Ejemplos con pides

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

En palabras de Walt Disney: Fantasyland está dedicado a la gente de corazón joven y a aquellos que creen que cuando pides un deseo a una estrella, tus sueños se hacen realidad.
Pues sin miramientos ni reparos voy a dártele desde el fondo de mi corazón, en vista de lo que me dices, y de lo que te callas, y, sobre todo, de que me le pides:
Olvidas que entre esos cuyo exterminio pides están mis hijos.
Si ya sé que tengo que guardar método, y acostarme temprano a las ocho con las gallinitas: ¿qué más pides? ¡Ay, qué rico hermano me dio Dios! ¡Así todas se me mueren por él!.
Para ti pides el chorizo y panazo que te gusta.
¡Oh, , profeta gracioso y venturoso! Tus empresas de paz dejarán memoria entre los humanos, por lo atrevidas y eficaces: tú domas el fanatismo, aproximas las razas enemistadas, y pides para todos los pueblos la bendición del Sumo Dios Único.
Bruno de mi alma -dijo la manchega participando del conflicto en que su esposo se veía-, si me pides consejo, no puedo dártelo en cosa tan grave con prontitud y seguridad, como cuando me preguntas si debemos sembrar alforfón o berberisco.
¿Quién responde, quién, de que Gabriela, es decir, tu esposa , no piense algunas veces en Ernesto? El otro día le viste escribir una letra ¡y sentiste celos, celos horribles! ¿Me pides consejo? Haz lo que quieras, pero antes consulta con tu conciencia.
Creo que me va a dar algo Mira, te pasas por la botica y pides un frasco de aceite de hígado de bacalao, del que yo traía.
No, no traigas tampoco vara Te pasas por la droguería y pides diez céntimos de sanguinaria.
¿Crees que estamos aquí para mandar, verbi gracia, que se altere la ley de la sociedad sólo porque a una marmotona como tú se le antoja? El hombre que me pides es un señor de muchas campanillas y tú una pobre muchacha.
Lo dicho, dicho: soy infinitamente misericordioso contigo, dándote un bien que no mereces, deparándote un marido honrado y que te adora, y todavía refunfuñas y pides más, más, más Ved aquí por qué se cansa Uno de decir que sí a todo No calculan, no se hacen cargo estas desgraciadas.
Parece que me tienes miedo, y que pides socorrole dijo Maxi con fría bondad.
—Pero, entre combatir el error, y lo que ahora me pides, entre predicar uno sus ideas filosóficas, y traer al matadero a un hombre de bien, hay mucha, muchísima distancia.
Ya tienes amparo, ya tienes apoyo en tu orfandad, ya puedo morirme, ya puedo entregar a la tierra este miserable despojo de mi cuerpo y decirle: ahí tienes, tierra, lo que pides.
-Yo quiero darte las razones que pides -dijo doña Perfecta, indicando al sobrino que se sentase junto a ella-.
¡Ay, hija! ¡qué me pides! Eso es más, mucho más de lo que yo puedo concederte si he de cumplir con mi deber y mirar por mi tranquilidad y la de algún otro de la familia.
—No dices mal, señora, respondió Ricardo, si la muerte no me hubiera estorbado el bien de volver a verte, que ahora en mas estimo este instante de gloria que gozo en mirarte, que otra ventura, como no fuera la eterna, que en la vida o en la muerte pudiera asegurarme mi deseo: el que tiene mi amo el cadí, a cuyo poder he venido por no ménos varios accidentes que los tuyos, es el mismo para contigo que para conmigo lo es el de Halima: hame puesto a mí por intérprete de sus pensamientos, acepté la empresa no por darle gusto, sino por el que granjeaba en la comodidad de hablarte, porque veas, Leonisa, el término a que nuestras desgracias nos han traido, a tí a ser medianera de un imposible que en lo que me pides conoces: a mí a serlo tambien de la cosa que ménos pensé, y de la que daré por no alcanzarla la vida, que ahora estimo en lo que vale la alta ventura de verte.
—Jamas pensé ni pude imaginar, hermosa Leonisa, que cosa que me pidieras trujera consigo imposible de cumplirla, pero la que me pides me ha desengañado: ¿es por ventura la voluntad tan lijera que se pueda mover y llevar donde quisieren llevarla? ¿ó estarle ha bien al varon honrado y verdadero fingir en cosas de tanto peso? Si a tí te parece que alguna destas cosas se debe o puede hacer, haz lo que mas gustares, pues eres señora de mi voluntad, mas ya sé que tambien me engañas en esto, pues jamas la has conocido, y así no sabes lo que has de hacer della, pero a trueco que no digas que en la primera cosa que me mandaste dejaste de ser obedecida, yo perderé del derecho que debo a ser quien soy, y satisfaré tu deseo y el de Halima fingidamente como dices, si es que se ha de granjear con esto el bien de verte, y así finge tú las respuestas a tu gusto, que desde aquí las firma y confirma mi fingida voluntad: y en pago desto que por tí hago, que es lo mas que a mi parecer podré hacer aunque de nuevo te dé el alma que tantas veces te he dado, te ruego que brevemente me digas cómo escapaste de las manos de los cosarios, y cómo veniste a las del judío que te vendió.
—Cuando el cielo me dispuso para quererte, Preciosa mia, determiné de hacer por tí cuanto tu voluntad acertase a pedirme, aunque nunca cupo en mi pensamiento que me habias de pedir lo que me pides, pero pues es tu gusto, que el mio al tuyo se ajuste y acomode, cuéntame por jitano desde luego, y haz de mí todas las esperiencias que mas quisieres, que siempre me has de hallar el mismo que ahora te significo: mira cuándo quieres que mude el traje, que yo queria que fuese luego, que con ocasion de ir a Flándes engañaré a mis padres, y sacaré dineros para gastar algunos dias, y serán hasta ocho los que podré tardar en acomodar mi partida: a los que fueren conmigo, yo los sabré engañar de modo que salga con mi determinacion, lo que te pido es, si es que ya puedo tener atrevimiento de pedirte y suplicarte algo, que si no es hoy donde te puedes informar de mi calidad y de la de mis padres, que no vayas mas a Madrid, porque no querria que algunas de las demasiadas ocasiones que allí pueden ofrecerse, me salteasen la buena ventura que tanto me cuesta.
A esto respondió Ricardo:-Jamás pensé ni pude imaginar, hermosa Leonisa, que cosa que me pidieras trujera consigo imposible de cumplirla, pero la que me pides me ha desengañado.
Hame puesto a mí por intérprete de sus pensamientos, acepté la empresa, no por darle gusto, sino por el que granjeaba en la comodidad de hablarte, porque veas, Leonisa, el término a que nuestras desgracias nos han traído: a ti a ser medianera de un imposible, que en lo que me pides conoces, a mí a serlo también de la cosa que menos pensé, y de la que daré por no alcanzalla la vida, que ahora estimo en lo que vale la alta ventura de verte.
Pero no, que bien sé que eres Anselmo, y tú sabes que yo soy Lotario, el daño está en que yo pienso que no eres el Anselmo que solías, y tú debes de haber pensado que tampoco yo soy el Lotario que debía ser, porque las cosas que me has dicho, ni son de aquel Anselmo mi amigo, ni las que me pides se han de pedir a aquel Lotario que tú conoces, porque los buenos amigos han de probar a sus amigos y valerse dellos, como dijo un poeta, usque ad aras, que quiso decir que no se habían de valer de su amistad en cosas que fuesen contra Dios.
¡Oh Quiteria, que has venido a ser piadosa a tiempo cuando tu piedad ha de servir de cuchillo que me acabe de quitar la vida, pues ya no tengo fuerzas para llevar la gloria que me das en escogerme por tuyo, ni para suspender el dolor que tan apriesa me va cubriendo los ojos con la espantosa sombra de la muerte! Lo que te suplico es, ¡oh fatal estrella mía!, que la mano que me pides y quieres darme no sea por cumplimiento, ni para engañarme de nuevo, sino que confieses y digas que, sin hacer fuerza a tu voluntad, me la entregas y me la das como a tu legítimo esposo, pues no es razón que en un trance como éste me engañes, ni uses de fingimientos con quien tantas verdades ha tratado contigo.
Que me la quieres quitar a mí está claro, pues, cuando Camila vea que yo la solicito, como me pides, cierto está que me ha de tener por hombre sin honra y mal mirado, pues intento y hago una cosa tan fuera de aquello que el ser quien soy y tu amistad me obliga.
Pues si tú sabes que tienes mujer retirada, honesta, desinteresada y prudente, ¿qué buscas? Y si piensas que de todos mis asaltos ha de salir vencedora, como saldrá sin duda, ¿qué mejores títulos piensas darle después que los que ahora tiene, o qué será más después de lo que es ahora? O es que tú no la tienes por la que dices, o tú no sabes lo que pides.
Pues dime tú ahora, Anselmo: ¿cuál destas dos cosas tienes en peligro para que yo me aventure a complacerte y a hacer una cosa tan detestable como me pides? Ninguna, por cierto, antes, me pides, según yo entiendo, que procure y solicite quitarte la honra y la vida, y quitármela a mí juntamente.
-¿Sabes lo que pides, Lucía? ¿Sabes que ese corazón donde pretendes que yo nazca es más duro que la piedra, más sangriento que el cadalso, más fétido que el sepulcro? ¿Sabes que para entrar allí tendré que apartar con mi cuerpo desnudo los espinos y los abrojos y las ponzoñosas hierbas, y sentir cómo se enroscan en mi cuello las víboras y cómo trepan por mis piernas los fríos reptiles? ¡Yo he sabido morir del modo más afrentoso, pero al tratarse de nacer, busqué dulzura y amor, nací entre sencillos pastores, no entre lobos carniceros!.
Después de haber guardado silencio durante un largo rato, volviose Sócrates hacia él y dijo: En verdad, Cebes, no me pides una cosa fácil, porque para explicarla hay que examinar a fondo la cuestión del nacimiento y de la muerte.

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