Ejemplos con tersura

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

En fin, por la tersura de su prosa y la pureza de su estilo son considerados ejemplos clásicos de la literatura colombiana.
Se llama ritidosis a la presencia de arrugas en piel, así como pérdida de la tersura, teniendo variabilidad en la presentación, pero su mayor incidencia es iniciando por la región peribucal y continuando en región periorbitaria, formando las denominadas patas de gallo, progresivamente extendiéndose al resto de la cara.
Junto al trabajo de recolección, en las cooperativas hay que realizar muchos jornales de preparación, embalaje y expedición para ofrecer el espárrago con las mejores cualidades de tersura y concretamente con la dedicación necesaria en el tiempo exacto.
Su tratamiento de la superficie puede ser muy variado, obteniendo distintas texturas, como tersura, morbidez, aspereza, etc.
¿Eh?decía, admirando la tersura del acero virgen y mirando a Febrer.
Y ella, la soberana, los contemplaba desnuda desde su movible trono, coronada de perlas y estrellas fosforescentes extraídas del fondo de sus dominios, blanca como la nube, blanca como la vela, blanca como la espuma, sin más alteración en su alba majestad que un rubor de rosa húmedo, igual al barniz de las caracolas, que coloreaba su boca y sus calcañares, el pétalo final de sus pechos y el botón convexo de su vientre, mar de nacarada tersura, en el que se borraban las huellas de la maternidad con la misma rapidez que los círculos en el agua azul.
Tendió los brazos en torno de él, apretándolo contra sus pechos nutridores y eternamente virginales, contra su vientre de nacarada tersura, en el que se borraban las huellas de la maternidad con la misma rapidez que los círculos en el agua azul.
Se deshizo al fin la tromba, restableciéndose la uniforme tersura del horizonte.
Una estela de polvos de tocador y vagas esencias de jardín artificial seguía el aleteo de las faldas desmayadas y flácidas, con brillantes pajuelas de oro o plata, el crujiente arrastre de los tejidos sedosos, el brillo de las espaldas desnudas suavizadas con una capa de blanquete, la tersura de las nucas, sobre las que se elevaba el edificio de un peinado extraordinario, el primero de una navegación que únicamente se había prestado hasta entonces a exhibir sombreros de paseo y velos de odalisca.
Los cuellos almidonados de los hombres perdían la acorazada tersura de su planchado, se ondulaban como muros de porcelana próximos a resquebrajarse.
Sus manos eran jazmines y sus pies de criolla, celebrados en Sarrió como nunca vistos, la suavidad y tersura de su cutis, vencían a las del nácar y alabastro.
Antojósele además tomar las aguas de La Isabela, en Sacedón, que según decían eran excelentes para conservar la tersura del cutis.
Apareció luego el humorcillo en las piernas, con lo que se deslució aquel cuerpo de estatua, aquella piel que superaba en tersura y suavidad, puedes creérmelo, al más fino raso y al terciopelo más pulido.
Cuando quería marcharse, besos prietos y tercos, en que la húmeda tersura de los labios palpitaba con deliciosa laxitud, queriendo sorberle el alma.
Admite, pues, y conserva perfectamente las más finas y delicadas labores, y de aquí la riqueza de obras platerescas que acabamos de enumerar y las muchas que no hemos citado, todas las cuales parecen recién hechas en sus menores tallas, sin embargo de estar a la intemperie: de aquí también aquellas afiladas aristas de las esquinas de la , aquella tersura de sus muros, que parecen bruñidos, aquellos atletas, de tan admirable musculatura, de la , aquella férrea solidez de la , o sea de la vieja, aquellos primores del patio del , y tantos y tantos otros prodigios de escultura y arquitectura como ve el viajero en todas partes.
El pensamiento de Antonio en aquellos instantes revoloteaba celoso y despechado en torno de Trini, de aquella chavalilla, capullo convertido en flor a sus caricias, un primor de mujer, de formas elegantes y sueltas que ondulaban suaves cual las del antílope, de carnes sonrosadas, de pie casi invisible y de rostro a los que los malos ratos y las pesadumbres no habían logrado arrebatar ni su tersura, ni su brillantez, ni los tonos suavísimos de rosa temprana que lucía perpetuamente en sus encarnadas mejillas, ni a sus grandes ojos aquella dulce expresión infantil, que fueron y volvían a ser a modo de luminosos acicates de los deseos del mozo.
El fuego abrasador de ambas almas enamoradas penetró en el átomo, le dio brillantez y tersura, y cuanto hay de hermoso y de noble en el mundo, vino a reflejarse en él como en espejo encantado que lo purifica y lo sublima todo.
Y ya le dolía la cabeza de tanto cavilar al buen hombre, cuando penetró en la casa el tan esperado Caracoles, que a fuer de hombre no todavía del todo para el guano, habíase vestido su mejor traje: uno de pana lisa, cuya chaqueta de corte andaluz contorneaba su torso de cuarentón arrogante y bien formado, una faja negra ceñía su cintura, que comenzaba a cometer antiestéticos desafueros, y un cordobés gris cubría su cabeza, en que los años empezaban a poner sus pícaras harinitas, como solía decir el Caracoles, cuyo rostro era redondo, algo carrilludo, limpio, de color sano y de tersura que empezaba a flaquearle en las comisuras de los labios y de los ojos, pequeños y de voluptuoso mirar, rostro, en fin, que aún hacía que alguna que otra hembra murmurara al verle pasar por su lado con acento no despectivo:.
Su madre no se hartaba de palparla, unas veces vestida, otras medio desnuda, de medirla con ávidos ojos, de verla andar, y, aunque seca de palabra siempre, de prodigar, a su manera, elogios a su precoz desarrollo físico y moral, a la redondez de su cuello, a la tersura de su garganta, a la expresión maliciosa de sus ojos, a la frescura de su boca, a la esbeltez de su talle y a todas y a cada una de sus prendas esculturales.
»Volvime al lado de mi abuelo, entre asustada y risueña, y tras largo, interminable rato de esperar a pie firme, por no ajar la tersura de mis faldas, llegó mi madre con el aspecto y el andar de una matrona romana, ocultando la cruz de sus achaques y los estragos de la edad con el engaño de un cielo de fulgurante pedrería sobre otro caudal de sedas y artificios.
Apareció luego el humorcillo en las piernas, con lo que se deslució aquel cuerpo de estatua, aquella piel que superaba en tersura y suavidad, puedes creérmelo, al más fino raso y al terciopelo más pulido.
A los que nos dejamos seducir por la tersura y belleza del estilo, nos deslumbró el Sr.
La tersura y fineza de aquellas extremidades de sus manos indicaban no estar ocupadas ya más que en trabajos matemáticos.
Aunque pálida y ojerosa, en la tersura de su frente y en la frescura de su fez se notaba que era una joven de veinte años lo más.
Definitivamente, no obstante la belleza que re-flejaba todo ese roquerío, a despecho de la ter-sura de sus superficies, del resplandor temblo-roso de sus irradiaciones, de sus formas exqui-sitas, nada podía hacer para conmoverlos y agotado, un tanto triste, se enclaustraba en su cámara de silencio a continuar meditando en la probabilidad de nunca poner en práctica lo que se había propuesto.
El fino pelaje que lo cubría era de esa tersura indefinible de la seda.
Quien no le hubiera visto desde que andaba por aquellos mismos lugares suelto y vigoroso, con el calor de su alma juvenil y apasionada reflejándose en sus ojos negros y en la tersura de sus mejillas, no le conociera a la sazón, vencida la altiva cabeza al peso de las ideas, triste y ojeroso el semblante, desmayado el antes gallardo cuerpo, y abandonado al antojo de la bestia que, fiada en el escaso vigor de la mano que la regía, más se cuidaba de caminar a gusto que de llegar pronto.
Pronto se reflejaron en su cuerpo los dolores de su alma, y de aquella matrona gentil y apuesta, en que todo era escultural y hermoso, fueron desapareciendo la tersura y la redondez de las formas, como si el luto que vestía fuera una cruz de hierro con espinas, comenzaron a encanecer sus cabellos, y estampó en su rostro todas sus huellas tristes la negra melancolía.
¡Cosa extraña! Hasta aquel instante no había reparado que Emma se había quitado muchos años de encima aquella noche, sobre todo en aquel momento, no le parecía una mujer bella y fresca, no había allí ni perfección de facciones ni lozanía, pero había mucha expresión, el mismo cansancio de la fisonomía, cierta especie de elegía que canta el rostro de una mujer nerviosa y apasionada que pierde la tersura de la piel y que parece llorar a solas el peso de los años, la complicada historia sentimental que revelan los nacientes surcos de las sienes y los que empiezan a dibujarse bajo los ojos, la intensidad de intención seria, profunda y dolorosa de la mirada, que contrasta con la tirantez de ciertas facciones, con la inercia de los labios y la sequedad de las mejillas: estos y otros signos le parecieron a Bonis atractivos románticos de su esposa en aquel momento, y el imperativo quédate tú le halagó el amor propio y los sentidos, después del mucho tiempo que había pasado sin que Emma hiciera uso de la regia prerrogativa.
Cubría sus delicadas y graciosas formas de andaluza la alba y rosada tez de las hijas de la nebulosa Erin, a la que daba la impasible frialdad de su dueña esa limpieza y tersura trasparente de la esperma, que nada enturbia.

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