Ejemplos con raído

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Algunos sillones antiguos, de encorvados brazos, con el rojo terciopelo calvo y raído hasta mostrar la blancura de la trama, mezclábanse con sillas de paja y el pobre lavabo.
García, en opinión de los criados de la casa, no representaba nada porque traía el raído, los pantalones deshilachados, el sombrero con grasa y las barbas terriblemente aborrascadas.
Cubríala un mantel blanquísimo y fino, pero demasiado raído por el uso, y se conocía por el tamaño, por el peso y por la forma, que también eran de abolengo los cubiertos y dos cucharones de plata que brillaban sobre el mantel, a la luz de un velón de cuatro mecheros que pendía de una tablilla, clavada por un extremo en una vigueta del techo.
El capitán se hallaba en un sillón, envuelto en un capote azul, viejo y raído, con los ojos cerrados.
Erase una pareja, él, bohemio del Rastro, ojos soñolientos, raído levitín, corbata rota, semejante a una curiosidad más, a algún mueble usado y desvencijado, ella, rubia, flaca, ondulante, ágil como una zapaquilda de desván, al deslizarse entre los objetos preciosos amontonados hasta el techo.
Formaba grupo con varios trabajadores de igual aspecto que él, y este grupo iba unido a otros y otros que eran como una representación de todas las clases sociales: burgueses bien vestidos, señoritos finos y anémicos, licenciados de raído chaqué, faz pálida y gruesos lentes, curas jóvenes que sonreían con cierta malicia, como si se comprometiesen en una calaverada.
Un vestidillo raído y un pañuelo atado a la cintura como las artesanas, en los pies unas zapatillas bastante usadas.
Apenas transcurrido un cuarto de hora, que invertí dando a lecciones de lenguaje finústico, reapareció abrochándose un levitín raído, con visos de ala de mosca.
Al salir, la señora Tomasa le mostró una mujer adosada al zócalo de piedra del jardín, encogida, envuelta en un mantón raído, con el pañuelo de la cabeza echado sobre los ojos.
Doña Josefa, con un vestido algo raído de lana y gran mantilla de un negro ya amarillento, entró solemnemente en la barraca, y después de algunas frases vistosas pilladas al vuelo a su marido, aposentó su robusta humanidad en un sillón de cuerda y allí se quedó, muda y como soñolienta, contemplando el ataúd.
Arrellanóse en los almohadones de raído paño azul del coche y sin conceder siquiera una mirada al primer aliento de París, que comenzaba ya a ensordecer y atronar sus oídos, arrancando de la gran plaza irregular de la Bastilla, en que desembocan cuatro boulevards y diez calles, púsose a pasar revista con gran cuidado a los papeles contenidos en una bolsa de viaje, cuya correa le cruzaba el pecho de derecha a izquierda.
Aquella maravilla servía, sin embargo, de marco a un objeto harto extraño e insignificante: sobre un fondo de raso blanco y cubierto por limpidísimo cristal chafianado, veíase sencillamente un harapo, un pedazo de burdo y raído sayal pardo.
Los que compraban las hortalizas al por mayor para revenderlas conocían bien a esta mujercita que antes del amanecer ya estaba en el Mercado de Valencia, sentada en sus cestos, tiritando bajo el delgado y raído mantón.
¡Es natural! ¡No había de usar harapos de seda, como ese pañuelo raído y sempiterno que lleva usted al cuello, a manera de dogal, amigo don Cosme! No hay que divagar.
Iba embozado en una capa vieja, por bajo de la cual asomaba una esportilla de compras, y por encima del embozo de raído terciopelo mostrábase su rostro lleno y colorado, en el que los detalles más salientes, aparte de las arrugas, eran un bigote de cepillo y unas cejas canosas, tan oblicuas, que hacían recordar los chinos de los abanicos.
Llevaba raído el uniforme, sujetas las alpargatas una con cinta y otra con tomiza, y puesta sobre el capote una manta de color indefinido, en cuyos pelos habían quedado prendidas briznas del maíz seco sobre que pasó la noche.
Donde quiera que se encontrase aquel cuerpo larguirucho, aquel gabán raído, aquellos pantalones con rodilleras y tal cual remiendo, no se podía dudar que, con sus pobres trazas, Ramón Limioso era un verdadero así decían los aldeanosy no , como otros.
Un par de cuadros religiosos, de dudoso dibujo, ocupaban el testero principal, y bajo ellos, rodeado de taburetes cojos, había un sofá raído y destrozado por el roce continuo con pedigüeños impacientes o canónigos de gran peso.
Vestía con notable desaliño, y aunque no era poeta podía aplicársele el de Horacio, pues la transpiración, abundante de sus saludables y siempre activos poros no sólo daba a su cara un perenne barniz, sino que había puesto señales indelebles en su collarín invariable, comunicando a toda su persona, y especialmente a la sotana, sin duda por el roce de las palmas de las manos, un lustro no suficiente a disimular lo raído y verdinegro de la tela.
Parecía el clérigo hombre pequeño, a juzgar por su vestido, que era muy raído y verdinegro.
Llevaba un traje raído de pana gris, un sombrero redondo de alas anchas, un aro de oro en la oreja, la doblesuela claveteada de sus zapatos marcaba el ritmo de su andar pesado y trabajoso sobre las piedras desiguales de la calle.
Hallábase el cura, envuelto en un raído balandrán y cubierta la cabeza con el solideo, acomodado en el sillón de roble.
Estaba allí mi tío, sentado en el sillón de cabecera, y a su izquierda, en el banco que le seguía inmediatamente, un señor Cura muy corpulento, con balandrán de paño, gorro de terciopelo raído, y entre manos una cachavona muy recia, frontero a los dos, con la lumbre entre ambos, otro personaje más corpulento aún que el señor Cura, de cabeza canosa y gorda, cara cetrina y ojos muy saltones, en el mismo banco, pero a respetuosa distancia de este sujeto, Chisco secándose el barro de sus perneras a la lumbre, y junto a ella, y acurrucada en el suelo sin estorbar a nadie, con una cuchara de palo en la mano derecha, y en la izquierda el mango de una sartén colocada sobre las trébedes, una mocetona de ojos azules, hermoso y abundante pelo rubio y cuerpo bien metido en carnes.
Y ella -pensando que al otro día iba a recobrar sus semiandrajos, su traje negro, decente y raído, y que la vida continuaría con los ahogos económicos y físicos, las deudas y los ataques de sofocación al subir tramos de escaleras- se echó en brazos de él y rompió en sollozos.
Su frac, holgado y raído, de solapas verdosas a fuerza de uso, dejaba percibir el bulto de los huesos en brazos y hombros.
Entonces, en aquel cerebro de loco, que ocultaba un sombrero raído, brotó como el germen de una idea que pasó al pecho y fue opresión y llegó a la boca hecho himno que le encendía la lengua y hacía entrechocar los dientes.
Y yo pregunto ahora: ¿hay hijo de remendón de portal, que se presente hoy en un paseo con el traje más raído que el de la flor y nata de los rapazuelos de entonces? ¿Hay cuero que más dure, colgado de una percha, que lo que duraba sobre nosotros un vestido de.
Hay que advertir que el tal don Lorenzo iba casi todos los días, con su raído levitón, su bastón nudoso y su faz airada y fulgurante, a preguntar a don Bernabé por los adelantos de su sobrino.
Casi todas las calles de la Encimada eran estrechas, tortuosas, húmedas, sin sol, crecía en algunas la yerba, la limpieza de aquellas en que predominaba el vecindario noble o de tales pretensiones por lo menos, era triste, casi miserable, como la limpieza de las cocinas pobres de los hospicios, parecía que la escoba municipal y la escoba de la nobleza pulcra habían dejado en aquellas plazuelas y callejas las huellas que el cepillo deja en el paño raído.
Y si alguna vez se atrevía a propasarse en algo de su acostumbrado comedimiento, era de una manera tan delicada y modesta, que las jóvenes se veían precisadas a condescender con él y estimarle, aun cuando no pudiesen hacer lo mismo con sus encorvadas narices y su pobre traje raído.

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