Ejemplos con mugrientos

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Hundía los brazos hasta los codos en los enormes bolsillos de sus mugrientos pantalones, y asomaban entre sus gruesos amoratados labios las húmedas y requemadas hebras de una punta de cigarro, que destilaba, por la barbilla abajo, un regato de negruzca saliva, y, en tanto, fijaba el tal, con expresión estúpida, sus ojuelos verdes en los recién llegados.
Cada año vuelven, apretados como un rebaño en la proa de los mugrientos vapores de emigrantes, para trabajar en las estancias y reunir sus economías, soñando incesantemente con el lejano país.
Los indios, en verdad, descalzos y mugrientos, en medio de tanta limpieza y luz, parecen llagas.
Era una barraca vieja, sin más luz que la de la puerta y la que se colaba por las grietas de la techumbre, las paredes de dudosa blancura, pues la señora maestra, mujer obesa que vivía pegada a su silleta de esparto, pasaba el día oyendo y admirando a su esposo, unos cuantos bancos, tres carteles de abecedario mugrientos, rotos por las puntas, pegados al muro con pan mascado, y en el cuarto inmediato a la escuela unos muebles, pocos y viejos, que parecían haber corrido media España.
Y seguían detrás las , escuadrones de pillería disfrazada con mugrientos trajes de turcos y catalanes, indios y valencianos, sonando roncos panderos e iniciando pasos de baile, las banderas de los gremios, trapos gloriosos con cuatro siglos de vida, pendones guerreros de la revolucionaria menestralía del siglo xvi, la sacra leyenda, tan confusa como conmovedora, de la huida a Egipto, los Pecados capitales, con estrambóticos trajes de puntas y colorines, como bufones de la Edad Media, y al frente de ellos la Virtud, bautizada con el estrambótico nombre de la , los Reyes Magos, haciendo prodigios de equitación, heraldos a caballo, jardineros municipales a pie, con grandes ramos, carrozas triunfales, todo revuelto, trajes y gestos, como un grotesco desfile de Carnaval, y alegrado por el vivo gangueo de las dulzainas, el redoble de los tamboriles y el marcial pasacalle de las bandas.
¡Ah, maldito avaro! Necesario era todo su mal corazón para dejar a una hermana en el sufrimiento, pudiendo remediar sus penas con algunos de los papelotes mugrientos que a fajos dormían en el viejo de su alcoba.
¡Qué emoción! En la plaza de la Reina ya le temblaban las piernas a Micaela, pensando en el arrugado papel de estraza que contenía los billetes mugrientos, y más aún en que iba a verse ante aquel señor de quien todos se nacían lenguas.
Los ciegos y ciegas que el resto del año pregonan el papelito en el que está todo lo que se canta iban en cuadrilla, guitarra al pecho, vestidos de pescadores u odaliscas, mal pergeñados, con mugrientos trajes de ropería.
Los únicos documentos que encontró fueron dos cuadernos mugrientos y apestando a tabaco, donde su antecesor, el abad de Ulloa, apuntaba los nombres de los pagadores y arrendatarios de la casa, y al margen, con un signo inteligible para él solo, o con palabras más enigmáticas aún, el balance de sus pagos.
—¿Qué es ver a un poeta destos de la primera impresion, cuando quiere decir un soneto a otros que le rodean, las salvas que les hace, diciendo: vuesas mercedes escuchen un sonetillo que anoche a cierta ocasion hice, que a mi parecer, aunque no vale nada, tiene un no sé qué de bonito? Y en esto tuerce los labios, pone en arco las cejas, se rasca la faldriquera, y de entre otros mil papeles mugrientos y medio rotos, donde queda otro millar de sonetos, saca el que quiere relatar, y al fin le dice con tono melífluo y alfeñicado: si acaso los que le escuchan, de socarrones o de ignorantes no se le alaban, dice: o vuesas mercedes no han entendido el soneto, o yo no le he sabido decir, y así será bien recitarle otra vez, y que vuesas mercedes le presten mas atencion, porque en verdad en verdad que el soneto lo merece, y vuelve como primero a recitarle con nuevos ademanes y nuevas pausas.
chingues mugrientos, terciados en forma de banda y suspendidos por sobre el.
El escritorio y depósito de papel de su comercio eran tres habitaciones que alquilaba a un judío peletero, y dividido de la hedionda trastienda del hebreo por un corredor siempre lleno de chiquilines pelirrojos y mugrientos.
—Cuidarlo, niño, que dineroz cuesta —y tornando a sus menesteres inclinaba la cabeza cubierta hasta las orejas de una gorra color ratón, hurgaba con los dedos mugrientos de cola en una caja, y llenándose la boca de clavillos continuaba haciendo con el martillo toc.
Por su elegante gabinete han pasado los gabanes más mugrientos, los chapeos más abollados, los zapatos más ruinosos.
Llevaba en la cabeza un turbante colorado sobre el que flotaban dos plumas desmayadas y marchitas, y ceñía su flexible cuerpo una túnica verde, orillada de mugrientos galones de oro, de hechura igual a las de los estradiotes, tropas que levantaban entonces los venecianos en las provincias situadas al oriente de su golfo.
— ¡Un protestante con traje de terciopelo verde! ¡Oh! ¡Esto no es posible! ¡Un señor tan elegante no suele verse entre los heréticos! ¡Santa María! ¡Un justillo de terciopelo es cosa demasiado para esos mugrientos!.
Y, en efecto, tan tranquilo fui, que al regresar, ni me cercioré de si estaba allí la cantidad, los fajos de billetes verdosos, mugrientos, sobados, tan gratos, sin embargo, a la vista.
Los indios, en verdad, descalzos y mugrientos, en medio de tanta limpieza y luz, parecen llagas.
No acertaría a decir lo que era un carnaval en aquellos tiempos de gozo, en que buscábamos para las comparsas y sus disfraces los arreos de nuestros antepasados, los tricornios mugrientos que habían corrido la tuna, las casacas moradas que habían asistido al recibimiento de la Reina María Luisa, las chupas de raso bordadas con guirnaldillas de rositas, los enormes relojes competidores de los que sonaban en las torres, los guardapiés de tisú, las pelucas empolvadas, los mil objetos con que hoy comerciaría un anticuario y que nosotros aderezábamos de pintoresca manera, sin otro consejo que el capricho de nuestra desenfrenada fantasía, ni más fin que divertirnos todos, viéndonos los unos a los otros por las calles en una broma continua.
El hambre, la miseria, espectros repugnantes que siguen nuestros pasos prontos a lanzarse cual asqueroso reptil sobre el incauto e imprevisor viajero de la vida, para extrujarlo entre sus descarnados y mugrientos brazos y no soltarlo jamás, reteniéndolo en inmundo maridaje, haciéndole aspirar su ponzoñoso aliento dándole el ósculo nupcial que lo conduce a la muerte, no, mil veces no, no pueden ser los determinantes supremos que unan a los proletarios en masa compacta, fuerte, terrible y avasalladora para derribar el organismo burgués y alzarse en negación portentosa para acometer empresa titánica como es el barrer de la superficie de la tierra el germen de la opresión y de la tiranía y allanar los profundos surcos que tantos siglos de régimen ignorantil han cavado en el modo de ser de los humanos.
Hundía los brazos hasta los codos en los enormes bolsillos de sus mugrientos pantalones, y asomaban entre sus gruesos amoratados labios, las húmedas y requemadas hebras de una punta de cigarro, que destilaba, por la barbilla abajo, un regato de negruzca saliva, y, en tanto, fijaba el tal, con expresión estúpida, sus ojuelos verdes en los recién llegados.
-Qué, ¿no juegas? -preguntó a nuestro héroe Joseíto el Cardenales, a la vez que peinaba con manos expertas los mugrientos naipes.
Y en compañía de otros como él, a la hora de clase, día a día tenían lugar las escapadas, los partidos de billar y dominó en los fondines mugrientos del mercado, discutiendo en alta voz, alegando, empeñando hasta los libros a fin de saldar el gasto, si era que no se hacían humo en un descuido cuando andaban en la mala, muy cortados, las rabonas en pandilla a pescar mojarras y dientudos en el bajo de la Recoleta o en la Boca, a las quintas de Flores y Barracas, saltando zanjas, trepando cercos, robando fruta, matando el hambre, después de una mañana entera de correrías, con un riñón o un chinchulín en el fogón de alguna negra vieja achuradora de los Corrales.
En la puerta del atrio estaban varios pobres: dos viejos italianos, mugrientos y de barba crecida, dos mulatas que en su pereza, invocaban la caridad de los fieles, sentadas, y de pie, con la mano extendida, la desdichada ramera.
Y este trabajo del espíritu, este complemento á la naturaleza, es lo que tiene valor y precio, y se mide y se representa y se mueve bajo la figura redonda de la moneda metálica, ó bien toma la traza de unos papeluchos mugrientos que se llaman billetes, los cuales, así como los discos ó tejuelos de metal, vienen á ser encarnación del espíritu, lo más sutil y animado y circulante de su valor, la esencia imperecedera de su trabajo secular acumulado.
Asentó junto a sus mugrientos cofrades, barajó las cuarenta con parsimonia señoril y señalando los naipes al golfo que estaba a su izquierda, dijo:.
¡Aquéllas no debían de ser cartas de jugar! Cuando alguna vez cruzaba ante las tabernas, en su paseo dominguero, deteníase fascinada, mirando hacia las mesas donde, resobados y mugrientos, caían los naipes, empujados por la suerte, y empezaba a formularse en el espíritu de Micaela la idea de que los coquetones cartoncitos que ella recortaba con tal arte y presteza eran cosa del diablo, añagaza para perder a los hombres.
El pueblo viejo, desde la carretera, traza una línea quebrada de tejados torcidos y mugrientos, que va descendiendo desde el Castillo hasta el río.
Y esto diciendo me señaló unos indios rotosos y mugrientos en quienes nadie reparaba, que estaban por allí acurrucados y echados de barriga, en el suelo, como animales.

© Todos los derechos reservados Buscapalabra.com

Ariiba