Ejemplos con gusto

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Ni ambición de dinero ni de fama pueden arrastrar a un poeta como éste a ceder a las demandas del gusto público y acostumbrado, nada le mueve fuera de la propia satisfacción.
Te que esa palabra no es del mejor gusto para dicha por una señora de tus contingencias.
Y a propósito de eleccionesdijo don Celso: tengo el gusto de presentar a usted a nuestro.
Pues en ese casorepuso don Simón comprendiendo a don Celso, y toda vez que nos falta mucho que andar hoy todavía, ya que he tenido el gusto de conocer al señor, sólo me resta ofrecerme a sus órdenes para cuanto desee, ahora y siempre.
Pero, como quiera que yo todos los días tengo el gusto de hacervos una visitilla para refrescarvos la memoria, y vosotros nada me decíais ni me dejabais entrever.
Don Guillén me lo había ofrecido, sabiendo que era la vitola más de mi gusto, delicado agasajo que yo le agradecí.
El Padre Alesón hablaba ahora en este estilo conceptuoso y envuelto, para dar por el gusto a Belarmino y granjearse su afecto.
Ea, Belarmino, contra mi gusto, tengo que abandonar tu compañía.
Los frailes y los señores de Neira dejaban a Belarmino en libertad, que viviese a su gusto, como inocente criatura de Dios que no podía hacer daño a nadie.
Todo esto prueba, sin duda, lo soez y bestial del gusto del público, pero prueba también otra cosa peor, es, a saber: el poco o ningún respeto que los artistas tienen a la dignidad de su arte y la facilidad con que se dejan corromper y prostituir por su público.
A quien haya leído otros libros de Pereda, no es preciso decirle cómo están descritos Valdecines y Perojales, y también es casi superfluo repetir que la obra es un tesoro de lengua, no con afectada y mecánica corrección, sino con toda la riqueza, gala, armonía y color del habla de nuestra Montaña, pasada por el tamiz de un gusto privilegiado, aunque amante siempre de lo más espontáneo y de lo más rústico.
Pero los tiempos andan tales, y crece tanto la depravación del gusto, que empieza a ser ya deber de conciencia en todo el que clara u obscuramente profesa algún género de magisterio literario, alzar la voz cuando una obra maestra aparece, y llamar la atención del vulgo circunstante, para que no pase de largo por delante de ella, y se guarde de confundirla con el fárrago de producciones insulsas y baladíes que son actualmente el oprobio de nuestras prensas.
Que no le importa un rábano a nadie de fuera de esta casasaltó Juana con acento brusco, temiendo que la intrusión de un tercero pudiera torcer la marcha de aquel asunto que tan a su gusto caminaba.
Además de que también yo tengo acá en mis adentros cierto escarabajeo que en fin, señor cura, ya sabe usted que la paloma no vuela a su gusto en el palomar.
Aunque a esta gente la conceptúo nuestra por completo, será muy conveniente que se detenga usted un instante a saludar al que la maneja a su gusto.
Las que corrían eran ágiles como cabritillas, y al correr parecía que no tocaban el suelo con sus diminutos pies, la que las seguía con la vista, era de formas más abultadas y de movimientos menos suaves y graciosos, y aunque vestía lo mismo que ellas en forma y calidad, en la combinación de los colores y en de su vestido había algo que no era del mejor gusto.
Hallábase el mundo invadido por una especie de locura, tanto más triste y frenética cuanto más extendida estaba por las imbéciles plumas de imaginaciones calenturientas, cundía por todas partes el mal gusto y gastábase inútilmente en lecturas perniciosas, cuando hé aquí que aparece esa luz brillante que disipa las tinieblas de la inteligencia, y cual suelen las tímidas aves huir al divisar al cazador o al oir el silbido de la flecha, así desaparecieron los errores, el mal gusto y las absurdas creencias, sepultándose en la noche del olvido.
Luego se arreglaba la mantilla con tirones de enfado, no encontrándola nunca de su gusto.
Vestía de labrador, pero el modo de llevar el pañuelo anudado a la cabeza, sus pantalones de pana y otros detalles de su traje, delataban que no era de la huerta, donde el adorno personal ha ido poco a poco contaminándose del gusto de la ciudad.
A tales horas nada malo podía hacer el viejo: que durmiese al raso, si tal era su gusto.
A la muerte de su padre se las habían repartido los hermanos a su gusto, siguiendo la costumbre de la huerta, sin consultar para nada al propietario.
Y para demostrarlo con el ejemplo, movía la caña que era un gusto, introduciendo a golpes en el redil de la sabiduría a todo el rebaño de pilletes juguetones.

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