Ejemplos con descendí

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Y descendí al mundo y me dijeron, Hipsifrona se ha retirado otra vez al margen del lugar de su virginidad.
me adelanté del lugar de mi virginidad y descendí al mundo.
Contra lo que pensaba, descendí con suave rapidez como si la pendiente fuera de algodones, y caí de pie en la playa, sano y salvo, sin contusión ni rozadura, sin polvo ni el menor desperfecto en mi ropa.
No puedo dar idea del sinnúmero de peldaños que descendí.
Vi el , concurrido de tantos mercaderes y de la pobretería pintoresca de , juglares, mendigos y fascinadores de serpientes, admiré el con lindas casas europeas, descendí por la calle principal al , hervidero de judíos, de españoles y de otros europeos que han traído las modas haraganas de cafés y cantinas, seguí hasta el puerto, donde vi los cárabos y faluchos que hacen la navegación del Estrecho, y algún vapor de Marsella o Gibraltar, vi la Aduana opulenta con tantísimos ganapanes afanados en el mete y saca de fardos y cajones, salime luego por la puerta que da paso a la playa, corrí por las arenas de ésta, viendo la cáfila interminable de moros campesinos que llegan diariamente al mercado seguidos del burro y la familia, con cargas míseras de carbón o de leña, y por allí anduve largo rato considerando cuán intensa y lacerante es la pobreza de este pueblo marroquí, y qué poco alivio recibe de la civilización europea, por la castiza inflexibilidad y resistencia del carácter berberisco.
La curiosidad pudo en mí más que el sentimiento del peligro, y descendí a la plazuela con mis acompañantes, abriendo paso a empujones.
Ramón, más complaciente a mi salida que a mi entrada, me abrió la puerta, y tranquilamente descendí la escalera, satisfecho de haber aumentado el tesoro bibliográfico de don Antonio Cánovas del Castillo.
Debe ser, dije para mis adentros, la contestación del capitán Rivadavia, y picando mi caballo, descendí rápidamente por la cuesta, recibiendo pocos instantes después una carta suya, pues, en efecto, los que venían eran mensajeros de aquel fiel y valiente servidor.
Y, siguiendo al viejo, cerré el libro, dejé el camino y descendí a un pintoresco barranco.
Dejando este punto en duda, descendí con la mirada y la atención a lo que más me interesaba por el momento: lo que podía verse de la tierra en todas direcciones desde mi observatorio de piedra mohosa con barandilla de hierro oxidado.
La vieja, que se había asomado al ventanillo, presentándose en la antesala, dirigió a maese Ménico algunas palabras, que no comprendí: éste me abrió la puerta de la escalera, y yo descendí por ella abrazado con mi dinero, y me salí de aquella casa, más ebrio con la emoción y el desencanto, que la primera vez con el manzanilla.
Descendí de la cabalgadura, y, jadeante de lacerada ternura, torpe de presagiosa emoción, hablando al sudoroso lento animal, avancé zaguán adentro.
Descendí a caballo para ver lo que era y se me heló el corazón al descubrir que se trataba de la mujer de Dawson, cortada en tiras y medio devorada por los chacales y perros salvajes.
Contra lo que pensaba, descendí con suave rapidez como si la pendiente fuera de algodones, y caí de pie en la playa, sano y salvo, sin contusión ni rozadura, sin polvo ni el menor desperfecto en mi ropa.
Con el cuello tendido y la mirada, alerta, descendí el curso del arroyo, y me adelanté hasta el campo.
Vi el Zoco grande, concurrido de tantos mercaderes y de la pobretería pintoresca de derviches, juglares, mendigos y fascinadores de serpientes, admiré el Marchan con lindas casas europeas, descendí por la calle principal al Zoco chico, hervidero de judíos, de españoles y de otros europeos que han traído las modas haraganas de cafés y cantinas, seguí hasta el puerto, donde vi los cárabos y faluchos que hacen la navegación del Estrecho, y algún vapor de Marsella o Gibraltar, vi la Aduana opulenta con tantísimos ganapanes afanados en el mete y saca de fardos y cajones, salime luego por la puerta que da paso a la playa, corrí por las arenas de ésta, viendo la cáfila interminable de moros campesinos que llegan diariamente al mercado seguidos del burro y la familia, con cargas míseras de carbón o de leña, y por allí anduve largo rato considerando cuán intensa y lacerante es la pobreza de este pueblo marroquí, y qué poco alivio recibe de la civilización europea, por la castiza inflexibilidad y resistencia del carácter berberisco.
Por fin logré salir de mi inmovilidad, y como no podía estar tranquilo mientras no supiese quién era ella, descendí de la terraza y corrí en busca de la joven con quien acababa de pasar un mes de amor, y le conté lo que venía de ver.
Al huerto de los nogales descendí a ver los frutos del valle, y para ver si brotaban las vides, si florecían los granados.
Tan luego como descendí un centenar de metros por aquellas laderas, encontreme en unos valles abrigadísimos y ricos de vegetación, donde no llovía ni hacía aire, si bien estaban cubiertos de una techumbre de nubes sumamente bajas, que parecían toldos de lona tendidos sobre morunos patios llenos de macetas.
Descendí al mundo de la mente, y el mundo astral, y conforme fui descendiendo, parecía disminuir más y más, la luminosa majestad de esa sublime ceremonia.
Descendí un plano más y llegué al mundo causal.
Me senté entré ellos alrededor de una mesa, luego descendí al mundo Buddhico, allí encontré a esos mismos seres celebrando la Santa Unción Gnóstica.

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