Ejemplos con revueltas

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Juntos iban al puerto, tranquilo y solitario lago, cuya entrada era casi invisible por las revueltas entre las peñas del brazo acuático que lo comunicaba con el mar.
En torno de las raíces desenterradas abundaban las piedras revueltas con los terrones, piedras que dormían en las entrañas del suelo y la explosión había hecho volar sobre la superficie.
Odiaba a los , los policías de París, con los que había cambiado puñetazos y palos en todas las revueltas.
¡Hablarle a él de noblezas de ! Había salido muy joven de Europa para sumirse en las revueltas democracias de América, y aunque la nobleza le parecía algo anacrónico é incomprensible, se imaginaba que la única auténtica y respetable era la de su país.
El fugitivo, cercado en el dédalo de pasadizos, tropezando con enemigos en todas las revueltas, surgió corriendo por el extremo opuesto y continuó su carrera a lo largo del muelle.
El marino aprovechaba todas las revueltas de la calle para cortar estas recomendaciones con sus besos.
Y el viejo sacerdote, durante unas semanas, podía pescar en paz, sin tener que separar a tirones los racimos femeninos, que salían de la pelea con las greñas revueltas, los ojos amarillos de cólera y la cara chorreando sangre.
Las rudas pendientes, las continuas revueltas, produjeron en ellos un principio de vértigo.
Sobre un costurero abierto, donde Ana al ver entrar a sus amigas puso sus enseres de coser y los ajuares de niño que regalaba a la Casa de Expósitos, habían dejado caer Adela y Lucía sus sombreros de paja, con cintas semejantes a sus trajes, revueltas como cervatillos que retozan.
El pavimento de mosaico de colores tenues que, como el de los atrios de Pompeya, tenía la inscripción Salve en el umbral, estaba lleno de banquetas revueltas, como de habitación en que se vive: porque las habitaciones se han de tener lindas, no para enseñarlas, por vanidad, a las visitas, sino para vivir en ellas.
Un grupo de muchachos seguía la lenta flotación del último santo, arrojándole piedras para que no se detuviera en las revueltas de la corriente.
Por el centro de la ría pasaban pequeños remolcadores tirando de un rosario de gabarras, balandros de cabotaje de las matrículas de la costa, navegando lentamente por miedo a las revueltas, vapores que rompían las aguas con imperceptible movimiento hasta pegarse al descargadero.
Don Gil de Albornoz, el famoso cardenal, marcha a Italia, huyendo de don Pedro el Cruel, y, como experto capitán, reconquista todo el territorio de los papas refugiados en Aviñón, don Gutierre III va con don Juan II a batallar con los moros, don Alfonso de Acuña pelea en las revueltas civiles durante el reinado de Enrique IV, y como digno final de esta serie de prelados políticos y conquistadores, ricos y poderosos como verdaderos príncipes, surgen el cardenal Mendoza, que guerrea en la batalla de Toro y en la conquista de Granada, gobernando después el reino, y Jiménez de Cisneros, que, no encontrando en, la Península moros a quienes combatir, pasa el mar y va a Orán, tremolando la cruz, convertida en arma de guerra.
La espiral azulada de su cigarrillo parecía arrastrar su pensamiento por las interminables revueltas del pasado.
y despertaba, despertaba no bien había pegado los ojos, como si algún importuno le empujara de improviso, con pesadillas horribles en que los más ligeros ruidos tomaban proporciones colosales, pareciéndole el rumor del tren el de una catarata de bronce fundido que se despeñase en sus orejas, el de los cascabeles de un coche, redobles de mil tambores golpeando en sus propios tímpanos, el chirrido peculiar de las carretas vascongadas, el que avisa al casero vasco en las revueltas del camino, un ruido del infierno que por diabólico prodigio se encarnase en una sierra candente y le dividiera la masa de los sesos mitad por mitad Así pasó la noche, un poco antes del alba desapareció el sopor, huyó el letargo con sus pesadillas, y un sueño tranquilo le adormeció entre sus brazos más de dos horas.
Pero al acostarse volvió Ido a ser atormentado por sus temores, y no tuvo más remedio que estar toda la noche hecho un ovillo, con las manos cruzadas en la cintura, porque si en una de las revueltas que ambos daban sobre los accidentados jergones la mano de su mujer llegaba a tocar el duro, se lo quitaba, tan fijo como tres y dos son cinco.
La vía que lo traspasaba, descubriendo las sombrías revueltas, era la indagación inteligente de Jacinta.

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