Ejemplos con chistera

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Fue el creador del personaje Bip que tenía la cara pintada de blanco y llevaba unos pantalones muy anchos y una camisa de rayas, tocado de una chistera muy vieja de la cual salía una flor roja.
La estrella, sin embargo, era Charlie, al que siempre presentaba como un chico precoz, vestido con chistera, capa y monóculo.
Por otro lado, la oposición, cuyos representantes se caracterizan por llevar una chistera negra, intentará arrebatarles el poder.
Cansado de las quejas de los pasajeros del tranvía, a los cuales quitaba sus galeras, gorras o boinas al mover los avíos de pesca, cansado de ser obligado a llevar su mano y brazo fuera de la ventanilla sosteniendo las cañas y el medio mundo y cansado de no saber donde colgar su levita y chistera, se enteró por Tomás de Tezanos que las construcciones que allí estaban las administraba Liborio Echevarría, Gerente del Tren del Este y las alquilaba muy barato.
Y surge esta representación burlesca y fantástica que denota gran ingenio y creatividad, donde la chistera tiene un toque que distingue a nuestra idiosincrasia.
Personificaba al típico jefe de pista de un circo, con chistera, chaqueta roja y un látigo.
La mayor dificultad del juego la presentan los diferentes tipos de sombreros y la forma en que pueden apilarse, por ejemplo, el espacio vertical que ocupa una chistera es superfluo si se apila otra chistera encima, si se ubica una gorra, esta no llegará a cubrir la chistera y se desperdiciará espacio vertical.
Puedo asegurarte, querido Tito -me decía-, que el truculento General Sánchez Bregua, en el azoramiento de su retirada forzosa, se dejó olvidada la chistera en el Banco Azul.
Y mayor zozobra que el despego de los primos y agnados me causó la insistencia con que paseaba la calle un sujeto alto y zancudo, de color cetrino, barba negra, nariz tajante, con lentes que daban no poca impertinencia a su mirar fisgón, bien vestido, la chistera un poco ladeada.
Un zumbido de avispero sonaba en el paseo, tan silencioso y desierto por las mañanas, y algunas familias ingenuas conversaban a gritos, provocando la sonrisa compasiva de los que pasaban con la mano en la flamante chistera, saludando con rígidos sombrerazos a cuantas cabezas asomaban por las ventanillas de los carruajes.
El exclaustrado se iba, Sarmiento se componía la chistera y tomaba el portante, y Venegas se marchaba diciendo pestes de frailes y retrógrados.
En la misma puerta uno o dos horteras vestidos ridículamente de frac, con chistera abollada, las manos sucias y la cara tiznada, gritaban desaforadamente ponderando el género y dándolo a probar a todo el que pasaba.
Maxi llevaba su levita nueva y la chistera que aquel día se puso por primera vez.
Entre tanto, y supiera o no don Antonio lo que traía entre manos, ello es que Juan Pablo se había comprado una chistera nueva, y tenía el proyecto de trocar su capa, algo deshilachada de ribetes y mugrienta de forros, por otra nueva.
''Chistera, baúl, canoa, sorbetera, góndola, castora, colmena.
Pasó a la alcoba, revisando las otras compras de esta tarde: camisas, corbata blanca, zapatos de charol, chistera y un bastón elegantísimo.
Mandó que le bajasen la chistera y se fue a esperar el coche al Lyon d'Or, que estaba enfrente.
Volvióse a pie calle arriba el defraudado, con su chistera y su gabán, y reconstituía tenazmente sus proyectos.
Llegó al grupo San José, chistera en mano.
Así estábamos constituídos, cuando algunos españoles, honra, por cierto, de nuestro siglo, recordando las glorias de sus tatarabuelos conquistadas a la sombra de chambergas alas, llenos de noble arrojo, se echaron a la calle, protestando contra la vil chistera, cubiertos con gracioso chambergo.
Pero en los tiempos a que me refiero, no lejanos, el cura de la aldea ordinariamente parecía un caballero particular vestido de luto, con alzacuello de seda o de abalorios menudos y con levita y chistera, de remotísima moda las más veces.
A pesar de esto, y temeroso de que no me dejaran llegar a la presencia de Cánovas, endilgué mi levita y chistera, y me fui con maquinal impulso al caserón de la calle de Alcalá.
Me refiero a la clase que constituye el contingente más numeroso y desdichado de la grey española, me refiero a los míseros de levita y chistera, legión incontable que se extiende desde los bajos confines del pueblo hasta los altos linderos de la aristocracia, caterva sin fin, inquieta, menesterosa, que vive del meneo de plumas en oficinas y covachuelas, o de modestas granjerías que apenas dan para un cocido.
¡Qué maña se daría el matrimonio, que después de alimentar a los niños en el pesebre burocrático, a los tres los casaron con muchachas ricas, de familia de banqueros o negociantes gordos! Gran mujer era doña Luisa, que ya vieja y retocada de afeites untuosos, sostenía las posiciones de sus hijos, y esperaba la hornada de nietos para colocarlos desde que pudieran andar solos por la calle y encasquetarse una chistera.
Ello es que Juan, a poco de respirar los aires picantes de la Corte, hallábase aquí como el pez en el agua: en pocos días aprendió la cháchara fluida, graciosa y mordaz del madrileño de casta, se asimiló las diferentes formulillas para juzgar de política, de teatros, de arte, fue un lucidísimo alumno de la Universidad, logró, por la amistad de su padre con Salaverría, un destinejo en Hacienda, que, con la mesada y los regalillos de la mamá, le constituía un peculio espléndido para estudiante, vestía bien, sin soltar nunca la pomposa chistera, tenía relaciones, hablaba y entendía de política, se abría, en fin, un brillante camino con sus dotes ingénitas y la ciencia social que sin él notarlo se le iba metiendo por los poros.
Viste levita cerrada, como la de Thiers, gasta chistera, como un magistrado, y distribuye apretones de manos en su barrio.
ni chistera.
Un hombre de frac y chistera, máxime si tiene canas, y una mujer bonita, muy prendida y remilgada, dando brincos como dos salvajes de Mozambique, sudando el quilo y sacando la lengua de cansancio, solamente los puede uno soportar delante sin echarse a reír, cuando considera.

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