Ejemplos con habladora

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Es el opuesto a Tomomi, siendo ruidosa, habladora y hasta a veces infantil.
Dragones de oropel: Se encuentran en desiertos cálidos y se caracterizan sobre todo por su vena habladora, que a veces llevan hasta extremos de retener una criatura que no quiera hablar con ellos hasta no quedar a gusto.
De carácter frío y serio, no es habladora ni parece tener muchas amistades.
La hermana es habladora como él.
Es a la vez una persona muy misteriosa y por lo que se ve en libro muy habladora también.
Había allí verdadera fiebre habladora, pero ¿quién de los que hablaban valía el trabajo de ser oído diez minutos con paciencia? De aquí que no se sorprendiera maldita la cosa al observar que mientras un orador de mala facha y peor estilo se desgañitaba echando pestes por la boca, manoteando sobre el banco delantero y tragando vasos de naranjada, entre consulta y repaso a sus apuntes, los poquísimos diputados que quedaban en el salón se entretuviesen en hacer pajaritas de papel, en despachar su correspondencia o en chupar los caramelos del presidente, de que provee a este personaje abundosamente el Estado, teniendo en cuenta, quizá, que para soportar la amargura de ciertas horas, no basta un muelle sitial de terciopelo, por muy elevado que se ponga.
Era una criatura que aun no había cumplido los tres años, rubia como el oro, tan habladora y espontánea, que ejercía sobre la abuela verdadera fascinación.
Pero desgraciadamente nunca estuvo doña Casta más habladora.
¡Ah!, sí ¡la culpa la tiene usted que es lo más habladora! Abur, abur.
Entre los jazmines reales, que abrazándose a una columna ostentaban sus mil florecillas llenas del perfume más grato a los enamorados, entre los naranjos de la China, graciosas miniaturas del naranjo común, entre los rosales de la tierra y esos claveles indígenas cuya imperial hermosura no ha logrado eclipsar ninguna de las elegantes flores modernas, entre los tiestos de reseda, de mejorana, de albahaca y de sándalo, saltaban los chorros de una fuente habladora, con cuyo monólogo se concertaba el canto de algunos pájaros prisioneros en doradas jaulas.
Esto me basta para darme a entender que no fui engañado del que te me vendió, ¡cabeza sabia, cabeza habladora, cabeza respondona y admirable cabeza! Llegue otro y pregúntele lo que quisiere.
Más dijo, más quiso decir, revelándose en tan corto instante como habladora sin tasa, pero la otra, que ya conocía y padecer solía el torbellino de sus vanos discursos, no la dejó aquella noche asegurar la hebra, y extremando sus prisas impacientes dijo: «Señá Casta, con permiso.
Bonis se sintió apetecido, se explicó, como a la luz de un relámpago, la escena de aquella noche de los polvos de arroz, leyó en el rostro de su mujer una debilidad periódica, una flaqueza femenina, como sumisión pasajera de la hembra al macho, además una misteriosa y extraña corrupción sin nombre: todo esto lo cogió al vuelo, confusamente, tuvo la conciencia súbita de cierta superioridad interina, fugaz, y enardecido por su propio capricho, por las excitaciones que aquel ocaso interesante de hermosura, o, mejor, de deseo, con que se iluminaba Emma, producía en él, se arrojó a un atrevimiento inaudito, y fue que, de repente, se dejó caer de rodillas delante de su mujer, se le abrazó a las almidonadas blancuras, que crujieron contra su pecho, y con voz balbuciente por la emoción, entrecortada y sorda, dijo mil locuras de pasión habladora, que se desborda primero por las palabras, palabras de lascivia en jerga amorosa, en diminutivos, tal como él las había aprendido de todo corazón en su trato con la Gorgheggi.
-¡Cuando digo que no se la puede aguantar a usted por habladora y destripacuentos! -concluyó don Sotero, carcomido por su impaciencia-.
¡Gente más habladora!.
La demandadera, mujer habladora y bachillera, por si acaso don Juan no había reparado aquella diferencia, se la hizo notar, advirtiéndole que el tal locutorio era el reservado en que la madre abadesa recibía las visitas de su ilustrísima el señor obispo y otros personajes de distinción.
-¡Ea habladora, siempre has de mostrar la buena voluntad que tienes a no perder ocasión! -y entrándose a donde iba me dijo-: ¡Buena mujer me ha dado Dios!.
Volvió al lado de Ción, que estaba menos habladora y un poco abatida, con escasa fiebre y el pulso más tranquilo.
Sucedió que Valeria, ordinariamente muy habladora y con bastante desahogo para tratar todos los asuntos, dio una mañana en hablar de moral privada y pública, de sobremesa del almuerzo, y allí sacó unas teorías y unos escrúpulos que a Teresa le parecieron el colmo de la sutileza.
Y la habladora vieja interrogaba con los ojos al cura como esperando su aprobación.
También la firmeza, la lealtad del amor de usted me fué revelado por la fiebre, tanto como era de homicida y tenaz era de franca y habladora.
-Cállate, habladora, casquivana -le dijo Nazarín, que fatigado del largo camino y del picor del sol, se sentó a la sombra de unas encinas-.
—¿Para qué me traes a mí esas vanas histories, habladora, entrometida? —le dijo Nazarín con enfado—.
-Pero ¿quién le ha dicho a usted, grandísima habladora, que yo trato de casarme?.
Es alegre, habladora y expansiva, con más que puntas y ribetes de maliciosa y mordicante.
Había allí verdadera fiebre habladora, pero ¿quién de los que hablaban valía el trabajo de ser oído diez minutos con paciencia? De aquí que no se sorprendiera maldita la cosa al observar que mientras un orador de mala facha y peor estilo se desgañitaba echando pestes por la boca, manoteando sobre el banco delantero y tragando vasos de naranjada, entre consulta y repaso a sus apuntes, los poquísimos diputados que quedaban en el salón se entretuviesen en hacer pajaritas de papel, en despachar su correspondencia, o en chupar los caramelos del presidente, dulzuras de que provee a este personaje abundosamente el Estado, teniendo en cuenta, quizá, que para soportar la amargura de ciertas horas, no basta un muelle sitial de terciopelo, por muy elevado que se ponga.
Cuando la noticia del encuentro de Cayetano con el teniente Mendiola en los Chaparrales llegó al pueblo, no se pudo evitar que una de las hembras más parlanchinas de la vecindad fuese a contárselo a la muchacha, cuando la señora Micaela fue a la casa se encontró con su hija ahogándose y con el pañuelo que oprimía en sus crispadas manos cubierto de sangre, si le hubiera valido hubiera despedazado a la imprudente habladora, pero ésta tuvo buen cuidado de ponerse a salvo.
Todas las noches antes de dormir se daba un atracón de honra a la antigua, como él decía, honra habladora, así con la espada como con la discreta lengua.
Estaba muy habladora su querida mujercita.
Leto, que cabalmente flaqueaba por el lado de la travesura para entretener a las mujeres, y aquella noche mucho más, iba y venía de la sala al balcón y del balcón a la sala, pescando aquí dos palabras y dirigiendo allá otras dos a Nieves que estaba muy poco habladora.

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