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Luis Cañizal de la Fuente

corral de luz hipnotizada

-- de Luis Cañizal de la Fuente --

Ropa tendida, humilde y pueblerinamente,
en el silencio deslumbrado de las cinco:
banderas derrotadas que no besan el polvo
pero dentro contienen personas bocabajo,
humilladas en su estatura modesta
como reyes antiguos que vendieron
el balandrán poluto a los museos.
Pero estos de ahora, y sobre todo éstas,
lavaron muy lavadas sus holgadas mudas
antes de resignarse pecho a tierra,
por si había que recibir a la muerte con decencia.
Y ahí están, en suspenso la respiración:
mandan un sano olor caliente a tonsura labriega.

Poema corral de luz hipnotizada de Luis Cañizal de la Fuente con fondo de libro

Luis Cernuda

no decía palabras

-- de Luis Cernuda --

No decía palabras,
acercaba tan sólo un cuerpo interrogante,
porque ignoraba que el deseo es una pregunta
cuya respuesta no existe,
una hoja cuya rama no existe,
un mundo cuyo cielo no existe.
La angustia se abre paso entre los huesos,
remonta por las venas
hasta abrirse en la piel,
surtidores de sueño
hechos carne en interrogación vuelta a las nubes.
Un roce al paso,
una mirada fugaz entre las sombras,
bastan para que el cuerpo se abra en dos,
ávido de recibir en sí mismo
otro cuerpo que sueñe;
mitad y mitad, sueño y sueño, carne y carne,
iguales en figura, iguales en amor, iguales en deseo.
Auque sólo sea una esperanza
porque el deseo es pregunta cuya respuesta nadie sabe.

Poema no decía palabras de Luis Cernuda con fondo de libro

Octavio Paz

un anochecer

-- de Octavio Paz --

¿qué la sostiene, entreabierta
claridad anochecida
luz por los jardines suelta?
todas las ramas, vencidas
por un agobio de pájaros
hacia lo obscuro se inclinan.
Sobre las bardas intactos:
todavía resplandores-
instantes ensimismados.
Para recibir la noche
se cambian las arboledas
en callados surtidores.
Cae un pájaro, la yerba
ensombrece, los confines
se borran, la cal es negra,
el mundo es menos creíble.

Poema un anochecer de Octavio Paz con fondo de libro

Pedro Antonio de Alarcón

Adiós al vino

-- de Pedro Antonio de Alarcón --

No más, no más en piélagos de vino
sepultaré, insensato, mis dolores,
velando con quiméricos vapores
de la razón el resplandor divino.

No más, hurtando el rostro a mi destino,
pediré a la locura sus favores,
ni, ceñido de pámpanos y flores,
dormiré de la muerte en el camino.

Arrepentido estoy de haber hollado,
vate indigno, con planta entorpecida,
el laurel inmortal y el áurea ropa...

¡Néctar fatal!, licor envenenado,
acepta, al recibir mi despedida,
el brindis postrimer... ¡Llenad mi copa!



José Zorrilla

con el hirviente resoplido moja

-- de José Zorrilla --

Con el hirviente resoplido moja
el ronco toro la tostada arena,
la vista en el jinete ata y serena,
ancho espacio buscando el asta roja.
Su arranque audaz a recibir se arroja,
pálida de valor la faz morena,
e hincha en la frente la robusta vena
el picador, a quien el tiempo enoja.
Duda la fiera, el español la llama;
sacude el toro la enastada frente,
la tierra escarba, sopla y desparrama;
le obliga el hombre, parte de repente,
y herido en la cerviz, húyele y brama,
y en grito universal rompe la gente.



Juan Bautista Arriaza

La guarida del amor

-- de Juan Bautista Arriaza --

Amor, como se vio desnudo y ciego,
pasando entre las gentes mil sonrojos,
pensó en buscar unos hermosos ojos
donde vivir oculto y con sosiego.

¡Ay, Silvia!, vio los tuyos, vio aquel fuego
que rinde a tu beldad tantos despojos,
y hallando satisfechos sus antojos
en ellos parte a refugiarse, luego.

¡Qué extraño ver a tantos corazones
rendir, bien mío, los soberbios cuellos
y el yugo recibir que tú le pones!

Si a más de que esos ojos son tan bellos
está todo el amor con sus traiciones
haciéndonos la guerra dentro de ellos.



Gertrudis Gómez de Avellaneda

En la muerte del laureado poeta señor don Manuel José Quintana

-- de Gertrudis Gómez de Avellaneda --

Cantos de regocijo y de victoria
Nuestras voces alzaron aquel día
Que regia mortal mano te ceñía
Mezquino lauro de terrestre gloria:

Y hoy que a la voz de tu Hacedor acudes,
A recibir la fúlgida diadema
Que la inmutable Majestad Suprema
Guarda en la eterna patria a las virtudes

Hoy nuestra flaca condición humana
Su aliento en vano a remontar aspira
¡No le es dado arrancar, noble Quintana,
Ni un tierno adiós de la enlutada ¡ira!

Que aunque la Fe con resplandor divino
La densa noche del sepulcro alumbre,
Y la Esperanza hasta la excelsa cumbre
Vuele, mostrando tu triunfal camino;

Aquí -al mirar tus fúnebres despojos
A la tierra volver- sólo nos queda,
Con tu corona, que la España hereda,
¡Duelo en el corazón llanto en los ojos!



Antonio Ros de Olano

Regalando una botella de vino añejo

-- de Antonio Ros de Olano --

De ésta que envío, anciana generosa,
frágil tapada, indúbita doncella,
cuanto de más edad, mucho más bella,
rival temible a la mujer hermosa,

No queda en el origen ni aun la hojosa
vid de que fue racimo y es botella:
¡Quiso el deleite, hasta saciarse en ella,
tenerla en claustro por gozarla añosa!

Profana, amigo, su recinto escaso;
que a sensual Naturaleza plugo
en breves bordes provocar a exceso...

La boca femenina es chico vaso,
y allí embriaga el amoroso jugo
que vierte el labio al recibir un beso.



Anónimo

Por Guadalquivir arriba...

-- de Anónimo --

Por Guadalquivir arriba
cabalgan caminadores,
que, según dicen las gentes,
ellos eran buenos hombres:
ricas aljubas vestidas,
y encima sus albornoces,
capas traen aguaderas,
a guisa de labradores.
Daban cebada de día
y caminaban de noche,
no por miedo de los moros,
mas por las grandes calores.
Por sus jornadas contadas
llegados son a las Cortes;
sálelos a recibir
el rey con sus altos hombres.
-Viejo que venís, el Cid,
viejo venís y florido.
-No de holgar con las mujeres,
mas de andar en tu servicio,
de pelear con el rey Búcar,
rey que es de gran señorío,
de ganarle las sus tierras,
sus villas y sus castillos;
también le gané yo al rey,
el su escaño tornido.



Marilina Rébora

ansiedad

-- de Marilina Rébora --

Ansiedad
ansia de estar un día en un puente de mando,
recibir en el rostro el castigo del viento;
sin ninguna arribada, por siempre navegando,
sin dudas ni temores, cansancio o desaliento.
Y no saber siquiera, en qué forma, ni cuándo,
ha de concluir el viaje en milagro de cuento;
ni cuándo retornar a éste mi lecho blando,
ni a la antigua ventana, ni al dorado aposento.
Acres de sal los labios, ruda racha en la frente,
perdido el horizonte, sin destino la nave,
sin nada que la guíe, sin nadie que la oriente,
mecida por las olas, columpiada en la cresta,
apenas sobre el mástil las alas de algún ave;
sólo el rumor del mar, y dios como respuesta.



Miguel Hernández

18

-- de Miguel Hernández --

18
ya de su creación, tal vez, alhaja
algún sereno aparte campesino
el algarrobo, el haya, el roble, el pino
que ha de dar la materia de mi caja.
Ya, tal vez, la combate y trabaja
el talador con ímpetu asesino
y, tal vez, por la cuesta del camino
sangrando subre y resonando baja.
Ya, tal vez, la reduce a geometría,
a pliegos aplanados quien apresta
el último refugio a todo vivo.
Y cierta y sin tal vez, la tierra umbría
desde la eternidad está dispuesta
a recibir mi adiós definitivo.



Francisco de Quevedo

enseña a morir antes

-- de Francisco de Quevedo --

Senor don juan, pues con la fiebre apenas
se calienta la sangre desmayada,
y por la mucha edad, desabrigada,
tiembla, no pulsa, entre la arteria y venas;
pues que de nieve están las cumbres llenas,
la boca, de los años saqueada,
la vista, enferma, en noche sepultada,
y las potencias, de ejercicio ajenas,
salid a recibir la sepoltura,
acariciad la tumba y monumento;
que morir vivo es última cordura.
La mayor parte de la muerte siento
que se pasa en contentos y locura,
y a la menor se guarda el sentimiento.
Esta obra se encuentra en dominio público.
Esto es aplicable en todo el mundo debido a que su autor falleció hace
más de 100 años. La traducción de la obra puede no estar en dominio
público.



Francisco de Quevedo

parnaso español 47

-- de Francisco de Quevedo --

Si lo que ofrece el pobre al poderoso,
licas, a logro es don interesado,
pues da por recibir, menos cuidado
pedigüeño dará que dadivoso.
Yo, que mendigo soy, más no ambicioso,
apenas de mi sombra acompañado,
con lo que no te doy he disculpado
en mi necesidad lo cauteloso.
Pues que tu hacienda a mi caudal excede,
deja que el ruego tu socorro cobre,
por quien mi desnudez sola intercede.
No aguades que mañosa ofrenda obre,
pues solo con no dar al rico puede
ser con el rico liberal el pobre.



Francisco de Quevedo

parnaso español 41

-- de Francisco de Quevedo --

Más escarmientos dan al ponto fiero
(si atiendes) la bonanza y el olvido,
que el peligro y naufragio prevenido
y el enojo del euro más severo.
Ansí, cuando, cortés y lisonjero,
noto tus velas mueva adormecido,
y sirva, por tus gavias extendido,
de líquido y sonoro marinero,
entonces, ¡oh mirtilo!, desvelados
en la milicia de la calma ociosa,
tus sentidos irán y tus cuidados.
Menos dulce es la paz que peligrosa;
no salgas, no, a recibir los hados;
tarda, con advertencia peligrosa.



Francisco de Quevedo

Salmo IX Quevedo

-- de Francisco de Quevedo --

Cuando me vuelvo atrás a ver los años
que han nevado la edad florida mía;
cuando miro las redes, los engaños
donde me vi algún día,
más me alegro de verme fuera dellos
que un tiempo me pesó de padecellos.
Pasa Veloz del mundo la figura,
y la muerte los pasos apresura;
la vida fugitiva nunca para,
ni el Tiempo vuelve atrás la anciana cara.
A llanto nace el hombre, y entre tanto
nace con el llanto
y todas las miserias una a una,
y sin saberlo empieza la Jornada
desde la primer cuna
a la postrera cama rehusada;
y las más veces, ¡oh, terrible caso!,
suele juntarlo todo un breve paso
y el necio que imagina que empezaba
el camino, le acaba.
¡Dichoso el que dispuesto ya a pasalle,
le empieza a andar con miedo de acaballe!
Sólo el necio mancebo,
que corona de flores la cabeza,
es el que solo empieza
siempre a vivir de nuevo.
¡Dichoso aquel que Vive de tal suerte
que el sale a recibir su misma muerte!



Francisco Sosa Escalante

En un álbum (Sosa Escalante III)

-- de Francisco Sosa Escalante --

Aunque nunca la luz de tu mirada
Derramó sobre mí sus resplandores,
Ni oí jamás tu voz, los trovadores
Que estás, me dicen, de belleza ornada.

Yo sé tambien por ellos, que es morada
De la virtud, tu corazón; que flores
Te ofrecen la amistad y los amores
Y que eres entre todas celebrada;

Que es la luz de tus ojos clara aurora.
Como la noche negra, tu cabello,
Y tus labios cual flor encantadora.

Por eso al recibir tu libro bello
Como una ofrenda á tu beldad, señora,
Con este canto tus elogios sello.



Francisco Sosa Escalante

La tarde (Sosa Escalante)

-- de Francisco Sosa Escalante --

La esmeralda del mar fulgente brilla
Al recibir del sol la luz postrera,
El nido busca el ave placentera,
Cantando el pescador deja la orilla.

En la humilde cabaña la sencilla
Y cristiana oración sube á la esfera
Como el sagrado incienso, porque espera
En el Señor y á su poder se humilla.

La vespertina estrella misteriosa
Diamante finge que sujeta el velo
Allí en la frente de la casta esposa;

La noche se aproxima en tardo vuelo,
Mece la flor la brisa rumorosa,
Todo es quietud en la extensión del suelo.



Francisco Villaespesa

la dama vestida de blanco

-- de Francisco Villaespesa --

Jardín blanco de luna, misterioso
jardín a toda indagación cerrado,
¿qué palabra fragante ha perfumado
de jazmines la paz de tu reposo?
es un desgranamiento prodigioso
de perlas, sobre el mármol ovalado
de la fontana clásica: un callado
suspirar; un arrullo tembloroso...
Es el amor, la vida... ¡Todo eso
hecho canción! la noche se ilumina;
florecen astros sobre la laguna...
¿Es la luna que canta al darte un beso,
o el ruiseñor que estremecido trina
al recibir los besos de la luna?



José Martí

isla famosa

-- de José Martí --

Isla famosa
aquí estoy, solo estoy, despedazado.
Ruge el cielo: las nubes se aglomeran,
y aprietan, y ennegrecen, y desgajan:
los vapores del mar la roca ciñen:
sacra angustia y horror mis ojos comen:
a qué, naturaleza embravecida,
a qué la estéril soledad en torno
¿de quién de ansia de amor rebosa y muere?
¿dónde, cristo sin cruz, los ojos pones?
¿dónde, oh sombra enemiga, dónde el ara
digna por fin de recibir mi frente?
¿en pro de quién derramaré mi vida?
rasgóse el velo; por un tajo ameno
de claro azul, como en sus lienzos abre
entre mazos de sombra díaz famoso,
el hombre triste de la roca mira
en lindo campo tropical, galanes
blancos, y venus negras, de unas flores
fétidas y fangosas coronados:
¡danzando van: a cada giro nuevo
bajo los muelles pies la tierra cede!
y cuando en ancho beso los gastados
labios sin lustre ya, trémulos juntan,
sáltanles de los labios agoreras
aves tintas en hiel, aves de muerte.



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