Ejemplos con fastos

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Nosotros nos haremos de un gobierno dulce y nuestros nombres serán eternos en los fastos de la historia.
Activo y emprendedor, gestionó la llegada del ferrocarril a Jaén y los fastos con motivo de la visita de Isabel II a la ciudad.
Sin embargo, acabados los fastos correspondientes a las fiestas regias del Renacimiento, el castillo retornó a manos privadas, al albur de diversas herencias y compraventas.
Los Fastos se componen de seis libros, cada uno de ellos dedicado a los seis primeros meses del año.
Sempronius, mientras que en los fastos consulares sólo aparece su cognomen.
Las glorias de esa memorable jornada, son glorias nacionales que merecen figurar en los fastos de la guerra del Pacífico al lado de las que se conquistaron en los campos de Tarapacá.
De aquí a un año protagonizaremos otra jornada cívica que quedará inscripta, nos atrevemos a vaticinarlo, entre los grandes fastos patrios.
La proposición del diputado Peñascales, célebre desde ayer en los fastos parlamentarios, es una verdadera monstruosidad en la forma y en el fondo, y bien seguro es que no hubiéramos dicho de ella lo que dijimos al anunciarla, si la hubiéramos conocido entonces como la conocemos ahora.
Por esto da pena leer las reseñas históricas del sin fin de revoluciones, motines, alzamientos que componen los fastos españoles del presente siglo: ellas son como un tejido de vanidades ordinarias que carecerían de todo interés si en ciertos instantes no surgiese la situación patética, o sea el relato de las crueldades, martirios y represalias con que vencedores y vencidos se baten en el páramo de los hechos, después de haber jugado tontamente como chicos en el jardín de las ideas.
Algunos diputados estaban fríos, cejijuntos, otros reían, y la mayor parte aguardaban impacientes un espectáculo, que por lo nuevo en los fastos constitucionales, merecía ser visto para poderlo transmitir a las generaciones futuras.
, héroe de este día, que se anotará en los fastos de la historia con piedra blanca, , oiga Vd.
Ibros, lugar célebre en los fastos del contrabando, Jandulilla, Campillo de Arenas, y otras localidades, entregadas más tarde al sable de la guardia civil y de los carabineros, enviaron respetables escuadrones, con la particularidad de que por venir armados hasta los dientes, y ser todos unos caballeros de muy buen temple, que sabían dónde echaban la boca del trabuco, se les reputó como auxiliares muy eficaces del ejército.
El padre del doctor a quien conocemos llegó al caserón solariego en lo más crudo de una invernada que dejó nombre en los fastos montañeses.
Apenas hay nación en Europa que no haya producido un escritor, o bien compendioso, o bien extenso, de la historia universal, pero ¿qué trazas de ser universal? A más de las preocupaciones que guían las plumas, y los respetos que atan las manos a estos historiadores generales, comunes con los iguales obstáculos de los historiadores particulares, tienen uno muy singular y peculiar de ellos, y es que cada uno, escribiendo con individualidad los fastos de su nación, los anales gloriosos de sus reyes y generales, los progresos hechos por sus sabios en las ciencias, contando cada cosa de éstas con unas menudencias en realidad despreciables, cree firmemente que cumple para con las demás naciones en referir cuatro o cinco épocas notables, y nombrar cuatro o cinco hombres grandes, aunque sea desfigurando sus nombres.
A propósito del Ática: Los fastos de mayo en aquel pueblo eran, entre otros, los siguientes:.
Desde luego advierto al lector que esta fecha no viene aquí con la pretensión de figurar entre las muy justamente célebres que guardan los fastos españoles, ni pertenece siquiera al catálogo de esas otras de flamante cuño que, no mereciendo, por ningún estilo, que la imparcial severa Historia las registre en sus páginas, andan indocumentadas pidiendo hospitalidad de puerta en puerta y rebotando de periódico en periódico, a manera de proyectil elástico.
A esta ''ingeniosa'' sobriedad, que pudiéramos llamar ''roma'' si el ministro se hubiera permitido el apócope de apellidarse Romo en vez de Romero, no le falta más que la novedad del fondo, pues en cuanto a la de forma, ocasión y accidentes, no conoce rival en los fastos parlamentarios.
Santiago de Cárdenas aspiró a inmortalizarse, realizando acaso el más portentoso de los descubrimientos, y ¡miseria humana!, su nombre vive sólo en los fastos titiritescos de Lima.
Pluguiese á Dios que me fuese dado hablar en estilo digno del estruendo de las armas y de la sangre que se vierte en los combates, y que estendiéndome en hondas consideraciones, os pudiese ofrecer una obra que rivalizara con la de los ''Fastos'' con que Ovidio dotó al orbe.
Visitación se confesaba cada dos o tres meses, no conocía a punto fijo los días fastos y nefastos, ignoraba cuándo se sentaba el Provisor y cuándo no.
, lo hacía con una esplendidez desconocida en los fastos de la historia, esplendidez que causaba escalofríos en los avaros y asombro en las gentes de costumbres comedidas, que por allí abundan.
Santa Cruz, acostumbrado al servilismo que lo rodeaba, quedó aturdido ante aquella audacia inaudita en los fastos de su administración, mas volviendo luego de su asombro a impulsos de la cólera, avanzó hacia Belzu con el puño levantado.
No es cosa averiguada enteramente si la fiesta causó en la opinión pública todo el efecto que la marquesa había soñado, pero no tiene duda que concurrieron a su casa aquella noche muchas y muy distinguidas gentes, que bailaron mucho y que devoraron mucho más, que hubo hiperbólicas ponderaciones, en variedad de tonos y estilos, para la casa y para sus moradores, por el buen gusto, por la riqueza, por lo de los salones y por lo del comedor, que al día siguiente soltaron en los papeles públicos los cronistas obligados de fiestas como aquélla, toda la melaza de su trompetería de hojaldre, para declarar, urbi et orbi, que los marqueses de Montálvez eran los más ricos, los más distinguidos, los más amables marqueses de la cristiandad y sus islas adyacentes, y su hija, la joven más bella, más espiritual y más elegante que se había visto ni se vería en los fastos de la humanidad distinguida, es decir, del «buen tono», en virtud de todo lo cual, aquel baile debía repetirse para gloria de la casa, ejemplo de otras por el estilo, y recreo de la encopetada sociedad madrileña, y finalmente, que se contaron por miles los duros que costó aquel elegante jolgorio, y que el marqués tuvo necesidad de meter, por segunda vez, la cuchara en la olla grande para pagarlos, por los consabidos temores a la usura y las propias repugnancias a las deudas.
Esa fuerza de voluntad, que da valor en el combate y fortaleza en el sufrimiento, que triunfa de todas las resistencias, que no retrocede por ningún obstáculo, que no se desalienta con el mal éxito ni se quebranta con los choques más rudos, esa voluntad, que, según la oportunidad del momento, es fuego abrasador o frialdad aterradora, que, según conviene, pinta en el rostro formidable tempestad o una serenidad todavía más formidable, esa gran fuerza de voluntad, que es hoy lo que era ayer, que será mañana lo que es hoy, esa gran fuerza de voluntad, sin la que no es posible llevar a cabo arduas empresas que exijan dilatado tiempo, que es uno de los caracteres distintivos de los hombres que más se han señalado en los fastos de la humanidad, de los hombres que viven en los monumentos que han levantado o en las instituciones que han establecido, en las revoluciones que han hecho o en los diques con que las han contenido, esa gran fuerza de voluntad que poseían los grandes conquistadores, los jefes de sectas, los descubridores de nuevos mundos, los inventores que consumieron su vida en busca de su invento, los políticos que con mano de hierro amoldaron la sociedad a una nueva forma, imprimiéndole un sello que después de largos siglos no se ha cerrado aún, esa fuerza de voluntad que hace de un humilde fraile un gran papa en Sixto V, un gran regente en Cisneros, esa fuerza de voluntad que, cual muro de bronce, detiene el protestantismo en la cumbre del Pirineo, que arroja sobre la Inglaterra una armada gigantesca y escucha impasible la nueva de su pérdida, que somete el Portugal, vence en San Quintín, levanta El Escorial y que en el sombrío ángulo del monasterio contempla con ojos serenos la muerte cercana mientras.
Con todo, en los fastos después de Jantípides, en cuyo año fue vencido Mardonio en Platea, en muchos años no se encuentra ninguno denominado Aristides, y después de Fanipo, en cuyo tiempo se alcanzó la victoria de Maratón, en seguida está escrito el nombre del Arconte Aristides.
los claros fastos de tu heroica lucha,.

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