Ejemplos con humanidad

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Y el diario republicano ponía invariablemente esta glosa: Si nuestro prelado, en lugar de descubrir tantos insectos, hubiera descubierto un buen insecticida, se lo agradecería más la Humanidad y la Ciencia y ostentaría una fama mejor conquistada.
¡Oh, qué bien estaríamos si, por último, la humanidad se desembarazase de la preocupación del pan de cada día y las naciones se organizasen al modo de grandes monasterios, en donde no hubiera pobres y ricos, y a nadie le sobrase ni a nadie le faltase la casa y la mesa, y la obediencia fuese una blanda ligadura que a nadie impidiese dedicarse con alma y vida a aquello para que Dios le dió vocación.
Intervenía en las diligencias preliminares del examen y peso de los combatientes, y escrutaba con tanto escrúpulo, seriedad y aparato la balanza, como si se estuviese decidiendo el porvenir de la humanidad.
Un sacudimiento vertiginoso y profundo, a modo de terremoto, recorrió la vasta humanidad del Padre Alesón.
¡Cómo llovía el día de nuestro éxodo feliz! ¡Cómo sonaba el agua a cristal, a campanas de gloria! Era un nuevo diluvio, que anegaba a la humanidad entera, nuestro coche, como el arca de salvación, sólo nosotros sobrevivíamos al universal naufragio, destinados a ser origen de una humanidad nueva.
Estos hombres son necesarios en el mundo, porque sin esa fracasada voluntad de pasión, naturalmente contagiosa, la humanidad se acabaría, de apatía y de sapiencia.
Mas, ¡ay!, si predominasen estos hombres, cuyo tuétano íntimo es una ausencia, un hueco, una burbuja, como la que se ve en los niveles, burbuja que difícilmente se logra centrar, si esta especie de hombres predominase, la humanidad, cada vez más hinchada y vacía, reventaría, como la rana que quiso igualar al buey.
Es decir: cuando la humanidad, tras de haber imaginado penetrar el sentido de la vida y la muerte y tener asido el orbe entre las manos, como un niño una pelota, volvió sobre sí y, con maravilla y espanto, descubrió que todo había sido ensueño e ilusión, que la vida no tiene sentido ni el orbe consiente que se le abarque, en aquel trance lastimoso, que fué algo así como una almoneda en donde se desbarató el hogar y menaje de los dioses, algunos individuos remataron a bajo precio tales y cuáles trastos de la almoneda, que, aunque apolillados y claudicantes, todavía duran y se utilizan, y otros individuos, muy contados, más propensos a la desesperanza y al tedio, volviéronse de espaldas al cielo, ya vacío y desalquilado, humillaron los ojos hacia el suelo, y aplicáronse a reunir por semejas hechos minúsculos, no de otra suerte que un desocupado, por pasatiempo o ansia de olvido, se emplea en coleccionar objetos inservibles, y así se fué formando cada una de las ciencias particulares: que no es otra cosa una ciencia sino colección, jamás completa, de sellos usados o cencerros de vaca.
Nosotrosañadió don Celso, atropellando la humanidad de don Zambombotenemos que hablar despacio, y nos colamos como Pedro por su casa.
Influido por el helenismo de su maestro, que fácilmente prendía en él, acostumbrado como estaba al trato diario con los autores griegos, soñaba con que la humanidad del porvenir fuese una inmensa Atenas, una democracia artística y sabia gobernada por grandes pensadores, sin más luchas que las de las ideas ni otra ambición que la de pulir la inteligencia, de costumbres dulces y dedicada a los goces del espíritu y al culto de la Razón.
Aquellos soles huían como el nuestro hacia lo ignorado, con vertiginosas velocidades, pero estaban tan lejos, que transcurrían tres y cuatro mil años sin que la humanidad advirtiese que se hubieran movido en el espacio una distancia mayor que el tamaño de una uña.
Gabriel había encontrado su nueva religión y se entregó por completo a ella, soñando en la regeneración de la humanidad por el estómago.
No, él confiaba en la fuerza de las ideas y en la inocente evolución de la humanidad.
La marcha de las artes no ha sido paralela en la vida de la humanidad.
Con arreglo al instinto de conservación, la humanidad sólo debía trabajar lo necesario para la subsistencia.
Es la marcha de la humanidad la que lo ofrece.
¿Qué iba a conseguir cambiando el pensamiento de aquella pobre gente? ¿En qué podía pesar, para la emancipación de la humanidad, la conversión de aquellos hombres agarrados como moluscos a las piedras del pasado?.
Mientras la humanidad, enardecida por el soplo carnal del Renacimiento, admiraba a Apolo y rendía adoración a las Venus descubiertas por el arado entre los escombros de las catástrofes medioevales, el tipo de suprema belleza para la monarquía española era el ajusticiado de Judea, el Cristo polvoriento y negruzco de las viejas catedrales, con la boca lívida, el tronco contraído y esquelético, los pies huesosos y derramando sangre, mucha sangre, el líquido amado por las religiones cuando apunta la duda, cuando la fe flaquea y, para imponer el dogma, se echa mano a la espada.
¿Cuánto durará la agonía? ¡Quién sabe! Dos siglos, tal vez menos, lo que tarde a cristalizar en la humanidad una nueva manifestación de su incertidumbre y su miedo ante el gran misterio de la Naturaleza.
¡Y él había podido creer en todo aquello, considerándolo el resumen de la humana sabiduría! El cristianismo desempeñaba un papel beneficioso en un período de la infancia de la humanidad.
Gabriel se asombraba viendo cómo iba el sabio desentrañando los orígenes intelectuales del pueblo hebreo, que habían servido de base al cristianismo, cómo desarmaba el inmenso retablo ante el cual había permanecido de rodillas la humanidad diecinueve siglos, pieza por pieza, marcando sus diversas procedencias.
Ya no partió en dos períodos la historia de la Humanidad, antes y después de la aparición en Judea de unos hombres obscuros que se esparcieron por el mundo predicando una moral cosmopolita sacada de las máximas de los pueblos orientales y de las enseñanzas de la filosofía griega.
Es más: hasta notaba cierto encogimiento humilde en los representantes de la religión cuando se encaraban con la ciencia, un deseo de agradar, de no ser rechazados, de infundir simpatía con soluciones conciliadoras para que el dogma no quedase en tierra privado de asiento en aquel tren de rapidísima marcha que llevaba a la humanidad hacia el porvenir con el vértigo de los nuevos descubrimientos.
No había en el mundo más que una sabiduría verdadera: la teología, las demás ciencias eran juegos, buenos cuando más para entretener la eterna infancia de la humanidad.
Doña Josefa, con un vestido algo raído de lana y gran mantilla de un negro ya amarillento, entró solemnemente en la barraca, y después de algunas frases vistosas pilladas al vuelo a su marido, aposentó su robusta humanidad en un sillón de cuerda y allí se quedó, muda y como soñolienta, contemplando el ataúd.
De un salto puso recta su pesada y musculosa humanidad, y echó a correr sin aguardar más explicaciones.
¿Será cierto que el dolor es el triste patrimonio de la mísera humanidad? ¿Será cierto que no es posible la realización de nuestros más nobles deseos? Malógrense enhorabuena los planes del malvado, disípense como la niebla los proyectos del perverso, pero ¿por qué han de ser inútiles y vanos todos los pensamientos generosos, todas las desinteresadas aspiraciones de la juventud? ¿Será cierto que la maldad nos acecha por todas partes? ¿Será verdad que el vicio se disfraza con el blanco traje de la virtud, y que la flor más bella está comida de gusanos? ¿Si es una verdadera miseria vivir en la tierra, no es mejor morir cuando no hemos probado aún las amarguras de la vida?.
¡Mísera humanidad en la cual todo pasa y perece! En ella no persisten ni dichas ni dolores, la más intensa alegría se disipa como la niebla, el afecto de hoy se ve traicionado por el afecto de ayer, afecto que creíamos muerto, y que de pronto revive en el alma fuerte y activo.
¡Guárdeme el Cielo! No pasé de la puerta, y ya no puedo con mi humanidad.

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