Ejemplos con descendía

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

A un lado del promontorio, cortado a pico sobre el mar, descendía el terreno, cubriéndose de verde con arboledas bajas y frondosas, entre las cuales asomaba la mancha blanca de un exiguo caserío.
Se descendía desde el portal por unos escalones de piedra.
El sonido descendía, y luego llegaba a lo largo del silencioso pavimento hasta él, a menudos y leves saltos, como los pájaros cuando caminan por la tierra.
Sentía la frente llena de humareda que le descendía a los ojos y se los escocía y enturbiaba.
Al subir ellos al tren, caía la tarde y el sol descendía con la rapidez propia de los crepúsculos del otoño.
El tiburón descendía atraído por el regalo de un animal sin huesos, todo carne, y que pesa toneladas.
Una lluvia de pequeños cadáveres descendía a través de las aguas.
¡Y cuán grata debía de ser la muerte, si parecida a la de las hojas, la muerte por desprendimiento, sin violencia, representando el paso a más bellas comarcas, el cumplimiento de algún anhelo inexplicable, oculto, allá, en el fondo de su ser! Cuando tales ideas en tropel se le venían a la mente, un pajarillo descendía de un árbol, y oíase el batir de sus alas en el aire.
Tenía revuelto y aplastado el pelo, y muy encendido el lado del rostro sobre que reposara, una trenza suelta le descendía por el hombro, y, destrenzándose por la punta, ondeaba en tres mechones.
Y resultó ser que llegó al bufete del señor Viondi un empleado suyo, un hombre sencillo y bueno, pero sin gran cultura, y declaró, en medio de la mayor jovialidad, que el doctor José Antonio Cortina disertaría aquella noche en el susodicho Liceo acerca de un inglés que pretendía que el hombre descendía del mono.
El ejército del trabajo se extendía por todo el globo: arañaba los continentes, saltaba a las islas, surcaba el mar, descendía a las entrañas del suelo.
Fue un momento, un momento de vértigo nada más, pero en tan corto espacio creyó que la habitación danzaba como una peonza, que el techo descendía hasta apoyar en su cabeza su peso irresistible, vio obscuridad y luces a un mismo tiempo, experimentó frío y calor, sintió una bola extraña que se le atascaba en la garganta, y en un instante pasaron por su imaginación, como relámpagos lívidos, todas las escenas de novela que había leído, con sus terribles descubrimientos y sorpresas aplastantes.
Del balcón descendía una cuerda, a la que el joven ataba un papel.
Brillante y aguda, la lanza descendía, se hincaba, se hincaba.
Quedóse el jinete frío de espanto, agarrado al arzón, sin atreverse ni a registrar la maleza para averiguar dónde estarían ocultos los agresores, mas su angustia fue corta, porque ya del ribazo situado a espaldas del crucero descendía un grupo de tres hombres, antecedido por otros tantos canes perdigueros, cuya presencia bastaba para demostrar que las escopetas de sus amos no amenazaban sino a las alimañas monteses.

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