Ejemplos con amarillentos

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Los lados del cuello son verde amarillentos.
El pelaje es gris en la parte superior y la cola cuya punta es negruzca, más claro en los costados y la parte inferior donde presenta tonos amarillentos.
En su apariencia infantil no parece sino una niña de escasos años con el cabello verde y corto, está cubierta por una túnica gris con capucha, su máscara Hollow está encima de su cabeza y luce una cicatriz que le cruza transversalmente la frente, sus ojos son castaños y amarillentos.
Los cicindelinos son coleópteros de vistosos colores metálicos con dibujos blancos o amarillentos sobre los élitros, con ojos voluminosos y mandíbulas grandes y multidentadas.
Está cubierto de pelo corto pardo grisáceo salpicado de blanco en las regiones dorsales y más claro en las ventrales, gris con tintes amarillentos.
En cuanto al cromatismo, dominan los colores amarillentos y castaños, desde los más claros hasta los oscuros, casi negros.
Suele tener tonos grisáceos o pardos y rojizos en las regiones dorsales y blancos, grisáceos claros, cremosos o amarillentos en las ventrales.
Cuando conocemos a Severus Snape, en Harry Potter y la Piedra Filosofal, aprendemos que es alto, delgado, de piel cetrina, dientes amarillentos y nariz aguileña.
El color ventral de los machos varía e incluye diferentes tonos de gris: amarillentos o rosáceos o castaños amarillentos.
A crecimiento pleno son gruesos, firmes, verde oscuro amarillentos, algo brillantes, y abajo verde pálido y pubescente, venas primarias conspicuas.
Brotes convolutados, verde amarillentos o bronceados, brillantes arriba, muy pubescentes abajo.
¿Y es de mí de quien esperas tu salvación?dijo lentamente la Papisa , con una voz que silbaba entre los dientes, separados y amarillentos, pero todavía fuertes.
Desde una hora antes pasaban por el aire pavorosos rugidos envueltos en vapores amarillentos, jirones de nube que parecían llevar en su interior una rueda chirríando con frenético volteo.
La tierra gris recién abierta por el arado, los caminos amarillentos, las arboledas obscuras, todo palpitaba con una ondulación incansable.
El sol, impasible, poblaba de puntos de luz, de fulgores amarillentos, los campos de muerte.
Los pajares abullonaban el suelo con sus conos amarillentos, que empezaban a obscurecerse tomando un tono de oro oxidado.
Cerca de la proa se produjo una columna de humo, de gases en expansión, de vapores amarillentos y fulminantes, subiendo por su centro en forma de abanico un chorro de objetos negros, maderas rotas, pedazos de plancha metálica, cuerdas inflamadas que se disolvían en ceniza.
En la proa y la popa estaban alojadas cuatro compañías de tiradores asiáticos, pequeños, amarillentos, con ojos oblicuos y una voz semejante al maullar de los gatos.
Con los ojos amarillentos fijos en lo alto, agitaba las barbillas de su rostro, recortadas como hojas, y unos apéndices dorsales semejantes a plumas.
Y saliendo al encuentro de estas mercancías que se iban, los rosarios de descargadores alineaban las que llegaban: colinas de carbón procedentes de Inglaterra, sacos de cereales del mar Negro, bacalaos de Terranova, que sonaban como pergaminos al caer en el muelle, impregnando el ambiente de polvo de sal, tablones amarillentos de Noruega, que conservaban el perfume de los bosques resinosos.
Venerables libros de piel con dorados suaves, infolios de blanco pergamino, se abrían al caer en el suelo, rompiéndose sus nervios, esparciendo una lluvia de páginas impresas o manuscritas, de amarillentos grabados, como si soltasen la sangre y las entrañas, cansados de vivir.
Las paredes, de antiguo enjalbegado, estaban adornadas con grabados amarillentos que representaban episodios de la guerra carlista, recuerdos de la campaña montaraz que años antes enorgullecía a Mariano, y de la que ya no hablaba ahora.
La mujer, flácida, triste y con grandes ojos amarillentos, presentaba todos los años un chiquitín agarrado a sus ubres desmayadas.
Se acostó un día sobre la paja, negándose a salir, mirando a Bastiste con ojos vidriosos y amarillentos que hacían expirar en los labios del amo los votos y amenazas de la indignación.
Hallóse en tiempos tapizada de arriba abajo con ricos paños de damasco encarnado, que caían entonces en sucios guiñapos a lo largo de las paredes, llenas de manchas y desconchones, como el rostro de un virolento, a trechos, veíanse encerrados en ricos marcos, ya podridos, amarillentos pergaminos en que constaban las innumerables gracias y privilegios concedidos por los sumos pontífices a los fundadores de la capilla.
Las salchicherías exhalaban por sus puertas acre olor de especias, con cortinajes de seca longaniza en los escaparates y filas de jamones tapizando las paredes, las tocinerías tenían el frontis adornado con pabellones de morcilla y la blanca manteca en palanganas de loza, formando puntiagudas pirámides de sorbetes, y los despachos de los atuneros exhibían los aplastados bacalaos que rezuman sal, las tortugas, que colgantes de un garfio patalean furiosas en el espacio, estirando fuera de la concha su cabeza de serpiente, las pintarrajeadas magras del atún fresco, y las ristras de colmillos de pez, amarillentos y puntiagudos, que las madres compran para la dentición de los niños.
De entre aquella cordillera de olvidados expedientes, de los cuales hasta sus dueños habían perdido el recuerdo, y aglomerados allí por la contumaz procrastinación del ilustre Papiniano villaverdino, de entre aquella balumba de papeles amarillentos y polvorosos surgía un crucifijo, un cristo de talla, hecho en Guatemala, al decir de don Juan.
En las paredes, ennegrecidas y desconchadas, dos o tres mapas amarillentos, arriba del sillón magistral, muy pulido y resobado, la Virgen de Guadalupe, la patrona de la escuela, delante de la imagen una lamparita, un vaso azul lleno de aceite obscuro, en el cual sobrenadaba una mariposilla moribunda.
Las estanterías entreabiertas dejaban asomar legajos y protocolos en abundancia, por el suelo, en las dos sillas de baqueta, encima de la mesa, en el alféizar mismo de la enrejada ventana, había más papeles, más legajos, amarillentos, vetustos, carcomidos, arrugados y rotos, tanta papelería exhalaba un olor a humedad, a rancio, que cosquilleaba en la garganta desagradablemente.

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