Ejemplos con dolores

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Todos los dolores son experiencias dramáticas.
Y, sin embargo, el carácter de Águeda estaba bien concebido, y ¡cuan hermosos y trágicos efectos podía haber sacado el autor de la eterna lucha entre la pasión y la ley moral! Bien está que Agueda, católica a la española y montañesa a toda ley, cumpla su deber sin aparato ni estruendo, aunque su resolución le cause dolores mortales.
El arte dramático tampoco sirve para curar dolores de muelas.
El dolor ajeno lo siente como dolor propio, el dolor propio lo multiplica por todos los dolores ajenos, y así en el dolor propio como en el ajeno experimenta el contacto de esta y aquella brasa de la gran hoguera que es el dolor universal, el drama de la vida.
La hermana de los Dolores, invadida de congoja, casi desfallecida, se lleva las manos al corazón.
¿Por dónde andarán esos chiflados?pregunta la hermana de los Dolores.
¡Qué poco se necesita para la felicidad, y cómo casi nunca llega ese poco!dice para sí la hermana de los Dolores, sin referirse, claro está, a la harina, el azúcar ni los huevos, puesto que no había parado atención en la réplica del francés, sino que estaba abstraída en sus pensamientos.
Como los viejucos asilados, y asimismo todos los beatones que acuden allí de visita son, sin excepción, gente magra, cada vez que la hermana de los Dolores ve un hombre gordo, imagina tener ante sí al enamorado y malogrado Novillo, y se siente nuevamente la Felicita de antaño.
¡Qué había de olvidar la triste Felicita! Sobre todo, el señor Colignon refresca la memoria y conturba el pecho de la hermana de los Dolores.
Hermana de los Dolores, señor Coliñóncorrige la monja.
canta el laude pascual, no más duelo, no más lágrimas, no más pesados dolores.
Adoptaba la propia actitud de indiferencia filosófica hacia las opiniones ajenas, mientras él conservase la vida y el pensamiento, como hacia los dolores corporales, en habiéndose muerto.
Yo la ví levantarse en la caja, con las dos manos apretadas sobre el corazón, y lo tiene lleno de espadas como la Virgen de los Dolores.
Muchas noches, Gabriel, al revolverse en su lecho sin poder dormir, tosiendo y bañado en frío sudor el pecho y la cabeza, oía en el cuarto inmediato los quejidos de su sobrina, tímidos, sofocados, para que en la casa no se enterasen de sus dolores.
Las consecuencias de su mal la martirizaban de vez en cuando con horribles dolores que ella procuraba ahogar.
Por las mañanas, la tertulia era en casa del zapatero que enseñaba los gigantones, un hombrecillo amarillento y enfermo, con eternos dolores de cabeza que le obligaban a llevar varios pañuelos arrollados a guisa de turbante.
Primero fue Proudhon con sus audaces escritos, después completaron la obra algunos militantes que trabajaban en la misma imprenta que él, viejos soldados de la Commune que acababan de volver del destierro o de las prisiones de Oceanía, y reanudaban su campaña contra la organización social con un ardor acrecentado por los dolores sufridos y el ansia de venganza.
Y sonrió pensando en aquel mundo de persecuciones y dolores que abandonaba como en un lugar remoto, situado en otro planeta, al que jamás había de volver.
Él, hombre sobrio, incapaz de beber alcohol sin sentir náuseas y dolores de cabeza, no podía ocultar un asombro muy cercano a la admiración ante estos brutos, que, según sus suposiciones, debían tener el estómago forrado de hoja de lata.
¡Mísera humanidad en la cual todo pasa y perece! En ella no persisten ni dichas ni dolores, la más intensa alegría se disipa como la niebla, el afecto de hoy se ve traicionado por el afecto de ayer, afecto que creíamos muerto, y que de pronto revive en el alma fuerte y activo.
Una Virgen de los Dolores, que es una perla, un San Sebastián que da gusto verle.
¡Dios me libre de ello! La vida, por amarga que sea, es muy hermosa y amable, si tiene penas y dolores, tiene también dichas y alegrías, muchas, y yo quiero vivir, vivir para ti, mi Rorró, para ser dichosa si eres dichoso, para amar lo que tú ames y aborrecer lo que tú aborrezcas, para padecer si tú padeces, que en eso cifro mi dicha mayor.
Hacemos mal en aborrecerla, si la empleáramos en hacer el bien, en aliviar los dolores ajenos, en consolar al triste y socorrer al necesitado, no pensaríamos que la vida es dura y que mejor sería no tenerla.
¿No piensas que me calumnias, que calumnias a tu Rodolfo? Huérfano, desgraciado, pobre, el mundo era para mí un valle de dolores, quise cerrar mi corazón a todo afecto, no amar ni ser amado, cuando te conocí y te amé.
Complacióme el recuerdo de mejores años, de venturosos días, suspiraba yo por la tranquilidad del colegio en que pasé dos lustros, y me parecía que las alegres memorias de la infancia alejaban de mí pesares y dolores.
Algunos se detenían sonriendo al oír el canto tristón y apagado, que parecía salirle de los talones, pero ¡valiente caso hacía él de los curiosos! ¡Como si una alma grande no estuviera, en sus dolores, por encima de la vulgaridad!.
Conservo íntegras las creencias en que fuí criado, guardo incólume la fe de mis padres, y ella ha sido para mí, en mis horas negras, en mis días tristes, fuente de consuelo, faro salvador, ella alivió mis dolores y restañó siempre las heridas más hondas de mi corazón con el bálsamo de las eternas esperanzas.
Paréceme que estoy viendo aquel rostro moreno, tipo hermoso de la raza indígena, afinado por el cruzamiento en dos o tres generaciones: obscuro, muy obscuro del color, estrecha la frente, alto el cráneo, salientes los pómulos, la barba escasa, escasísima, los ojos pequeñitos, negros, negros y vivos, la mirada franca, el aire resuelto, como en todo aquel que no tiene en su vida acción que le avergüence, que a nadie teme y de nadie es temido, que así se enternece a la vista de ajenos dolores como rechaza sereno, con dura franqueza, con valerosa resolución, a quien le ofende o desconfía de él.
Deseoso de alivio y de consuelo vejado por la maldad y la ingratitud, abría su alma, sencilla y llena de dolores, a un pobre muchacho que años antes fué su discípulo y del cual esperaba frases compasivas, palabras cariñosas.
Piadoso obsequio, dulce recuerdo de aquel Viernes de Dolores venturoso y feliz en que mi alma tenía la pureza de las azucenas, en que los cielos y la tierra me sonreían, cuando en el templo alfombrado de amapolas, entre el humo de los incensarios, a los acordes solemnes del órgano, delante de un altar, resplandeciente, me acerqué trémulo, anonadado, a recibir el Pan Eucarístico.

© Todos los derechos reservados Buscapalabra.com

Ariiba