Ejemplos con amigas

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Hoy no hablan de otra cosa los papeles, y ahí le mando una docena de ellos para que reparta a las amigas, a más de los que mandará Simón por el correo.
Conque reciba usted muchos besos de Julieta y atentos osequios de mi esposo, y con expresiones a las amigas, se despide hasta otra esta su servidora, que de veras la estima,.
Tumultos de gente vinieron también de fuera de las Cortes, y todas las amigas de casa, y mucha sociedad del buen tono que ya nos trataba.
Para las gentes amigas de clasificaciones, que una vez encasillan a un autor ya no lo sacan, por pereza mental, del alvéolo en que lo colocaron, yo seré siempre, escriba lo que escriba, el ilustre autor de LA BARRACA.
¡Y la ingrata no reaparecía! Las amigas, en el balcón, Concha, la hermana, coqueteando con Roberto, y ellos dentro, buscando la soledad y la discreta penumbra.
Andresito era un buen chico, pero ella no podía estar en ridículo y que las amigas le preguntasen irónicamente por su novio.
¿Ha visto usted? Hasta la una, la hora en que iban llegando las amigas y el baile comenzaba a animarse.
Vamos a ver: ¿para qué tiene novio una muchacha? Para lucirlo, para que lo vean las amigas y rabien un poco ¿no es verdad? Pues ella no podía darse tal placer.
¿Quién llevaba con más garbo que él el gabán sin costuras, ancho y deforme como un saco? ¿Quién, en verano, iba más mono con el trajecito de franela y la marinera de paja? ¿Quién daba mejor sombrerazo rígido, moviendo al mismo tiempo la cabeza y levantando un pie? Rafaelito, y nadie más que Rafaelito, y para atestiguarlo estaban también las amigas de la manía, que se hacían lenguas en su presencia de lo elegante que era el chico.
Eran los días de la mamá, iban a tener visitas y había que estar presentables, para que las amigas, en vez de sonreírse compasivamente, se mordieran los labios.
Todo se realizó tal como lo dispuso doña Manuela, y ésta, a los pocos días, recordaba como un sueño la estancia de seis años en la tienda del Mercado, y se consideraba feliz pudiendo pasear en berlina por la Alameda y teniendo un lacayo a sus órdenes para enviar recaditos a las nuevas amigas, esposas de magistrados y militares, señoras a las cuales, por ser rica, trataba con aire protector.
Aquella muchacha sencillota, a quien las amigas de la casa tenían casi por tonta y que no conocía más mundo que las tertulias de gente del Arte de la Seda, a las que la llevaba su padre, miraba a Rafael como la encarnación de lo extraordinario, de lo novelesco, como un Don Juan, cuyo cariño le disputaban ocultas y poderosas rivales.
¿Qué iban a hacer ellas cuando se vieran confundidas entre las cursis que paseaban a pie por la Alameda? ¿Qué dirían las amigas al ver que transcurría el tiempo y la hermosa galerita, de que tan orgullosas estaban, permanecía arrinconada en la cochera? Porque las dos, aunque su mamá, por no entristecerlas, las ocultaba el estado de la casa, tenían pleno conocimiento de los apuros de la familia y estaban seguras de la imposibilidad de reemplazar el viejo pero brioso caballo por otro que valiese tanto como él.
Y procediendo como niñas buenas y bien educadas, incapaces de desear la fealdad del prójimo, aceptaban los obsequios ruborizadas, pero mirando con superioridad satisfecha a las amigas.
La gran lámpara del salón, reservada para las solemnidades, había sido encendida, y Andresito, desde la plaza, veía los trajes claros y los de las amigas pasar por el iluminado balcón, moviéndose con el ritmo del baile.
Las dos amigas volvieron a reanudar su conversación.

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