Ejemplos con abrió

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Y ya por su cuenta, Belarmino abrió el diccionario y comenzó a tomar notas en un cuadernillo de hule que sacó de la chaqueta.
La duquesa abrió las maderas de la habitación y se nos quedó mirando: Vaya, vayadijo, cuando se satisfizo de mirarnos, con que éste es el gran Apolonio Caramanzana, y este otro el camuesín.
Abrió mi padre, al fin, la zapatería con gran fortuna, y nos fuimos a vivir al local del establecimiento, de la parte del patio.
En torno a los ojos se le abrió ancho y profundo foso de sombra, las pupilas se le desvariaron, abrasadas y resplandecientes.
Cuando se abrió el pantalón, resonó un aplauso cerrado.
Fué por entonces cuando Martínez, antiguo oficial de Belarmino, abrió, en la Rúa Ruera, hacia la cual parecían sentir querencia todos los zapateros, un establecimiento de calzado mecánico, La Solidez , con género de Mallorca, de Almansa, de Barcelona, y anunciaba una remesa de los Estados Unidos.
Novillo, a tientas, abrió el maletín, extrajo de él un tarro que había sido de aceitunas y que estaba lleno de agua clara, se sacó con disimulo la dentadura postiza y la metió en el tarro.
Estornudó, y al ruido del estornudo Apolonio abrió los ojos.
En esto, se abrió la puerta de don Guillén, y él mismo, en persona, destacó por obscuro sobre el cuadro de grisácea luz, sorprendiéndome en vergonzosa y vergonzante fisgonería.
Al oír esto, don Zambombo abrió los ojos cuanto se lo permitía la carne de los párpados, y clavó la mirada en don Simón.
Y si bien es verdad que el cantor de Ilión, en sus sonoros versos, abrió el primero el templo de las musas, y celebró el heroísmo de los hombres y la sabiduría de los inmortales, que el cisne de Mantua consalzó la piedad del que libró a los dioses del incendio de su patria y renunció a las delicias de VENUS, por seguir tu voluntad, tú, el más grande de los dioses todos, y que los más delicados sentimientos brotaron de su lira, y su melancólico estro transporta a la mente a otras regiones, también no es menos cierto que ni uno ni otro mejoró las costumbres de su siglo, cual hizo CERVANTES.
Se abrió una puerta más allá del arco del Arzobispo, la de la escalera que conducía a la torre y las habitaciones del claustro alto, ocupadas por los empleados del templo.
Vaciló el viejo sobre sus piernas, pero antes de caer al suelo, la hoz partió horizontalmente contra su cuello, y ¡zas! cortando la complicada envoltura de pañuelos, abrió una profunda hendidura, separando casi la cabeza del tronco.
Cegado por el humo y contando los minutos como siglos, abrió Batiste la puerta, y por ella salió enloquecida de terror toda la familia en paños menores, corriendo hasta el camino.
Abrió una jaula, atrapó un canario y le ha quebrado las alas.
Cuando llegó a su casa y Visanteta le abrió la puerta, no pudo contener un gesto de asombro al ver que el salón estaba iluminado.
Abrió Visanteta, y al verle comenzó a darle explicaciones antes que él preguntase.
Vicenta, la vieja criada del tío, fue quien abrió la reja que obstruía la escalera.
Abrió el armario del aparador y puso sobre la mesa los entremeses: pepinillos destilando vinagre, aceitunas grises mezcladas con salitrosas alcaparras, sardinas de Nantes con su casaquilla plateada, rodajas de salchichón finas y transparentes, y frescos rábanos de encendido ropaje y tiesos moñetes de hojas, todo en verdes pámpanos de porcelana.
¿Qué era aquello? ¿Se pegaban? La multitud abrió paso, y veloces, con ciego impulso, como espoleadas por el terror, pasaron una docena de muchachas despeinadas, greñudas, en chancleta, con la sucia faldilla casi suelta y llevando en sus manos, extendidas instintivamente para abatir obstáculos, un par de medias de algodón, tres limones, unos manojos de perejil, peines de cuerno, los artículos, en fin, que pueden comprarse con pocos céntimos en cualquier encrucijada.
Dejó Gabriela el libro que tenía en las manos, y se dirigió lentamente hacia un extremo de la sala, abrió el piano, y me llamó, diciendo:.
Entonces Gabriela me refieró mil incidentes desagradables, y me hizo comprender, muy claramente, que temía que Pepillo dijera el mejor día algo que me lastimara y me ofendiera, y con este motivo la pobre niña me abrió su corazón.
Se detuvo delante de una puerta cerrada, la abrió, y me hizo entrar.
El recibió el paquete, lo abrió, tomó sus cartas y me dio las mías, sin decir palabra.
Abrió papá el breviario y se puso a rezar maitines.
Andrés, abrió la puerta, me hizo pasar, encendió una lámpara, me dejó un rato, y volvió con un rollo de pesos.
Abrió el cajón de la mesa, sacó un puñado de monedas, me hizo la cuenta, a tanto por día, como a un criado, y me dió unos cuantos duros.
Abrió la puerta, por ella se precipitó desbordado, recordándome felices años, un torrente de ingenuas carcajadas.
¡Qué pobre y qué triste! De una ojeada, a la luz de la vela que traía la joven que nos abrió la puerta, aprecié lo que encerraba: algunos muebles vetustos, sillas seculares de alto respaldar y garras de león, resto de antiguos esplendores domésticos, dos rinconeras con sus nichos de hoja de lata, un sofá tapizado de cerda.
Después abrió la ventana que daba a la huerta, y poniendo los codos en el antepecho de ella, contempló la inmensa negrura de la noche.

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