Ejemplos con comodidades

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

¡Ah, miseria! Le faltaban las más rudimentarias comodidades en aquella casa de un lujo señorial y vetusto que los ricos modernos no podían improvisar.
Ahora se murmuraba en la ciudad que renunciando definitivamente a las pompas del mundo y tal vez a la Rosa de Oro pontifical, que nunca acababa de llegar, entregaría sus bienes a los sacerdotes de su corte, yendo a encerrarse en un convento con todas las comodidades de una dama de privilegio.
Pero, concretándose a aquella localidad, ¿quién, entre todos ellos, era bastante rico, bastante abnegado, bastante generoso, y aun bastante elocuente, para aceptar tamaño compromiso con buen éxito, y capaz de abandonar, sin partírsele el alma, la dirección de los propios negocios y las comodidades de su casa?.
Pero la vida regalona y el apego a las comodidades del rico Peñascales, habían enervado los bríos y arrugado el corazón del apuesto cortejante de la arisca Juana.
No tenía de la ciudad los monumentos, los espectáculos, la policía, la provisión de todo, la cultura, las comodidades, pero sí sus etiquetas, sus necesidades, sus estrecheces, su esclavitud, sus pestilencias.
La dominaba como una obsesión el momentáneo proyecto de vivir en una, casita de Possilipo, completamente sola, llevando una existencia de aislamiento monacal con todas las comodidades de la vida moderna.
La vista de sus riquezas, el goce de sus comodidades, le devolvieron la noción de su dignidad.
Y como si le atrajesen las comodidades que habría de abandonar en breve, se levantó, dirigiéndose al castillo.
¿No se arrancaban los hombres de todas las comodidades de una existencia sensual para seguir la ruda carrera del soldado? Ella sería un soldado con faldas, mirando de frente el dolor, batallando con él, hundiendo sus manos en la putrefacción de la materia descompuesta, penetrando como una sonrisa de luz en los lugares donde gemían los soldados esperando la llegada de la muerte.
¡Tan hermoso que habría sido presenciar los acontecimientos con toda clase de comodidades, gracias a esta enorme cantidad! Para remediar las penurias domésticas volvía a impetrar el auxilio de doña Luisa.
Quince siglos de historia habían trabajado para él, para que encontrase al abrir los ojos progresos y comodidades que no conocieron sus ascendientes.
¡Pero Alemania! ¡Las comodidades de su patria! Quería que el cuñado admirase a su vez cómo vivía él y las nobles amistades que embellecían su opulencia.
Gracias a estos reproductores, que atravesaron el Océano con iguales comodidades que un pasajero millonario, había podido hacer desfilar en los concursos de Buenos Aires sus novillos, que eran torreones de carne, elefantes comestibles, con el lomo cuadrado y liso lo mismo que una mesa.
En pocos meses, él y su madre descendieron la pendiente de la ruina, viéndose obligados a renunciar sus comodidades burguesas para vivir como los obreros.
Lo único importante es conservar la antigua vida con todas sus comodidades no descender.
Recocidos por el sol y la intemperie, habituados a la vida dura de la guerra, casi habían olvidado las dulzuras y comodidades de los años anteriores.
Tres sillas, un diván viejo, una mesa cargada de papeles, de artículos de tocador, de comestibles, y una cama algo estrecha en uno de los rincones, eran todas las comodidades de su nueva instalación.
Estaba seguro de despertar en la cama, rodeado de las comodidades familiares de su camarote.
Por eso ellos, que ya eran viejos, no oían a sus hijos que les llamaban a las comodidades de la capital.
La impaciencia de doña Cristina por reunirse con su marido y devolverle las comodidades de una casa bien gobernada arrancó a Ulises de esta vida de la costa.
Los alimentos se reducían a tortillas de maíz, frijol, carne y queso, lo bastante para no morirse de hambre, y aun para vivir con salud, pero no para hacer más agradable la vida con algunas comodidades tan útiles como inocentes.
No faltaba dentro de ella ninguna de las comodidades y refinamientos que la moderna civilización proporciona a los ricos.
Cosío describía con orgullo a Peña y Pablito las grandezas y comodidades del castillo de Bourges, donde el Duque tenía su famosa galería de pinturas.
El trabajador del presente gozaba de comodidades que no habían conocido los ricos de otros tiempos.
Los españoles lo invaden en verano, los ingleses en invierno y los rusos en otoño, como si por turno quisieran disfrutar sus comodidades bastante problemáticas y sus encantos harto discutibles.
Creía que una villa para el verano es el complemento de una familia distinguida que tiene coche, y en las tertulias, al dirigirse a sus amigas, llenábase la boca hablando de su lindo hotelito de Burjasot y de las innumerables comodidades que encerraba.
Todos me envidian y codician mis riquezas, pero, a decir verdad, amigo mío, ¿de qué me sirven lujo, comodidades y bienestar, si en medio de todo eso soy víctima de ese pobre niño, de mi hermanito, de mi único hermano a quien amo y compadezco?.
Cuando se habla de la pretendida felicidad de los ricos, y se elogia la abundancia en que viven, el lujo que gastan, las comodidades de que disfrutan y el bienestar que los rodea, nadie acierta a señalar lo único que a los mimados de la fortuna da verdadera superioridad sobre aquéllos que viven de un trabajo diario, penoso y mal retribuído.
Desde que nuestra flamante civilización se olvidó del alma, desde que todo nuestro empeño se redujo a procurar comodidades al cuerpo y sublimar nuestras facultades físicas, desde que sólo pensamos en ferro-carriles para andar más deprisa, en telégrafos para hablar más alto, en máquinas para trabajar menos, en inventos para dormir mejor, en preservativos contra el calor y el frio, y en buscar medios de comer a una misma hora langostas del mar del Norte, chirimoyas de América y nidos de golondrinas del Japón, desde que nuestras casas están tan bien amuebladas, nuestros cuerpos tan adobados, perfumados, empolvados y reteñidos, nuestros dientes tan seguros en las encías, nuestros cabellos tan inamovibles en la cabeza, nuestra seguridad individual tan garantida por la Guardia civil, y nuestro derecho al Poder tan protegido por la Constitución, los dioses se han ido.
¡Dejar las comodidades de su casa para velar a la cabecera de una infeliz! Pues lo que yo sé es que no lo hacen todas Dios se lo pagará.

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