Ejemplos con decálogo

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

bailarines como Vicente Escudero -que fue también tratadista, estableciendo el Decálogo del buen bailarín-, Antonio El Bailarín, etc.
Andoni apoya sus teorías en un decálogo filosófico de la innovación, que resumen su trabajo en los últimos diez años.
En la parte alta del testero se localizan cuatro efigies que simbolizan la Marina, la Agricultura, el Comercio y las Ciencias, además de dos pinturas a cada lado en forma triangular con el Decálogo y el Evangelio.
La Ley Scout, también llamada Código de Honor en algunos países, es un código personal de vida que, con formulaciones positivas y sin prohibiciones, provee un decálogo que orienta las decisiones del joven.
Creyendo en un solo dios, ellos se conformaban con el Decálogo y el Padrenuestro.
La propuesta política, aún no del todo madurada, fue resumida en un decálogo que formulaba unos confusos planteamientos básicos basados en la alianza obrero-campesina y la construcción de un partido proletario revolucionario con metodología marxista-leninista.
La autoría de El Verdadero Decálogo como texto para exaltar el espíritu patriótico.
Duns Scoto afirmaba que la voluntad es superior al entendimiento y la esencia de la voluntad es la libertad, aplicado a Dios aparece el voluntarismo teológico, el cual, tal y como lo sostiene Guillermo de Ockham, afirma que ninguno de los preceptos del decálogo es de ley natural y en consecuencia Dios habría podido crear un mundo en el que el odio a Dios no fuera pecado sino virtud, las leyes del decálogo son convencionales porque derivan de la voluntad de Dios, de ese modo Ockham subraya la omnipotencia y la libertad divinas.
En verdad os digo que no me ha costado grandes quebraderos de cabeza encontrar la idea fundente de los distintos criterios con que éste y el otro Decálogo tratan de regular la máquina de nuestras pasiones.
Esto no lo dice el Decálogo, lo dice la realidad.
No hay medio de escribir en el Decálogo los delitos fiscales.
¡Renunciar! ¡A buena parte! Aquel mismo embrión de conciencia que en el fondo de su ser, donde todos tenemos escrita desde gran parte del Decálogo, le gritaba: no hurtarás , le dijo con no menor energía: tienes derecho a reclamar lo que te ofrecieron.
Por cima del decálogo casi divino que debía practicar, los hombres habían escrito este mandato: No te amarán.
Recuerde el decálogo de Moisés.
Pues bien: supongamos ahora que yo hubiera tenido ingenio bastante para componer un libro de leyendas poéticas y edificantes, llenas de madres resabidas y sentimentales, de padres eruditos y elocuentes, y de hijos galanes, trovadores y sensibles como los pastores de la ''Galatea'', quiero imaginarme que, al pintar el concejo de mi tierra, hubiera arrojado de él al tío ''Merlín'', y puesto por tema de discusión, en vez del que allí se ventiló bajo la impresión de una suspicacia casi estúpida y de una malicia lamentable, tal cual égloga de Virgilio o artículo del ''Código Penal'', como para una asamblea de académicos escrupulosos o de sabios legisladores, supongamos que, en lugar de exhibir a la familia del tío ''Nardo'' vendiendo hasta las tejas para ''echar a América'' al niño ''Andrés'' con la esperanza de verle tornar un día rico e influyente, sin hacerse cargo de los infinitos ambiciosos montañeses que han perecido hambrientos y abandonados en aquellas regiones, hubiera pintado un indiano poderoso en cada casa, arrojando sin cesar talegas de onzas por la ventana y atando los perros con longaniza, supongamos también que, en vez del sencillo mayorazgo ''Seturas'', hubiera presentado un patriarca venerable explicando, bajo los bardales de una calleja, las maravillas de la botánica y de la astronomía, deteniéndose extáticos, ante la majestad de su palabra, los tardos bueyes, los fieles canes y los rizados borregos, supóngase asimismo que, en lugar de admitir como base del carácter del campesino montañés el puntillo y la suspicacia, causa de tantos males en este país, donde todos los días es una verdad el ''paso'' de ''Las Aceitunas'' del buen Lope de Rueda le hubiese poblado de hombres infalibles y longánimos, sin más tribunales que el de la penitencia, ni otras leyes que las del Decálogo, supongamos, además, que, en lugar de ''Cafetera'' y de la nuera del tío ''Bolina'', y de otros personajes ''ejusdem farinae'' que andan por el libro, hubiera presentado algo parecido a los marineritos que bailan en el teatro la ''tarantela napolitana'', y a las bateleras del ''demimonde'' en las regatas del Sena, supongamos, en fin, que yo hubiera sido capaz de crear un país y un paisanaje con todos los primores que caben en la naturaleza y en la humanidad, y de sacar a la plaza pública esa creación con el título de ''Escenas Montañesas'': ¿qué hubieran dicho entonces de ella esos mismos señores a quienes dedico estas líneas? De fijo: «Hombre, esto es muy bueno sin duda, pero tiene tanto de montañés como nosotros de turcos.
Háblanos en ella como el Decálogo.
Cuando me cansé de dibujar, di en el ansia de reparar en los transeúntes, si eran rubios o trigueños, si altos o bajos, si pobres o ricos, en qué iría pensando el de la cara hosca y encorvada cerviz, de dónde vendría la que a tales horas tan menudito pisaba, y con empeño recataba la faz, adónde iría a comer, qué comería, qué habría cenado, en qué lecho dormiría aquel infeliz de rostro macilento, mal calzado y peor vestido, en cuya mirada triste y angustiosa parecía reflejarse el deseo de trocar la memoria de pasadas abundancias por un mendrugo de pan y una camisa, cómo y de qué viviría el exótico chulo de ceñidos pantalones, charolada bota, rizada pechera, relumbrante leontina y exagerado chambergo, por qué funesta preocupación juzgaría un mozuelo sin chaqueta y desaseado, que el ser descortés y blasfemo, al pasar por delante de mí, le daba gran importancia y respetabilidad, por qué no hay leyes que castiguen a los blasfemos como a los ladrones, mientras llega a ser un hecho que la cultura no es enemigo mortal de la taberna, como aseguran los que dicen entender mucho de achaques de moralizar sin Decálogo ni carceleros.
-Que es lo principal -dijo doña Anuncia, como quien recita el decálogo.
No señores, la ética proviene nada menos que de los diez mandamientos de la ley de Dios, del Decálogo, que son las leyes del código de la naturaleza, que sirven para todos los tiempos, para todas las razas y, por consiguiente, para todas las culturas y todas las civilizaciones.
Gran error cometen los Jóvenes y sus padres cuando permiten que sus hijos derrochen la fuerza sexual en placeres y displicencias, hay que enseñarles que en esa gran fuerza reside el principio vital, es verdad que como dice la ciencia oficial, es una función biológica, pero el Decálogo nos enseña con el sexto mandamiento que no debemos desperdiciar esa fuerza porque ella solo cumple la función creadora o de crear, así que la libertad que los padres dan a sus hijos para que cumplan libremente sus funciones biológicas no deja de ser un crimen que se comete con la juventud.
Él busca, a la mujer para fornicar, es decir, para violar la ley divina, ese sexto mandamiento que como un impase terrible figura en el decálogo de la ley de Dios.
Lucifer, con la celada al rostro y embozado en su ferreruelo, porque la mañana era algo fría, acudió también con varios aventureros, vestidos como él, a cumplir con el tercer precepto del Decálogo.
El quid está en no quebrantar ninguno, como hacemos los cristianos con varios de los del Decálogo.
Mas para juzgar a Serafinita y condenarla por esto, sería preciso que Dios recogiese su Decálogo y lo volviese a promulgar con un artículo undécimo que dijese: «No entenderás torcidamente el amor de Mí».
La afición pura y entrañable de Gloria a su tío pertenecía al orden de sentimientos que consigna en su primer artículo el Decálogo.
-Hemos tenido una cuestión -dijo el insigne joven, que aún no había perdido su palidez, ni su nerviosidad, ni el ceño de su frente, tabla del Sinaí donde se creería estaban escritos el Decálogo y la Novísima Recopilación.
-Ya ves, Dios premia a los hombres sosos, honrados, fieles al decálogo, dándoles hijas que pueden hacer bodas disparatadas, un fortunón.
Era la dama más guapetona y más salada que nos legó el ominoso reinado, su trato cautivaba, su sinceridad era la mayor de sus virtudes, con haber tenido muchas, aunque no todas las que manda el Decálogo.

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