre sus lechos de flores?
¿o vas anunciando acaso,
sopla del alba naciente,
al murmurar de tu paso,
que el muerto sol del ocaso
se alza un niño en oriente?
recoge tus leves alas,
brisa pura del estío,
que los perfumes que exhalas
vas robando entre las galas
de las violetas del río.
Detén tu fugaz carrera
sobre las risueñas flores
de la loma y la pradera,
y ve a despertar ligera
al ángel de mis amores.
Y dile, brisa aromada,
con tu murmullo sonoro,
que ella es mi ilusión dorada,
y que en mi pecho grabada
como a mi vida la adoro.



Manuel Acuña

La brisa (Manuel Acuña)

-- de Manuel Acuña --

Aliento de la mañana
que vas robando en tu vuelo
la esencia pura y temprana
que la violeta lozana
despide en vapor al cielo:

Dime, soplo de la aurora,
brisa inconstante y ligera,
¿vas por ventura a esta hora
al valle que te enamora
y que gimiendo te espera?

¿O vas acaso a los nidos
de los jilgueros cantores
que en la espesura escondidos
te aguardan medio adormidos
sobre sus lechos de flores?

¿O vas anunciando acaso,
sopla del alba naciente,
al murmurar de tu paso,
que el muerto sol del ocaso
se alza un niño en oriente?

Recoge tus leves alas,
brisa pura del estío,
que los perfumes que exhalas
vas robando entre las galas
de las violetas del río.

Detén tu fugaz carrera
sobre las risueñas flores
de la loma y la pradera,
y ve a despertar ligera
al ángel de mis amores.

Y dile, brisa aromada,
con tu murmullo sonoro,
que ella es mi ilusión dorada,
y que en mi pecho grabada
como a mi vida la adoro.



Manuel de Zequeira

La Ilusión

-- de Manuel de Zequeira --

OÑÉ que la fortuna en lo eminente
Del más brillante trono me ofrecía
El imperio del orbe, y que ceñía
Con diadema inmortal mi augusta frente.

Soñé que hasta el Ocaso desde Oriente
Mí formidable nombre discurría,
Y que del Septentrión al Mediodía
Mi poder se adoraba humildemente.

De triunfantes despojos revestido,
Soñé que de mi carro rubicundo
Tiraba César con Pompeyo uncido.

Despertóme el estruendo furibundo,
Solté la risa y dije en mi sentido:
«Así pasan las glorias de este mundo.»



Jorge Isaacs

En la noche callada

-- de Jorge Isaacs --

Ay! cuántas veces en las lentas horas
De la noche callada, antes que el sueño
Venga á cerrar mis párpados, recorre
Mi memoria tenaz los bellos días
De lloros y de risas infantiles
A que siguieron tan hermosos años!
Sus palabras de amor entonces oigo,
Sus votos de constancia...No cumplidos,
Y vuelvo á ver la luz de esa mirada
Que hundióse en el Ocaso de la vida
Para ya no lucir...Ay! para siempre!
Ay! cuántas veces los amigos caros
Al corazón desde la infancia unidos,
Que ya no existen...Mi memoria evoca,
Y hallo en torno de mí sólo sus tumbas,
A do bajaron, como al soplo frío
Del invierno, las hojas macilentas...
Imagínome entonces que recorro
Un salón de banquete ya desierto,
Do algunas luces oscilando mueren...
Donde se ven aquí y allá dispersas
Las guirnaldas marchitas... Lo han dejado
Todos, excepto yo; y así en la vida
Ay! cuántas veces me contemplo solo!



Jorge Luis Borges

ausencia

-- de Jorge Luis Borges --

Ausencia
habré de levantar la vasta vida
que aún ahora es tu espejo:
cada mañana habré de reconstruirla.
Desde que te alejaste,
cuántos lugares se han tornado vanos
y sin sentido, iguales
a luces en el día.
Tardes que fueron nicho de tu imagen,
músicas en que siempre me aguardabas,
palabras de aquel tiempo,
yo tendré que quebrarlas con mis manos.
¿En qué hondonada esconderé mi alma
para que no vea tu ausencia
que como un sol terrible, sin ocaso,
brilla definitiva y despiadada?
tu ausencia me rodea
como la cuerda a la garganta,
el mar al que se hunde.



Jorge Luis Borges

everness

-- de Jorge Luis Borges --

Sólo una cosa no hay. Es el olvido.
Dios, que salva el metal, salva la escoria
y cifra en su profética memoria
las lunas que serán y las que han sido.
Ya todo está. Los miles de reflejos
que entre los dos crepúsculos del día
tu rostro fue dejando en los espejos
y los que irá dejando todavía.
Y todo es una parte del diverso
cristal de esa memoria, el universo;
no tienen fin sus arduos corredores
y las puertas se cierran a tu paso;
sólo del otro lado del ocaso
verás los arquetipos y esplendores.



Jorge Luis Borges

elegía*

-- de Jorge Luis Borges --

Tres antiguas caras me desvelan:
una el océano, que habló con claudio,
otra el norte de aceros ignorantes
y atroces en la aurora y el ocaso,
la tercera la muerte, ese otro nombre
del insaciado tiempo que nos roe.
La carga secular de los ayeres
de la historia que fue o que fue soñada
me abruma, personal como una culpa.
Pienso en la nave ufana que devuelve
a los mares el cuerpo de scyld sceaving
que reinó en dinamarca bajo el cielo;
pienso en el alto lobo, cuyas riendas
eran sierpes, que dio al barco encendido
la blancura del dios hermoso y muerto;
pienso en piratas cuya carne humana
es dispersión y limo bajo el peso
de los mares errantes que ultrajaron.
Pienso en mi propia, en mi perfecta muerte,
sin la urna, la lápida y la lágrima.
* Scyld es el rey de dinamarca cuyo destino canta el exordio de la gesta de beowulf. El dios hermoso y muertoes baldr, cuyos sueños premonitorios y cuyo fin están en las eddas



Jorge Luis Borges

afterglow

-- de Jorge Luis Borges --

Siempre es conmovedor el ocaso
por indigente o charro que sea,
pero más conmovedor todavía
es aquel brillo desesperado y final
que herrumbra la llanura
cuando el sol último se ha hundido.
Nos duele sostener esa luz tirante y distinta,
esa alucinación que impone al espacio
el unánime miedo de la sombra
y que cesa de golpe
cuando notamos su falsía,
como cesan los sueños
cuando sabemos que soñamos.



Josefina Pla

tan sólo

-- de Josefina Pla --

...tan sólo una mirada,
una pupila sólo para todas las cosas.
Para la aurora y el ocaso,
para el amor y el odio,
para el amante y el verdugo,
la paloma y la víbora,
la estrella y la luciérnaga.

Solamente unas manos
para el cáliz y el látigo,
para la rosa y para el cacto.
Solamente unas manos
para la arena y el rocío,
para mecer la cuna,
y acariciar la sien del esperado,
y abrir el último agujero.

Una boca tan sólo
para el beso y el grito
y para la oración y la blasfemia.
Para el suspiro y la mentira,
para el perdón
y la condena.

Y tan sólo una sangre
para escuchar el tiempo,
para regar los sueños,
para comprar la herida y la agonía,
y destilar las lágrimas.

Ah, tan sólo una sangre
una boca, unas manos,
una mirada solo.



César Vallejo

panteón

-- de César Vallejo --

He visto ayer sonidos generales,
mortuoriamente,
puntualmente alejarse,
cuando oí desprenderse del ocaso
tristemente,
exactamente un arco, un arcoíris.
Vi el tiempo generoso del minuto,
infinitamente
atado locamente al tiempo grande,
pues que estaba la hora
suavemente,
premiosamente henchida de dos horas.
Dejóse comprender, llamar, la tierra
terrenalmente;
negóse brutalmente, así a mi historia,
y si vi, que me escuchen, pues, en bloque,
si toqué esta mecánica, que vean
lentamente,
despacio, vorazmente, mis tinieblas.
Y si vi en la lesión de la respuesta,
claramente,
la lesión mentalmente de la incógnita,
si escuché, si pensé en mis ventanillas
nasales, funerales, temporales,
fraternalmente,
piadosamente echadme a los filósofos.
Mas no más inflexión precipitada
en canto llano, y no más
el hueso colorado, el son del alma
tristemente
erguida ecuestremente en mi espinazo,
ya que, en suma, la vida es
implacablemente,
imparcialmente horrible, estoy seguro.



Puro y Luciente sol

-- de Dionisio de Solís --

Puro y Luciente sol, ¡oh, qué consuelo
al alma mía en tu presencia ofreces,
cuando con rostro cándido esclareces
la oscura sombra del nocturno velo!

¡Oh, cómo animas el marchito suelo
con benéfica llama! Y ¡cómo creces
inmenso y luminoso, que pareces
llenar la tierra, el mar, el aire, el cielo!

¡Oh sol! Entra en la espléndida carrera
que te señala el dedo omnipotente,
al asomar por las etéreas cumbres;

y tu increado Autor piadoso quiera,
que desde oriente a ocaso eternamente
pueblos felices en tu curso alumbres!



Emilio Bobadilla

El emperador: 1

-- de Emilio Bobadilla --

Como un histrión, en multiformes trajes,
imitando a Nerón, se pavonea,
y en sus continuos y pomposos viajes
de su poder omnímodo alardea.

Sobre Europa, de pronto, la borrasca
desata de sus iras imperiales
y pueblos heteróclitos enfrasca
en contiendas terrestres y navales.

De victoria en victoria, va al fracaso,
—paradoja que puede traducirse:
es ley que el sol camine hacia el ocaso—;

huye perdida, al cabo, la entereza,
y a la patada que le dan al irse,
¡en vez de sangre vomitó... Cerveza!



José María Blanco White

Muerte y vida

-- de José María Blanco White --

Al ver la noche Adán por vez primera
que iba borrando y apagando el mundo,
creyó que, al par del astro moribundo,
la creación agonizaba entera.

Mas, luego, al ver lumbrera tras lumbrera
dulce brotar y hervir en un segundo
universo sin fin..., Vuelto en profundo
pasmo de gratitud, ora y espera.

Un sol velaba mil: fue un nuevo Oriente
su ocaso, y pronto aquella luz dormida
despertó al mismo Adán pura y fulgente.

...¿Por qué la muerte al ánimo intimida?
Si así engaña la luz tan dulcemente,
¿por qué no ha de engañar también la vida?



Julián del Casal

juana borrero

-- de Julián del Casal --

Tez de ámbar, labios rojos,
pupilas de terciopelo
que más que el azul del cielo
ven del mundo los abrojos.
Cabellera azabachada
que, en ligera ondulación,
como velo de crespón
cubre su frente tostada.
Ceño que a veces arruga,
abriendo en sus alma una herida,
la realidad de la vida
o de una ilusión la fuga.
Mejillas suaves de raso
en que la vida fundiera
la palidez de la cera,
la púrpura del ocaso.
¿Su boca? rojo clavel
quemado por el estío,
mas donde vierte el hastío
gotas amargas de hiel.
Seno en que el dolor habita
de una ilusión engañosa,
como negra mariposa
en fragante margarita.
Manos que para el laurel
que a alcanzar su genio aspira,
ora recorren la lira,
ora mueven el pincel.
¡Doce años! mas sus facciones
veló ya de honda amargura
la tristeza prematura
de los grandes corazones.



Julián del Casal

un torero

-- de Julián del Casal --

Tez morena encendida por la navaja,
pecho alzado de eunuco, talle que aprieta
verde faja de seda, bajo chaqueta
fulgurante de oro cual rica alhaja.
Como víbora negra que un muro baja
y a mitad del camino se enrosca quieta,
aparece en su nuca fina coleta
trenzada por los dedos de amante maja.
Mientras aguarda oculto tras un escaño
y cubierta la espada con rojo paño
que, mugiendo, a la arena se lance el toro,
sueña en trocar la plaza febricitante
en purpúreo torrente de sangre humeante
donde quiebre el ocaso sus flechas de oro.



Julián del Casal

crepuscular

-- de Julián del Casal --

Como vientre rajado sangra el ocaso,
manchando con sus chorros de sangre humeante
de la celeste bóveda el azul raso,
de la mar estañada la onda espejeante.
Alzan sus moles húmedas los arrecifes
donde el chirrido agudo de las gaviotas,
mezclado a los crujidos de los esquifes,
agujerea el aire de extrañas notas.
Va la sombra extendiendo sus pabellones,
rodea el horizonte cinta de plata,
y, dejando las brumas hechas jirones,
parece cada faro flor escarlata.
Como ramos que ornaron senos de ondinas
y que surgen nadando de infecto lodo,
vagan sobre las ondas algas marinas
impregnadas de espumas, salitre y yodo.
Ábrense las estrellas como pupilas,
imitan los celajes negruzcas focas
y, extinguiendo las voces de las esquilas,
pasa el viento ladrando sobre las rocas.



Pablo Neruda

poema 18 veinte poemas de amor y una canción desesperada (1924)

-- de Pablo Neruda --

Poema 18
aquí te amo.
En los oscuros pinos se desenreda el viento.
Fosforece la luna sobre las aguas errantes.
Andan días iguales persiguiéndose.
Se desciñe la niebla en danzantes figuras.
Una gaviota de plata se descuelga del ocaso.
A veces una vela. Altas, altas estrellas.
O la cruz negra de un barco.
Solo.
A veces amanezco, y hasta mi alma está húmeda.
Suena, resuena el mar lejano.
Este es un puerto.
Aquí te amo.
Aquí te amo y en vano te oculta el horizonte.
Te estoy amando aún entre estas frías cosas.
A veces van mis besos en esos barcos graves,
que corren por el mar hacia donde no llegan.
Ya me veo olvidado como estas viejas anclas.
Son más tristes los muelles cuando atraca la tarde.
Se fatiga mi vida inútilmente hambrienta.
Amo lo que no tengo. Estás tú tan distante.
Mi hastío forcejea con los lentos crepúsculos.
Pero la noche llega y comienza a cantarme.
La luna hace girar su rodaje de sueño.
Me miran con tus ojos las estrellas más grandes.
Y como yo te amo, los pinos en el viento, quieren cantar tu nombrecon sus hojas de alambre.



Pablo Neruda

10

-- de Pablo Neruda --

10
esclava mía, témeme. Ámame. Esclava mía!
soy contigo el ocaso más vasto de mi cielo,
y en él despunta mi alma como una estrella fría.
Cuando de ti se alejan vuelven a mí mis pasos.
Mi propio latigazo cae sobre mi vida.
Eres lo que está dentro de mí y está lejano.
Huyendo como un coro de nieblas perseguidas.
Junto a mí, pero dónde? lejos, lo que está lejos.
Y lo que estando lejos bajo mis pies camina.
El eco de la voz más allá del silencio.
Y lo que en mi alma crece como el musgo en las ruinas.



Pedro Julio Mir

ni un paso atrás

-- de Pedro Julio Mir --

Árbol de luna que obedece al clima
un sistema de nocturnidad,
no permitas que el murciélago te oprima.
Ni un paso atrás.

No permitas que el largo regimiento
de los años de crimen pertinaz,
te toque el hombro con el pensamiento.
Ni un paso atrás.

Que la alta flor que de tus ramas brota
en este chapuzón de libertad,
no pierda en miel ni la más breve gota.
Ni un paso atrás.

Ni un paso atrás, soldados y civiles
hermanados de pronto en la verdad.
La vida es una sobre los fusiles,
que no hay trincheras para los reptiles,
de malos nuestros a extranjeros viles.
Ni un paso atrás.

La libertad como un antiguo espejo
roto en la luz, se multiplica más,
y cada vez que un trozo da un reflejo
el tiempo nuevo le repite al viejo:
ni un paso atrás.

Ni un paso atrás, ni un paso atrás,
ni un paso de retorno al ayer, ni la mitad
de un paso en el sentido del ocaso,
ni un paso atrás.

Que en la lucha del pueblo se confirme,
-sangre y sudor- la nacionalidad.
Y pecho al plomo y la conciencia en firme.
Y en cada corazón... Ni un paso atrás.



Rafael María Arízaga

In principio

-- de Rafael María Arízaga --

Lanzaron Ella y Él a lo infinito
de su ansiedad suprema los clamores,
y llevaron los vientos gemidores
de Oriente a Ocaso el lastimero grito.

Hostil la tierra aparejó al proscrito
inclemencias, penurias y dolores,
de la pasión la fiebre y los rencores
y el perpetuo aguijón del apetito.

Gimieron Ella y Él en el oscuro
abismo de su mal, y ante el futuro
repleto en ignominias de la suerte.

La incurable dolencia de la vida
encontró compasión, y conmovida
la Infinita Piedad creó la Muerte!...



Rafael María Baralt

A un plagiario

-- de Rafael María Baralt --

Tranquilízate, amigo, tus escritos
libres están de crítica y censores;
pocas habrá de clásicos autores
quien, docto y fiel, no los aplauda a gritos.

Conviene de buen grado los peritos
en llamar a tus versos lindas flores
y añaden que recuerdan sus olores
a nuestros padres del Parnaso invictos.

Yo de mí sé decir que a Garcilaso.
León, Rioja, en tus escritos veo
y también a la estrella sin ocaso.

Divino Herrera, el hispalense Orfeo,
¿Mas que mucho bribón, si a cada paso
sus versos copias y sus versos leo?



José Tomás de Cuellar

Sin verte

-- de José Tomás de Cuellar --

HUNDIDO en el ocaso
El sol tras de los montes;
No ver sinó tinieblas
Y negros horizontes;
No oír del ave amante
Los tímidos murmullos,
Ni notas, ni armonías,
Ni plácidos arrullos.
Sinó ansias, tedio, enojos,
En malestar atroz,
Eso es no ver tus ojos.
Eso es no oír tu voz.



José Ángel Buesa

brindis

-- de José Ángel Buesa --

He aquí dos rosas frescas, mojadas de rocío:
una blanca, otra roja, como tu amor y el mío.
Y he aquí que, lentamente, las dos rosas deshojo:
la roja, en vino blanco; la blanca, en vino rojo.
Al beber, gota a gota, los pétalos flotantes
me rozarán los labios, como labios de amante;
y, en su llama o su nieve de idéntico destino,
serán como fantasmas de besos en el vino.
Ahora, elige tú, amiga, cuál ha de ser tu vaso:
si éste, que es como un alba, o aquél, como un ocaso.
No me preguntes nada: yo sé bien que es mejor
embriagarse de vino que embriagarse de amor...
Y así mientras tú bebes, sonriéndome así,
yo, sin que tú lo sepas, me embriagaré de ti...



Gabriela Mistral

la noche

-- de Gabriela Mistral --

Por que duermas, hijo mío,
el ocaso no arde más:
no hay más brillo que el rocío,
más blancura que mi faz.
Por que duermas, hijo mío,
el camino enmudeció:
nadie gime sino el río;
nada existe sino yo.
Se anegó de niebla el llano.
Se encongió el suspiro azul.
Se ha posado como mano
sobre el mundo la quietud.
Yo no sólo fui meciendo
a mi niño en mi cantar:
a la tierra iba durmiendo
el vaivén del acunar...



Gabriela Mistral

tres árboles

-- de Gabriela Mistral --

Tres árboles caídos
quedaron a la orilla del sendero.
El leñador los olvidó, y conversan
apretados de amor, como tres ciegos.
El sol de ocaso pone
su sangre viva en los hendidos leños
¡y se llevan los vientos la fragancia
de su costado abierto!
uno torcido, tiende
su brazo inmenso y de follaje trémulo
hacia el otro, y sus heridas
como dos ojos son, llenos de ruego.
El leñador los olvidó. La noche
vendrá. Estaré con ellos.
Recibiré en mi corazón sus mansas
resinas. Me serán como de fuego.
¡Y mudos y ceñidos,
nos halle el día en un montón de duelo!



Gutierre de Cetina

[a doña maría de cardona]

-- de Gutierre de Cetina --

Ilustre honor el nombre de cardona,
no décima a las nueve de parnaso,
mas la primera del oriente a ocaso,
a quien rara beldad honra y corona;
y a quien la fama por sin par pregona
de virtudes colmado y rico vaso,
por elección, y no por suerte o caso,
dignísima de cetro y de corona.
Perdería la pena y el trabajo,
donde la envidia su malicia enfrena,
si cantase de ti aun el más instruto;
pues tu santa virtud tomó a destajo,
con pura caridad de afectos llena,
producir para el cielo eterno fruto.



Salvador Novo

amor

-- de Salvador Novo --

Amar es este tímido silencio
cerca de ti, sin que lo sepas,
y recordar tu voz cuando te marchas
y sentir el calor de tu saludo.

Amar es aguardarte
como si fueras parte del ocaso,
ni antes ni después, para que estemos solos
entre los juegos y los cuentos
sobre la tierra seca.

Amar es percibir, cuando te ausentas,
tu perfume en el aire que respiro,
y contemplar la estrella en que te alejas
cuando cierro la puerta de la noche.



Salvador Novo

tema de amor

-- de Salvador Novo --

Dentro de estos cuatro muros
pretendí ocultar mi dicha:
pero el fruto, pero el aire
¿cómo me los guardaría?

hora mejor que pospuse,
voces que eran para mí,
camino que no elegí
destino que no dispuse;
¡cómo os volvisteis oscuros!
¡qué amargo vuestro sabor
cuando nos encerró mi amor
dentro de estos cuatro muros!

entre tu aurora y mi ocaso
el tiempo desaparecía
y era nuestra y era mía
sangre, labio, vino y vaso.

En perdurar se encapricha
mi sombra junto a tu luz
y bajo negro capuz
pretendí ocultar mi dicha.
Pero el fruto, pero el aire,
pero el tiempo que no fluya,
pero la presencia tuya
fuerte, joven, dulce, grande;
sangre tuya en vena mía,
lazos a instantes maduros,
dentro de estos cuatro muros
cómo me los guardaría?



Vicente Huidobro

Señora

-- de Vicente Huidobro --

Señora hay demasiados pájaros
En vuestro piano
Que atrae el otoño sobre una selva
Espesa de nervios palpitantes y libélulas

Los árboles en arpegios insospechados
A veces pierden la orientación del globo

Señora lo soporto todo. Sin cloroformo
Desciendo al fondo del alba
El ruiseñor rey de setiembre me informa
Que la noche se deja caer entre la lluvia
Burlando la vigilancia de vuestras miradas
Y que una voz canta lejos de la vida
Para sostener el espacio desclavado
El espacio tan lleno de estrellas que se va a caer

Señora a las diez huele a tabaco de artista
Amáis el nadir a cuerpo de pájaro
Sois un fenómeno ligero
Me voy solitario hacia el ocaso de los turistas
Es mucho más bello



Antonio Machado

Húmedo está, bajo el laurel, el banco

-- de Antonio Machado --

Húmedo está, bajo el laurel, el banco
de verdinosa piedra;
lavó la lluvia, sobre el muro blanco,
las empolvadas hojas de la hiedra.
Del viento del otoño el tibio aliento
los céspedes undula, y la alameda
conversa con el viento...
¡El viento de la tarde en la arboleda!
Mientras el sol en el ocaso esplende
que los racimos de la vid orea,
y el buen burgués, en su balcón enciende
la estoica pipa en que el tabaco humea,
voy recordando versos juveniles...
¿Qué fue de aquel mi corazón sonoro?
¿Será cierto que os vais, sombras gentiles,
huyendo entre los árboles de oro?



Antonio Machado

La calle en sombra. Ocultan los altos caserones

-- de Antonio Machado --

La calle en sombra. Ocultan los altos caserones
el sol que muere; hay ecos de luz en los balcones.
¿No ves, en el encanto del mirador florido,
el óvalo rosado de un rostro conocido?
La imagen, tras el vidrio de equívoco reflejo,
surge o se apaga como daguerrotipo viejo.
Suena en la calle sólo el ruido de tu paso;
se extinguen lentamente los ecos del ocaso.
¡ Oh angustia! Pesa y duele el corazón... ¿Es ella?
No puede ser.. Camina... En el azul, la estrella.



Antonio Machado

Los sueños malos

-- de Antonio Machado --

Está la plaza sombría;
muere el día.
Suenan lejos las campanas.
De balcones y ventanas
se iluminan las vidrieras
con reflejos mortecinos,
como huesos blanquecinos
y borrosas calaveras.
En toda la tarde brilla
una luz de pesadilla.
Está el sol en el ocaso.
Suena el eco de mi paso.
—¿Eres tú? Ya te esperaba...
—No eras tú a quien yo buscaba.



Marilina Rébora

no le hables de la muerte...

-- de Marilina Rébora --

No le hables de la muerte...
No le hables de la muerte, háblale de las flores,
de la aurora dorada y el ocaso de fuego,
del azul del océano y el arco de colores,
de los ríos de plata y el astro sin sosiego.
Cuéntale del amante los dichosos amores,
del reír de los niños eternamente en juego,
del canto del poeta y de los trovadores,
del que con fe suplica y hace escuchar su ruego.
Es criatura de amor: infúndele confianza,
que es menester salvarla de la melancolía,
guardarle para sí, indemne, la esperanza,
sin que sepa de angustias, dolor ni sufrimiento.
Sostenla, porque en su alma haya siempre alegría,
al cielo la mirada, el espíritu al viento.



Rosalía de Castro

La canción que oyó en sueños el viejo

-- de Rosalía de Castro --

LA CANCIÓN

QUE OYÓ EN SUEÑOS EL VIEJO

A la luz de esa aurora primaveral, tu pecho
Vuelve a agitarse ansioso de glorias y de amor,
Loco!... Corre a esconderte en el asilo obscuro
Donde ya no penetra la viva luz del sol.

Aquí tu sangre torna a circular activa,
Y tus pasiones tornan a rejuvenecer...
Huye hacia el antro en donde aguarda resignada,
Por la infalible muerte, la implacable vejez.

Sonrisa en labio enjuto, hiela y repele á un tiempo;
Flores sobre un cadáver, causan al alma espanto:
Ni flores, ni sonrisas, ni sol de primavera
Busques, cuando tu vida llegó triste á su ocaso.



Medardo Ángel Silva

Hoja de álbum

-- de Medardo Ángel Silva --

Atraviesas la vida como un jirón de bruma
—tan exquisita y tan crepuscular—
celeste y vaporosa, con levedad de espuma
o de aroma lunar.

No basta el verso diáfano para tu gracia suma,
ni la cadencia rítmica del misterioso mar,
ni el trino de la alondra que sonrosa su pluma
en el parque de sol y aroma de azahar.

Es tuyo el melodioso imperio de la Aurora:
el grupo de los cisnes que el estanque decora
canta el advenimiento de tu azul primavera;

la noche se detiene, al umbral del ocaso,
por la embriaguez de olores que da tu cabellera...
¡Y el corazón del mundo late bajo tu paso!



Meira Delmar

el recuerdo

-- de Meira Delmar --

Este día con aire de paloma
será después recuerdo.
Me llenaré de él
como de vino un ánfora,
para beberlo a sorbos cuando quiera
recuperar su aroma.
Antes que vuele hacia el ocaso, antes
de ver cómo se pierde entre la noche.
!--Img



Meira Delmar

secreta isla

-- de Meira Delmar --

Deja que pase entre los dos el tiempo
sin que pueda mudarnos alma y alma.
Hemos quedado fijos, uno y otro,
con impasible soledad de estatuas,
tu rostro al fondo de mis ojos quietos,
mi rostro en tu mirada.
En vano están los pájaros, las nubes,
y el cielo siempre huyendo
hacia el ocaso.
El mar, el mar del corazón innúmero
con sus velas tendidas y sus faros.
Los árboles que llegan sonriendo
a través de las hojas iniciales,
la lluvia que modela finas torres
del vidrio, las mañanas,
el estío...
Como ciegos estamos. Como ciegos
de un viento luminoso que nos alza
y nos lleva tenaz, ávidamente,
nadie sabe hasta dónde.
Y todo nos rodea sin tocarnos
en este alucinante amor de amor
y de silencio.
!--Img



Meira Delmar

otra presencia

-- de Meira Delmar --

Ahora estamos unidos
para siempre.
No importa que te hayas
marchado,
que la puerta
no se abra más
para esperar tus pasos,
ni importa que en las manos
que me encuentran
no me rocen las tuyas.
Andas conmigo,
vas, vienes a mi lado,
y miras con mis ojos
derramarse en el mar
el ocaso.
Oyes el viento en la noche
cuando pasa estremeciendo
las ventanas,
y me sigues constante
por la oscura comarca
del insomnio.
Revestida de ausencia
tu perdida presencia
me acompaña.
!--Img



Miguel Unamuno

La mar ciñe a la noche su regazo

-- de Miguel Unamuno --

La mar ciñe a la noche en su regazo
y la noche a la mar; la luna, ausente;
se besan en los ojos y en la frente;
los besos dejan misterioso trazo.

Derrítense después en un abrazo,
tiritan las estrellas con ardiente
pasión de mero amor, y el alma siente
que noche y mar se enredan en su lazo.

Y se baña en la oscura lejanía
de su germen eterno, de su origen,
cuando con ella Dios amanecía,

y aunque los necios sabios leyes fijen,
ve la piedad del alma la anarquía
y que leyes no son las que nos rigen.

Horas serenas del ocaso breve,
cuando la mar se abraza con el cielo
y se despierta el inmortal anhelo
que al fundirse la lumbre, lumbre bebe.

Copos perdidos de encendida nieve,
las estrellas se posan en el suelo
de la noche celeste, y su consuelo
nos dan piadosas con su brillo leve.

Como en concha sutil perla perdida,
lágrima de las olas gemebundas,
entre el cielo y la mar sobrecogida

el alma cuaja luces moribundas
y recoge en el lecho de su vida
el poso de sus penas más profundas.



Miguel Unamuno

Te da en la frente el sol de la mañana

-- de Miguel Unamuno --

Te da en la frente el sol de la mañana
recién nacido, pálida doncella,
misteriosa visión, fugaz estrella,
que te derrites en la luz. Hermana

de la que nace cuando la campana
tocando a la oración doliente sella
la fatiga de un día más, la mella
que sume el alma en la mortal desgana.

El alba y el ocaso cruzan manos,
y así, a la silla de la reina, al día
ya la noche, rendidos soberanos,

Los llevan a enterrar. Triste sería
que al despertar de nuestros sueños varios
luz y sombra lucharán a porfía.



Miguel Unamuno

Al tramontar del sol

-- de Miguel Unamuno --

La agonía del sol en el ocaso
sobre el negro verdor de las encinas
de su lecho detrás de las cortinas
de leves nubes de purpúreo raso.

Y allá en levante, ya de luz escaso,
en el luto agonizan las colinas
mientras del cielo en cúpula y pechinas
se asienta el polvo del febeo paso.



Miguel Unamuno

El fin de la vida

-- de Miguel Unamuno --

Fué flor que al árbol arrancó el granizo
y luego en tierra el sol la vió, despojo,
entre el polvo rodar por el rastrojo
del viento al albedrío tornadizo.

Mantillo al fin la oscura flor se hizo
al pié escondido de espinoso tojo
y en el trascurso de un ocaso rojo
la enterró vil gusano. De su hechizo



Miguel Unamuno

Horas serenas

-- de Miguel Unamuno --

Horas serenas del ocaso breve,
cuando la mar se abraza con el cielo
y se despierta el inmortal anhelo
que al fundirse la lumbre, lumbre bebe.

Copos perdidos de encendida nieve,
las estrellas se posan en el suelo
de la noche celeste, y su consuelo
nos dan piadosas con su brillo leve.

Como en concha sutil perla perdida,
lágrima de las olas gemebundas,
entre el cielo y la mar sobrecogida

el alma cuaja luces moribundas
y recoge en el lecho de su vida
el poso de sus penas más profundas.



Miguel Unamuno

Ir muriendo

-- de Miguel Unamuno --

Ves al ocaso en limpio mar de plata
flotar vagos islotes de ceniza
celeste, entre los cuales agoniza
el dragón que los días arrebata.

Santa visión que el alma te rescata
del mundo que á su afán nos esclaviza
y la esperanza, de la fé melliza
despierta en tí. Y en ese que retrata



Miguel Unamuno

La ley de la gravedad

-- de Miguel Unamuno --

Se van los años cada vez más breves,
con rosas primavera, con los trigos
el verano, el otoño con los higos
y el negro invierno con las blancas nieves.

Según hacia tu ocaso más te mueves
más raudos van, de tu vivir testigos
que te arrancan, cual fieros enemigos,
al reposo. Si allá en las horas leves



Miguel Unamuno

La virgen del camino

-- de Miguel Unamuno --

Oh alma sin hogar, alma andariega
que duermes al hostigo á cierro raso
trillando los senderos al acaso
bajo la fé de una esperanza ciega.

Ese cielo, tu padre, que te niega
paz y reposo, bríndate al ocaso
roja torre de nubes en que el vaso
que ha de aplacar tu sed al fin te entrega.



Miguel Unamuno

Muerte (Miguel de Unamuno)

-- de Miguel Unamuno --

Eres sueño de un dios; cuando despierte
¿al seno tornarás de que surgiste?
Serás al cabo lo que un día fuiste?
¿Parto de desnacer será tu muerte?

El sueño yace en la vigilia inerte?
Por dicha aquí el misterio nos asiste;
para remedio de la vida triste,
secreto inquebrantable es nuestra suerte.

Deja en la niebla hundido tu futuro
ye tranquilo a dar tu último paso,
que cuanto menos luz, vas más seguro.

Aurora de otro mundo es nuestro ocaso?
Sueña, alma mía, en tu sendero oscuro:
"Morir... Dormir... Dormir... Soñar acaso!"



Miguel Ángel Corral

Un vuelo de mi alma

-- de Miguel Ángel Corral --

Sopla el austro. Las cumbres despejadas
lucientes se alzan tras dorado velo,
y las plantas y flores en el suelo
a los rayos del sol están dobladas.

En tanto que las nubes incrustadas
en el inmenso azul del claro cielo,
montañas fingen de escarpado hielo
por las manos de un Dios acá lanzadas.

Y yo volviendo mi tostada frente
miro el mundo en la bóveda vacía,
del sur a septentrión, de ocaso a oriente;

pero al cruzarle audaz el alma mía
con desprecio le ve, porque se siente
más grande aun que el mundo todavía.



Miguel Ángel Corral

La mañana (Corral)

-- de Miguel Ángel Corral --

El tenue resplandor del sol naciente
poco a poco los cielos ilumina,
y al fresco soplo de vital ambiente
va huyendo presurosa la neblina.

En los árboles húmedos resbalan
trémulos visos de carmín y de oro,
y aleteando los pájaros exhalan
en trino alegre su cantar sonoro.

La flor, que el aura revolando toca,
entreabre su pétalo fragante,
como una virgen su olorosa boca
al casto beso de su tierno amante.

Y mil murmullos pueblan armoniosos
de músicas errantes el espacio,
mientras el sol en rayos luminosos
ostenta ya su disco de topacio.

Y en medio de tan plácido concierto,
lleno de pena, y de ilusión desnudo,
en mi pecho infeliz ¡ay! casi muerto
sólo mi corazón palpita mudo.

Y ya el sol despejado se levante
por entre un cielo de purpúreo raso,
o luzca su diadema vacilante,
suspenso en los abismos del ocaso,

¡nada me importa a mí! Su rayo ardiente
que el sauce tiñe y dora la arirumba,
viene a quebrarse, pálido, en mi frente
como en la triste piedra de una tumba.



Nicolás Guillén

rosa tú melancolía

-- de Nicolás Guillén --

El alma vuela y vuela
buscándote a lo lejos,
rosa tú, melancólica
rosa de mi recuerdo.
Cuando la madrugada
va el campo humedeciendo,
y el día es como un niño
que despierta en el cielo,
rosa tú, melancólica,
ojos de sombra llenos,
desde mi estrecha sábana
toco tu firme cuerpo.
Cuando ya el alto sol
ardió con su alto fuego,
cuando la tarde cae
del ocaso deshecho,
yo en mi lejana mesa
tu oscuro pan contemplo.
Y en la noche cargada
de ardoroso silencio,
rosa tú, melancólica
rosa de mi recuerdo,
dorada, viva y húmeda,
bajando vas del techo,
tomas mi mano fría
y te me quedas viendo.
Cierro entonces los ojos,
pero siempre te veo
clavada allí, clavando
tu mirada en mi pecho,
larga mirada fija,
como un puñal de sueño.



Soneto con estrambote

-- de Juan Díaz Rengifo --

Este grandioso Túmulo erigido,
fúnebre pompa de cristiano afecto,
al más hermoso, y al mayor sujeto
que injusto triunfo de la Parca ha sido,

este consigo mismo competido,
de lealtad, y de amor piadoso efecto
funesto Ocaso es hoy del más perfecto
sol, que gozar España ha merecido.

Con un golpe mortal, en breve instante
al gran Philipo, su divina Aurora,
la Lis francesa, la beldad galante,

quitó, llevó la Muerte robadora:
Mas si en eterno imperio brillante,
tantos de gloria grados atesora.

Para que España llora
a Isabel de Borbón, que muerta yace,
si al Cielo Fénix inmortal renace.



Julio Flórez

xv

-- de Julio Flórez --

Xv
en las tardes brumosas del invierno,
cuando el sol taciturno, paso a paso
va cayendo en las sombras del ocaso
como envuelto en las llamas de un infierno,
abro las mustias alas y me cierno
por la infinita bóveda al acaso,
falto de luz y de vigor escaso,
presa de las nostalgias de lo eterno.
Y subo, subo, y cuando el ojo mío
descubre entre los velos de la noche
mi supremo ideal, en el vacío
una mano brutal mis olas cierra
y caigo... Sin una ¡ay! sin un reproche,
sobre el fangal inmundo de la tierra.
Julio flórez



Julio Flórez

Madrigal (Flórez)

-- de Julio Flórez --

Poem

¿Me quieres?... ¡Que tu acento me lo diga ante aquel sol que muere en el ocaso! Tú, que mitigas mi pesar... ¡Mitiga esta fiebre voraz en que me abraso!

Tembló su labio y balbució: ¡Lo juro!

Sus tachonadas puertas entreabría la muda noche en la extensión vacía: y en mi espíritu lóbrego y oscuro... En aquel mismo instante amanecía!



Julio Flórez

¡Y no temblé al mirarla!

-- de Julio Flórez --

Poem

¡Y no temblé al mirarla! El tiempo había su tez apenas marchitado; hacía tanto... Que ni de lejos la veía...

Vago tinte de aurora su semblante inundó de repente, en el instante en que me vio tan cerca... Y tan distante!...

Las luchas interiores, no los años, revelaban también sus desengaños, que absortos tuvo a todos los extraños.

Llevaba en el regazo un pobre niño, trémulo y silencioso y sin aliño, pero bello, y más blanco que un armiño.

¡Todo lo adiviné!... Y aquella hermosa que fue hasta ayer inmaculada rosa, única a quien llamado hubiera esposa...

Pero que nunca a mi reclamo vino, que me odió y en mi lóbrego camino del desprecio glacial sembró el espino;

aquella esquiva flor que en una grieta de mis ruinas nació, cual la violeta, y a un tiempo me hizo pérfido y poeta,

en el momento en que los rayos rojos del triste sol de ocaso, los despojos de la tarde alumbraban, de sus ojos

vertió al bajar del tren, como rocío, un diluvio de lágrimas... ¡Dios mío! Pero yo estaba como el mármol... ¡Frío!



Julio Herrera Reissig

El espejo (Herrera y Reissig)

-- de Julio Herrera Reissig --

Se hunden en una sorda crisis meditabunda...
El Ocaso suaviza los últimos enojos,
y Neith enjuga el oro líquido de sus ojos,
triste como su hermana, la tarde moribunda...

Conspira en acres vahos la insinuación fecunda
de la Naturaleza, por siembras y rastrojos;
y ellos, que ora se brindan flores en vez de abrojos,
suman entrelazados una unidad profunda.

Largamente, idealmente, como un sacro beleño,
Bión la apura de un beso hasta el fondo del sueño...
Por no verla, en procura de un instante de calma,

cierra, luego, los ojos, declinando en el hombro
la armoniosa cabeza, y oh! dulcísimo asombro,
como en un claro espejo, la contempla en el alma.



Julio Herrera Reissig

El genio de los campos

-- de Julio Herrera Reissig --

Por donde humea el último arado en los cultivos,
agrias interjecciones el eco desentona.
De tarde en tarde el ámbito trasunta en su bordona
la égloga que sueñan los campos subjetivos.

Alamos oxidados y sauces compasivos...
Aldeanas con cestos de fruta. Una amazona...
El silencio en la inerte Cartuja congestiona
de mística Edad Media los panoramas vivos.

Insinúase un vaho de fresales maduros,
con sabrosas resinas y violentos sulfuros...
Bajo el vetusto puente, clásica linfa corre,

holgándose entre vegas de ópalo y de raso;
mientras, muecín sonámbulo, la esquila de la torre
traspasa de ultratumba y de Dios el ocaso.



Julio Herrera Reissig

Epitalamio ancestral

-- de Julio Herrera Reissig --

Con la pompa de brahmánicas unciones,
abrióse el lecho de sus primaveras,
ante un lúbrico rito de panteras,
y una erección de símbolos varones...

Al trágico fulgor de los hachones,
ondeó la danza de las bayaderas
por entre una apoteosis de banderas
y de un siniestro trueno de leones.

Ardió al epitalamio de tu paso,
un himno de trompetas fulgurantes...
Sobre mi corazón, los hierofantes

ungieron tu sandalia, urna de raso,
a tiempo que cien blancos elefantes,
enroscaron su trompa hacia el ocaso.



Julio Herrera Reissig

la estrella del destino

-- de Julio Herrera Reissig --

La tumba, que ensañáse con mi suerte,
me vio acercar a vacilante paso,
como un ebrio de horrores, que al acaso
gustase la ilusión de sustraerte.

En una larga extenuación inerte,
pude medir la infinidad del caso,
mientras que se pintaba en el ocaso
la dulce primavera de tu muerte.

La estrella que amparónos tantas veces,
y que arrojara, en medio de las preces,
un puñado de luz en tus despojos,

hablóme al alma, saboreando llanto:
«¡oh hermano, cuánta vida en esos ojos
que se apagaron de alumbrarnos tanto!»



Julio Herrera Reissig

consagración

-- de Julio Herrera Reissig --

Surgió tu blanca majestad de raso,
toda sueño y fulgor, en la espesura;
y era en vez de mi mano -atenta al caso
mi alma quien oprimía tu cintura...

De procaces sulfatos, una impura
fragancia conspiraba a nuestro paso,
en tanto que propicio a tu aventura
llenóse de amapolas el ocaso.

Pálida de inquietud y casto asombro,
tu frente declinó sobre mi hombro...
Uniéndome a tu ser, con suave impulso,

al fin de mi especioso simulacro,
de un largo beso te apuré convulso,
¡hasta las heces, como un vino sacro!



Julio Herrera Reissig

anima clemens

-- de Julio Herrera Reissig --

Palomas lilas entre los alcores,
gemían tus nostalgias inspiradas;
y en las ciénagas, de astro ensangrentadas,
corearon su maitín roncos tenores.

En los castillos y en los miradores,
encendía el ocaso cuentos de hadas;
y aparecía, al son de agrias tonadas,
el gesto oscuro de los leñadores.

Como una buena muerte, sin angustia
durmióse el día, violeta mustia...
En tan propicia media luz de olvido,

naufragaron tus últimos lamentos,
mientras, en los cortijos soñolientos,
rebotaba de pronto algún ladrido...



Julio Herrera Reissig

iluminación campesina

-- de Julio Herrera Reissig --

Alternando a capricho el candor de sus prosas,
ruth sugiere a la cítara tan augustos momentos!
y fanor en su oboe de aterciopelamientos
plañe bajo el ocaso de oro y de mariposas...

Ante el genio enigmático de la hora, sedientos
de imposible y quimera, en el aire de rosas,
ponen largo silencio sobre los instrumentos,
para soñar la eterna música de las cosas.

Largas horas, en trance de eucarísticos miedos,
amortiguan los ojos y se enlazan los dedos...
«¡Dulce amigo!» ella gime. Y fanor: «¡oh mi amada!»

y la noche inminente lame sus mansedumbres...
De pronto, como bajo la varilla de un hado,
fuegos, por todas partes, brotan sobre las cumbres.



Evaristo Carriego

En la noche (Carriego)

-- de Evaristo Carriego --

Vencía la sombra. Misterio, llegando,
rimaba la angustia de sus misereres,
mojando, en el suelo, los frutos de Ceres,
la Maga del germen que lucha creando.

Muy suave, el Deseo pasaba contando
las cálidas noches de extraños placeres,
diciendo los sueños de frescas mujeres
que en torpes neurosis se fueron matando...

Su copa de sangre volcaba en las brumas.
Ocaso muy triste, bordeando de heridas
el cielo, llagado de rojas espumas,

y allá, en una oscura visión de tugurio,
con voz de esperanza, cubriendo las vidas
cantaba un apóstol su bárbaro augurio...



Federico García Lorca

la sombra de mi alma

-- de Federico García Lorca --

Diciembre de 1919
(madrid)
la sombra de mi alma
huye por un ocaso de alfabetos,
niebla de libros
y palabras.
¡La sombra de mi alma!
he llegado a la línea donde cesa
la nostalgia,
y la gota de llanto se trasforma,
alabastro de espíritu.
(¡La sombra de mi alma!)
el copo del dolor
se acaba,
pero queda la razón y la sustancia
de mi viejo mediodía de labios,
de mi viejo mediodía
de miradas.
Un turbio laberinto
de estrellas ahumadas
enreda mi ilusión
casi marchita.
¡La sombra de mi alma!
y una alucinación
me ordeña las miradas.
Veo la palabra amor
desmoronada.
¡Ruiseñor mío!
¡ruiseñor!
¿aún cantas?



Federico García Lorca

campo

-- de Federico García Lorca --

1920
el cielo es de ceniza.
Los árboles son blancos,
y son negros carbones
los rastrojos quemados.
Tiene sangre reseca
la herida del ocaso,
y el papel incoloro
del monte está arrugado.
El polvo del camino
se esconde en los barrancos.
Están las fuentes turbias
y quietos los remansos.
Suena en un gris rojizo
la esquila del rebaño,
y la noria materna
acabó su rosario.
El cielo es de ceniza.
Los árboles son blancos.



Federico García Lorca

Campo (Lorca)

-- de Federico García Lorca --

El cielo es de ceniza.
Los árboles son blancos,
y son negros carbones
los rastrojos quemados.
Tiene sangre reseca
la herida del Ocaso,
y el papel incoloro
del monte está arrugado.
El polvo del camino
se esconde en los barrancos.
Están las fuentes turbias
y quietos los remansos.
Suena en un gris rojizo
la esquila del rebaño,
y la noria materna
acabó su rosario.

El cielo es de ceniza.
Los árboles son blancos.



Federico García Lorca

Gacela de la terrible presencia

-- de Federico García Lorca --

Yo quiero que el agua se quede sin cauce.
Yo quiero que el viento se quede sin valles.

Quiero que la noche se quede sin ojos
y mi corazón sin la flor del oro.

Que los bueyes hablen con las grandes hojas
y que la lombriz se muera de sombra.

Que brillen los dientes de la calavera
y los amarillos inunden la seda.

Puedo ver el duelo de la noche herida
luchando enroscada con el mediodía.

Resisto un ocaso de verde veneno
y los arcos rotos donde sufre el tiempo.

Pero no me enseñes tu limpio desnudo
como un negro cactus abierto en los juncos.

Déjame en un ansia de oscuros planetas,
¡pero no me enseñes tu cintura fresca!



Francisco de Quevedo

las tres musas últimas castellanas 7

-- de Francisco de Quevedo --

Pues eres sol, aprende a ser ausente
del sol, que aprende en ti luz y alegría;
¿no viste ayer agonizar el día
y apagar en el mar el oro ardiente?
luego se ennegreció, mustio y doliente,
el aire adormecido en sombra fría;
luego la noche, en cuanta luz ardía,
tantos consuelos encendió el oriente.
Naces, aminta, a silvio del ocaso
en que me dejas sepultado y ciego;
sígote oscuro con dudoso paso.
Concédele a mi noche y a mi ruego,
del fuego de tu sol, en que me abraso,
estrellas, desperdicios de tu fuego.



Francisco Villaespesa

ocaso

-- de Francisco Villaespesa --

Asómate al balcón; cesa en tus bromas,
y la tristeza de la tarde siente.
El sol, al expirar en occidente,
de rojo tiñe las vecinas lomas.
El jardín nos regala sus aromas;
mece el aire las hojas suavemente,
y en las blancas espumas del torrente
remojan su plumaje las palomas.
Al ver con qué tristeza en la llanura
amortigua la luz su refulgencia,
mi corazón se llena de amargura...
¡Quizá el amor que en vuestros pechos arde,
apagarse veremos en la ausencia,
como ese sol en brazos de la tarde!...



Francisco Villaespesa

convalecencia

-- de Francisco Villaespesa --

¡qué suavidad, qué suavidad de raso,
qué acariciar de plumas en el viento;
en terciopelos se apagó mi paso
y en remansos de seda el pensamiento!
todo impreciso es como en un cuento,
se desborda en silencio como un vaso,
y en esta tibia languidez de ocaso
desfallecer hasta morir me siento.
Como un panal disuélvome en dulzura,
desfallezco de todo: de ternura,
de claridad, del éxtasis de verte...
Y todo tan lejano, tan lejano...
En este atardecer tu frágil mano
pudiera con un lirio darme muerte...



José Eustasio Rivera

mientras las palmas tiemblan...

-- de José Eustasio Rivera --

Mientras las palmas tiemblan...

Mientras las palmas tiemblan, un arrebol ligero
en solitarias ciénagas disuelve su rubí;
todo se apesadumbra, y hacia lejano estero,
sonroja en el crepúsculo sus alas un neblí.

Algo desconocido del horizonte espero...
¡Vana ilusión! nublóse la franja carmesí;
ya suspiró la tierra bajo el primer lucero,
y siento que otros seres lloran dentro de mí.

Me borrará la noche. Mañana otro celaje;
¿y quién cuando yo muera consolará el paisaje?
¿por qué todas las tardes me duele esta emoción?

mi alma, nube de ocaso, deja lo que perdura;
y como es mi destino sufrir con la natura,
se apagan los crepúsculos entre mi corazón.



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