Buscar Poemas con Rojo


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César Vallejo

la vida, esta vida

-- de César Vallejo --

La vida, esta vida
me placía, su instrumento, esas palomas...
Me placía escucharlas gobernarse en lontananza,
advenir naturales, determinado el número,
y ejecutar, según sus aflicciones, sus dianas de animales.
Encogido,
oí desde mis hombros
su sosegada producción,
cave los albañales sesgar sus trece huesos,
dentro viejo tornillo lincharse el plomo.
Sus paujiles picos,
pareadas palomitas,
las póbridas, hojeándose los hígados,
sobrinas de la nube... Vida! vida! esta es la vida!
zurear su tradición rojo les era,
rojo moral, palomas vigilantes,
talvez rojo de herrumbre,
si caían entonces azulmente.
Su elemental cadena,
sus viajes de individuales pájaros viajeros,
echaron humo denso,
pena física, pórtico influyente.
Palomas saltando, indelebles
palomas olorosas,
manferidas venían, advenían
por azarosas vías digestivas,
a contarme sus cosas fosforosas,
pájaros de contar,
pájaros transitivos y orejones...
No escucharé ya más desde mis hombros
huesudo, enfermo, en cama,
ejecutar sus dianas de animales... Me doy cuenta.

Poema la vida, esta vida de César Vallejo con fondo de libro

Góngora

Raya, dorado Sol, orna y colora

-- de Góngora --

Raya, dorado Sol, orna y colora
del alto monte la lozana cumbre,
sigue con agradable mansedumbre
el rojo paso de la blanca Aurora;

suelta las riendas a Favonio y Flora,
y usando al esparcir tu nueva lumbre
tu generoso oficio y real costumbre,
el mar argenta, las campañas dora,

para que de esta vega el campo raso
borde, saliendo Flérida, de flores;
mas si no hubiere de salir acaso,

ni el monte rayes, ornes ni colores,
ni sigas de la Aurora el rojo paso,
ni el mar argentes ni los campos dores.

Poema Raya, dorado Sol, orna y colora de Góngora con fondo de libro

Manuel del Palacio

La bandera española

-- de Manuel del Palacio --

De rojo y amarillo está partida;
Dice el rojo del pueblo la fiereza;
El amarillo copia la riqueza
Con que su fértil suelo nos convida.

Plegada alguna vez, jamás rendida,
Ningún borrón consiente su pureza:
Y aun al mirarla doblan la cabeza
Los que á su sombra fiel hallan cabida.

Si hoy, como en otra edad, al mundo entero
Leyes no dicta desde polo á polo,
Ni el sol la manda su fulgor primero,

Cuando con vil traición ó torpe dolo
Pisarla intente audaz el extranjero,
¡Teñida la vereis de un color solo!

Poema La bandera española de Manuel del Palacio con fondo de libro

César Vallejo

quiere y no quiere su color mi pecho

-- de César Vallejo --

Quiere y no quiere su color mi pecho,
por cuyas bruscas vías voy, lloro con palo,
trato de ser feliz, lloro en mi mano,
recuerdo, escribo
y remacho una lágrima en mi pómulo.
Quiere su rojo el mal, el bien su rojo enrojecido
por el hacha suspensa,
por el trote del ala a pie volando,
y no quiere y sensiblemente
no quiere aquesto el hombre;
no quiere estar en su alma
acostado, en la sien latidos de asta,
el bimano, el muy bruto, el muy filósofo.
Así, casi no soy, me vengo abajo
desde el arado en que socorro a mi alma
y casi, en proporción, casi enaltézcome.
Que saber por qué tiene la vida este perrazo,
por qué lloro, por qué,
cejón, inhábil, veleidoso, hube nacido
gritando;
saberlo, comprenderlo
al son de un alfabeto competente,
sería padecer por un ingrato.
¡Y no! ¡no! ¡no! ¡qué ardid, niparamento!
congoja, sí, con sí firme y frenético,
coriáceo, rapaz, quiere y no quiere, cielo y pájaro;
congoja, sí, con toda la bragueta.
Contienda entre dos llantos, robo de una sola ventura,
vía indolora en que padezco en chanclos
de la velocidad de andar a ciegas.



Gabriela Mistral

ronda de los colores

-- de Gabriela Mistral --

Del lino en rama y en flor.
Mareando de oleadas
baila el lindo azuleador.
Cuando el azul se deshoja,
sigue el verde danzador:
verde-trébol, verde-oliva
y el gayo verde-limón.
¡Vaya hermosura!
¡vaya el color!
rojo manso y rojo bravo
rosa y clavel reventón.
Cuando los verdes se rinden,
él salta como un campeón.
Bailan uno tras el otro,
no se sabe cuál mejor,
y los rojos bailan tanto
que se queman en su ardor.
¡Vaya locura!
¡vaya el color!
el amarillo se viene
grande y lleno de fervor
y le abren paso todos
como viendo a agamenón.
A lo humano y lo divino
baila el santo resplandor:
aromas gajos dorados
y el azafrán volador.
¡Vaya delirio!
¡vaya el color!
y por fin se van siguiendo
al pavo-real del sol,
que los recoge y los lleva
como un padre o un ladrón.
Mano a mano con nosotros
todos eran, ya no son:
¡el cuento del mundo muere
al morir el contador!



Antonio Machado

El rojo sol de un sueño en el Oriente asoma

-- de Antonio Machado --

El rojo sol de un sueño en el Oriente asoma.
Luz en sueños. ¿No tiemblas, andante peregrino?
Pasado el llano verde, en la florida loma,
acaso está el cercano final de tu camino.
Tú no verás del trigo la espiga sazonada
y de macizas pomas cargado el manzanar,
ni de la vid rugosa la uva aurirrosada
ha de exprimir su alegre licor en tu lagar.
Cuando el primer aroma exhalen los jazmines
y cuando más palpiten las rosas del amor,
una mañana de oro que alumbre los jardines,
¿no huirá, como una nube dispersa, el sueño en flor?
Campo recién florido y verde, ¡quién pudiera soñar aún
largo tiempo en esas pequeñitas
corolas azuladas que manchan la pradera,
y en esas diminutas primeras margaritas!



Evaristo Carriego

El clavel

-- de Evaristo Carriego --

Fué al surgir de una duda insinuativa
cuando hirió tu severa aristocracia,
como un símbolo rojo de mi audacia,
un clavel que tu mano no cultiva.

Quizás hubo una frase sugestiva,
o viera una intención tu perspicacia,
pues tu serenidad llena de gracia
fingió una rebelión despreciativa...

Y, así, en tu vanidad, por la impaciente
condena de un orgullo intransigente,
mi rojo heraldo de amatorios credos

mereció, por su símbolo atrevido,
como un apóstol o como un bandido
la guillotina de tus nobles dedos.



Evaristo Carriego

Filtro rojo

-- de Evaristo Carriego --

Porque hasta mí llegaste silenciosa,
la ardiente exaltación de mi elocuencia
derrotó la glacial indiferencia
que mostrabas, altiva y desdeñosa.

Volviste a ser la de antes. Misteriosa,
como un rojo clavel tu confidencia
reventó en una amable delincuencia
con no sé que pasión pecaminosa.

Claudicó gentilmente tu arrogancia,
y al beber el locuaz vino de Francia,
— ¡oh, las uvas doradas y fecundas! —

una aurora tiñó tu faz de armiño,
¡y hubo en la jaula azul de tu corpiño
un temblor de palomas moribundas!



Francisco Villaespesa

los jardines de afrodita V

-- de Francisco Villaespesa --

El cisne se acercó. Trémula leda
la mano hunde en la nieve del plumaje,
y se adormece el alma del paisaje
de un rojo crepúsculo de seda.
La onda azul, al morir, suspira queda;
gorjea un ruiseñor entre el ramaje,
y un toro, ebrio de amor, muge salvaje
en la sombra nupcial de la arboleda.
Tendió el cisne la curva de su cuello,
y con el ala cándido abanico,
acarició los senos y el cabello.
Leda dio un grito y se quedó extasiada...
Y el cisne levantó, rojo, su pico
como triunfal insignia ensangrentada.



Abraham Valdelomar

Ofertorio (Valdelomar)

-- de Abraham Valdelomar --

Cuando el rojo crepúsculo en la aldea ponía
la silenciosa nota de su melancolía,
desde la blanca orilla iba a mirar el mar.
Todo lo que él me dijo aún en mi alma persiste:
–«mi padre era callado y mi madre era triste
y la alegría nadie me la supo enseñar»–

A veces, en la sombra, la vaguedad marina
cruzaba el blanco triángulo de una vela latina
y se esfumaba en el confín;
desgranaba las lágrimas de su espuma una ola
y una ave en el espacio se deslizaba sola
hacia la costa curva y gris.

El faro como un cíclope con el ojo encendido,
buscaba entre las sombras algún buque perdido,
–desnudo y fuerte como un pescador–,
ofreciendo su estela como un pródigo brazo
y sus férreas escalas como un duro regazo:
tal a los reyes magos la estrella del Señor...

Hoy, con mi barca débil navegando en la ignota
inmensidad brumosa, la blanca vela rota,
tu espíritu bueno me sepa guiar.
Tú, blanca, dulce, triste, pensativa, adorada,
recuerda y pon en estas palabras tu mirada
amorosa y profunda como el cielo y el mar...



Alberti

AMARANTA

-- de Alberti --

... calzó de viento ...

GÓNGORA

Rubios, pulidos senos de Amaranta,
por una lengua de lebrel limados.
Pórticos de limones, desviados
por el canal que asciende a tu garganta.

Rojo, un puente de rizos se adelanta
e incendia tus marfiles ondulados.
Muerde, heridor, tus dientes desangrados,
y corvo, en vilo, al viento te levanta.

La soledad, dormida en la espesura,
calza su pie de céfiro y desciende
del olmo alto al mar de la llanura.

Su cuerpo en sombra, oscuro, se le enciende,
y gladiadora, como un ascua impura,
entre Amaranta y su amador se tiende.



Alfonsina Storni

Camp-fire

-- de Alfonsina Storni --

El tronco
se hizo llama
En la noche
de invierno.

Cien cabezas
humanas
tintadas
de rojo
anillaron
el fuego.

De una boca
cualquiera
brotó el hilo
del canto.



Alfonsina Storni

Yo en el fondo del mar

-- de Alfonsina Storni --

En el fondo del mar
hay una casa
de cristal.

A una avenida
de madréporas,
da.

Un gran pez de oro,
a las cinco,
me viene a saludar.

Me trae
un rojo ramo
de flores de coral.



Alfonso Reyes

para un mordisco

-- de Alfonso Reyes --

Propio camaleón de otros cielos mejores,
a cada nueva aurora mudaba de colores.
Así es que prefiriera a su rubor primero
el tizne que el oficio deja en el carbonero.
Quiero decir (me explico): la mudanza fue tal,
que iba del rojo al negro lo mismo que stendhal.
Luego, un temblor de púrpura casi cardenalicio
(que viene a ser también el tizne de otro oficio)
se quebró en malva y oro con bandas boreales,
que ni el disco de newton exhibe otras iguales.
Es muy de juan ramón esto de malvas y oros,
o del traje de luces de un matador de toros.
Y no sé si atreverme, en cosa tan sencilla,
a decir que hubo una primavera amarilla ,
con unas vetas verdes, con unos jaspes grises
en olas circunflejas como en el mar de ulises.
¡Ulises yo, que apenas de caribdis a escila
de un vértice a un escollo saciaba la pupila!
porque como es efímero todo lo que es anhelo,
el color se evapora y otra vez sube al cielo,
y ya sabemos que poco a poco se va
aun la marca de fuego de la infidelidá.
Y se acabó la historia tal era la mordida
que lucía en el anca mi querida.



Amado Nervo

si una espina me hiere...

-- de Amado Nervo --

¡si una espina me hiere, me aparto de la espina,
...Pero no la aborrezco! cuando la mezquindad
envidiosa en mí clava los dardos de su inquina,
esquívase en silencio mi planta, y se encamina,
hacia más puro ambiente de amor y caridad.
¿Rencores? ¡de qué sirven! ¡qué logranlos rencores!
ni restañan heridas, ni corrigen el mal.
Mi rosal tiene apenas tiempo para dar flores,
y no prodiga savias en pinchos punzadores:
si pasa mi enemigo cerca de mi rosal,
se llevará las rosas de más sutil esencia;
y si notare en ellas algún rojo vivaz,
¡será el de aquella sangre que su malevolencia
de ayer, vertió, al herirme con encono y violencia,
y que el rosal devuelve, trocada en flor de paz!



Amado Nervo

Si una espina me hiere

-- de Amado Nervo --

Si una espina me hiere, me aparto de la espina,
...Pero no la aborrezco! Cuando la mezquindad
envidiosa en mi clava los dardos de su inquina,
esquívase en silencio mi planta, y se encamina hacia más puro
ambiente de amor y caridad.

¿Rencores? ¡De qué sirven! ¿Qué logran los rencores?
Ni restañan heridas, ni corrigen el mal.
Mi rosal tiene apenas tiempo para dar flores,
y no prodiga savias en pinchos punzadores:
si pasa mi enemigo cerca de mi rosal,

se llevará las rosas de más sutil esencia;
y si notare en ellas algún rojo vivaz,
será el de aquella sangre que su malevolencia
de ayer vertió, al herirme con encono y violencia,
y que el rosal devuelve, trocado en flor de paz!



Lope de Vega

En señal de la paz que Dios hacía

-- de Lope de Vega --

En señal de la paz que Dios hacía
con el hombre, templando sus rigores,
los cielos dividió con tres colores
el arco hermoso que a la tierra envía
lo rojo señalaba el alegría,
lo verde paz y lo dorado amores;
secó las aguas, y esmaltaron flores
el pardo limo que su faz cubría,
Vos sois en esa cruz, Cordero tierno,
arco de sangre y paz que satisfizo
los enojos del padre sempiterno;
vos sois, mi buen Jesús quien los deshizo;
ya no teman los hombres el infierno,
pues sois el arco que las paces hizo.



Lope de Vega

Al triunfo de Judit

-- de Lope de Vega --

Cuelga sangriento de la cama al suelo
el hombro diestro del feroz tirano,
que opuesto al muro de Betulia en vano,
despidió contra sí rayos al cielo.

Revuelto con el ansia el rojo velo
del pabellón a la siniestra mano,
descubre el espectáculo inhumano
del tronco horrible, convertido en hielo.

Vertido Baco, el fuerte arnés afea
los vasos y la mesa derribada,
duermen las guardas, que tan mal emplea;

y sobre la muralla coronada
del pueblo de Israel, la casta hebrea
con la cabeza resplandece armada.



Góngora

Al tramontar del sol la ninfa mía

-- de Góngora --

Al tramontar del sol la ninfa mía,
de flores despojando el verde llano,
cuantas troncaba la hermosa mano,
tantas el blanco pie crecer hacía.

Ondeábale, el viento que corría,
el oro fino con error galano,
cual verde hoja de álamo lozano
se mueve al rojo despuntar del día;

mas luego que ciñó sus sienes bellas
de los varios despojos de su falda
(término puesto al oro y a la nieve),

juraré que lució más su guirnalda,
con ser de flores, la otra ser de estrellas,
que la que ilustra el cielo en luces nueve.



Líber Falco

Canto a Rafael Barrett

-- de Líber Falco --

¿Titilaban acaso las estrellas
y oír pudiste
sus melopeas de solitarias?

Campanero del posible ensueño.
Hermano nuestro.
Tú tocaste un Angelus
fraternal y rebelde.

Asucultando la noche
del Cosmos y del hombre,
con el badajo rojo de tu corazón
llamabas.

Era viril tu canto
y la tónica de tu canto era el Amor.

Hermano, es ya la hora de la gesta
que amamantó tu anhelo.
Tras el alba nueva
renacerá en el hombre su primer sonrisa.
Y no estarán tan solas las estrellas!



Jaime Torres Bodet

sangre

-- de Jaime Torres Bodet --

Me tuviste miedo.
Me había pintado, en las rosas,
de rojo los dedos.



Jorge Luis Borges

soneto del vino

-- de Jorge Luis Borges --

¿en qué reino, en qué siglo, bajo qué silenciosa
conjunción de los astros, en qué secreto día
que el mármol no ha salvado, surgió la valerosa
y singular idea de inventar la alegría?
con otoños de oro la inventaron. El vino
fluye rojo a lo largo de las generaciones
como el río del tiempo y en el arduo camino
nos prodiga su música, su fuego y sus leones.
En la noche del júbilo o en la jornada adversa
exalta la alegría o mitiga el espanto
y el ditirambo nuevo que este día le canto
otrora lo cantaron el árabe y el persa.
Vino, enséñame el arte de ver mi propia historia
como si ésta ya fuera ceniza en la memoria.



Jorge Luis Borges

al hijo

-- de Jorge Luis Borges --

No soy yo quien te engendra. Son los muertos.
Son mi padre, su padre y sus mayores;
son los que un largo dédalo de amores
trazaron desde adán y los desiertos
de caín y de abel, en una aurora
tan antigua que ya es mitología,
y llegan, sangre y médula, a este día
del porvenir, en que te engendro ahora.
Siento su multitud. Somos nosotros
y, entre nosotros, tú y los venideros
hijos que has de engendrar. Los postrimeros
y los del rojo adán. Soy esos otros,
también. La eternidad está en las cosas
del tiempo, que son formas presurosas.



Jorge Luis Borges

elegía

-- de Jorge Luis Borges --

Oh destino el de borges,
haber navegado por los diversos mares del mundo
o por el único y solitario mar de nombres diversos,
haber sido una parte de edimburgo, de zurich, de las doscórdobas,
de colombia y de texas,
haber regresado, al cabo de cambiantes generaciones,
a las antiguas tierras de su estirpe,
a andalucía, a portugal y a aquellos condados
donde el sajón guerreó con el danés y mezclaronsus sangres,
haber errado por el rojo y tranquilo laberinto de londres,
haber envejecido en tantos espejos,
haber buscado en vano la mirada de mármol de las estatuas,
haber examinado litografías, enciclopedias, atlas,
haber visto las cosas que ven los hombres,
la muerte, el torpe amanecer, la llanura
y las delicadas estrellas,
y no haber visto nada o casi nada
sino el rostro de una muchacha de buenos aires,
un rostro que no quiere que lo recuerde.
Oh destino de borges,
tal vez no más extraño que el tuyo.



Jorge Luis Borges

el bisonte

-- de Jorge Luis Borges --

Montañoso, abrumado, indescifrable,
rojo como la brasa que se apaga,
anda fornido y lento por la vaga
soledad de su páramo incansable.
El armado testuz levanta. En este
antiguo toro de durmiente ira,
veo a los hombres rojos del oeste
y a los perdidos hombres de altamira.
Luego pienso que ignora el tiempo humano,
cuyo espejo espectral es la memoria.
El tiempo no lo toca ni la historia
de su decurso, tan variable y vano.
Intemporal, innumerable, cero,
es el postrer bisonte y el primero.



Jorge Luis Borges

fragmento

-- de Jorge Luis Borges --

Una espada,
una espada de hierro forjado en el frío del alba
una espada con runas
que nadie podrá desoír ni descifrar del todo,
una espada que los poetas
igualarán al hielo y al fuego,
una espada que un rey dará a otro rey
y este rey a un sueño,
una espada que será leal
hasta una hora que ya sabe el destino,
una espada que iluminará la batalla.
Una espada para la mano
que regirá la hermosa batalla, el tejido de hombres,
una espada para la mano
que enrojecerá los dientes del lobo
y el despiadado pico del cuervo,
una espada para la mano
que prodigará el oro rojo,
una espada para la mano
que dará muerte a la serpiente en su lecho de oro,
una espada para la mano
que ganará un reino y perderá un reino,
una espada para la mano
que derribará la selva de lanzas.
Una espada para la mano de beowulf.



Jorge Riechmann

3

-- de Jorge Riechmann --

Para teresa, que escribía cuentos en esta calle
desde hace días han desaparecido
las africanas que vendían maíz cocido
en el mercado de la rue dejean.
Extrema quietud la de los niños negros
fajados a la espalda de ellas
con la ventrera, un arco iris pobre.
Y ya que estamos hablando de colores:
el interior de este silencio es rojo
como un corazón arado.



Josefina Pla

soy

-- de Josefina Pla --

Carne transida, opaco ventanal de tristeza,
agua que huye del cielo en perpetuo temblor;
vaso que no ha sabido colmarse de pureza
ni abrirse ancho a los negros raudales del horror.

¡Ojos que no sirvieron para mirar la muerte,
boca que no ha rendido su gran beso de amor!
manos como dos alas heridas: ¡diestra inerte
que no consigue alzarse a zona de fulgor!

planta errátil e incierta, cobarde ante el abrojo,
reacia al duro viaje, esquiva al culto fiel;
¡rodillas que el placer no hincó ante su altar rojo,
mas que el remordimiento no ha logrado vencer!

garganta temerosa del entrañable grito
que desnuda la carne del último dolor:
¡lengua que es como piedra al dulzor infinito
de la verdad postrera dormida en la pasión!

haz de inútiles rosas, agostándose en sombra,
pozo oculto que nunca abrevó una gran sed;
prado que no ha podido amansarse en alfombra,
¡pedazo de la muerte, que no se sabe ver!



César Vallejo

Bordas de hielo

-- de César Vallejo --

Vengo a verte pasar todos los días,
vaporcito encantado siempre lejos...
Tus ojos son dos rubios capitanes;
tu labio es un brevísimo pañuelo
rojo que ondea en un adiós de sangre!

Vengo a verte pasar; hasta que un día,
embriagada de tiempo y de crueldad,
vaporcito encantado siempre lejos,
la estrella de la tarde partirá!

Las jarcias; vientos que traicionan;
vientos de mujer que pasó!
Tus fríos capitanes darán orden;
y quien habrá partido seré yo...



César Vallejo

Yeso

-- de César Vallejo --

Silencio. Aquí se ha hecho ya de noche,
ya tras del cementerio se fue el sol;
aquí se está llorando a mil pupilas:
no vuelvas; ya murió mi corazón.
Silencio. Aquí ya todo está vestido
de dolor riguroso; y arde apenas,
como un mal kerosene, esta pasión.

Primavera vendrá. Cantarás «Eva»
desde un minuto horizontal, desde un
hornillo en que arderán los nardos de Eros.
¡Forja allí tu perdón para el poeta,
que ha de dolerme aún,
como clavo que cierra un ataúd!

Mas... Una noche de lirismo, tu
buen seno, tu mar rojo
se azotará con olas de quince años,
al ver lejos, aviado con recuerdos
mi corsario bajel, mi ingratitud.
Después, tu manzanar, tu labio dándose,
y que se aja por mí por la vez última,
y que muere sangriento de amar mucho,
como un croquis pagano de Jesús.

¡Amada! Y cantarás;
y ha de vibrar el femenino en mi alma,
como en una enlutada catedral.



Diego Hurtado de Mendoza

Domado ya el Oriente, Saladino

-- de Diego Hurtado de Mendoza --

Domado ya el Oriente, Saladino,
Desplegando las bárbaras banderas
Por la orilla del Nilo, le convino
Asentar su real en las riberas.

Lenguas le rodeaban lisonjeras,
Compaña que á los reyes de contino
Sola sigue en las burlas y en las veras,
Loándoles el bueno y mal camino.

Contaban el Egipto sojuzgado,
Francia rota y el mar Rojo en cadena
Mostrábanle su ejército y poder.

Respondióles: «Aquí se puede ver
Dónde acabó su gloria, en esta arena,
El gran Pompeo, muerto y no enterrado.»



Emilio Bobadilla

¡No haya paz!

-- de Emilio Bobadilla --

En los hogares tristes, sin hermanos, sin padres,
en los hogares tristes que mutiló la guerra,
donde lloran las viudas, donde lloran las madres,
¿qué paz va a celebrarse? ¿Es que hay paz en la tierra?

En los campos sin árboles, en los campos desiertos,
que agostó la metralla, que afligió la sevicia,
campos ayer fecundos, hoy montones de muertos,
¿qué paz va a celebrarse que ampare la justicia?

¡Que siga la matanza, sigan los desvaríos
y siga el espectáculo de enconos tremebundo
y que todo se anegue en purpurinos ríos...!

¿Qué más da el campo rojo, qué más da el campo verde?
¡Que la lucha se extinga cuando cansado el mundo,
no haya ni quién se queje, ni haya quién recuerde...!



Emilio Bobadilla

Patriotismo (Bobadilla)

-- de Emilio Bobadilla --

¡Soldado, empuña el arma! ¡Te cubrirás de gloria!
¡Sangre, tu noble sangre la patria está pidiendo!
Suena estridente el rojo clarín de la victoria
y los vivas apaga del cañón el estruendo.

Los laureles alfombran tu camino; la Fama
en torno tuyo teje magníficas visiones
y todo un pueblo en fiebre dionisiaco te aclama,
con hurras reemplazando la voz de los cañones!

Y todo es un relámpago de misterio y engaño:
libertad y justicia y empresas militares,
y allá va en su conquista quimérica el rebaño;

y el vate ditirámbico justifica el derroche...
¡Oh, pueblo que tu sangre haces correr a mares!
¡Para infundirte ánimo vas gritando en la noche!



Julián del Casal

juana borrero

-- de Julián del Casal --

Tez de ámbar, labios rojos,
pupilas de terciopelo
que más que el azul del cielo
ven del mundo los abrojos.
Cabellera azabachada
que, en ligera ondulación,
como velo de crespón
cubre su frente tostada.
Ceño que a veces arruga,
abriendo en sus alma una herida,
la realidad de la vida
o de una ilusión la fuga.
Mejillas suaves de raso
en que la vida fundiera
la palidez de la cera,
la púrpura del ocaso.
¿Su boca? rojo clavel
quemado por el estío,
mas donde vierte el hastío
gotas amargas de hiel.
Seno en que el dolor habita
de una ilusión engañosa,
como negra mariposa
en fragante margarita.
Manos que para el laurel
que a alcanzar su genio aspira,
ora recorren la lira,
ora mueven el pincel.
¡Doce años! mas sus facciones
veló ya de honda amargura
la tristeza prematura
de los grandes corazones.



Julián del Casal

un torero

-- de Julián del Casal --

Tez morena encendida por la navaja,
pecho alzado de eunuco, talle que aprieta
verde faja de seda, bajo chaqueta
fulgurante de oro cual rica alhaja.
Como víbora negra que un muro baja
y a mitad del camino se enrosca quieta,
aparece en su nuca fina coleta
trenzada por los dedos de amante maja.
Mientras aguarda oculto tras un escaño
y cubierta la espada con rojo paño
que, mugiendo, a la arena se lance el toro,
sueña en trocar la plaza febricitante
en purpúreo torrente de sangre humeante
donde quiebre el ocaso sus flechas de oro.



Julián del Casal

a la primavera

-- de Julián del Casal --

Rasgando las neblinas del invierno
como velo sutil de níveo encaje,
apareces envuelta en el ropaje
donde fulgura tu verdor eterno.
El cielo se colora de azul tierno,
de rojo el sol, de nácar el celaje,
y hasta el postrer retoño del boscaje
toma también tu verde sempiterno.
¡Cuán triste me parece tu llegada!
¡qué insípidos tus dones conocidos!
¡cómo al verte el hastío me consume!
muere al fin, creadora ya agotada,
o brinda algo de nuevo a los sentidos...
¡Ya un color, ya un sonido, ya un perfume!



Julián del Casal

al mismo (enviándole mi retrato)

-- de Julián del Casal --

Al mismo
(enviándole mi retrato)
no busques tras el mármol de mi frente
del ideal la esplendorosa llama
que hacia el templo marmóreo de la fama
encaminó mi paso adolescente;
ni tras el rojo labio sonriente
la paz del corazón de quien te ama,
que entre el verdor de la florida rama
ocúltase la pérfida serpiente.
Despójate de vanas ilusiones,
clava en mi rostro tu mirada fría
como su pico el pájaro en el fruto,
y sólo encontrarás en mis facciones
la indiferencia del que nada ansía
o la fatiga corporal del bruto.



Julián del Casal

mi ensueño

-- de Julián del Casal --

Cuando la ardiente luz de la mañana
tiñó de rojo el nebuloso cielo,
quiso una alondra detener el vuelo
de mi alcoba sombría en la ventana.
Pero hallando cerrada la persiana
fracasó en el cristal su ardiente anhelo
y, herida por el golpe, cayó al suelo,
adiós diciendo a su quimera vana.
Así mi ensueño, pájaro canoro
de níveas plumas y rosado pico,
al querer en el mundo hallar cabida,
encontró de lo real los muros de oro
y deshecho, cual frágil abanico,
cayó entre el fango inmundo de la vida.



Manuel José Othón

paisajes

-- de Manuel José Othón --

Meridies

rojo, desde el cenit, el sol caldea.
La torcaz cuenta al río sus congojas,
medio escondida entre las mustias hojas
que el viento apenas susurrando orea.

La milpa, ya en sazón, amarillea,
de espigas rebosante y de panojas,
y reveberan las techumbres rojas
en las vecinas casas de la aldea.

No se oye estremecerse el cocotero
ni en la ribera sollozar los sauces;
solos están la vega y el otero,

desierto el robledal, secos los cauces
y, tendido a la orilla de un estero,
abre el lagarto sus enormes fauces.

Ii
noctifer

todo es cantos, suspieros y rumores
agítanse los vientos tropicales
zumbando entre los verdes carrizales,
gárrulos y traviesos en las flores.

Bala el ganado, silban los pastores,
las vacas mugiendo a los corrales,
canta la codorniz en los maízales
y grita el guacamayo en los alcores.

El día va a morir; la tarde avanza.
Súbito llama a la oración la esquila
de la ruinosa erminta, en lontananza.

Y venus, melancólica y tranquila,
desde el perfil del horizonte lanza
la luz primera de su azul pupila.



Octavio Paz

olvido

-- de Octavio Paz --

Cierra los ojos y a oscuras piérdete
bajo el follaje rojo de tus párpados.
Húndete en esas espirales
del sonido que zumba y cae
y suena allá, remoto,
hacia el sitio del tímpano,
como una catarata ensordecida.
Hunde tu ser a oscuras,
anégate en tu piel,
y más, en tus entrañas ;
que te deslumbre y ciegue
el hueso, lívida centella,
y entre simas y golfos de tiniebla
abra su azul penacho el fuego fatuo.
En esa sombra líquida del sueño
moja tu desnudez;
abandona tu forma, espuma
que no se sabe quién dejó en la orilla;
piérdete en ti, infinita,
en tu infinito ser,
mar que se pierde en otro mar:
olvídate y olvídame.
En ese olvido sin edad ni fondo
labios, besos, amor, todo, renace:
las estrellas son hijas de la noche.



Oliverio Girondo

milonga

-- de Oliverio Girondo --

Sobre las mesas, botellas decapitadas de champagne con corbatasblancas de payaso, baldes de níquel que trasuntan enflaquecidosbrazos y espaldas de cocottes.
El bandoneón canta con esperezos de gusano baboso, contradice elpelo rojo de la alfombra, imanta los pezones, los pubis y la punta delos zapatos.
Machos que se quiebran en un corte ritual, la cabeza hundida entre loshombros, la jeta hinchada de palabras soeces.
Hembras con las ancas nerviosas, un poquitito de espuma en las axilas,y los ojos demasiado aceitados.
De pronto se oye un fracaso de cristales. Las mesas dan un corcovo ypegan cuatro patadas en el aire. Un enorme espejo se derrumba con lascolumnas y la gente que tenía dentro; mientras entre un oleajede brazos y de espaldas estallan las trompadas, como una rueda decohetes de bengala.
Junto con el vigilante, entra la aurora vestida de violeta.



Oliverio Girondo

menos

-- de Oliverio Girondo --

Menos
menos rodante dado
deliquio sumo psíquico que mana del gozondo
sed viva
encelo ebrio
chupón
chupalma ogro de mil fauces que dragan
pero ese sí más llaga
por no decir llagón
de rojo vivo cráter y lava en ascua viva
pocón
sopoco íntegro
menos en merma
a pique
sin hábitos de corcho
hacia el estar no estando



Oliverio Girondo

canes más que finales

-- de Oliverio Girondo --

Canes más que finales
sombracanes
pregárgolas sangrías
canes pluslagrimales
entre bastardos roces contelúricos de muy ausentes márgenes
ascuacanes ninfómanos pregono
con ululado ahinco
que malciernen inhímenes posueños de podrelengua amante
canes viables apenas dilucido tras la yerta penumbra acribillada porsus arpones rabos al rojo interrogante
cuando el gris hondo enhiedra sus muy amustios huéspedes ensubpisos estrábicos
intradérmicos canes posesivos de malceñidas células vigías
canes íncubos menos del total despellejo
entre finales canes inhalados rubrico
por la nada



Pablo Neruda

soneto lxix cien sonetos de amor (1959) tarde

-- de Pablo Neruda --

Tal vez no ser es ser sin que tú seas,
sin que vayas cortando el mediodía
como una flor azul, sin que camines
más tarde por la niebla y los ladrillos,
sin esa luz que llevas en la mano
que tal vez otros no verán dorada,
que tal vez nadie supo que crecía
como el origen rojo de la rosa,
sin que seas, en fin, sin que vinieras
brusca, incitante, a conocer mi vida,
ráfaga de rosal, trigo del viento,
y desde entonces soy porque tú eres,
y desde entonces eres, soy y somos,
y por amor seré, serás, seremos.



Pablo Neruda

el amor del soldado

-- de Pablo Neruda --

El amor del soldado
en plena guerra te llevó la vida
a ser el amor del soldado.
Con tu pobre vestido de seda,
tus uñas de piedra falsa,
te tocó caminar por el fuego.
Ven acá, vagabunda,
ven a beber sobre mi pecho
rojo rocío.
No querías saber dónde andabas,
eras la compañera de baile,
no tenías partido ni patria.
Y ahora a mi lado caminando
ves que conmigo va la vida
y que detrás está la muerte.
Ya no puedes volver a bailar
con tu traje de seda en la sala.
Te vas a romper los zapatos,
pero vas a crecer en la marcha.
Tienes que andar sobre las espinas
dejando gotitas de sangre.
Bésame de nuevo, querida.
Limpia ese fusil, camarada.



Pablo Neruda

el monte y el río

-- de Pablo Neruda --

En mi patria hay un monte.
En mi patria hay un río.
Ven conmigo.
La noche al monte sube.
El hambre baja al río.
Ven conmigo.
Quiénes son los que sufren?
no sé, pero son míos.
Ven conmigo.
No sé, pero me llaman
y me dicen «sufrimos».
Ven conmigo.
Y me dicen: «tu pueblo,
tu pueblo desdichado,
entre el monte y el río,
con hambre y con dolores,
no quiere luchar solo,
te está esperando, amigo».
Oh tú, la que yo amo,
pequeña, grano rojo
de trigo,
será dura la lucha,
la vida será dura,
pero vendrás conmigo.



Pablo Neruda

la reina

-- de Pablo Neruda --

Yo te he nombrado reina.
Hay más altas que tú, más altas.
Hay más puras que tú, más puras.
Hay más bellas que tú, hay más bellas.
Pero tú eres la reina.
Cuando vas por las calles
nadie te reconoce.
Nadie ve tu corona de cristal, nadie mira
la alfombra de oro rojo
que pisas donde pasas
la alfombra que no existe.
Y cuando asomas
suenan todos los ríos
en mi cuerpo, sacuden
el cielo las campanas,
y un himno llena el mundo.
Sólo tú y yo,
sólo tú y yo, amor mío,
lo escuchamos.



José Tomás de Cuellar

La flor y el sol

-- de José Tomás de Cuellar --

CRECE gallarda flor en la pradera;
Y púdica, velando el albo seno,
Desdeña del amor dulce veneno.
Casta y hermosa en su virtud austera.

Se encumbra el rojo sol y reverbera
Su lumbre pura en el zenit sereno;
Y un rayo nada más de vida lleno
Abre la flor que á amar se resistiera.

Así tu corazón, cerrado un día,
Esquivaba la luz de mis amores
Y el tierno afán que mi alma enloquecía;
Pero mi amor, con vivos resplandores.
Abrió tu pecho á la ventura mía,
Como abre el sol el cáliz de las flores.



José Ángel Buesa

brindis

-- de José Ángel Buesa --

He aquí dos rosas frescas, mojadas de rocío:
una blanca, otra roja, como tu amor y el mío.
Y he aquí que, lentamente, las dos rosas deshojo:
la roja, en vino blanco; la blanca, en vino rojo.
Al beber, gota a gota, los pétalos flotantes
me rozarán los labios, como labios de amante;
y, en su llama o su nieve de idéntico destino,
serán como fantasmas de besos en el vino.
Ahora, elige tú, amiga, cuál ha de ser tu vaso:
si éste, que es como un alba, o aquél, como un ocaso.
No me preguntes nada: yo sé bien que es mejor
embriagarse de vino que embriagarse de amor...
Y así mientras tú bebes, sonriéndome así,
yo, sin que tú lo sepas, me embriagaré de ti...



Juan de Arguijo

La tempestad y la calma

-- de Juan de Arguijo --

Yo vi del rojo sol la luz serena
Turbarse, y que en un punto desparece
Su alegre faz, y en torno se oscurece
El cielo con tiniebla de horror llena.

El austro proceloso airado suena,
Crece su furia, y la tormenta crece,
Y en los hombres de Atlante se estremece
El algo olimpo y con espanto truena;

Mas luego vi romperse el negro velo
Deshecho en agua, y á su luz primera
Restituirse alegre el claro dia,

Y de nuevo esplendor ornado el cielo
Miré, y dije: ¿Quién sabe si le espera
Igual mudanza á la fortuna mia?



Gabriela Mistral

agua

-- de Gabriela Mistral --

Hay países que yo recuerdo
como recuerdo mis infancias.
Son países de mar o río,
de pastales, de vegas y aguas.
Aldea mía sobre el ródano,
rendida en río y en cigarras;
antilla en palmas verdi-negras
que a medio mar está y me llama;
¡roca lígure de portofino,
mar italiana, mar italiana!
me han traído a país sin río,
tierras-agar, tierras sin agua;
saras blancas y saras rojas,
donde pecaron otras razas,
de pecado rojo de atridas
que cuentan gredas tajeadas;
que no nacieron como un niño
con unas carnazones grasas,
cuando las oigo, sin un silbo,
cuando las cruzo, sin mirada.
Quiero volver a tierras niñas;
llévenme a un blando país de aguas.
En grandes pastos envejezca
y haga al río fábula y fábula.
Tenga una fuente por mi madre
y en la siesta salga a buscarla,
y en jarras baje de una peña
un agua dulce, aguda y áspera.
Me venza y pare los alientos
el agua acérrima y helada.
¡Rompa mi vaso y al beberla
me vuelva niñas las entrañas!



Gustavo Adolfo Bécquer

rima xxviii

-- de Gustavo Adolfo Bécquer --

Cuando entre la sombra oscura
perdida una voz murmura
turbando su triste calma,
si en el fondo de mi alma
la oigo dulce resonar,
dime: ¿es que el viento en sus giros
se queja, o que tus suspiros
me hablan de amor al pasar?
cuando el sol en mi ventana
rojo brilla a la mañana
y mi amor tu sombra evoca,
si en mi boca de otra boca
sentir creo la impresión,
dime: ¿es que ciego deliro,
o que un beso en un suspiro
me envía tu corazón?
y en el luminoso día
y en la alta noche sombría,
si en todo cuanto rodea
al alma que te desea
te creo sentir y ver,
dime: ¿es que toco y respiro
soñando, o que en un suspiro
me das tu aliento a beber?



Gutierre de Cetina

es lo blanco castísima pureza

-- de Gutierre de Cetina --

Amores significa lo morado;
crudeza o sujeción es lo encarnado;
negro obscuro es dolor, claro es tristeza;
naranjado se entiende que es firmeza;
rojo claro es venganza, y colorado
alegría; y si obscuro es lo leonado,
congoja, claro es señoril alteza;
es lo pardo trabajo, azul es celo;
turquesado es soberbia; y lo amarillo
es desesperación; verde esperanza.
Y de esta suerte, aquél que niega el cielo
licencia en su dolor para decillo,
lo muestra sin hablar por semejanza.



Salvador Rueda

sonetos VI

-- de Salvador Rueda --

Quietud, pereza, languidez, sosiego...;
Un sol desencajado el suelo dora,
y a su valiente luz deslumbradora
queda el que a fascinado y ciego.

El mar latino, y andaluz, y griego,
suspira dejos de cadencia mora,
y la jarra gentil que perlas llora
se columpia en la siesta de oro y fuego.

Al rojo blanco la ciudad llamea;
ni una brisa los árboles cimbrea,
arrancándoles lentas melodías.

Y sobre el tono de ascuas del ambiente,
frescas cubren su carmín rïente
en sus rasgadas bocas las sandías.

6



Santiago Montobbio

huecograbado

-- de Santiago Montobbio --

Huecograbado
igual que no es ningún genio quien sospecha
que la lentitud venenosa de un otoño
tiene por testigo final a cualquier calle
la tinta de este papel también es la tinta última
y en la improbable forma con que consiga
abrazarme a su mentira jamás podrá
ser más cierta la vida. Pues no
porque se repitan hasta la fatiga
dejo de saber que mis poemas no son más
que los retratos de unos penúltimos suicidios,
el puño que si se abre todas las llagas
de la sombra tiene y también el corazón que suspira
por la sigilosa huida que se transfigura en las ventanas.
Que juntos quizá forman un instante solo y tenso
en lo rojo o en la noche, un pobre tiempo fiero
en el que el corazón aprieta y muerde para que después
la vida se descanse y con igual tristeza
retome mi cintura; instantes de derrotas
y de muros, desangelados arañazos o torpes ensayos
que con insistente timidez anuncian despedidas
estos mis ocres versos en silencio sabedores
de que si de la noche salgo no estoy
en ningún sitio.



Vicente Aleixandre

desierto

-- de Vicente Aleixandre --

Lumen, lumen. Me llega cuandonacen
luces o sombras, revelación. Viva.
Ese camino, esa ilusión es neta.
Presión que sueña que la muerte miente.
Muerte, oh vida, te adoro por espanto,
porque existes en forma de culata.
Donde no se respira. El frío sueña
con estampido eternidad. La vida
es un instante
justo para decir maría. Silencio.
Una blancura, un rojo que no nace,
ese roce de besos bajo el agua.
Una orilla impasible donde rompen
cuerpo u ondas, mares, o la frente.



Vicente Gallego

octubre, 16

-- de Vicente Gallego --

Despierto. Pesa el sol sobre mi rostro
y la arena ha tomado mi forma levemente.
Incorporo un momento la cabeza
y el cielo es todo mi horizonte,
un cielo de ningún color sino de cielo,
de cielo que yo veo en una vela,
la vela diminuta que recorta
y fija el universo en su contraste.
Y luego el mar,
el mar bajo la vela, ese mar que es inmenso
pues llega hasta mi vientre y no concluye.
Entre el cielo y el agua me detengo un instante,
y después me acomodo hasta quedar
sentado por completo.
El mar entonces me abandona, se retira,
y la arena se moja, avanza, se seca y se calienta
confluyendo en un punto y acercándose a mí,
pero un cangrejo cruza en ese instante
y mis ojos se van con el cangrejo,
y el cielo se hace rojo en su coraza,
y el mar se pierde y nada pesa.
Y al fijar la mirada atrapo el universo,
completo y detenido en su pasar efímero
a lomos de un cangrejo que lo arrastra,
sin saberlo, un segundo.
Y pienso que en las grandes creaciones
vida y arte no alientan en lo extenso,
sino en ese detalle que despierta
nuestro asombro.
El crustáceo se oculta
y nos apaga el mundo.



Andrés Bello

No para mí, del arrugado invierno

-- de Andrés Bello --

No para mí, del arrugado invierno
rompiendo el duro cetro, vuelve mayo
la luz al cielo, a su verdor la tierra,
No el blando vientecillo sopla amores
o al rojo despuntar de la mañana
se llena de armonía el bosque verde.
Que a quien el patrio nido y los amores
de su niñez dejó, todo es invierno.



Andrés Eloy Blanco

La Parima y las fuentes

-- de Andrés Eloy Blanco --

La Parima es el sueño faraónico
y la piedra de Moisés,
el panal negro de la Hermana,
que el Hermano Francisco no vino a conocer.
Catedral del misterio, Sierra del Sur, ignota,
lengua escondida de la voz del agua,
párpado mal cerrado de Dios, que deja ver
la hebra azul de una mirada.

Yo soñé para tu Gloria,
río de la Patria,
escribir una palabra esencial
en la hoja de la sabana,
mojando en tus fuentes oscuras
el aguijón celeste de una pluma de garza.
Pero, solo encontré mi sangre,
con su rojo tenuado por la mezcla de las lágrimas.

Sin embargo, te ofrecí venir
¡y en tu camino estoy!
Tu saldrás de tus fuentes: el Dios de la Parima,
el Dios Indio, te abrirá la puerta
de su gran casa oscura; el Viejo Dios
te dejará venir como todos los días
y en tu camino estaré yo...
Tú sales de las manos de tu montaña,
como sale un milagro de la mano de Dios,
como todas las noches, de la jaula del cielo
se escapa y va a los campos el pájaro del Sol.



Antonio Machado

La primavera

-- de Antonio Machado --

Más fuerte que la guerra --espanto y grima--
cuando con torpe vuelo de avutarda
el ominoso trimotor se encima
y sobre tu vano techo se retarda,
hoy tu alegre zalema el campo anima,
tu claro verde el chopo en yemas guarda.
Fundida irá la nieve de la cima
al hielo rojo de la tierra parda.
Mientras retumba el monte, el mar humea,
da la sirena el lúgubre alarido,
y en el azul el avión platea,
¡cuán agudo se filtra hasta mi oído,
niña inmortal, fatigable dea,
el agrio son de tu rabel florido!



Antonio Machado

El poeta recuerda las tierras de Soria

-- de Antonio Machado --

¡Ya su perfil zancudo en el regato,
en el azul el vuelo de ballesta,
o, sobre el ancho nido de ginesta,
en torre, torre y torre, el garabato
de la cigüeña!... En la memoria mía
tu recuerdo a traición ha florecido;
y hoy comienza tu campo empedernido
el sueño verde de la tierra fría,
Soria pura, entre montes de violeta.
Di tú, avión marcial, si el alto Duero
a donde vas recuerda a su poeta,
al revivir su rojo Romancero;
¿o es, otra vez, Caín, sobre el planeta,
bajo tus alas, moscardón guerrero?



Antonio Machado

Sonetos escritos en una noche de bombardeo en Rocafort: I

-- de Antonio Machado --

Mas fuerte que la guerra -espanto y grima-
Cuando con torpe vuelo de avutarda
El ominoso trimotor se encima,
y sobre el vano techo se retarda,
Hoy tu alegre zalema el campo anima,
En claro verde el chopo en yemas guarda.
Fundida irá la nieve de la cima
El hielo rojo de la tierra parda
Mientras retumba el monte, el mar humea,
Da la sirena el lúgubre alarido,
Y en el azul el avión platea
¡Cuan agudo se filtra hasta mi oido
Niña inmortal, infatigable dea,
El agrio son de tu rabel florido!



Antonio Machado

Sonetos escritos en una noche de bombardeo en Rocafort: II

-- de Antonio Machado --

Y a su perfil zancudo en el regato,
en el azul el vuelo de ballesta,
sobre el aneho nido de ginesta,
En torre, torre y torre, el garabato
de la cigüeña... En la memoria mia,
Tu recuerdo a traición ha florecido;
y hoy comienza tu campo empedernido
El sueño verde de la tierra fria,
Soria pura, entre montes de violeta.
Di tu, avión marcial, si el alto Duero
A donde vas recuerda a su poeta,
al revivir su rojo Romancero ;
¿ es, otra vez, Cain, sobre el planeta,
bajo tus alas, moscardón guerrero?.



Antonio Machado

A un olmo seco

-- de Antonio Machado --

Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido.
¡El olmo centenario en la colina
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.
No será, cual los álamos cantores
que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.
Ejército de hormigas en hilera
va trepando por él, y en sus entrañas
urden sus telas grises las arañas.
Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas, de alguna mísera caseta,
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.
Soria 1912



Antonio Machado

Anoche cuando dormía...

-- de Antonio Machado --

Anoche cuando dormía
soñé, ¡bendita ilusión!,
que una fontana fluía
dentro de mi corazón.
Di: ¿por qué acequia escondida,
agua, vienes hasta mí,
manantial de nueva vida
en donde nunca bebí?
Anoche cuando dormía
soñé, ¡bendita ilusión!,
que una colmena tenía
dentro de mi corazón;
y las doradas abejas
iban fabricando en él,
con las amarguras viejas,
blanca cera y dulce miel.
Anoche cuando dormía
soñé, ¡bendita ilusión!,
que un sol ardiente lucía
dentro de mi corazón.
Era ardiente porque daba
calores de rojo hogar,
y era sol porque alumbraba
y porque hacía llorar.
Anoche cuando dormía
soñé, ¡bendita ilusión!,
que era Dios lo que tenía
dentro de mi corazón.



Antonio Machado

Un loco

-- de Antonio Machado --

Es una tarde mustia y desabrida
de un otoño sin frutos, en la tierra
estéril y raída
donde la sombra de un centauro yerra.
Por un camino en la árida llanura,
entre álamos marchitos,
a solas con su sombra y su locura,
va el loco hablando a gritos.
Lejos se ven sombríos estepares,
colinas con malezas y cambrones,
y ruinas de viejos encinares
coronando los agrios serrijones.
El loco vocifera
a solas con su sombra y su quimera.
Es horrible y grotesca su figura;
flaco, sucio, maltrecho y mal rapado,
ojos de calentura
iluminan su rostro demacrado.
Huye de la ciudad... Pobres maldades,
misérrimas virtudes y quehaceres
de chulos aburridos, y ruindades
de ociosos mercaderes.
Por los campos de Dios el loco avanza.
Tras la tierra esquelética y sequiza
rojo de herrumbre y pardo de ceniza—
hay un sueño de lirio en lontananza.
Huye de la ciudad. ¡El tedio urbano!
—¡carne triste y espíritu villano!—.
No fue por una trágica amargura
esta alma errante desgajada y rota;
purga un pecado ajeno: la cordura,
la terrible cordura del idiota.



Marilina Rébora

el cambista y su mujer. (quentin metsys)

-- de Marilina Rébora --

El cambista y su mujer
(quentin metsys)
el cambista sostiene minúscula balanza
con que pesa, prolijo, los objetos preciosos:
monedas, joyas, dijes, que forman la esperanza
del próspero comercio de los cautos esposos.
La mujer, en los ojos, acusa desconfianza,
mientras hojea un libro con dedos despaciosos;
la otra mano, que muestra una fina alianza,
reposa sobre un libro de ornamentos piadosos.
Trajes rojo y azul; las tocas blanca y negra
se funden con la tabla de color verde, lisa,
y el dorado, disperso, todo el ambiente integra.
Un espejo ovoidal, en la mesa dispuesto,
refleja una ventana y a un hombre que pesquisa
apoyado en el marco, desde un lugar opuesto.
El cambista y su mujer, quentin metsys (1466-1530). Museo del louvre.
La poesía del color atrae en ese realismo prolijo del maestrode amberes.



Marilina Rébora

bordados de dios

-- de Marilina Rébora --

Bordados de dios
¿qué quiere decir glauco?
muy simplemente, verde.
Y añil, ¿qué significa?
azul; es bien sencillo.
¿Y el escarlata, madre? di, para que me acuerde,
como siempre recuerdo que el gualdo es amarillo.
Del latín scarlatum deriva el carmesí,
o más preciso el rojo, el de caperucita,
y ya más definidos, los tonos de rubí:
encarnado, bermejo, sin que el punzó se omita.
Colores y colores, colores, madre mía,
en variedad constante que todo lo renueva
para dar a las cosas infantil alegría.
Por eso dios se afana derramando colores
y, para que tengamos siempre alegría nueva,
borda ese paraíso, prisma de resplandores.



Mario Benedetti

currículum

-- de Mario Benedetti --

El cuento es muy sencillo
usted nace en su tiempo
contempla atribulado
el rojo azul del cielo
el pájaro que emigra
y el temerario insecto
que será pisoteado
por su zapato nuevo
usted sufre de veras
reclama por comida
y por deber ajeno
o acaso por rutina
llora limpio de culpas
benditas o malditas
hasta que llega el sueño
y lo descalifica
usted se transfigura
ama casi hasta el colmo
logra sentirse eterno
de tanto y tanto asombro
pero las esperanzas
no llegan al otoño
y el corazón profeta
se convierte en escombros
usted por fin aprende
y usa lo aprendido
para saber que el mundo
es como un laberinto
en sus momentos claves
infierno o paraíso
amor o desamparo
y siempre siempre un lío
usted madura y busca
las señas del presente
los ritos del pasado
y hasta el futuro en cierne
quizá se ha vuelto sabio
irremediablemente
y cuando nada falta
entonces usted muere



Medardo Ángel Silva

La respuesta

-- de Medardo Ángel Silva --

Muda a mis ruegos, impasible y fría,
en el sofá de rojo terciopelo
un pálido jazmín hecho de hielo
tu enigmático rostro parecía.

La hostia solar, en roja eucaristía,
se ocultaba en el mar; y, al dulce cielo,
el divino Chopin su desconsuelo
en un sollozo trémulo decía.

Y cuando, por oír esa palabra
que eternos lutos o venturas labra,
te hablé de tu desdén y mi agonía,

con ademán de reina mancillada
me clavaste el puñal de tu mirada,
muda a mis ruegos, impasible y fría.



Medardo Ángel Silva

Rondel

-- de Medardo Ángel Silva --

Bailas: grácil y fino, sobre la alfombra,
tu cuerpo adolescente rápido rueda;
y el alma siente anhelos de ser tu sombra
para morir besando tu pie de seda.

Lo rojo de tu veste la muerte incita
y el beso que en tus labios suspenso queda
roba el aire oloroso que fresco agita
tu cabello ondulante de nardo y seda...

Mi espíritu doliente sigue los trazos
de tu planta que un albo lirio remeda
tus mejillas enciende sus rojos rasos
y el corazón quisiera ser mil pedazos
para que lo triture tu pie de seda!



Medardo Ángel Silva

Un cuento

-- de Medardo Ángel Silva --

Está Lisete, la Infantina,
cerca del mar,
escuchando la sonatina
crepuscular.

Y una azafata dice: Dueña
te contaré
una leyenda, alba risueña,
que yo me sé.

Responde la niña con leve,
dulce mohín,
y ya impaciente mueve el breve,
rojo chapín.

—El viejo Rey de la Isla de Oro
poseía
un rubio y cándido tesoro
—luz y ambrosía—.

Y ese divino tesoro era
una hija linda;
celosa estaba la Primavera
de la Princesa Rosalinda.

Mil Príncipes iban a verla
y enloquecían
apenas su faz color de perla
rosa veían...

Pero la niña era curiosa
y, cierta vez, quiso mirar
la espuma que el Alba sonrosa
del viejo mar.

Y sola fuese hasta la orilla...
Mejor no fuera,
porque al mirar tal maravilla
en la ribera,
robósela un monstruo marino
y Poseidón
guardó a la niña en submarino
terreón.

¡Y cuando la negra mar delira,
se pone a llorar,
como una vaga y dulce lira
crepuscular!



Miguel Unamuno

El fin de la vida

-- de Miguel Unamuno --

Fué flor que al árbol arrancó el granizo
y luego en tierra el sol la vió, despojo,
entre el polvo rodar por el rastrojo
del viento al albedrío tornadizo.

Mantillo al fin la oscura flor se hizo
al pié escondido de espinoso tojo
y en el trascurso de un ocaso rojo
la enterró vil gusano. De su hechizo



Juan Gelman

lamento por los pies de carmichael o'shaughnessy

-- de Juan Gelman --

Carmicahel o'shaughnessy mi dios
con el camino en la mano era un planeta
girando y girando en la mañana cerrada
como cubierto de lirios y de trigos
¡ah carmichael!
qué grandes fierros le crecían en los pies
cuando se andaba al gallo primo cantor
y al segundo callado
a carmichael se le caían pedazos
de rabia pura de la cara
que iba dejando como árboles
que crecieron como árboles al costado del camino
no pájaros no vientos no señoras
les movían las ramas sino
años de mal amor y desgracia
años en que el amor viene mal
o mal y triste y destrozado como
la margarita que besó el león
a la solombra del atardecer
donde carmichael lloró un poco
por abajo por arriba por la ventanita
que nadie abre iba carmichael
con el camino en la mano como
paquete del dolor
hasta que un día los pies se le pusieron verdes
áhi carmichael paró
ya rojo ya mitad ya parecido
y dulce fue su desventaja
toda la sombra que cae de carmichael o'shaughnessy
pega en el suelo y se va al sol
pero antes canta como dos pechos de mujer
o sea canta canta



Juan Ramón Jiménez

verde verderol

-- de Juan Ramón Jiménez --

Verde verderol
¡endulza la puesta del sol!
palacio de encanto,
el pinar tardío
arrulla con llanto
la huida del río.
Allí el nido umbrío
tiene el verderol.
Verde verderol
¡endulza la puesta del sol!
la última brisa
es suspiradora,
el sol rojo irisa
al pino que llora.
¡Vaga y lenta hora
nuestra, verderol!
verde verderol
¡endulza la puesta del sol!
soledad y calma,
silencio y grandeza.
La choza del alma
se recoje y reza.
De pronto ¡belleza!
canta el verderol.
Verde verderol
¡endulza la puesta del sol!
su canto enajena
(¿se ha parado el viento?)
el campo se llena
de su sentimiento.
Malva es el lamento,
verde el verderol.
Verde verderol
¡endulza la puesta del sol!



Juan Ramón Jiménez

voces de mi copla i astros

-- de Juan Ramón Jiménez --

i - astros
por fuera luz de plata,
por dentro fuego rojo,
como los cuerpos mundos
del eterno tesoro.



Julio Arboleda

A la mudanza de la fortuna

-- de Julio Arboleda --

Yo vi del rojo sol la luz serena
turbarse y que en un punto desparece
su alegre faz, y en torno se oscurece
el cielo, con tiniebla de horror llena.

El Austro proceloso airado suena,
crece su furia, y la tormenta crece,
y en los hombros d e Atlante se estremece
el alto Olimpo, y con espanto truena.

Mas luego vi romperse el negro velo
deshecho en agua, y a su luz primera
restituirse alegre el claro día.

Y de nuevo esplendor ornado el cielo
miré, y dije: ¿Quién sabe si le espera
igual mudanza a la fortuna mía?



Julio Flórez

Flor de sangre

-- de Julio Flórez --

Poem

En el nuevo jardín de mis amores y entre sus laberintos más espesos, enojos dando a pudibundas flores, con vivos y purpúreos resplandores, se abrió el rojo capullo de los besos.

Y aquellas flores castas: las ternuras, las confidencias, al sentirse solas por mi abandono, avergonzadas, puras, ante la flor sangrienta, sus blancuras perdieron y cerraron sus corolas!



Julio Herrera Reissig

Fiat lux

-- de Julio Herrera Reissig --

Sobre el rojo diván de seda intacta,
con dibujos de exótica graminea,
jadeaba entre mis brazos tu virgínea
y exangüe humanidad de curva abstracta...

Miró el felino con sinuosa línea
de opalo; y en la noche estupefacta,
desde el jardín, la Venus curvilínea
manifestaba su esbeltez compacta.

Ante el alba, que izó nimbos grosellas,
ajáronse las últimas estrellas...
El Cristo de tu lecho estaba mudo.

Y como un huevo, entre el plumón de armiño
que un cisne fecundara, tu desnudo
seno brotó del virginal corpiño...



Evaristo Carriego

A carcavallo

-- de Evaristo Carriego --

Porque esta hora todos la vivimos contigo,
y es propicia la noche y el ambiente es cordial,
vaya el trovar, gustado en el rincón amigo,
con un antiguo y vago sabor sentimental.

Por los que todavía creen un poco en la Luna,
por los que riman una canción de juventud,
por las damas que escuchan, suaves como en alguna
primavera de versos, ¡compañero, salud!

Salud, por esta hora que vivimos contigo,
salud, porque al conjuro del verso que te digo
realicen su serena gloriosa comunión

la Amistad y la Lira, la gracia femenina,
un puñado de rosas de la tierra Argentina
y una copa del rojo vino del corazón.



Evaristo Carriego

La queja

-- de Evaristo Carriego --

Como otras veces cuando la angustia
le finge graves cosas hurañas,
la infeliz dijo, después que el rojo
vómito tibio mojó la almohada,
las mismas quejas de febriciente,
las mismas quejas entrecortadas
por el delirio, las que ella arroja
como un detritus de la garganta.
Bajo el recuerdo remoto y vivo,
jornadas rudas de su desgracia,
rápidos cruzan por la memoria
sus desconsuelos de amargurada:
desde el sombrío taller primero
que vió su carne cuando era sana,
hasta la hora de la caída
de la que nunca se levantara.
Porque era linda, joven y alegre
ascendió toda la suave escala:
supo del fino vaso elegante
que vuelca flores en la cloaca.



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