Ejemplos con amarillenta

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

La apariencia de estas lunas, más grande de lo habitual y de una tonalidad dorada, amarillenta o rojiza, es el resultado de su posición cercana al horizonte.
Dorso generalmente castaño grisáceo o verdoso, aunque también con una tonalidad amarillenta obscura o clara en el tercio posterior de sus flancos.
El color de su duramen es de un marrón violáceo oscuro, que con el tiempo llega casi al negro y se diferencia claramente de la albura blanco amarillenta.
La coloración es verde amarillenta, uniforme en toda la guindilla, y tiene un ligero brillo.
La hembra se diferencia del macho por su tonalidad más apagada y parda, donde la parte inferior se hace más amarillenta, la superior más parda, la bigotera se observa bastante menos marcada, y el anillo ocular más descolorido en tono naranja claro.
Macroscópicamente, cabe destacar la coloración amarillenta del sistema nervioso central, que se hace más evidente en:.
La blancura amarillenta de los muros sólo era visible, como las líneas de un enrejado, entre las filas de lienzos, muchos de ellos sin marco.
Era don Recaredo hombre que pasaba ya de los sesenta, alto, musculoso, de rostro atezado, medio cubierto por una barba muy cerrada y fuerte, pero casi blanca, o más bien amarillenta, el pelo, que conservaba tan espeso como en su juventud, era mucho más blanco que la barba, así como las pestañas y las cejas.
Era de piedra amarillenta, y estaba cubierto de blasones, de musgo y de rendijas, el alero se caía, y los balcones se desmayaban.
Vió el valle, rubio y verde, sonriendo bajo el sol, los grupos de árboles, los cuadrados de tierra amarillenta, con las barbas duras del rastrojo, los setos, en los que cantaban pájaros, todo el esplendor veraniego de una campiña cultivada y peinada durante quince siglos por docenas y docenas de generaciones.
Lucía, risueña, con su ajustado casaquín, natural y sonrosada la color del semblante, descollaba entre todos, y dijérase que la luz amarillenta y cruda de los mecheros de gas se concentraba, proyectándose únicamente sobre su cabeza y dejando en turbia media tinta las de los demás comensales.
Eran cultivadas tierras, casas de placer con picudos techos, parques ingleses de fresco césped y menuda grama, amarillenta ya, como de otoño.
¿Para qué prolongar la entrevista dolorosa? Margarita mostró la resolución pronta y enérgica de toda mujer cuando desea cortar una escena: ¡Adiós! Su rostro había tomado una palidez amarillenta, sus pupilas estaban mortecinas, humosas, como los vidrios de una linterna cuya luz se apaga.
Los días de fuerte viento todo él se tornaba de un verde terroso y opaco, formando olas cortas y continuas, con una leve espuma amarillenta.
En cambio, su rostro, de blanca piel, transparentaba una inundación subcutánea amarillenta, que parecía formada con olas de salvado.
Del arenoso fondo se desprendía un escudo convexo, que, al flotar, mostraba su cara inferior plana y amarillenta.
De pronto, una línea negra había cortado el mar: algo así como una espina con raspas de espuma, que avanzaba vertiginosamente, formando relieve sobre las aguas Luego, un golpe en el casco del buque, que lo había hecho estremecer de la proa a la popa, sin que ni una plancha ni un tornillo escapasen a la enorme dislocación Después, un estallido de volcán, un haz gigantesco de humo y llamas, una nube amarillenta, de un amarillo de droguería, en la que volaban obscuros objetos: fragmentos de metal y de madera, cuerpos humanos hechos pedazos.
Los mismos tipos del ejército de Oriente circulaban por sus aceras: ingleses vestidos de kaki, canadienses y australianos con sombreros de ala levantada, indostánicos enormes y esbeltos, de tez cobriza y espesa barba en forma de abanico, tiradores senegaleses, de un negro charolado, tiradores anamitas, de cara redonda y amarillenta, con ojos en triángulo.
Metió sus dedos entre la amarillenta dentadura, pasó sus manos por las ancas, levantó sus cascos para inspeccionarlos, lo registró cuidadosamente entre las piernas.
En una barraca brillaba una luz pálida, amarillenta, triste.
Al pobre Batiste, tan severo y amenazador, lo que más le dolía de todas sus desgracias era el desconsuelo de la pobre muchacha, falta de apetito, amarillenta, ojerosa, haciendo esfuerzos por mostrarse indiferente, sin dormir apenas, lo que no impedía que todas las mañanas marchase puntualmente a la fábrica, con una vaguedad en las pupilas reveladora de que su pensamiento rodaba lejos, de que estaba soñando por dentro a todas horas.
El cabrilleo de las temblonas aguas de las acequias, heridas por la luz, era el trino dulce y tímido de los violines melancólicos, los campos de verde apagado, sonaban para el visionario joven como tiernos suspiros de los clarinetes, las mujeres amadas , como les llamaba Berlioz, los inquietos cañares con su entonación amarillenta y los frescos campos de hortalizas, claros y brillantes como lagos de esmeralda líquida, resaltaban sobre el conjunto como apasionados quejidos de la viola de amor o románticas frases del violoncelo, y en el fondo, la inmensa faja de mar, con su tono azul esfumado, semejaba la nota prolongada del metal que, a la sordina, lanzaba un lamento interminable.
Arriba, la fachada de piedra lisa, amarillenta, carcomida, con un retablo de gastada es cultura, dos portadas vulgares, una fila de ventanas bajo el alero, santos berroqueños al nivel de los tejados, y como final, el campanil triangular con sus tres balconcillos, su reloj descolorido y descompuesto, rematado todo por la fina pirámide, a cuyo extremo, a guisa de veleta y posado sobre una esfera, gira pesadamente el pájaro fabuloso, el popular con su cola de abanico.
¡Qué panorama tan hermoso! A mis pies las primeras calles de la ciudad, como extendidas en una alfombra de felpa amarillenta, la alameda de Santa Catalina, los edificios apiñándose a proporción que se acercaban a la Plaza, el poblado dividido por el río, y a orillas de éste el convento franciscano, lúgubre y sombrío, desolado y triste, como si llorara la ausencia de sus mendigos.
Junto a este hermoso ejemplar de la burguesía próximo a la decadencia, Andresito Cuadros, el hijo del dueño de , aparecía empequeñecido y aplastado, con la delgadez amarillenta de un crecimiento rápido y ese aire aviejado de todos los hijos únicos, a quienes las atenciones exageradas de sus padres no dejan robustecerse.
La fuente tenía una orla de rodajas de huevo cocido, y sobre la capa amarillenta que cubría el apetitoso animal, tres filas de aceitunas y alcaparras marcaban el contorno del lomo y la espina.
Su buen humor había desaparecido junio con los colores de su cara, una obesidad grasosa y amarillenta hinchaba su cuerpo, y al fin, un año después de abandonar la tienda, murió sin que los médicos supieran con certeza su enfermedad.
Un hedor repugnante de carne cruda impregnaba el ambiente, y sobre la línea de mostradores ostentábanse los rojos costillares pendientes de garfios, las piernas de toro con sus encarnados músculos asomando entre la amarillenta grasa con una armonía de tonos que recordaba la bandera nacional, y los cabritos desollados, con las orejas tiesas, los ojos llorosos y el vientre abierto, como si acabase de pasar un Herodes exterminando la inocencia.
Así que la luz amarillenta de los cirios se reflejó en los adornos y cristal de los cuadros, el alma de Julián sintió consuelo inefable.
Dijérase además que lo vestían sus enemigos, pues su ropa amarillenta y su corbata verde no podian ser ménos adecuadas al color de su rostro, por más que estuviesen salpicadas de manchas de toda clase de pringues y ungüentos.

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