Buscar Poemas con Encontraron


  ·En el buscador de poemas puedes encontrar entre más de doce mil poemas todos aquellos que contienen las palabras de búsqueda. Los poemas forman parte de la antología poética de los 344 poetas más importantes en lengua Española de todos los tiempo. Puedes elegir entre dos tipos de búsqueda:
  ·Buscar entre todos los poemas los que contienen las palabras de la búsqueda.
  ·Buscar sólo los poemas cortos -aquellos que tienen 8 versos o menos- que coinciden con el criterio de búsqueda.

Se han encontrado 9 poemas con la palabra encontraron

Si lo prefieres puedes ver sólo los poemas cortos, aquellos que tienen ocho versos o menos aquí

Carlos Pezoa Véliz

Nada

-- de Carlos Pezoa Véliz --

Era un pobre diablo que siempre venía
cerca de un gran pueblo donde yo vivía;
joven, rubio y flaco, sucio y mal vestido,
siempre cabizbajo... ¡Tal vez un perdido!
Un día de invierno lo encontraron muerto
dentro de un arroyo próximo a mi huerto,
varios cazadores que con sus lebreles
cantando marchaban... Entre sus papeles
no encontraron nada... Los jueces de turno
hicieron preguntas al guardían nocturno:
éste no sabía nada del extinto;
ni el vecino Pérez, ni el vecino Pinto.
Una chica dijo que sería un loco
o algún vagabundo que comía poco,
y un chusco que oía las conversaciones
se tentó de risa... ¡Vaya, unos simplones!
Una paletada le echó el panteonero;
luego lió un cigarro, se caló el sombrero
y emprendió la vuelta... Tras la paletada,
nadie dijo nada, nadie dijo nada...

Poema Nada de Carlos Pezoa Véliz con fondo de libro

Abraham Valdelomar

En mi dolor pusisteis...

-- de Abraham Valdelomar --

En mi dolor pusisteis vuestro cordial consuelo;
en vuestro hogar mis penas encontraron un nido;
para mi soledad, vuestras almas han sido
como dos alas blancas bajo la paz del cielo.

Dios os pague la sombra que me dio vuestro pecho,
y el vino generoso que me dio vuestra mesa,
y aquella dulce paz de vuestras almas, y esa
serenidad de lago que disteis a mi pecho.

Por el beso de amor, por el pan de cariño,
por el trino del ave, por el llanto del niño,
por los dulces poemas que vuestro hogar me dio,

dirá mi corazón esta prez cotidiana,
al morir el crepúsculo y al nacer la mañana:
que el Señor os bendiga como os bendigo yo...

Poema En mi dolor pusisteis... de Abraham Valdelomar con fondo de libro

Manuel Acuña

Hidalgo

-- de Manuel Acuña --

Sonaron las campanas de Dolores,
voz de alarma que el cielo estremecía,
y en medio de la noche surgió el día
de augusta libertad con los fulgores.

Temblaron de pavor los opresores
e Hidalgo audaz al porvenir veía,
y la patria, la patria que gemía,
vió sus espinas convertirse en flores.

¡Benditos los recuerdos venerados
de aquellos que cifraron sus desvelos
en morir por sellar la independencia;

aquellos que vencidos, no humillados,
encontraron el paso hasta los cielos
teniendo por camino su conciencia!

Poema Hidalgo de Manuel Acuña con fondo de libro

Pablo Neruda

tus pies

-- de Pablo Neruda --

Cuando no puedo mirar tu cara
miro tus pies.
Tus pies de hueso arqueado,
tus pequeños pies duros.
Yo sé que te sostienen,
y que tu dulce peso
sobre ellos se levanta.
Tu cintura y tus pechos,
la duplicada púrpura
de tus pezones,
la caja de tus ojos
que recién han volado,
tu ancha boca de fruta,
tu cabellera roja,
pequeña torre mía.
Pero no amo tus pies
sino porque anduvieron
sobre la tierra y sobre
el viento y sobre el agua,
hasta que me encontraron.



Pedro Salinas

el contemplado

-- de Pedro Salinas --

Tema
de mirarte tanto y tanto,
de horizonte a la arena,
despacio,
del caracol al celaje,
brillo a brillo, pasmo a pasmo,
te he dado nombre; los ojos
te lo encontraron, mirándote.
Por las noches,
soñando que te miraba,
al abrigo de los párpados
maduró, sin yo saberlo,
este nombre tan redondo
que hoy me descendió a los labios.
Y lo dicen asombrados
de lo tarde que lo dicen.
¡Si era fatal el llamártelo!
¡si antes de la voz, ya estaba
en el silencio tan claro!
¡si tú has sido para mí,
desde el día
que mis ojos te estrenaron,
el contemplado, el constante
contemplado!



Félix María Samaniego

La vergüenza

-- de Félix María Samaniego --

En casa de un labrador

vivían Blas y Lorenza:

se profesaban amor;

pero él tenía vergüenza

y ella tenía rubor.

A la aurora en el corral

se encontraron en camisa.

El encuentro fue casual:

cubrióse ella a toda prisa

la cosa con el pañal.

Turbado Blas desde luego

se remanga el camisón,

y de vergüenza hecho un fuego

tápase con el faldón

y como ella queda ciego.

Al huir tropieza Blas

con la cuitada Lorenza,

y... ¡ Válgate Barrabás!

Yo también tengo vergüenza;

no me atrevo a contar más.



La culpa es mía

-- de Vicenta Castro Cambón --

PARECIÓME sentir que me llamaban.
No me engañaba: era una voz divina
la que mi alma escuchó; guiada por ella
llegué a un rosal: de aquel rosal venía.
Toqué una flor, mas, antes que sus pétalos
encontraron mis manos las espinas
que en mi carne clavándose quedaron
por gotas de mi sangre humedecidas.
¿Fué traición de la rosa? No. Las rosas
no saben de traición ni de perfidia,
las rosas del rosal, las rosas bellas,
que hablarme saben con su voz divina,
al alma y no a las manos de la ciega
llaman. Me hirió el rosal... La culpa es mía.



Yo te lo decía

-- de Vicenta Castro Cambón --

¿Cómo me soñabas cuando me escribías
aquellas protestas de eterna amistad?
¿Cómo me soñabas cuando me decías
“te quiero, te quiero cada día más.”?

Acude a mis labios amarga sonrisa
cuando el desengaño debiera llorar;
si tú sólo amabas a la poetisa
que en tu fantasía tuvo forma ideal...

Mas, cuando tus ojos cual soy me encontraron,
al choque violento de la realidad
cayeron tus sueños y al caer llevaron
al ídolo lejos de su pedestal.

Mentías! No importa... Porque al alma mía
que vive de sueños, fácil le será
tener por soñado lo que ayer leía:
"te quiero, te quiero cada días más!"...



Roque Dalton García

el príncipe de bruces

-- de Roque Dalton García --

Era la hora de la injuria la fugaz época de la maldición
cuando mi padre recomenzó en mí otra prueba.
Yo era el único súbdito que le quedaba a su locura
y aunque hasta entonces solía abofetearme de cuando en cuando
me hizo el honor de confiarme la marca negra de la ceniza de la frente.
Era noche para el gentío sin antorchas
por el clima propicio y el olor de la selva
pero a la sazón estábamos solos y como con temor de avergonzarnos
de tal manera que mi padre fue rápido en la consagración.
Me abandonó antes de que me lavase el rostro en su presencia
con agua despaciosa del cenote sagrado.
Decidí no destruir antes del amanecer la marca mágica
decidí descubrirla a mis ojos mirándome en el agua
sabía que con ello pisaba en un terreno mortal
pero más fascinábame la ascensión a la sabiduría.
A los tres días me encontraron muerto
rodeado de aves de rapiña muertas
mi padre fue por agua al pálido cenote
y me lavó la cara sin llorar.



© Todos los derechos reservados Buscapalabra.com

Ariiba