Buscar Poemas con Insolente


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Se han encontrado 17 poemas con la palabra insolente

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Leandro Fernández de Moratín

soneto. el rey d. sebastián

-- de Leandro Fernández de Moratín --

el rey d. Sebastián
cede al temor el luso fugitivo,
y el rey cercado de enemiga gente,
desnuda ya la coronada frente,
resiste y lidia con esfuerzo altivo.
Los que le quieren prisionero y vivo
(aunque solo morir matando intente)
discordes en su cólera insolente,
sangre derraman por el gran cautivo.
Amor, que visto el mal partió derecho
con treinta lanzas de gomeles bravos,
para estorbar el bélicoso trance:
«qué importa», dijo (y le atraviesa el pecho)
«un hombre más al número de esclavos?
muera... Toca añadir: siga el alcance».

Poema soneto. el rey d. sebastián de Leandro Fernández de Moratín con fondo de libro

Lupercio Leonardo de Argensola

La vida en el campo (Argensola)

-- de Lupercio Leonardo de Argensola --

Lleva tras sí los pámpanos otubre,
y con las grandes lluvias, insolente,
no sufre Ibero márgenes ni puente,
mas antes los vecinos campos cubre.

Moncayo, como suele, ya descubre
coronada la nieve la alta frente,
y el sol apenas vemos en Oriente
cuando la opaca tierra nos lo encubre.

Sienten el mar y selvas ya la saña
del Aquilón, y encierra su bramido
gente en el puerto y gente en la cabaña.

Y Fabio, en el umbral de Tais tendido,
con vergonzosas lágrimas lo baña,
debiéndolas al tiempo que ha perdido.

Poema La vida en el campo (Argensola) de Lupercio Leonardo de Argensola con fondo de libro

Joaquín Nicolás Aramburu

El componte

-- de Joaquín Nicolás Aramburu --

Ved la víctima allí. Sangran sus brazos
bajo la cruel presión de las esposas;
hieren su oído frases injuriosas
y su espalda terrible latigazos.

Ya le arrancan las ropas a pedazos,
ya le imputan mil faltas bochornosas;
no son hombres: son águilas sañosas
que desgarran su carne a picotazos.

Ya rodó en tierra. De su triunfo ahíta
se yergue y ríe la insolente saña
y en pos de nuevas víctimas se agita.

¡Cómo nos burla la cultura extraña,
al ver que aún la Inquisición maldita
funciona en tierras de la pobre España!

Poema El componte de Joaquín Nicolás Aramburu con fondo de libro

César Vallejo

deshora

-- de César Vallejo --

Deshora
pureza amada, que mis ojos nunca
llegaron a gozar. Pureza absurda!
yo sé que estabas en la carne un día,
cuando yo hilaba aún mi embrión de vida.
Pureza en falda neutra de colegio;
y leche azul dentro del trigo tierno
a la tarde de lluvia, cuando el alma
ha roto su puñal en retirada,
cuando ha cuajado en no sé qué probeta
sin contenido una insolente piedra.
Cuando hay gente contenta; y cuando lloran
párpados ciegos en purpúreas bordas.
Oh, pureza que nunca ni un recado
me dejaste, al partir del triste barro
ni una migaja de tu voz; ni un nervio
de tu convite heroico de luceros.
Alejáos de mi, buenas maldades,
dulces bocas picantes...
Yo la recuerdo al veros oh, mujeres!
pues de la vida en la perenne tarde,
nació muy poco pero mucho muere!



Diego de Torres Villarroel

la casa de un grande

-- de Diego de Torres Villarroel --

Un rodrigón que siempre está en pelea
con la de pajes lamerona junta
un pobre mayordomo que se unta
y un contador maldito que lardea
una señora a quien el ocio asea
y otras que siempre están de blanco en punta
una dueña arrugada y cejijunta
que rellena de chismes la asamblea
un conjurador que riñe roba y miente
un cocinero de esta misma masa
gran chusma de libreas insolente
envidia mucha adulación sin tasa
y el gran señor que sirve solamente
de testigo del vicio de su casa.



A un cortesano

-- de Dionisio de Solís --

Dicen que eres mudable, don Pepito,
que fuiste de Manolo cortesano,
soneteruelo del francés tirano
y de sus odres perennal mosquito;

que mudando de altar, de culto y rito
fuiste, tras esto, muratista insano
y, para postres, del Nerón hispano
semanalmente adorador contrito.

Pero no dicen bien; el pueblo miente,
ni menos hay razón por que afrentando
te esté, y traidor y apóstata te llame.

Antes en eso mismo que insolente
te echa Madrid en cara, estás mostrando
cuán firme has sido siempre en ser infame.



Emilio Bobadilla

Inglaterra (Bobadilla)

-- de Emilio Bobadilla --

Cuando el hado te era adverso, soberbiosa resistías
—pueblo noble, pueblo grande, pueblo enérgico y valiente—
y jamás, ni aun en tus horas aflictivas y sombrías,
inclinaste bajo el peso del temor, la altiva frente.

Con tenaz perseverancia, dueña estoica de ti misma,
de industrial y navegante, belicosa te volviste
y no oyendo de Germania la amenaza ni el sofisma
a la postre, a sangre y fuego, frente a frente la venciste.

Voluntad de hierro y piedra, en tu orgullo silencioso,
no dejaste que insolente te vejara el extranjero,
y rompiste en mil pedazos la codicia del coloso.

Inglaterra, tierra libre —libertad que es todo fibra—,
¿quién que rinda a lo sublime culto rígido y sincero,
de emoción, por tus hazañas casi míticas no vibra?



Juan de Arguijo

A Baco

-- de Juan de Arguijo --

A tí, de alegres vides coronado,
Baco, gran padre domador de Oriente,
He de cantar; á tí, que blandamente
Tiemplas la fuerza del mayor cuidado;

Ora castigues á Licurgo aírado,
O á Penteo en tus aras insolente,
Ora te mire la festiva gente
En sus convites dulce y regalado,

O ya de tu Ariadna al alto asiento
Subas ufano la mortal corona
Vén fácil, vén humano al canto mio;

Que si no desmerece el sacro aliento,
Mi voz penetrará la opuesta zona,
Y al Tibre envidiará el Hispalio rio.



Evaristo Carriego

El amasijo

-- de Evaristo Carriego --

Dejó de castigarla, por fin cansado
de repetir el diario brutal ultraje,
que habrá de contar luego, felicitado,
en la rueda insolente del compadraje.

— Hoy, como ayer, la causa del amasijo
es, acaso, la misma que le obligara
hace poco, a imponerse con un barbijo
que enrojeció un recuerdo sobre la cara. —

Y se alejó escupiendo, rudo, insultante,
los vocablos más torpes del caló hediondo
que como una asquerosa náusea incesante
vomita la cloaca del bajo fondo.

En el cafetín crece la algarabía,
pues se está discutiendo lo sucedido,
y, contestando a todos, alguien porfía
que ese derecho tiene sólo el marido...



Francisco de Quevedo

parnaso español 9

-- de Francisco de Quevedo --

Escondido debajo de tu armada
gime el ponto, la vela llama al viento,
y a las lunas de tracia con sangriento
eclipse ya rubrica tu jornada.
En las venas sajónicas tu espada
el acero calienta, y, macilento,
te atiende el belga, habitador violento
de poca tierra, al mar y a ti robada.
Pues tus vasallos son el etna ardiente
y todos los incendios que a vulcano
hacen el metal rígido obediente,
arma de rayos la invencible mano:
caiga roto y deshecho el insolente
belga, el francés, el sueco y el germano.



Francisco de Quevedo

parnaso español 31

-- de Francisco de Quevedo --

¿cuándo seré feliz con mi gemido?
¿cuándo sin el ajeno afortunado?
el desprecio me sigue desdeñado;
la envidia, en dignidad constituido.
U del bien u del mal vivo ofendido;
y es ya tan insolente mi pecado,
que, por no confesarme castigado,
acusa a dios con llanto inadvertido.
Temo la muerte, que mi miedo afea;
amo la vida, con saber es muerte:
tan ciega noche el seso me rodea.
Si el hombre es flaco y la ambición es fuerte,
caudal que en desengaños no se emplea,
cuanto se aumenta, caridón, se vierte.



Francisco de Quevedo

parnaso español 23

-- de Francisco de Quevedo --

No siempre tienen paz las siempre hermosas
estrellas en el coro azul ardiente;
y, si es posible, jove omnipotente
publican que temió guerras furiosas.
Cuando armó las cien manos belicosas
tifeo con cien montes, insolente,
víboras de la greña de su frente
atónitas lamieron a las osas.
Si habitan en el cielo mal seguras
las estrellas, y en él teme el tonante,
¿qué extrañas guerras, tú, qué paz procuras?
vibre tu mano el rayo fulminante:
castigarás soberbias y locuras,
y, si militas, volverás triunfante.



Francisco de Quevedo

las tres musas últimas castellanas 60

-- de Francisco de Quevedo --

Llevó tras sí los pámpanos octubre,
y con las muchas lluvias insolente
no sufre ibero márgenes, ni puente,
mas antes los vecinos campos cubre.
Moncayo, como suele, ya descubre
coronada de nieve la alta frente,
y al sol apenas vemos en oriente,
cuando la dura tierra nos le encubre.
Del monte baja ya con nueva saña
el aquilón, y cierra su bramido
gente en el mar, y gente en la montaña.
Y fabio en el umbral de tais tendido
con vergonzosas lágrimas le baña,
debiéndolas al tiempo que ha perdido.



Francisco de Quevedo

las tres musas últimas castellanas 70

-- de Francisco de Quevedo --

Con sacrílega mano el insolente
pueblo, de los milagros convencido,
alza las piedras, más endurecido
cuanto el señor atiende más clemente.
Muera quien al vivir eternamente,
que se negó a abrahán, nos ha ofrecido;
murieron los profetas, y, escondido,
yace moisés, caudillo más valiente.
Burló las piedras, que después miraron
con lástima a la cruz de dios, vestida,
y de noche por él, cielos y estrellas,
donde todas de envidia se quebraron
de que para instrumento de la vida
más quisiere a la cruz que a todas ellas.



Blanca Andreu

se despiden mil veces y mil veces ciñen el viento

-- de Blanca Andreu --

Se despiden mil veces y mil veces ciñen el viento,
botan a estribor.
Advertencias, consejos, noticias que en la memoria
se asientan con indiferencia, desmedidos sueños
que ya son nada.
Qué tiempo de exactitud han las edades traído,
qué nocturno, insolente aire de invierno.



Clemente Althaus

Al Perú

-- de Clemente Althaus --

No tanto el rico abono te insolente
que hoy tan famosa te hace cual ya el oro,
que no es eterno, oh patria, tal tesoro
y su fin aceleras imprudente.

De haberlo poseído vanamente
te ha de quedar entonces el desdoro,
y la miseria y el inútil lloro
del que en hora tardía se arrepiente.

Que, aunque mil fuentes de riqueza tienes,
todas por ésta tu confianza olvida,
con que justo será que luego penes:

Teme que cuenta el Creador te pida
de tantos raros malogrados bienes
de que indigna la tierra te apellida.



Ricardo Güiraldes

Proa

-- de Ricardo Güiraldes --

Hace mar fuerte... ¿Fuerte?... Los egocultores decimos así a lo que nos vence y no es el caso.

El mar arrea cordilleras renovadas, que columpian al vapor en cuya proa frenetizo de borrasca.

Busco una metáfora pluriforme e inmensa; algo como fijar el alma caótica, que se empenacha de pedrería.

¿Cómo decir?... Mar... Mar... Y mientras insuflo el cráneo de espacio para cantarle mi visión, el insolente me escupió la cara.

«Regina Elena», 1914.



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