Sinónimos y Antónimos de Palideciendo

A continuación se muestran los Sinónimos y Antónimos de palideciendo ordenados por sentidos. Si tienes duda sobre alguna palabra, puedes hacer clic sobre ella para conocer su significado.

Sinónimos de palideciendo

Palideciendo Como verbo, conjugación de palidecer, gerundio de palidecer.

1 En el sentido de Blanqueando

Ejemplo: -Pues yo no , yo se que si eres bueno en algo pues debes explotarlo hasta que ya no puedas mas , así como yo soy muy bueno blanqueando al enemigo.

  • Blanqueando conjugación de blanquear, gerundio de blanquear, verbo transitivo, verbo intransitivo, gerundio de blanquear
  • Amarilleando conjugación de amarillear, gerundio de amarillear, verbo intransitivo, gerundio de amarillear
  • Descolorando conjugación de descolorar, gerundio de descolorar, verbo transitivo, verbo pronominal, gerundio de descolorar

2 En el sentido de Atenuando

Ejemplo: atenuando la luz tibia de la lámpara que alumbró la.

  • Atenuando conjugación de atenuar, gerundio de atenuar, verbo transitivo, verbo pronominal, gerundio de atenuar
  • Desvaneciendo conjugación de desvanecer, gerundio de desvanecer, verbo transitivo, verbo pronominal, gerundio de desvanecer
  • Difuminando conjugación de difuminar, gerundio de difuminar, verbo transitivo, verbo pronominal, gerundio de difuminar
  • Disgregando conjugación de disgregar, gerundio de disgregar, verbo transitivo, verbo pronominal, gerundio de disgregar
  • Esfumando conjugación de esfumar, gerundio de esfumar, verbo transitivo, verbo pronominal, gerundio de esfumar

3 En el sentido de Enmudeciendo

Ejemplo: Cantado por un coro de hombres recorre la noche del Jueves Santo las calles de la villa enmudeciendo las gargantas.

  • Enmudeciendo conjugación de enmudecer, gerundio de enmudecer, verbo transitivo, verbo intransitivo, gerundio de enmudecer

4 En el sentido de Poniendo

Ejemplo: La voz de la anciana se iba poniendo trémula.

  • Poniendo conjugación de poner, gerundio de poner, verbo transitivo, verbo pronominal, verbo intransitivo, gerundio de poner
  • Debilitando conjugación de debilitar, gerundio de debilitar, verbo transitivo, verbo pronominal, gerundio de debilitar
  • Desalentando conjugación de desalentar, gerundio de desalentar, verbo transitivo, verbo pronominal, gerundio de desalentar
  • Desmereciendo conjugación de desmerecer, gerundio de desmerecer, verbo transitivo, verbo intransitivo, gerundio de desmerecer
  • Avergonzando conjugación de avergonzar, gerundio de avergonzar, verbo transitivo, verbo pronominal, gerundio de avergonzar
  • Destiñendo conjugación de desteñir, gerundio de desteñir, verbo transitivo, verbo intransitivo, verbo pronominal, gerundio de desteñir

5 En el sentido de Devaluando

Ejemplo: Esto se logra comunicándole a la persona que el o ella es inferior y devaluando sus pensamientos y sentimientos.

  • Devaluando conjugación de devaluar, gerundio de devaluar, verbo transitivo, verbo pronominal, gerundio de devaluar
  • Empalideciendo conjugación de empalidecer, gerundio de empalidecer, verbo intransitivo, gerundio de empalidecer
Sinónimo de palideciendo

Antónimos de palideciendo

Palideciendo Como verbo, conjugación de palidecer, gerundio de palidecer.

1 En el sentido de Colorando

Ejemplo: Desde Cullera a Sagunto, en toda la valenciana vega no había pueblo ni poblado donde no fuese conocido. Apenas su dulzaina sonaba en la plaza, los muchachos corrían desalados, las comadres llamábanse unas a otras con ademán gozoso y los hombres abandonaban la taberna. -¡Dimoni!... ¡Ya está ahí Dimoni! Y él, con los carrillos hinchados, la mirada vaga perdida en lo alto y resoplando sin cesar en la picuda dulzaina, acogía la rústica ovación con la indiferencia de un ídolo. Era popular y compartía la general admiración con aquella dulzaina vieja, resquebrajada, la eterna compañera de sus correrías, la que, cuando no rodaba en los pajares o bajo las mesas de las tabernas, aparecía siempre cruzada bajo el sobaco, como si fuera un nuevo miembro creado por la Naturaleza en un acceso de filarmonía. Las mujeres que se burlaban de aquel insigne perdido habían hecho un descubrimiento. Dimoni era guapo. Alto, fornido, con la cabeza esférica, la frente elevada, el cabello al rape y la nariz de curva audaz, tenía en su aspecto reposado y majestuoso algo que recordaba al patricio romano, pero no de aquellos que en el período de austeridad vivían a la espartana y se robustecían en el campo de Marte, sino de los otros, de aquellos de la decadencia, que en las orgías imperiales afeaban la hermosura de la raza colorando su nariz con el bermellón del vino y deformado su perfil con la colgante sotabarba de la glotonería. Dimoni era un borracho. Los prodigios de su dulzaina, que, por lo maravillosos, le habían valido el apodo, no llamaban tanto la atención como las asombrosas borracheras que pillaba en las grandes fiestas. Su fama de músico le hacía ser llamado por los clavarios de todos los pueblos, y veíasele llegar carretera abajo, siempre erguido y silencioso, con la dulzaina en el sobaco, llevando al lado, como gozquecillo obediente, al tamborilero, algún pillete recogido en los caminos, con el cogote pelado por los tremendos pellizcos que al descuido le largaba el maestro cuando no redoblaba sobre el parche con brío, y que, si cansado de aquella vida nómada abandonada al amo, era después de haberse hecho tan borracho como él. No había en toda la provincia dulzainero como Dimoni, pero buenas angustias les costaba a los clavarios el gusto de que tocase en sus fiestas. Tenían que vigilarlo desde que entraba en el pueblo, amenazarle con un garrote para que no entrase en la taberna hasta terminada la procesión, o muchas veces, por un exceso de condescendencia, acompañarle dentro de aquélla para detener su brazo cada vez que lo tendía hacia el porrón. Aun así resultaban inútiles tantas precauciones, pues más de una vez, marchando grave y erguido, aunque con paso tardo, ante el estandarte de la cofradía, escandalizaba a los fieles rompiendo a tocar la Marcha Real frente al ramo de olivo de la taberna, y entonando después el melancólico De profundis cuando la peana del santo patrono volvía a entrar en la iglesia. Y estas distracciones de bohemio incorregible, estas impiedades de borracho, alegraban a la gente. La chiquillería pululaba en torno de él, dando cabriolas al compás de la dulzaina y aclamando a Dimoni, y los solteros del pueblo se reían de la gravedad con que marchaba delante de la cruz parroquial y le enseñaban de lejos un vaso de vino, invitación a la que contestaba con un guiño malicioso, como si dijera: «Guardadlo para después.» Ese después era la felicidad de Dimoni, pues representaba el momento en que, terminada la fiesta y libre de la vigilancia de los clavarios, entraba en posesión de su libertad en plena taberna. Allí estaba en su centro, junto a los toneles pintados de rojo oscuro, entre las mesillas de cinc jaspeadas por las huellas redondas de los vasos, aspirando el tufillo del ajoaceite , del bacalao y las sardinas fritas que se exhibían en el mostrador tras mugriento alambrado, y bajo los suculentos pabellones que formaban, colgando de las viguetas, las ristras de morcillas rezumando aceite, los manojos de chorizos moteados por las moscas, las oscuras longanizas y los ventrudos jamones espolvoreados con rojo pimentón. La taberna sentíase halagada por la presencia de un huésped que llevaba tras sí la concurrencia, e iban entrando los admiradores a bandadas, no habían bastantes manos para llenar porrones, esparcíase por el ambiente un denso olor de lana burda y sudor de pies, y a la luz del humoso quinqué veíase a la respetable asamblea, sentados unos en los cuadrados taburetes de algarrobo con asiento de esparto y otros en cuclillas en el suelo, sosteniéndose con fuertes manos las abultadas mandíbulas, como si éstas fueran a desprenderse de tanto reír. Todas las miradas estaban fijas en Dimoni y su dulzaina. -¡La abuela! ¡Fes l'agüela! Y Dimoni sin pestañear, como si no hubiera oído la petición general, comenzaba a imitar con su dulzaina el gangoso diálogo de dos viejas con tan grotescas inflexiones, con pausas tan oportunas, que una carcajada brutal e interminable conmovía la taberna, despertando a las caballerías del inmediato corral, que unían a la barahúnda sus agudos relinchos. Después le pedían que imitase a la Borracha, una mala piel que iba de pueblo en pueblo vendiendo pañuelos y gastándose las ganancias en aguardiente. Y lo mejor del caso es que casi siempre estaba presente la aludida y era la primera en reírse de la gracia con que el dulzainero imitaba sus chillidos al pregonar la venta y las riñas con las compradoras. Pero, cuando se agotaba el repertorio burlesco, Dimoni, soñoliento por la digestión de alcohol, lanzábase en su mundo imaginario, y ante su público, silencioso y embobado, imitaba la charla de los gorriones, el murmullo de los campos de trigo en los días de viento, el lejano sonar de las campanas, todo lo que le sorprendía cuando, por las tardes, despertaba en medio del campo sin comprender cómo le había llevado allí la borrachera pillada en la noche anterior. Aquellas gentes rudas no se sentían ya capaces de burlarse de Dimoni, de sus soberbias chispas ni de los repelones que hacía sufrir al tamborilero. El arte, algo grosero, pero ingenuo y genial, de aquel bohemio rústico, causaba honda huella en sus almas vírgenes, y miraban con asombro al borracho, que, al compás de los arabescos impalpables que trazaba con su dulzaina, parecía crecerse, siempre con la mirada abstraída, grave vieja, sin abandonar su instrumento más que para coger el porrón y acariciar su seca lengua con el gluglú del hilillo de vino. Y así estaba siempre. Costaba gran trabajo sacarle una palabra del cuerpo. De él sabíase únicamente, por el rumor de su popularidad, que era de Benicófar, que allá vivía, en una casa vieja, que conservaba aún porque nadie le daba dos cuartos por ella, y que se había bebido, en unos cuantos años dos machos, un carro y media docena de campos que heredó de su madre. ¿Trabajar? No, y mil veces no. Él había nacido para borracho. Mientras tuviese la dulzaina en las manos no le faltaría pan, y dormía como un príncipe cuando, terminada una fiesta, y después de soplar y beber toda la noche, caía como un fardo en un rincón de la taberna o en un pajar del campo, y el pillete tamborilero, tan ebrio como él, se acostaba a sus pies cual un perrillo obediente.

  • Colorando conjugación de colorar, gerundio de colorar, verbo transitivo, verbo intransitivo, verbo pronominal, gerundio de colorar
  • Despuntando conjugación de despuntar, gerundio de despuntar, verbo transitivo, verbo pronominal, verbo intransitivo, gerundio de despuntar
  • Enrojeciendo conjugación de enrojecer, gerundio de enrojecer, verbo transitivo, verbo pronominal, verbo intransitivo, gerundio de enrojecer
  • Inflamando conjugación de inflamar, gerundio de inflamar, verbo transitivo, verbo pronominal, gerundio de inflamar
  • Ruborizando conjugación de ruborizar, gerundio de ruborizar, verbo transitivo, verbo pronominal, gerundio de ruborizar
  • Sofocando conjugación de sofocar, gerundio de sofocar, verbo transitivo, verbo pronominal, gerundio de sofocar
  • Sonrojando conjugación de sonrojar, gerundio de sonrojar, verbo transitivo, verbo pronominal, gerundio de sonrojar
  • Tostando conjugación de tostar, gerundio de tostar, verbo transitivo, verbo pronominal, gerundio de tostar
Antónimos de palideciendo

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