Ejemplos con gigantesco

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Aquella civilización puede abundar, o abunda indudablemente, en sugestiones y en ejemplos fecundos, ella puede inspirar admiración, asombro, respeto, pero es difícil que cuando el extranjero divisa de alta mar su gigantesco símbolo: la libertad de Bartholdi, que yergue triunfalmente su antorcha sobre el puerto de Nueva York, se despierte en su ánimo la emoción profunda y religiosa con que el viajero antiguo debía ver surgir, en las noches diáfanas del Ática, el toque luminoso que la lanza de oro de la Atenea del Acrópolis dejaba notar a la distancia en la pureza del ambiente sereno.
Una explosión estridente sonó fuera del parque, pero a corta distancia de la tapia: algo semejante a un hachazo gigantesco dado con un hacha enorme como su castillo.
Este orgullo le infundió un valor absurdo, inverosímil, como si fuese un ser gigantesco procedente de otro planeta y toda la humanidad que le rodeaba un simple hormiguero que podía borrar con los pies.
Acto seguido resonaba en su cerebro una aclamación, el suspiro gigantesco de millones de mujeres que se veían libres de la más sangrienta de las pesadillas gracias a ella, que era Judith, Carlota Corday, un resumen de todas las hembras heroicas que mataron por hacer el bien.
Su cerebro confuso imaginó que se había abierto un agujero infinito en el fondo del mar, que todas las aguas de los océanos se escapaban por él formando un gigantesco remolino, y que él volteaba en el centro de esta tempestad giratoria.
De pronto, una línea negra había cortado el mar: algo así como una espina con raspas de espuma, que avanzaba vertiginosamente, formando relieve sobre las aguas Luego, un golpe en el casco del buque, que lo había hecho estremecer de la proa a la popa, sin que ni una plancha ni un tornillo escapasen a la enorme dislocación Después, un estallido de volcán, un haz gigantesco de humo y llamas, una nube amarillenta, de un amarillo de droguería, en la que volaban obscuros objetos: fragmentos de metal y de madera, cuerpos humanos hechos pedazos.
Creyó que un monstruo de la misma clase que los del estanque, pero mucho mayor, un pulpo gigantesco de los fondos oceánicos, se había deslizado traidoramente a sus espaldas, echándole de pronto uno de sus tentáculos.
Durante largos años la ciencia había reído del pulpo gigantesco y de la serpiente de mar, otra bestia prehistórica entrevista muchas veces.
Plinio contaba las destrucciones realizadas por un pulpo gigantesco en los viveros de pescado del Mediterráneo.
Su enorme faz rasurada quería echar la sangre por los poros, concentrándose con preferencia en el lomo gigantesco de su nariz borbónica.
Increíble parece que aquel cuerpo flaco y endeble, encerrara dentro de sí espíritu tan gigantesco y tan fuerte, hecho a golpes de zarpas y a caricias de ala, capaz de abrir surcos y levantar cimientos y capaz, de poemizar el dolor e idealizar el martirio, apto para abrigar una tempestad y para echarse todo entero en el cáliz de un jazmín.
Las columnas sostenían un frontón adornado con un escudo de armas gigantesco.
Los otros que estaban en la cueva se pudrían tras el gigantesco tapón de mineral que los había aislado del mundo.
Del centro de la bóveda pendía la famosa , un vaso gigantesco de bronce con todo un costado rajado por ancha grieta.
El templo gigantesco gravitaba sobre su cráneo, aplastándolo.
La catedral era para Gabriel un gigantesco tumor que hinchaba la epidermis española como rastro de antiguas enfermedades.
Allí estaban los héroes de las antiguas fiestas: el Cid gigantesco, con su espadón, y las cuatro parejas representando otras tantas partes del mundo, enormes figurones con los vestidos apolillados y la cara resquebrajada que habían alegrado las calles de Toledo, pudriéndose ahora en los tejados de la catedral.
Los pasos resonaban con eco gigantesco, como si se conmovieran todos los sepulcros de reyes, arzobispos y guerreros ocultos bajo sus baldosas.
Los pasos resonaban con eco gigantesco, como si se conmovieran todos los sepulcros de reyes, en la catedral.
Abrió entonces el saco de noticias el general Pastor, y dando a entender, con cierta vanidad política, que callaba mucho más de lo que decía, confirmó todo lo dicho por el , añadiendo que la proclamación de la República era un paso gigantesco dado hacia la Restauración, que los desórdenes más terribles no tardarían en estallar en España, y alarmadas las potencias europeas con los escarmientos de la Commune en Francia, se apresurarían a intervenir en favor del príncipe Alfonso.
en algunos años de buena cosecha, y el galgo Palomo, blanco, gigantesco en su clase, y de terrible genio para quien se le antojaba a él que molestaba u ofendía a su ama, con la cual era todo blandura, docilidad y mansedumbre.
La galerita de las de Pajares, a pesar de su cubierta charolada, de los arneses brillantes y de sus ruedas amarillas, tan finas y ligeras que parecían las de un juguete, aparecía empequeñecida y deslustrada en el gigantesco rosario de berlinas y carretelas, faetones y dog-carts que, como arcaduces de noria, estaban toda la tarde dando vueltas y más vueltas por la avenida central del paseo.
En el centro de la plazuela, sobre una gruesa capa de arena, elevábase todo un edificio de lienzo, con pintura que imitaba a la piedra: un gigantesco dado, en cuya cara superior elevábanse ocho figuras de tamaño natural.
Le mataría, sí señor, le mataría, y después, ¡qué escena tan trágica! el teniente a sus pies, atravesado de una estocada, Amparito, desmelenada, sollozante, increpando al cielo, y él erguido como gigantesco fantasma, el ensangrentado acero en la mano, y en el rostro una sonrisa desesperada, infernal, loca, algo que recordase el último acto del.
Los pueblos y caseríos, compactos y apiñados hasta el punto de parecer de lejos una sola población, matizaban de blanco y amarillo aquel gigantesco tablero de damas, cuyos cuadros geométricos, siendo todos verdes, destacábanse unos de otros por sus diversas tonalidades, a lo lejos, el mar, como una cenefa azul, corríase por todo el horizonte con su lomo erizado de velas puntiagudas como blancas aletas, y volviendo la vista más a la izquierda, los pueblos cercanos: Godella con su obscuro pinar, que avanza como promontorio sombrío en el oleaje verde de la huerta, y por encima de esta barrera, en último término, la sierra de Espadan, irregular, gigantesca, dentellada, mostrando a las horas de sol un suave color de caramelo, surcada por las sombras de hondanadas y barrancos, decreciendo rápidamente antes de llegar al mar, y ostentando en la última de sus protuberancias, en el postrer escalón, el castillo de Sagunto, con sus bastiones irregulares, semejantes a las ondulaciones de una culebra inmóvil y dormida bajo el sol.
El primer sol de verano abrillantaba como espejos las barnizadas tablas de los carromatos, doraba los mástiles, esparcía un polvillo de oro en la plaza, daba al gigantesco toldo una transparencia acaramelada, y este cuadro levantino, fuerte de luz, dulcificábase con el tono blanco de la muchedumbre, vestida de colores claros y cubierta con los primeros sombreros de paja.
Desfilaban los veinticuatro ancianos con albas vestiduras y blancas barbas, sosteniendo enormes blandones que chisporroteaban como hogueras, escupiendo sobre el adoquinado un chaparrón de ardiente cera, seguíanles las doradas águilas, enormes como los cóndores de los Andes, moviendo inquietas sus alas de cartón y talco, conducidas por jayanes que, ocultos en su gigantesco vientre, sólo mostraban los pies calzados con zapatos rojos, y cerraba la marcha el apostolado, todos los compañeros de Jesús, con trajes de ropería, en los que eran más las manchas de cera que las lentejuelas, e intercalados entre ellos, niños con hachas de viento, vestidos como los indios de las óperas, pero con aletas de latón en la espalda, para certificar que representaban a los ángeles.
Su corazón parecía ensancharse, crecer, convertirse en un músculo gigantesco que ocupaba todo su pecho y lo hacía estallar como un saco angosto.
Gabriela observaba atentamente el magnífico espectáculo de la puesta del sol, prestando atento oído a los ruidos del campo, a los rumores del río, a los zumbidos extraños con que los insectos saludan el advenimiento de la noche, yo, recostado en el tronco de aquel árbol gigantesco, no apartaba los ojos de la encantadora señorita.
La Sierra, aquel tesoro que entónces no era de nadie, y al cual por ende tenian derecho todos, a título de aprovechamiento comun, fué tambien en esta ocasion el ancho campo de la actividad y gigantesco poderío del huérfano.

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