Ejemplos con bustos

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Se emplea profusamente para obtener piezas moldeadas, tanto en arte bustos, figuras, columnas como en construcción balaustres, revestimientos o en diversos procesos industriales objetos cerámicos, elaboración de barras de chocolate, etc.
Se accede al mismo atravesando el zaguán del pabellón, cuya planta baja comunica directamente a una plazoleta de forma semicircular cerrada por barandal de hierro adornada con bustos de filósofos sobre pedestales.
Brongniart también fue muy amigo de Jean Antoine Houdon, el eminente escultor francés que también esculpió los bustos de su hija Alexandrine-Emilie y de su hijo Alexandre, que se encuentran en el Museo del Louvre en París.
Sus obras tales como las madonnas, bustos y escenas sacras contienen la expresividad y la belleza de otros artistas contemporáneos como Donatello, Verrocchio o Sandro Botticelli.
Nuestra plaza no es ajena a esta circunstancia, por esa razón, hoy conviven en ella, un diseño formal del mediados del siglo XIX con la feria artesanal, la calesita, los juegos para chicos, los vendedores ambulantes, los mimos, los músicos, junto a nuevos bustos, placas recordatorias y demás signos de homenajes recientes.
En su mitad da acceso a la capilla axial que constituye en sí misma un edificio autónomo con su nártex, su nave y su ábside cubierto por una cúpula ornamentada con bustos de ángeles.
Los dos bustos centrales son representaciones del propio artista y de su padre, Bartolomeo Ghiberti.
También corrigió parcialmente las pruebas de su libro Bustos y rimas.
Al recuperar la libertad huyó a Córdoba, donde se dedicó a organizar el congreso federal proyectado por Juan Bautista Bustos, y que fracasó por presión porteña.
Para empeorar las cosas, el Director Supremo sustituto Ignacio Álvarez Thomas envió tropas de refuerzo, al mando de Domingo French y Juan Bautista Bustos, con orden de derrocar a Güemes y después incorporarse al Ejército del Norte.
En un principio se opuso al gobernador Juan Bautista Bustos, pero más tarde se unió a él.
De entre todas ellas destacan dos bustos labrados en mármol, uno de una mujer y otro de un hombre que fueron encontrados en Becerril de Campos.
Cuando el general José María Paz derrocó a Bustos, arrestó a los dirigentes federales, entre ellos a Salguero.
Los elementos tectónicos se decoran con medallones policromados, donde aparecen bustos en medio relieve de los santos y beatos de la orden mercedaria enmarcados por ricas yeserías.
Para el edificio de la Real Academia de Ciencias, en la Rambla de la ciudad condal, hizo los bustos del P.
Luego de comer salió a una pequeña galería que daba sobre el jardín, con su ruinosa baranda de balaustres coronada por tres bustos romanos.
Después de almorzar en el hotel visitaron el campo de la feria, subieron a la cabeza de la enorme estatua, contemplando la planicie bávara, sus lagos y sus lejanas montañas, recorrieron la Galería de la Gloria, llena de bustos de bávaros célebres, cuyos nombres leían por primera vez, y acabaron yendo de barraca en barraca, admirando los trajes de los tiroleses, sus bailes gimnásticos, sus gorjeos y trinos iguales a los del ruiseñor.
El y los suyos habían formado una leyenda en torno de esta cavidad de oro adornada con garras de león, delfines y bustos de náyades.
Como recuerdo de los personajes de blanca peluca y las damas de anchuroso guardainfante que habían pasado por ella, quedaban algunos bustos clásicos en los rellanos, una baranda de hierro forjada a martillo y varios farolones de oros borrosos y vidrios turbios.
Los pasos del guardián, cada vez más próximos, acabaron por separar sus dos bustos y desenredar sus brazos.
Sus anchas escalinatas estaban adornadas con bustos policromos procedentes de las primeras excavaciones en Herculano y Pompeya.
Pero la blancura de los bustos había tomado un color de chocolate, los bronces estaban enrojecidos por el óxido, los oros eran verdes, las coronas se deshojaban.
Todo estaba igual que en su infancia: los bustos de los grandes poetas en la cumbre de las librerías, las coronas en sus encierros de vidrio, las joyas y estatuas ganadas a fuerza de consonantes en sus vitrinas y pedestales, los libros de fulgurante lomo formando apretados batallones a lo largo de los estantes.
Su ahijado se lo imaginaba a todas horas con una corona de laurel en las sienes, lo mismo que aquellos poetas misteriosos y ciegos cuyos retratos y bustos ornaban la biblioteca.
Por la parte exterior se deslizaban de ventana en ventana los bustos de unos paseantes, siempre los mismos, ocultándose para volver a aparecer con regularidad casi mecánica, como si se moviesen en un espacio reducido, con los pasos contados.
La habitación contenía toda la fortuna del artista: una cama de hierro, que era aún la del Seminario, un armónium, dos bustos de yeso de Beethoven y Mozart y un montón enorme de paquetes de música, de partituras encuadernadas, de hojas sueltas de papel pautado, pero tan grande, tan revuelto y confuso, que con frecuencia se desplomaba, invadiendo con blanco aleteo hasta los últimos rincones.
Alrededor de los muros hay banquetas de la misma tapicería que cubre a estos, y cinco soberbias consolas de mármol y bronce sosteniendo candelabros y bustos de Isabel II y Francisco de Asís, Felipe V y Fernando VI.
Un día, a poco de haberse injerido Jacobo en la amistad íntima del matrimonio, pintaba Currita en su estudio un retrato que decía ser de Byron, el poeta querido que en sus cuadros, bustos y estatuas tenía representado por todas partes, pero que era en realidad la imagen de Jacobo perfeccionada por Reguera, ceñida la frente de laurel y abierto hasta la mitad del pecho el ancho cuello de su camisa escocesa a la antigua.
Bronces antiguos, raras porcelanas, macetas de Pompeya con plantas tropicales, lámparas árabes, persas y romanas, igual una de estas a la célebre di capo danno del Museo Vaticano, bustos, cuadros, estatuas, yelmos, espadas, partesanas y armaduras completas de varias épocas rodeaban cual páginas sueltas de la historia de todos los tiempos el caballete de Currita, que, colocado en luz conveniente, parecía recibir un reflejo de la luz del cielo, que el grandísimo tuno de Celestino Reguera aseguraba ser el mismo, mismísimo que derramaba en otro tiempo el grupo de las nueve musas sobre las frentes de Rafael, Velázquez y el Ticiano.
Más allá sonaba el convulsivo tiquitique de una máquina de coser, y acudían a las ventanas bustos y caras de mujeres curiosas.

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