Ejemplos con familia

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

La alta posición social de su familia le ahorró la dureza de la lucha por la vida y le permitió consagrarse por completo a su vocación artística.
Se ve que era de familia humildecomentó doña Emerenciana.
La cosa fué, ¿sabe usted?, que su padre no podía ver a mi familia.
Mi familia paterna, de padres a hijos, desde hace ya dos o tres siglos, vivía a la sombra de la casa de Valdedulla, cumpliendo más que en menesteres de servidumbre en empleos de confianza.
En mi familia ha habido bastantes abades, y no me sorprendería tener algún tío ricacho en América, sin yo saberlo.
A un gaznápiro con faldas, aunque pertenezca a la familia más baja, se le admitirá en las mejores familias, aunque no posea un céntimo, no le desdeñarán los más ricos, aunque sea un sandio, le escucharán los políticos y los académicos, aunque sea más feo que Picio, le mirarán hasta con embeleso las más hermosas mujeres.
Provenía don Restituto de una familia humilde de la Montaña, y en este accidente del nacimiento fundaba su crédito a cierta nobleza titular, pues para él todos los montañeses llevan algo de sangre hidalga.
Superior por la familia, superior en posición económica, superior en inteligencia.
Y no pudiendo con todo el trabajo, dejaba improductiva y en barbecho la mitad de su tierra feraz, pretendiendo con el cultivo de la otra mantener a la familia y pagar al amo.
Su vida pasada era un continuo cambio de profesión, siempre dentro del círculo de la miseria rural, mudando cada año de oficio, sin encontrar para su familia el bienestar mezquino que constituía toda su aspiración.
protestó, y hasta lloró recordando los méritos de su familia, que había perdido la piel en aquellos campos para hacer de ellos los mejores de la huerta.
Y completamente solo, ocultando a la familia su situación, teniendo que sonreir cuando estaba entre su mujer y sus hijas, las cuales le recomendaban que no se esforzase tanto, el pobre se entregó a la más disparatada locura del trabajo.
Si su familia estaba ciega, en las barracas vecinas bien adivinaban la situación de , compadeciendo su mansedumbre.
La mayor parte de lo que cosechaba en sus campos se lo comía la familia, y los puñados de cobre que sacaba de la venta del resto en el Mercado de Valencia desparramábanse, sin llegar a formar nunca el montón necesario para acallar a don Salvador.
¿Por qué no eran suyos los campos? Todos sus abuelos habían dejado la vida entre aquellos terrones, estaban regados con el sudor da la familia, si no fuese por ellos, por los , estarían las tierras tan despobladas como la orilla del mar.
La mujer estaba enferma, para pagar los gastos hasta había vendido el oro del casamiento las venerables arracadas y el collar, de perlas, que eran el tesoro de familia, y cuya futura posesión provocaba discusiones entre las cuatro muchachas.
Si el tal viera todo esto, ¡cómo se alegrarían sus malas entrañas! La gente de la huerta era buena, a la familia del tío la querían todos, y con ella partirían un si no había más.
Disolvióse su familia, desapareció como un puñado de paja en el viento.
De aquí las exclamaciones de asombro y el gesto de rabia de toda la huerta cuando , de campo en campo y barraca en barraca, fué haciendo saber que las tierras de tenían ya arrendatario, un desconocido, y que él ¡él! fuese quien fueseestaba allí con toda su familia, instalándose sin reparo ¡como si aquello fuese suyo!.
El pobre labrador ocultaba sus penas a su propia familia.
Mucho quería el labrador a su mujer, y hasta le perdonaba la tontería de haberle dado cuatro hijas y ningún hijo que le ayudase en sus tareas, no amaba menos a las cuatro muchachas, unos ángeles de Dios, que se pasaban el día cantando y cosiendo a la puerta de la barraca, y algunas veces se metían en los campos para descansar un poco a su pobre padre, pero la pasión suprema del tío , el amor de sus amores, eran aquellas tierras, sobre las cuales había pasado monótona y silenciosa la historia de su familia.
Cinco o seis generaciones de habían pasado su vida labrando la misma tierra, volviéndola al revés, medicinando sus entrañas con ardoroso estiércol, cuidando que no decreciera su jugo vital, acariciando y peinando con el azadón y la reja todos aquellos terrones, de los cuales no había uno que no estuviera regado con el sudor y la sangre de la familia.
La familia seguía detrás, manifestando con gestos y palabras confusas la impresión que le causaba tanta miseria, pero en línea recta hacia la destrozada barraca, como quien toma posesión de lo que es suyo.
Tísicos colchones, jergones rellenos de escandalosa hoja de maíz, sillas de esparto, sartenes, calderas, platos, cestas, verdes banquillos de cama, todo se amontonaba sobre el carro, sucio, gastado, miserable, oliendo a hambre, a fuga desesperada, como si la desgracia marchase tras de la familia pisándole los talones.
Era la emigración de una familia entera.
Recordaba, como si hubiera sido el día anterior, la espantosa tragedia que se tragó al tío con toda su familia.
Estaba muy agradecida a y a todos los de allá porque habían impedido que otros entrasen a trabajar lo que de derecho pertenecía a su familia.
¡Ah, ladrón! ¡Y cómo había perdido a toda una familia!.
Era natural: donde no hay padre y madre, la familia termina así.
Había trabajado en las fábricas, había servido a una familia como doméstica, pero al fin sus hermanas le dieron el ejemplo, cansadas de sufrir hambre, y allí estaba, recibiendo unas veces cariños y otras bofetadas, hasta que reventase para siempre.

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