Ejemplos con elegancias

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Su tenaz y perseverante perseguidor, hombre un tanto machucho, como cuadraba con la dama, pasaba en Pilares por arbitro de las elegancias y ocupaba el lugar más distinguido en la política local.
Pilar opinaba que Vichy tenía aspecto elegante, Lucía, menos entendida en elegancias y modas, gustaba sencillamente de tanto verdor, de tanta Naturaleza, que reposaba sus ojos, moviéndola a veces a imaginar que, a despecho de sus calles concurridas, de sus tiendas brillantes, era Vichy una aldea, dispuesta a propósito para contentar sus exigencias secretas e íntimas de soledad.
Pero el pobre ingeniero, que más allá de su trabajo sólo veía a su esposa, amándola como mujer y admirándola como un ser delicado y superior, resumen de todas las gracias y elegancias, no podía resignarse, y gritó y amenazó sin recato alguno, haciendo que el escándalo se esparciese por todo el círculo de sus amistades.
Decididamente, le encontraba más hermoso en su grotesco uniforme que cuando era célebre por sus elegancias de danzarín, amado de las mujeres.
Maud siguió hablando de su marido, haciendo elogios de sus condiciones físicas y compadeciendo al mismo tiempo su simpleza de niño grande, versado únicamente en elegancias y juegos atléticos.
Las mujeres que han llegado a ser duchas en elegancias, acaban por ser sencillas, los escritores que han leído y escrito mucho, acaban también por ser naturales.
Le vestirás bien, sin elegancias rebuscadas, impropias de chiquillos, y antes que vaya a Palacio le aleccionaremos, para que no diga ni haga ninguna tontería.
Puntual acudí a la mañana siguiente, ya mejoradito de ropa, que adquirí a bajo precio en un bazar de elegancias económicas, y las primeras palabras del Marqués fueron para felicitarme graciosamente por mis aventuras en la casa de , que acababa de leer en las cartas que yo mismo he traído.
sin contar otras elegancias y refinamientos.
¿Qué le parece a usted de estas elegancias y composturas de su viejo Madrid?.
Piensas que distraigo mi hastío aficionándome a lo que en elegancias se llama.
¿Por qué me enamoré de él? ¿Por qué cedí tan pronto? Por vanidad de creerme amada, por ligereza, por deslumbrarme como una rústica lugareña de sus cortesanas elegancias.
sin contar otras elegancias y refinamientos.
¿Qué le parece a usted de estas elegancias y composturas de su viejo Madrid?.
Puntual acudí a la mañana siguiente, ya mejoradito de ropa, que adquirí a bajo precio en un bazar de elegancias económicas, y las primeras palabras del Marqués fueron para felicitarme graciosamente por mis aventuras en la casa de El Nasiry, que acababa de leer en las cartas que yo mismo he traído.
¡Y que no vendría poco ilustrada en todo género de novelerías y elegancias! Terminó el pendolista sus referencias diciéndome con cierta vanagloria: «Fíjese usted, don Tito, el amigo de doña Leonarda es de los que tienen más metimiento en el palacio Basilewski, donde reside la que fue nuestra Soberana, quien como usted sabe abdicó ya en su hijo don Alfonsito».
Procedía yo de esta manera extremando las formas de ordinariez presumida, no por el corto gasto que tal vida supone, pues bien podía dármela mejor, sino porque se me habían hecho odiosas las elegancias faranduleras y la hinchada presunción traídas a la sociedad española por el cambiazo de Sagunto.
Le vestirás bien, sin elegancias rebuscadas, impropias de chiquillos, y antes que vaya a Palacio le aleccionaremos, para que no diga ni haga ninguna tontería.
Por aquella casa desfilaban, en perpetua farándula, gentes de todos linajes y condiciones, que reían las patochadas de su padre y admiraban las elegancias de su madre.
En los pueblitos de campaña, la hora del tren es el gran momento del día, y si no cae muy temprano o muy tarde, si no coincide con las horas del almuerzo o de la comida, el andén de la estación viene a ser el paseo de moda, donde exhiben las bellezas locales, sus más vistosos atavíos, sus más atrevidas elegancias, haciendo gala de arrogantes posturas, al ostentar las últimas obras maestras de sus modistas ingenuas y bien intencionadas.
Todo aquel lujo, aquellas elegancias, los favores de las damas, la protección del rey, tantas cosas gratísimas, no le habían costado a Jorge sino una sola palabra, y una palabra bien fácil de pronunciar, pues era suficiente que saliera de los labios, sin que para nada se interrogase el fondo del corazón.
en él contentísimo, que prefiera esta rustiquez a todos los esplendores y a todas las elegancias de Madrid o de París.
Por lo demás, Ascilto, de intemperante licencia, como de todas las cosas, levantando las manos, se burlara, y hasta las lágrimas riera, uno de los conlibertos de Trimalquión encandeció de ira, el mismo que sobre mí estaba tendido y ¿De qué ríes, dice, carnero castrado? ¿Es que no te complacen las elegancias del dueño mío? Pues tú eres más feliz y convidar mejor sueles.
Pero ahí no quedaba, con elegancias de princesa, al acabar, se despedía de su amante ocasional y el éxtasis en que yacía éste, sólo le permitía verla desapa-recer al fondo de la calle o entre los prados de camellones o jardines contoneándose como en estado místico, donde una vez perdido de vista el anterior, encontraba otro arriesgado que la poseía con una pasión de novedad y libre juego.
Traída fue por los conquistadores, en los dobleces de la orgullosa capa castellana, luego vinieron, trayéndola también bajo su sayo humilde, millares de trabajadores itálicos, pacientes y tenaces, con los ojos llenos de sol y los oídos de cantares, y tampoco dejaron de empeñarse en hacerla cundir, por la enseñanza de sus libros y de su palabra, muchos galos, amigos de vulgarizar, con las elegancias de la vida, las artes y las ciencias.
Como no iba firmada, las gentes indoctas que la habían leído se la colgaban a Casallena, fundándose en que aquél era su estilo, clavado, es decir, el estilo de que él abusaba cuando metía la pluma a revolvedora de estirpes, elegancias y finiquituras «de sociedad,» porque, como ya se ha indicado más atrás, Casallena valía mucho más que todas esas chapucerías de similor: pensaba por todo lo alto y escribía como un jerifalte, era agudo, ingenioso, castizo y ameno hasta más no poder, sólo que en cuanto le llegaba el acceso de cronista elegante, ¡adiós mi dinero! ya estaba con los ojos virados, la mano en la mejilla, y lánguido, lánguido, lánguido, trocando el tintero de sus glorias por una dulcera, y empapando las lisonjeras hipérboles de su pluma en almíbar de cabello de ángel.
En el momento en que le sacamos a escena, Antonio, luciendo un pantalón de lienzo de achulado corte, ceñidor color de grana que hacía más intenso el blancor de la pechera adornada con amplio tableado, reducido pañuelo de seda azul a guisa de corbata, y sobre la sien flamante gorrilla, dejaba vagar -repetimos- su mirada distraída por el patio, sin enterarse sin duda de lo intensamente que fulgían los geranios y las margaritas en los maltrechos arriates, de lo espléndidamente que decoraban los muros, renegridos, las trepadoras con sus a modo de faldellines, salpicados de azules campanillas, del artístico golpe de vista que presentaban Rosario la Jaquetona, poniendo de relieve sus arrogancias estéticas, golpeando con el cubo, para poder llenarlo, en las aguas dormidas del pozo de brocal de piedra carcomida, y el gato, que se desperezaba al sol con felinas elegancias, y el gallo, que prisionero entre carrizos, lucía los más bellos tornasoles en la bien alisada pluma.
irradie la doble luz de las supremas elegancias mundanas y de las más.

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