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Clemente Althaus

El juicio final

-- de Clemente Althaus --

Ya en el postrero universal jüicio
del Juez supremo a la presencia me hallo,
y aguardo el justo inapelable fallo
que eterno espera a la virtud y al vicio.

Mas ¡ay! ¿adverso me será o propicio?
¿de Cristo o de Satán seré vasallo?
En duda tan crüel, temblando callo,
mas digno que de premio de suplicio.

Ya las turbas el Juez ha separado,
y el rostro favorable o enemigo
al diestro vuelve y al siniestro lado:

pero yo, justo Dios ¿a quienes sigo,
cuando a la Virtud abras y al Pecado
los palacios del premio y del castigo?

Poema El juicio final de Clemente Althaus con fondo de libro

Lope de Vega

Aquí cuelgo la lira que desamo

-- de Lope de Vega --

Aquí cuelgo la lira que desamo,
con que canté la verde primavera
de mis floridos años, y quisiera
romperla al tronco, y no colgarla en ramo.
Culpo mi error, y la ocasión infamo,
por quien canté lo que llorar debiera,
que el vano estudio vano premio espera,
ladrón del tiempo con disfraz le llamo.
En otra lira, a cuyo son recuerdas
dormida Musa, en este breve plazo
canta segura de que el tiempo pierdas.
Templóla amor con poderoso brazo,
que en tres clavijas le subió las cuerdas,
y le labró de una lanzada el lazo.

Poema Aquí cuelgo la lira que desamo de Lope de Vega con fondo de libro

Lope de Vega

Digna siempre será tu docta frente

-- de Lope de Vega --

Digna siempre será tu docta frente,
Alcïato español, del verde engaste;
venciste para mí, don Juan, triunfaste,
y mi fortuna lo contrario intente.

¡Qué claro, qué erudito, qué elocuente
al senado católico informaste!,.
En cuya heroica majestad mostraste
tus letras y elocuencia ilustremente.

Premio tendrás, que hables o que escribas,
del senado real, cuando a sus puertas
el parabién de vencedor recibas.

Las leyes vivas siempre fueron ciertas;
mas ¿qué importan, don Juan, las leyes vivas
en pleito donde están las dichas muertas?

Poema Digna siempre será tu docta frente de Lope de Vega con fondo de libro

Lope de Vega

Liñan, el pecho noble sólo estima

-- de Lope de Vega --

Liñán, el pecho noble sólo estima
bienes que el alma tiene por nobleza;
que, como vos decís, torpe riqueza
esté muy lejos de comprar su estima.

¿A cuál cobarde ingenio desanima
segura, honesta y liberal pobreza;
ni cual, por ver pintada la corteza,
quiere que otro señor su cuello oprima?

No ha menester fortuna el virtüoso;
la virtud no se da ni se recibe,
ni en naufragio se pierde, ni es impropia.

¡Mal haya quien adula al poderoso,
aunque fortuna humilde le derribe,
pues la verdad es premio de sí propia!



Lope de Vega

Mientras el Austro rompe el pardo lino

-- de Lope de Vega --

Mientras el Austro rompe el pardo lino
y Scila suele dar voces dispares,
juntando al cielo los distintos mares,
es Bóreas santo y Júpiter divino.

No llora, antes se alegra el peregrino
sobre la lumbre de los patrios lares;
no llanto, plata ofrece a los altares
el que del indio Gange a Cádiz vino.

Gracias a Dios que la paloma escucho,
pues de oliva tu frente coronada,
podrás poner en paz tus elementos.

Reales esperanzas tardan mucho,
de la virtud al premio hay gran jornada.
Mejor es no llevar merecimientos.



Lope de Vega

Mis recatos, mis ojos, mis pasiones

-- de Lope de Vega --

Mis recatos, mis ojos, mis pasiones,
más encogidas que mi amor quisiera;
mi fe, que en vuestras partes considera
la cifra de tan altas perfecciones;

el justo limitar demostraciones,
el mudo padecer que persevera;
la voluntad, que en siendo verdadera,
libra para las obras las razones;

todos, señora, os dicen que esperando
están de vos lo que el Amor concede
a los que saben padecer callando.

Si el tiempo vuela y la fortuna puede,
no hay esperar como callar amando,
ni amor que calle que sin premio quede.



Lope de Vega

Señor Liñan, quien sirve sin estrella

-- de Lope de Vega --

Señor Liñán, quien sirve sin estrella,
en átomos del sol quimeras hace,
pues cuanto más el duro yugo abrace,
tanto más su fortuna le atropella.

De mí estoy cierto, que nací sin ella;
pues ¿que porfía, el que sin ella nace?
La forma sin materia se deshace;
cantar no puedo en Babilonia bella.

Sin premio, cosa injusta me parece
perder el tiempo, encanecer temprano,
ídolos de dosel, confuso abismo.

Dichoso vos, a quien el cielo ofrece
tabla en el mar, y en el profundo, mano,
sirviendo a dueño que se da si mismo.



Lope de Vega

Tiraban Dios y el hombre al blanco un día

-- de Lope de Vega --

Tiraban Dios y el hombre al blanco un día
flechas de amor y de crueldad tirana,
por ver quien de los dos el premio gana,
que atado a un árbol el rigor tenía.
Dios, que del blanco lo que Dios sabía,
tiraba con destreza soberana;
erraba el hombre con malicia humana,
porque la mira contra Dios ponía.
Era de entrambos Sebastián el cierto
blanco en un tronco, donde ramas hechas
las flechas le dejaron tan cubierto.
Que puesto que a matarle iban derechas,
quedó de Dios, y no del hombre muerto:
que en las flechas de Dios rompió sus flechas.



Lope de Vega

Verdad debe ser que de la rama

-- de Lope de Vega --

Verdad debe de ser que de la rama
de aquel laurel, cuya dureza admira,
Apolo fabricó la dulce lira,
que fue de su dolor perpetua fama,

pues ya desde el Parnaso, Laura, os llama
y desde el cielo, enamorado, os mira,
para que le cantéis mientras suspira,
como instrumento y parte de su dama.

Dafnes fue hermosa, pero hermosa y loca,
vos tan discreta para vuestro Apolo,
que al del cielo matáis de envidia y celos.

Y así, de hoy más ser su laurel os toca,
que pues en todo sois sola, éste sólo
darán por premio al vencedor los cielos.



Góngora

A Juan Rufo, jurado de Córdoba

-- de Góngora --

Culto jurado, si mi bella dama,
en cuyo generoso mortal manto
arde, como en cristal de templo santo,
de un limpio amor la más ilustre llama,

tu musa inspira, vivirá tu fama
sin invidiar tu noble patria a Manto,
y ornarte ha, en premio de tu dulce canto,
no de verde laurel caduca rama,

sino de estrellas inmortal corona.
Haga, pues, tu dulcísimo instrumento
bellos efectos, pues la causa es bella,

que no habrá piedra, planta, ni persona,
que suspensa no siga el tierno acento,
siendo tuya la voz, y el canto della.



Góngora

Suspiros tristes, lágrimas cansadas

-- de Góngora --

Suspiros tristes, lágrimas cansadas,
que lanza el corazón, los ojos llueven,
los troncos bañan y las ramas mueven
de estas plantas, a Alcides consagradas;

más del viento las fuerzas conjuradas
los suspiros desatan y remueven,
y los troncos las lágrimas se beben,
mal ellos y peor ellas derramadas.

Hasta en mi tierno rostro aquel tributo
que dan mis ojos, invisible mano
de sombra o de aire me le deja enjuto,

porque aquel ángel fieramente humano
no crea mi dolor, y así es mi fruto
llorar sin premio y suspirar en vano.



Luis Muñoz Rivera

judas

-- de Luis Muñoz Rivera --

Eras inquieto, altivo, belicoso,
batallador, resuelto;
a duda, el hondo mal de nuestro
siglo turbaba tu cerebro.

Se desbordaba en ímpetus rebeldes
tu carácter soberbio,
como del etna se desborda el cráter
en láminas de fuego.

De patrio ardor henchido, no tenía
tu corazón entero,
para el dolor latidos miserables,
ni fibras para el miedo.

Brillaba fulgurante en tus pupilas
la chispa del talento;
alma de tempestad, frente de apóstol
y músculos de hierro.

Y te vendiste... La calumnia infame
manchó tus labios trémulos;
fue un pobre resto de vergüenza ¡el último¡
a sacudir tus nervios;

lo que tienes del afrecha en la sangre
se sublevó violento;
todo lo que hubo en ti de grande
rodó con brusco estrépito

y en tu obra gozaron los verdugos;
y, de tu hazaña en premio,
a tus pies arrojaron la moneda;
a tu rostro el desprecio.

....

Si no apuraste ya, con firme pulso,
el porno de veneno;
si respiras aún, traidor... ¿Qué hiciste
de los treinta dineros?



Jacinto de Salas y Quiroga

La amistad peligrosa

-- de Jacinto de Salas y Quiroga --

¿Por qué, Corina, has engañado
con tu candor mi tierno pecho?
De ti yo estaba satisfecho...
El encanto se ha disipado.
¡Con qué dulzura la esperanza
me ha consolado en mi dolor!
¡Ah! Me engañó la semejanza
de la amistad y del amor.

Cuando a mirarte yo acertaba
tú con placer te sonreías,
y algunas veces conocías
cuánto mi pecho te adoraba.
Yo conseguí tu confianza,
dulce premio del amador.
¡Ah! Me engañó la semejanza
de la amistad y del amor.
Más de una vez miré tu llanto,
cuando de ti yo me apartaba,
y en mis angustias encontraba
amables lloros mi quebranto.
¡Ay infelice, qué mudanza
me reservaba tu rigor!
Sí, me engañó la semejanza
de la amistad y del amor.

Ya que, en pago de mi ternura,
no quieres darme el corazón,
ya que me quitas la ilusión,
amarte más fuera locura.
A Dios, amor... ¡Ay esperanza,
cual te burlas de mi dolor!
Sí, me engañó la semejanza
de la amistad y del amor.



Jorge Isaacs

Después de la victoria

-- de Jorge Isaacs --

I

Con albas ropas, lívida, impalpable,
en alta noche se acercó a mi lecho:
estremecido, la esperé en los brazos;
inmóvil, sorda, me miró en silencio.

Hiriome su mirada negra y fría...
Sentí en la frente como helado aliento;
y las manos de mármol en mis sienes,
a los míos juntó sus labios yertos.

II

La hoguera del vivac agonizante:
Infla las lonas de la tienda el viento:
Olor de sangre... Fatigados duermen:
De centinelas, voces a los lejos...

¡Largo vivir!... ¡La gloria!... ¿Quién laureles
Y caricias tendrá para mí en premio?
¿Gloria sin ti?... ¡Dichosos los que yacen
En la llanura ensangrentada, muertos!



Jorge Isaacs

SÓLO AMISTAD

-- de Jorge Isaacs --

A la eterna amistad que así me juras,
Tu desdén y tu olvido ya prefiero.
¿Sólo amistad tus ojos me ofrecían?
¿Sólo amistad mis labios te pidieron?

De tu perjurio, en pago mi perjurio,
De tu cobarde amor, mi amor en premio,
Demandas hoy, ¡ahora que arrancarte
Del humillado corazón no puedo!

Si no he soñado que te amé y me amaste,
Si esa felicidad no ha sido un sueño
y nuestro amor fue un crimen... Ese crimen
A mi vida te unió con lazo eterno.

Cuando a la luz del arrebol lujoso,
De la verde ribera en los oteros
Silvestres flores para mí cogías
Con que adornaba yo tus bucles negros;

Cuando en la cima del peñón, el río
A nuestros pies rodando turbulento,
Libres como las aves que cruzaban
El horizonte azul con tardo vuelo,

Te oprimí temblorosa entre mis brazos
Y enjugaron tus lágrimas mis besos...
¿Sólo amistad entonces me ofrecías?
¿Sólo amistad mis labios te pidieron?



José María Blanco White

A Dorila

-- de José María Blanco White --

Te engañas, mi Dorila,
si juzgas que rendido
de amar sin esperanza
se verá el pecho mío;
que no, no es tan tirano,
cual dicen, el Dios niño,
y sabe aun con las ansias
dar premios exquisitos.
Son necios los amantes
que llaman su dominio
cruel, y que maldicen
sus cadenas y grillos.
Dorila, yo te adoro;
y el ardor en que vivo,
es el premio y la gloria
que el adorarte pido.
Peno ¡ay triste! mas tengo
en tu rostro divino
de mis crueles ansias
un dulce y cierto alivio:
pues aun cuando mi pecho
más agitado miro,
volviendo a ti los ojos
ledo que da y tranquilo.
Y si del rostro amable
el influjo benigno
me es negado, y ausente
mi fuego es más activo,
tu dulce nombre entonces
tiernamente repito,
y un nuevo fuego enciendo,
con que aplaco el antiguo.
¡Ay! de esta suave llama
los amantes deliquios
sólo es dado gozarlos
a quien sabe sentirlos.
Zagala, no te engañes,
que aun el más afligido
pagado está, si logra
dar a tiempo un suspiro.



Pedro Antonio de Alarcón

Desaliento

-- de Pedro Antonio de Alarcón --

Llorar es tu destino... Mas no llores.
Alza la frente soberana al cielo,
y no afanada busques en el suelo
premio al amor, alivio a tus dolores.

Acaso yo... Mas ¡ay! a tus clamores
respondieran los gritos de mi duelo,
y, sin prestar a tu dolor consuelo,
marchitaría tus postreras flores.

¡Ay de los dos! Del mundo la inclemencia
rompió de nuestras almas el encanto...
Lloramos... Y la ajena indiferencia

mi risa provocó, secó tu llanto...
Hoy nos acerca un sentimiento amigo,
¡y en hielo en otro hielo no halla amigo!



Pedro Antonio de Alarcón

La palma

-- de Pedro Antonio de Alarcón --

La palma audaz que en el desierto crece
hospitalaria acoge al caminante:
grata sombra le presta, y abundante,
sabroso fruto pródiga le ofrece.

Al son del huracán fiera se mece,
y cuanto recia más, más arrogante
resiste, y más hermosa y elegante
en los azares de la lid parece.

Premio de la virtud es cada rama
del árbol inmortal, don a que aspira
el que trueca su paz por la victoria.

Y ese don eres tú, perfecta dama,
para el esposo que en tu amor se inspira,
viendo en ti misma a tu rival la Gloria.



Pedro Calderón de la Barca

Del pecador herido

-- de Pedro Calderón de la Barca --

Si esta sangre, por Dios, hacer pudiera
que la herida a los ojos la pasara,
antes que la vertiera la llorara,
fuera elección y no violencia fuera.

Ni el interés del Cielo me moviera,
ni del Infierno el daño me obligara;
sólo por ser quien es la derramara
cuando ni premio ni castigo hubiera.

Y si aquí Infierno y Cielo mi agonía
abiertos viera, cuya pena o cuya
gloria estuviera en mí, si prevenía

ser voluntad de Dios que me destruya,
el infierno me fuera por la mía
y no entrara en el Cielo sin la suya.



Pedro Soto de Rojas

Llegando de esta ausencia

-- de Pedro Soto de Rojas --

Salve, Fénix, honor de esta ribera,
bien que afrenta del sol, salve, pastora,
que haciendo pobre a la rosada aurora
enriqueces la fértil primavera.

Salve, serena luz que reverbera
cuando el nublado Acuario triste llora,
y cuando el Aries sus guedejas dora
haces piedras ceniza y bronces cera.

Salve, y perdona la tardanza mía,
perdona el tiempo que he vivido ausente,
si es que ausente de ti vivir podría,

aunque sólo pensando estar presente
el alma -como en premio a su porfía
vive en ti cuando en mí morir se siente.



Rafael María Baralt

A la Santa Cruz (2)

-- de Rafael María Baralt --

Suplicio fuiste en que a morir de horrenda
muerte afrentosa y con valor profundo
el hombre a sus esclavos, iracundo,
en su justicia condenó tremenda.

Purificada por Jesús, ofrenda
de amor y cultos te consagra el mundo;
y hallan en ti consuelo el moribundo,
el justo premio, el pecador enmienda.

¿Por qué trocados tu baldón en gloria,
en dulce libertad tu servidumbre,
en santo libro tu infernal historia?

Porque el Venido de la excelsa cumbre
dejó en tus brazos su feliz memoria,
y de su empírea majestad vislumbre.



José Ángel Buesa

último amor

-- de José Ángel Buesa --

Yo andaba entre la sombra,
cuando como un fulgor llegaste tú; de pronto,
con el último amor.
Pero bastó un efluvio de antiguas primaveras
para reconocerte, para saber quién eras.
Y eras la misteriosa mujer desconocida
que entristeció de un sueño lo mejor de mi vida;
la de las tardes grises y los claros de luna,
la que busqué entre tantas y no encontré en ninguna.
Y hoy tal vez como un premio, tal vez como un castigo,
lo mejor de mi vida será morir contigo.
He pensado esta noche, sintiéndote tan mía
que así como llegaste, pudieras irte un día.
Lo he pensado eso es todo, pero si sucediera,
dejaré que te vayas sin un adiós siquiera.
Y cuando te hayas ido yo que nunca me quejo,
me vestiré de luto y aprenderé a ser viejo.
Pero si me muriera sin poder olvidarte
y después de la muerte se llega a alguna parte;
preguntaré si hay sitio, para mí, junto a ti.
Y dios, seguramente, responderá que sí.



Juan Bautista Arriaza

Consejo a un militar

-- de Juan Bautista Arriaza --

Si por la noble senda del dios Marte
subir quieres al templo de la Fama,
y arrebatar allí la verde rama
que la envidia jamás podrá quitarte.

Es fuerza, oh Blanco, a los estudios darte,
pues en las glorias a que el Dios te llama
no sirve ya el valor que el pecho inflama,
si no lo templa y modifica el arte.

Es bien que por modelo te presentes
de altos varones la inmortal caterva
que en letras y armas fueron excelentes.

Pues el lauro que Marte te reserva,
para darlo por premio a los valientes,
se lo da por la mano de Minerva.



Juan Cruz Varela

A la muerte del Dr. D. Juan N. Sola

-- de Juan Cruz Varela --

¡Providencia adorable! ¿por qué dejas
en manos de la Parca fementida
a la más despreciable, hermosa vida
del pastor más amante a sus ovejas?

Insensible a su llanto ¿por qué alejas
al dulce padre, que a sus hijos cuida,
a una región en donde nunca oída
será la voz de sus sentidas quejas?

¡Oh providencia, árbitra infalible
del destino del hombre! tú lo hiciste.
Conformes recibimos el terrible

desapiadado golpe con que heriste
al pastor y al rebaño. Premio eterno
al pastor vigilante, al padre tierno.

II

Rebaño humilde, llora inconsolable
de tu amante pastor la eterna ausencia.
Su caridad, su celo, su paciencia
harán su pérdida siempre irreparable.

Su carácter suave, dulce, amable,
su apacible genial condescendencia,
su candidez con visos de inocencia,
le hicieron ejemplar inimitable.

¿Oh tú que viste dilatados días
su ejemplo, su virtud siempre en aumento,
empapa en llanto sus cenizas frías.

Víctima del dolor y el sentimiento,
clama al Eterno: Dios de bondad lleno
salva el rebaño, salva al pastor bueno.



Juan de Arguijo

Apolo a Dafne

-- de Juan de Arguijo --

«Victorioso laurel, Dafnes esquiva,
En cuyas verdes hojas la memoria
De tu rigor y de mi triste historia
Quiere el amor que eternamente viva.

»La antigua palma y abundante oliva
A tí de hoy mas inclinarán su gloria;
Tú ceñirás en premio de vitoria
Del fuerte vencedor la frente altiva.»

Dijo el burlado Cintio, y á la dura
Corteza asido, la contempla, y luego
Repite: «¡Dafne liera! ¡Mármol frio!

»Del rayo ardiente vivirás segura;
Que no es bien que consiente ajeno fuego
Quien pudo resistir al fuego mio.»



Juan de Arguijo

El triste fin, la suerte infortunada

-- de Juan de Arguijo --

El triste fin, la surete infortunada
(Ajeno premio de la fe constante)
Del uno y otro miserable amante,
A quien perdió una noche y una espada,

Oculta en sombre obscura esta labrada
Piedra. Tú, peregrino caminante,
Repara el grave caso, y con semblante
Pio suspende el curso á tu jornada;

Que darás tiernas lágrimas no dudo
A estas cenizas, donde aun dura ardiente
El fuego que causó desdicha tanta;

Debida composión al mal que pudo
Mudar color en la cercana fuente,
Y el de su fruto en la silvestre planta.



Gaspar Melchor de Jovellanos

jovellanos soneto primero

-- de Gaspar Melchor de Jovellanos --

A clori
sentir de una pasión viva y ardiente
todo el afán, zozobra y agonía;
vivir sin premio un día y otro día;
dudar, sufrir, llorar eternamente;
amar a quien no ama, a quien no siente,
a quien no corresponde ni desvía;
persuadir a quien cree y desconfía;
rogar a quien otorga y se arrepiente;
luchar contra un poder justo y terrible;
temer más la desgracia que la muerte;
morir, en fin, de angustia y de tormento,
víctima de un amor irresistible:
ésta es mi situación, ésta es mi suerte.
¿Y tú quieres, cruel, que esté contento?
esta obra se encuentra en dominio público.
Esto es aplicable en todo el mundo debido a que su autor falleció hace
más de 100 años. La traducción de la obra puede no estar en dominio
público.



Gustavo Adolfo Bécquer

rima lxxxiii

-- de Gustavo Adolfo Bécquer --

Negros fantasmas,
nubes sombrías,
huyen ante el destello
de luz divina.
Esa luz santa,
niña de los ojos negros,
es la esperanza.
Al calor de sus rayos,
mi fe gigante
contra desdenes lucha
sin amenguarse
en este empeño
es, si grande el martirio,
mayor el premio.
Y si aún muestras, esquiva,
alma de nieve;
si aún no me quisieras,
yo he de quererte.
Mi amor es roca
donde se estrellan tímidas
del mar las olas



Gutierre de Cetina

a la condesa laura gonzaga

-- de Gutierre de Cetina --

Laura, si cuando en la gran selva idea
hizo el juicio aquel pastor troyano,
donde a venus fue dado el soberano
premio a pesar de la una y otra dea,
fuérades vos, ante vos fuera fea
la más hermosa, y presumiera en vano
haber lo que están vuestro y que tan llano
confesará cualquier dama que os vea.
Si zeúxis de vos sola tomara
cuanto bueno entre mil tomar pudiera,
cuando en crotón la bella imagen hizo,
más gracia, más beldad, más ser mostrara,
y a juno más perfecta pareciera:
¡tanto el cielo de vos se satisfizo!



Gutierre de Cetina

como el que enfermedad de muerte tiene II

-- de Gutierre de Cetina --

Del cuidado mayor, que más quería,
un sospiro secreto en que abscondía
la hermosa ocasión de su tormento,
todo cuanto favor, cuanto contento
tuvo jamás, cuanto tener podría,
vandalio, pastor bético, ofrecía
al amor, muy lloroso y descontento.
«Señor dijo al fin si el sacrificio
miras cuál puede ser que mayor sea,
si a la intención tú sabes bien mi historia,
»sólo te pido, en premio del servicio,
la salud de amarílida: no vea
el mundo así perder su mayor gloria».



Gutierre de Cetina

amor, si por amar amor se aquista

-- de Gutierre de Cetina --

Si alguna fe de tanta fe procede,
si premio por servir ganar se puede,
si un grave padecer un alma atrista;
si dura obstinación venció conquista,
si pidiendo merced dureza cede,
si a grande mal piedad se le concede,
si a luengo importunar no hay quien resista;
si de tu mano escrito ya en la frente
lo que siento en el alma al mundo muestro,
debería mi dolor hallar remedio.
Mas ya ni podrá ser, ni lo consiente
mi mal, si por algún caso siniestro
no muestra a tu pesar fortuna el medio.



Gutierre de Cetina

con aquel poco espíritu cansado

-- de Gutierre de Cetina --

Que queda al que el vivir le va dejando,
en brazos de amarílida llorando
vandalio, de salud desconfiado:
«no me duele el morir desesperado
dijo, pues con mi mal se va acabando,
mas duéleme que parto y no sé cuándo.
Señora, ¿habrás dolor de mi cuidado?»
la ninfa que con lágrimas el pecho
del mísero pastor todo bañaba:
«sin premio no será tu amor», decía.
Mas él, puesto en el paso más estrecho,
mucho más que el morir, pena le daba
no poder ya gozar del bien que oía.



Gutierre de Cetina

con ansia que del alma le salía

-- de Gutierre de Cetina --

La mente del morir hecha adivina,
contemplando vandalio la marina
de la ribera bética, decía:
«pues vano desear, loca porfía,
a la rabiosa muerte me destina,
mientras la triste hora se avecina,
oye mi llanto tú, dórida mía.
»Y si tu crüeldad contenta fuese,
por premio de esta fe firme y constante,
que sobre mi sepulcro se leyese,
»no en letras de metal, mas de diamante,
dórida ha sido causa que muriese
el más leal y el más sufrido amante».



Hernando de Acuña

Dijo el doctor Petrarca sabiamente

-- de Hernando de Acuña --

Dijo el doctor Petrarca sabiamente:
«Pobre y desnudas vas, Filosofía»,
lamentando su tiempo en que antevía
las faltas y miserias del presente;

do el vicio reina ya tan sueltamente,
que valen poco, y menos cada día,
la bondad, el saber, la valentía,
del mejor, o más sabio, o más valiente.

Mas cuanto el mal está más encumbrado
y el mundo aprueba más lo que debiera
tenerse por infamia y maleficio,

tanto merece ser más estimado
el virtuoso obrar, pues ya no espera
la virtud premio, ni castigo el vicio.



Hernando de Acuña

Viendo Tirsi a Damón por Galatea

-- de Hernando de Acuña --

Viendo Tirsi a Damón por Galatea
en un continuo llanto dolorido,
que con ansia mortal, cual nunca ha sido,
campos y montes sin parar rodea,

porque el alto poder de Amor se vea,
como levanta un pastoral sentido,
seis versos en un mármol ha esculpido
do pena y nombre de Damón se lea:

«Contra el poder del tiempo, señalado
quede este nombre y alto atrevimiento,
y permanezca aquí después que muera.

Damón, que, pastor siendo de ganado,
a poner se atrevió su pensamiento
donde por premio sola muerte espera».



Ventura de la Vega

A la Sra. condesa del Montijo, en sus días

-- de Ventura de la Vega --

I
Ausente y presente a un tiempo,
te aflige y te halaga amor;
que el Adur y el Manzanares
dividen tu corazón.
Y en dulce duda,
fijando estás
aquí tus ojos,
tu mente allá.

II
Allá un suspiro del alma
pide a tu amor maternal
la que en premio a sus virtudes
ciñe corona imperial.
Y en dulce duda,
fijando estás
aquí tus ojos,
tu mente allá.

III
Aquí otra prenda querida,
que también tiene a sus pies,
cual reina de la hermosura,
vasallos cuantos la ven.
Y en dulce duda,
fijando estás
aquí tus ojos,
tu mente allá.



Vicente García de la Huerta

Aprecio de las penas sufridas por Filis

-- de Vicente García de la Huerta --

Rodeado mi amor de inconvenientes,
víctima, Filis, soy de mi deseo;
y es mi fineza tal que hallo recreo
en que se frustren ansias tan ardientes.

Mas ¿que gloria mayor que al ver que sientes
mis desgracias por tuyas? Pues no creo
que pueda yo lograr mayor trofeo
ni ellas más premio que el que así me alientes.

Vengan pesares pues, vengan disgustos,
penas, fatigas, ansias, desconsuelos:
¡dichoso Hortelio cuanto más padece!

pues los males más graves trueca en gustos
saber que sólo a costa de desvelos,
y así penando, a Filis se merece.



Mariano Melgar

Yaraví VII

-- de Mariano Melgar --

¿Con que al fin, tirano dueño,
Tanto amor, clamores tantos,
Tantas fatigas,
No han conseguido en tu pecho
Más premio que un duro golpe
De tiranía?

Tú me intimas que no te ame
Diciendo que no me quieres,
¡Ay vida mía!
¡Y que una ley tan tirana
Tenga de observar, perdiendo
Mi triste vida!

Yo procuraré olvidarte,
Y moriré bajo el peso
De mis desdichas;
Pero no pienses que el cielo
Deje de hacerte sentir
Sus justas iras.

Muerto yo, tú llorarás
El error de haber perdido
Un alma fina;
Y aun muerto sabrá vengarse
Este mísero viviente
Que hoy tiranizas.
Á todas horas mi sombra
Llenará de mil horrores
Tu fantasía;
Y acabará con tus gustos
El melancólico espectro
De mis cenizas.



Mario Benedetti

apenas y a penas

-- de Mario Benedetti --

Pensó
ojalá que no
pero esta vez acaso sea la última.
Con el deseo más tierno que otras noches
tentó las piernas de la mujer nueva
que afortunadamente no eran de carrara
posó toda su palma sobre la hierbabuena
y sintió que su mano agradecía
viajó moroso y sabio por el vientre
se conmovió con valles y colinas
se demoró en el flanco y su hondonada
que siempre era su premio bienvenido
anduvo por los pechos eligiendo al azar
y allí se quedó un rato descifrando
con el pulgar y el índice reconoció los labios
que afortunadamente no eran de coral
y deslizó una mano por debajo del cuello
que afortunadamente no era de alabastro.
Pensó
ojalá que no
pero puede ser la última.
Y si después de todo
es la última vez.
Entonces cómo cómo haré mañana
de donde sacaré la fuerza y el olvido
para tomar distancia de esta orografía
de esta comarca en paz
de esta patria ganada
apenas y a penas
a tiempo y a dulzura
a ráfagas de amor.



Juan Meléndez Valdés

La esquivez vencida

-- de Juan Meléndez Valdés --

No temas, simplecilla, del dichoso
galán pastor no tardes la ventura;
apenado a ti corre; su ternura
premio al fin halle y su anhelar, reposo.

De rosa en la coyunda el cuello hermoso
pon al yugo feliz; la copa apura
que amor te brinda, y de triunfar segura
entra en lides suaves con tu esposo.

¡La vista tornas! ¡Del nupcial abrazo
huyes tímida y culpas sus ardores
el rubor virginal la faz teñida!

Mas Venus... Venus... Su genial regazo
sobre el lecho feliz llueve mil flores
que Filis coge, y la esquivez olvida.



Juan Nicasio Gallego

A la misma

-- de Juan Nicasio Gallego --

Cuando mi bien el campo hermoseaba
que del Órbigo baña la corriente,
yo de su vista celestial ausente
solitario y lloroso me quejaba.

Hoy, que la veo al fin; hoy que esperaba
el dulce premio de mi amor ardiente,
hállola sin piedad, dura, inclemente,
y más mi angustia y mi dolor se agrava.

Pues bien, Pradina: si al afecto mío
perpetuo llanto y desamor le espera,
culpa de ausencia o del olvido impío;

goce yo tu sonrisa placentera,
y más que en fuerza de tu infiel desvío
gimiendo viva, y suspirando muera.



Julio Herrera Reissig

La vendimia

-- de Julio Herrera Reissig --

Mordiscan las tijeras con apáticos mimos,
en un brillo piadoso, por los pámpanos ciegos;
carbunclos y esmeraldas, gemas de extraños fuegos,
desmayan sobre el cesto, en engarces opimos...

La rendición copiosa -premio de cien trasiegos-
licencia enhorabuena los galantes arrimos;
y ufanadas las mozas con lustrosos racimos
trenzan cucas muñeiras y fandangos manchegos.

Es ya noche. Prismáticas transparencias de uvas
rutilan en las fauces borrachas de las cubas...
Y mientras Pan despierta himnos entre los saucos

-ebria de lacrimosos frutos la frente eximia-
como al cuerno propicio de Baco, la Vendimia,
hacia la luna joven, abre sus ojos glaucos.



Fernando de Herrera

Cante quejas y afán de justa pena

-- de Fernando de Herrera --

Cante quejas y afán de justa pena
que padecí cuitoso y ofendido,
a todas las desdichas ofrecido
en que el Amor a un mísero condena.

Fue el premio en tibia voluntad ajena
dolor con esperanza, a do perdido
deseo me inclinó, y al fin vencido
trajo a fuerza arrastrando la cadena.

Tú, a quien rinden sus glorias insignes ríos,
favorece, Tarteso padre, el canto
que tierno y simple en honra tuya espira;

que si me dan lugar los males míos,
no sólo oirás de amor gemido y llanto,
más hazañas que Marte airado inspira.



Fernando de Herrera

El fuego que en mi alma se alimenta

-- de Fernando de Herrera --

El fuego que en mi alma se alimenta,
y consume al estéril duro frío,
da vida al casi muerto pecho mío,
y en virtud de sus llamas me sustenta.

Justo es que muera y viva en él y sienta
la gloria de mi dulce desvarío,
porque de mis trabajos yo confío
la esperanza del premio en quien me alienta.

Como en inmenso frío junta espira
inmensa oscuridad, cuya tristeza
ocupa el corazón con grave pena:

Así con el excelso ardor conspira
excelsa luz, que deja en su belleza
mi alma de alegría y de bien llena.



Fernando de Herrera

Pues de este luengo mal penando muero

-- de Fernando de Herrera --

Pues de este luengo mal penando muero,
sin que remedio alguno estorbe el daño,
amor me dé, en consuelo de mi engaño,
falso placer ajeno, aunque postrero;

que mi dolor anime el duro acero,
y en blanda saña el tibio desengaño,
y el desdén manso, en cuya ausencia engaño
mi perdición, y en vano el bien espero;

para que de mi muerte la memoria,
y en voluntad ingrata mi firmeza
haga a la edad siguiente insigne historia,

que de mis esperanzas y riqueza
fincarán (¡corto premio a tanta gloria!)
deseos acabados en tristeza.



Francisco de Aldana

Reconocimiento de la vanidad del mundo

-- de Francisco de Aldana --

En fin, en fin, tras tanto andar muriendo,
tras tanto variar vida y destino,
tras tanto, de uno en otro desatino,
pensar todo apretar, nada cogiendo,

tras tanto acá y allá yendo y viniendo,
cual sin aliento inútil peregrino,
¡oh, Dios!, tras tanto error del buen camino,
yo mismo de mi mal ministro siendo,

hallo, en fin, que ser muerto en la memoria
del mundo es lo mejor que en él se asconde,
pues es la paga dél muerte y olvido,

y en un rincón vivir con la vitoria
de sí, puesto el querer tan sólo adonde
es premio el mismo Dios de lo servido.



Francisco de Quevedo

las tres musas últimas castellanas 79

-- de Francisco de Quevedo --

A maldecir el pueblo, en un jumento,
parte balán profeta, acelerado;
que a maldecir cualquiera va alentado:
tal es el natural nuestro violento.
Dios, que mira del pueblo el detrimento,
rey en guardar su pueblo desvelado,
clemente, opone a su camino, armado
de su milicia, espléndido portento.
Obedece el jumento, no el profeta;
y cuando mereció premio y regalo,
más obstinado a caminar le aprieta.
Teme la asnilla al ángel, sufre el palo:
y halló el cielo obediencia más perfecta
en mala bestia que en ministro malo.



Francisco de Quevedo

parnaso español 28

-- de Francisco de Quevedo --

Séneca, el responder hoy de repente
a tu razonamiento prevenido,
gloria es de tu enseñanza que ha podido
formar mi lengua contra ti elocuente.
A lo que yo te debo aún no es decente
eso que de mi mano has recibido;
y, para lo que a mí me debo, ha sido
empezar a premiarte escasamente.
Quieres, a costa de la fama mía,
que alaben tu modestia y tu templanza,
y que acusen mi avara hidropesía.
El premio, pues, debido a mi enseñanza
goza, porque el volvérmele este día
y no admitirle yo, no sea alabanza.



Francisco de Quevedo

las tres musas últimas castellanas 44

-- de Francisco de Quevedo --

Cifra de cuanta gloria y bien espera,
por premio de su fe y de su tormento,
el que para adorar tu pensamiento
de sí se olvidará hasta que muera,
reforma tu aspereza brava y fiera
a oír lo menos del dolor que siento:
dale, señora, al tierno sentimiento
en ese pecho ya lugar cualquiera.
Pues mi remedio está sólo en tu mano,
antes que del dolor la fuerza fuerte
del aliento vital prive a silvano,
intento muda, porque de otra suerte
llegará tarde, y procurarse ha en vano
a tanto mal remedio sin la muerte.



Francisco de Quevedo

las tres musas últimas castellanas 54

-- de Francisco de Quevedo --

Siete años de pastor jacob servía
al padre de raquel, serrana bella;
mas no servía a él, servía a ella,
que a ella sólo en premio pretendía.
Los días en memoria de aquel día
pasaban contentándose con vella;
mas labán, cauteloso en lugar de ella,
ingrato a su lealtad, le diera a lía.
Viendo el triste pastor, que con engaños
le quitan a raquel, y el bien que espera
por tiempo, amor, y fe le merecía.
Volvió a servir de nuevo otros siete años,
y mil sirviera más, sino tuviera
para tan largo amor tan corta vida.



José Joaquín de Olmedo

En el álbum de la señorita Grimanesa Althaus

-- de José Joaquín de Olmedo --

Díceme un dios que dentro el pecho siento,
que al nacer se me dio fuego divino,
sólo porque cantara ¡oh Grimanesa!,
las gracias, la virtud y la belleza.
Yo cumplí, no sin gloria, mi destino,
cuando mi corazón y el alma mía
en vivo amor y juventud ardía.

Y en premio de haber sido
siempre fiel al dulce ministerio,
el Dios, a cuyo imperio
se rinden voluntarios,
la tierra, el cielo, el mar, ha concedido
su antiguo ardor, su inspiración divina,
a un genio que fallece oscurecido,
como el sol que a su ocaso se avecina.

Y he podido cantar como solía...
Tuyo es este portento, amiga mía.
¡Qué gloria para mí! Ver que este día
la más graciosa y bella no rehúsa
ser la corona de mi anciana musa.



Clemente Althaus

España (Althaus)

-- de Clemente Althaus --

Juntó la Muerte ante su trono un día
a los ministros do su furia aciaga,
por dar la palma al que, de todos, haga
mas fiero el cargo que a su saña fía.

Fue la sangrienta Guerra a la porfía,
el Terremoto que ciudades traga,
Incendio y Hambre y Peste, y cuanta plaga
sirve del mundo a la señora impía.

El premio horrendo cada cual espera,
indecisa la negra Soberana
sus méritos iguales considera;

mas viene España, y los laureles gana,
que es ella de las plagas la más fiera
y el gran azote de la estirpe humana.



Clemente Althaus

A un joven

-- de Clemente Althaus --

Tú, cuyo pecho sin cesar se afana
con desvelo tan puro y tan ardiente
por el progreso y la ventura humana,
no el lauro esperes a tu noble frente.
El premio considera que tributa
a la virtud de Arístides Atenas;
de Sócrates recuerda la cicuta
y de Colón divino las cadenas.
Mira a Dante proscrito como reo,
preso al Taso entre insanos; ve el tormento
los miembros lacerar de Galileo,
atrevido Colón del firmamento.
Entre hórridas congojas dar la vida
mira del mundo al Redentor, y dime
qué pueblo no es igual al deicida,
que crucifica a aquel que le redime.
Cual culpa sin perdón, el mundo falso
castiga el beneficio recibido;
a éste da la prisión, a otro el cadalso;
su castigo menor es el olvido.
Mas, aunque sepas que a la tierra vino
a solamente padecer el bueno,
cumple, oh joven, la ley de tu destino,
de vil temor y abatimiento ajeno.
No pienses en humana recompensa,
cuya esperanza el mérito minora;
en los deleites que te brinda piensa
la virtud, de sí misma premiadora.



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