Ejemplos con rechazándole

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Se dice que el mismo Richelieu la pretendió, rechazándole Ninon al sentir auténtica aversión hacia el cardenal.
¡Quita, quita!dijo rechazándole.
¿Usted es bobo, cristiano?preguntaba ella poniéndole la mano en el pecho y rechazándole con fuerza.
El gentío le acosó, rechazándole con ultrajes, mas aunque amenazaba con fusilar a los revoltosos nada hizo.
-Para preguntar una estupidez -repuso Monsalud, rechazándole violentamente- no se necesita dar coces.
Se lanzó a estrechar en sus brazos la cabeza de su esposa, pero esta le recibió con los puños, que, rechazándole con fuerza, le hicieron perder el equilibrio y casi caer sobre don Basilio.
Y Califa, rechazándole de un codazo, volvió a meter la mano y no sacó aquella vez más que una sola papeleta, diciendo: ¡Lejos de mí toda idea de volver a tomar a mi servicio en adelante a este tañedor de clarinete de mejillas abultadas, a este astrólogo sacador de horóscopos!.
-Alzad, le interrumpió Alfonso, rechazándole con visible enojo, ya os dije en otra ocasión que no es así en esa actitud servil como quiero yo ver a mis súbditos, cualquiera que sea la categoría que ocupen en la escala social: respetad al rey en su encumbrada esfera, pero reservad el culto para Dios, a quien únicamente corresponde, el hombre envanecido que admite ciega e ignorante idolatría de sus semejantes, cuando se arrastran como inmundos reptiles, comete una profanación o una herejía culpable.
— No, no —contestó ella, rechazándole vivamente—.
— ¿Pero todavía? —dijo, rechazándole con dulzura—.
¿Qué le importaba a este gran rey una mujer más o menos, cuando tenía en su harén setecientas reinas, ochocientas concubinas e infinito número de princesas? Así, pues, lo natural era que, viendo Salomón a Echeloría enamorada de otro, afligida y llorosa, y rechazándole por estilo arisco y montaraz, había de mostrarse desprendido.
La multitud, ansiosa de respirar con libertad las brisas de la noche, lo inundaba todo, y fue necesario mezclarse y confundirse otra vez entre aquellas hadas, que iban y venían, atrayéndole unas veces, rechazándole otras, pero siempre reteniéndole en su seno como a un juguete apetecido a quien no quisieran arrojar nunca lejos de sí.

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