Ejemplos con elegancia

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Españolay española del sur, de la Andalucía melancólica y riente, que es una Castilla más suave y refinada, más amanerada y elegantees la poesía de Juan Ramón Jiménez: andaluza es su tristeza nativa, su alegría dolorosa, su dejadez y abandono, su reconcentramiento altivo, su sobriedad de gesto y abundancia de expresión, su suprema distinción y elegancia inexplicables e inconfundibles.
Ahora de nuevo, trescientos años después, el poeta español que sabe más de ternura, pureza y elegancia sentimental, ha pasado su mano delicada sobre el lomo peludo de la pobre bestia esclava, y a la caricia de su mano y de su mirada ha surgido Platero a la vida inmortal.
Pero ¿qué ha de hacer usted sino darlas? Los hombres ricos e ilustrados y que, como usted, tienen además una señora modelo de elegancia y de agrado, y una hija, conjunto de todos los hechizos imaginables.
¿No era ella rica? ¿No era él un personaje? ¿No era joven? ¿No tenía talento y elegancia?.
Muy en breve contará la buena sociedad de Madrid con otro centro de amenidad y de elegancia.
De cuando en cuando, venía de visita al Pazo, y ¡había que verle lo pomposo y majetón, con su flor en el ojal, su sombrero ladeado y su chaquet, un chaquet paradisíaco, como decía el conde, no sé por qué! Chicoexclamaba el conde, me dejas patidifuso con tu elegancia y tus ínfulas.
A poco de salir Felicita, cruzó, por delante de las puertas de la zapatería, don Anselmo Novillo, con solemnidad de hombre corpulento, machucho y poseído de su elegancia.
La elegancia veníale a Novillo también por delegación o apoderamiento del aristócrata, viejo verde y currutaco.
¿Qué era aquel hombre que ante mí estaba, deglutiendo y raciocinando al propio tiempo, masticando y discurriendo, con tanta frialdad, escrúpulo y elegancia, vestido como un hombre de sociedad, sin una insinuación sensible del estado eclesiástico a que pertenecía, y que, de vez en vez, según hablaba, se asía con la mirada al retrato de una mujer a quien él mismo había empujado a la anónima sima prostibularia? ¿Qué era aquel hombre? ¿Un hedonista? ¿Un incrédulo? ¿Un hipócrita y un sofista, para consigo mismo y los demás? ¿Un desengañado? ¿Un atormentado? Lo que menos me interesaba era la explicación que me había ofrecido.
A pesar de esta pobreza, el maestro de capilla tenía cierta elegancia.
Un poco más allá sonaban las enormes tijeras en continuo movimiento, pasando y repasando sobre la redonda testa de algún mocetón presumido, que quedaba esquilado como perro de aguas, el colmo de la elegancia: larga greña sobre la frente y la media cabeza de atrás cuidadosamente rapada.
¿Su belleza, su elegancia, su discreción, el fraternal afecto con que me distinguía? Acaso todo esto, y algo más, de lo cual no me daba yo cuenta, y que era poderoso, irresistible, secreto impulso contra el cual no podía yo luchar.
El señor Cuadros compraría un palco de los mejores para las dos familias, y lo mismo las de Pajares que Teresa, proponíanse deslumbar al público con su elegancia.
Recordaban los rigodones en el pabellón de la Agricultura y los alegres valses en el del Comercio, pensaban en los trajes que les había traído la modista francesa, y que guardaban intactos para dar golpe en la Alameda en la primera noche de feria, y hasta sentían su poquito de maligna alegría considerando el efecto que su elegancia causaría en las amigas.
Impresionábale el acento de verdad del dependiente, pero no podía dominar el temor respetuoso que le inspiraba una familia rodeada de los prestigios de la riqueza y de la elegancia.
El café entraba también en la comida, ¿por qué habían de moverse? Pero para su hermana era un detalle de suprema elegancia tomar el café en el salón, y don Juan tuvo que acceder y abandonar el comedor, jugando con sus sobrinas como si fuese un niño.
La frescura juvenil, la hermosura natural, era cursi, la elegancia exigía careta.
¿La elegancia? Sí, Angelina con sus trajes humildes y sencillos era tan elegante como Gabriela.
Y no porque la envidia o el orgullo fuesen causa de ello, que tales pasiones no tenían morada en aquel corazón generoso y sencillo, sino porque debido a las torpes murmuraciones villaverdinas o a presentimientos y recelos, muy naturales en una niña que ama y cree que es amada, la pobre Linilla temió, aun antes de corresponder a mi amor, que yo me prendara de Gabriela, cuya belleza y elegancia, no podían ser vistas sin interés por ningún mozo de mi edad.
Habituada al trato de personas cultas y distinguidas, educada con esmero, rodeada de cuanto la opulencia y el amor paternal pueden ofrecer a una niña de su clase y condiciones, la señorita Fernández ni estaba engreída con su elegancia, ni pagada de su hermosura, ni satisfecha de sus raras habilidades.
Ni juegos ni músicas me eran gratos, no paraba yo atención en la hermosura de mis paisanas, ni en la elegancia y gallardía de Gabriela.
Ocupaban el coche un caballero de noble aspecto, de barba gris, y una señorita que atraía las miradas de la multitud por su hermosura y la elegancia de su traje.
¿Gabriela Fernández? ¡Más orgullosa! ¡Más frívola! ¡Qué pagada de sí! ¡Qué entonada! ¿Qué se estará creyendo? Si creerá que en Villaverde no hemos visto lujo ni elegancia.
Vestía con elegancia y tenía tan buena educación, que se le perdonaba fácilmente el hablar demasiado.
Y estaba tan agradecido a la visita del Delfín, que no hacía más que mirarle recreándose en su guapeza, en su juventud y elegancia.
Entro y lo primero que me veo es una pareja en las mesas de la derecha Quedeme mirando como un bobo Eran un señor y una mujer vestida con una elegancia ¿cómo te diré?, con una elegancia improvisada.
Dirías que su elegancia es de lance y que no tiene aire de señora Convenido, no tiene aire de señora, ni falta pero eso no quita que tenga un aire seductor, capaz de Vamos, que si la ves, tiras piedras.
Esparció sus miradas por la sala, pero la relativa elegancia con que estaba puesta no la afectó.
Ciertamente que para vestirse tenía instintos de elegancia, pero en muebles y decoración de casa desbarraba.

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